La guerra contra las drogas en Colombia está perdida. Esa es la sensación que queda después de leer numerosos estudios sobre el tema y que dan cuenta del incremento -tanto de cultivos- como de consumidores. Colombia, en esta desigual lucha, sigue poniendo los muertos mientras los narcotraficantes aumentan sus bolsillos a costa de campesinos obligados […]
La guerra contra las drogas en Colombia está perdida. Esa es la sensación que queda después de leer numerosos estudios sobre el tema y que dan cuenta del incremento -tanto de cultivos- como de consumidores.
Colombia, en esta desigual lucha, sigue poniendo los muertos mientras los narcotraficantes aumentan sus bolsillos a costa de campesinos obligados a cultivar so pena de ser ultimados. Otros cultivan por necesidad pues el fallido Estado colombiano no les ofrece las mínimas garantías para -si fuera el caso- «sacar» sus productos a distribución y poder recuperar alguna ganancia después de arduas jornadas trabajando la tierra.
Claro, también hay que decirlo, en algunas regiones cocaleras en donde el Estado quiso implantar la sustitución de cultivos, fracasó y por el contrario se extendieron los cultivos y creció la producción.
En otras zonas, en donde los campesinos organizados dijeron no a los cultivos, se incrementaron los asesinatos y las intimidaciones para obligarlos a retomar las siembras ilícitas. Un total despelote.