La versión mecánica de que bajo un gobierno como el de Piñera, automáticamente los trabajadores y el pueblo se tomarán las calles y le «quitarán la sal y el agua» al multimillonario en el Ejecutivo, corresponde a una lectura más que discutible. Ello es como creer que los asalariados y los pobres estaban simplemente acuartelados […]
La versión mecánica de que bajo un gobierno como el de Piñera, automáticamente los trabajadores y el pueblo se tomarán las calles y le «quitarán la sal y el agua» al multimillonario en el Ejecutivo, corresponde a una lectura más que discutible. Ello es como creer que los asalariados y los pobres estaban simplemente acuartelados durante estas últimas dos décadas y que ahora, frente al establecimiento de un gobierno de la vieja derecha, se levantarán mágicamente.
El pacto de gobernabilidad capitalista sellado entre la Concertación y el pinochetismo en el último tercio de los 80 del siglo pasado, contempla la posibilidad de que la derecha antigua también llegue a La Moneda. Y mientras esté garantizada la consecución del modo primario exportador, la preeminencia ordenadora del capital financiero y especulativo sobre el conjunto de momentos del capital, la democracia sin pueblo, los ajustes estructurales demandados por el crédito imperialista, la contención y control social, y la alienación ampliada, en rigor, no hay problemas. Salvo, claro, para los funcionarios de confianza política de la Concertación que tendrán que buscar trabajo en otro lugar, menos aquellos que hayan tomado las previsiones del caso y ya sean accionistas de empresas, dueños de ONG’s, consultoras, etc.
La «unidad nacional» y el «consenso» entre la vieja y la nueva derecha también era la forma predominante de dotar de gobernabilidad a los gobiernos de la Concertación. Lo que ocurre es que ahora es el turno de Piñera. Y eso es lo que recuerda permanentemente «Berlusconi chico» a través de los medios de comunicación. Tanto él, como miembros de la propia Concertación.
Piñera no es Pinochet, ni Bachelet, Allende. El actual período corresponde a la democracia burguesa, restringida, tutelada, encorsetada por los intereses de la clase propietaria y sus instituciones, y coronada jurídicamente por la Constitución del 80. Y la contradicción actual no es dictadura / democracia; sino hegemonía de los intereses de la burguesía versus las tareas necesarias para imponer con lucha multidimensional, de menos a más, la hegemonía de los intereses de los trabajadores y los pueblos. Lo demás es propaganda.
La Concertación, durante 20 años, cumplió como alumno mejor el compromiso considerado en el contrato con la derecha vieja de despolitizar al pueblo y hacer trizas las expresiones de la autoorganización popular que en la dictadura, decisivamente, apresuraron y justificaron el propio pacto de gobernabilidad por arriba.
Por ello, y debido a las debilidades y descomposición de las fuerzas anticapitalistas de Chile -golpeadas por las relaciones de fuerza internacionales, cooptadas por la Concertación, en crisis de sentido y en tránsito entre la resignación y el acomodo-, la actual Central Unitaria de Trabajadores, por ejemplo, con fortuna representa una fracción de los empleados públicos, mientras las mayorías empobrecidas se rebuscan la vida en jornadas de trabajo infinitas, bregando contra el narcotráfico, gastando parte del ingreso en tragamonedas, víctimas de una organización del trabajo impuesta por el capital caracterizada por el subcontratismo, la fragmentación, el cuentapropismo, el emprendimiento imposible.
Efectivamente, hoy existen destellos esperanzadores de reagrupación anticapitalista. Pero, no hay duda de que la construcción de la alternativa política e independiente de la Concertación -con ese u otro nombre- de un socialismo de los pueblos y los trabajadores recién comienza su derrotero necesario.
El horizonte estratégico de la recomposición de la fuerza y el proyecto -condicionada por la propia lucha de clases en una relación simbiótica e interdependiente- es la construcción ampliada del poder del pueblo en clave contrahegemónica para hacerse del gobierno y garantizar su sobrevivencia. Ese es un punto de llegada, que inmediatamente se vuelve punto de partida en cuanto se realice.
La creación heroica, la lucha permanente, la vista fija puesta en la formación del estado mayor de la emancipación social; la imaginación, la generosidad que no hipoteca principios, pero que no se corta las piernas por faltar a manuales producidos en contextos bien diferentes al presente; el trabajo colectivo, el análisis concreto de la realidad concreta, la convicción de mayorías y poder, son algunas pistas que deben regir la táctica (que es como el habla de la lengua, es decir, la actualización política de acuerdo a las condiciones concretas de las fuerzas populares, respecto de la estrategia) de las agrupaciones de inspiración revolucionaria y anticapitalista.
Nunca hay que olvidar que la Concertación le teme al pueblo y a la pobreza. Que es parte del problema y no de la solución. Por eso sus próximos pasos en relación a alentar la movilización social serán limitados y siempre subordinados al objetivo de retornar al Ejecutivo en 4 años más. Por tanto, la táctica del anticapitalismo es disputar la conducción participativa y sus contenidos en todo momento. De lo contrario la unidad emancipatoria de los intereses de los pueblos y los trabajadores será simplemente utilizada con mano ajena -como ha ocurrido frecuentemente en la historia de Chile y el mundo- y otra vez traicionada.