¿Son los textos de Eduardo Galeano fina ironía que ha perdido asidero en «la realidad»? ¿Ya no habrá espacio ni siquiera para «pequeños relatos»? ¿Se acaba también la época en que era normal que existiera el «gran escritor»? ¿Ya comenzó la era de los intelectuales como amanuenses, sirvientes que se ponen ellos mismos apodos compuestos […]
¿Son los textos de Eduardo Galeano fina ironía que ha perdido asidero en «la realidad»? ¿Ya no habrá espacio ni siquiera para «pequeños relatos»? ¿Se acaba también la época en que era normal que existiera el «gran escritor»? ¿Ya comenzó la era de los intelectuales como amanuenses, sirvientes que se ponen ellos mismos apodos compuestos o esdrújulos, para disimularse la vergüenza?
El tiempo en que Casa edita nuevamente Las venas abiertas de América Latina no es, a primera vista, un tiempo propicio. En nuestro continente se consumaron los genocidios, y después se ha consumido la democracia. El resultado es abrumador: el 42% de la población vive por debajo del índice de pobreza -la mitad son indigentes-, se desplomó la parte de los trabajadores en el ingreso nacional, el desempleo se multiplicó y se ha hecho crónico, mientras millones de niños trabajan. La cólera fue sustituida por el cólera. Los empresarios y políticos latinoamericanos más modernos han «abierto», «ajustado» y desnacionalizado las economías, en su beneficio y el del capitalismo central al que se subordinan. Neoliberalismo, privatización, eficiencia, informalidad, atraer la inversión, globalización, son palabras claves. En macroeconomía todo es más solemne, pero igualmente desolador. La década pasada no fue perdida para todos: la transferencia neta al exterior sumó 223 000 millones de dólares. Hoy la región debe más de 700 000 millones, y en los años noventa los pagos por servicio de esa deuda suman 850 000 millones. El crecimiento del PIB en los noventa es menos malo que en los ochenta, pero sigue siendo inferior al de los años sesenta-setenta. La única promesa que ha logrado cumplir la democracia es la de celebrar elecciones periódicas.
Con estos párrafos comenzaba este prólogo en 1999, hace exactamente diez años. Situado otra vez ante él por la feliz iniciativa de la Casa de las Américas de volver a editar Las venas…, debo ponerlo al día respecto a la circunstancia, porque en ese lapso ha cambiado mucho nuestro continente.
La hegemonía referida cada vez más a lo que llamaban globalización resultó endeble frente al enorme crecimiento de la cultura política de los pueblos, que han utilizado las vías a su alcance contra aquella. Desde el triunfo electoral de Hugo Chávez en 1998 hasta hoy se ha establecido un buen número de gobiernos más autónomos respecto a los EE.UU. y sensibles a las necesidades de las mayorías y al rescate de los recursos naturales; leyes y nuevas Constituciones refrendan sus caminos. La revolución bolivariana de Venezuela y los poderes populares de Bolivia y Ecuador crearon -con Cuba- un nuevo polo latinoamericano al que se suman unos, mediante el ALBA, y se asocian otros en relaciones económicas y políticas ventajosas y que fortalecen sus posiciones de independencia. Los movimientos populares combativos constituyen una fuerza social y política principal para la profundización de los procesos de liberación.
América Latina se levanta con iniciativas propias, sus países coordinan acciones y asociaciones, avanzan hacia procesos de integración y buscan alianzas en el mundo. Crece la autoconfianza y reina la esperanza. Mientras los ciegos vuelven a ver, otro milagro aclara las visiones políticas y trae conciencia a millones. Sin embargo, también reina todavía la miseria, que es hija del sistema capitalista subordinado, y la crisis amenaza aumentar el desempleo y frenar con rudeza el crecimiento. Dos siglos después del triunfo de la revolución haitiana y del Grito de Murillo, falta por recorrer un largo tramo del camino, pero el continente está en marcha.
La América que no es nuestra también se ha movido, pero para mal de todos. Allí las promesas farisaicas del milenio se tornaron en «lucha contra el terrorismo», una operación dirigida a sustituir a la vez al viejo enemigo – el comunismo- y a la esperanza perdida de los neocolonizados -el desarrollo-, y sucedió el gobierno Bush, una pandilla de corruptos y criminales con un cretino en la proa. La recolonización del mundo, que parecía «pacífica», mediante su dinero parasitario y sus transnacionales -los «coloniales» de hoy-, apeló en Irak y Afganistán al genocidio y la ocupación militar permanente de un país. El señor mundial de la guerra es también, y sobre todo, el jefe de la guerra cultural planetaria, una máquina gigantesca que vuelve este mundo patas arriba cotidianamente. Ella pone a todos a hablar su neolengua, enriquecida con términos como «limpieza étnica», «comida étnica» y «capital humano», que apellida «humanitario/a» a todo lo que se le ocurre, para balancear tanta inhumanidad. O deja de endiosar en público al neoliberalismo mientras el Estado se dedica a salvar a lo peor del gran capital que creó la gran crisis financiera reciente, a costa del empleo y la calidad de la vida de las mayorías.
Así resiste el imperialismo norteamericano el enorme repudio creciente a su actuación. La política interna de esta Roma americana sin grandeza incluye tener cincuenta millones de sus ciudadanos sin servicios de salud y casi la mitad de su población colindando con la pobreza. Ante tanto subdesarrollo político, el nuevo presidente de los EE.UU. parece simpático y alentador, aunque ofrezca tan pocas nueces. El presidente de Venezuela le brinda ayuda al regalarle un ejemplar de esta obra de Galeano, en medio de una dura reunión en la que se le hace clara la bancarrota del panamericanismo y los presidentes latinoamericanos le exigen poner fin a la agresión sistemática contra Cuba.
Eduardo Galeano ha mantenido su conducta y enarbolado sus valores en todas las circunstancias del último medio siglo. Sus artículos y viñetas, sus libros, dan testimonio de su excelencia como escritor, su compromiso permanente con los que sufren la violencia, el despojo y el olvido, y su confianza en la solidaridad como recurso humano principal para lograr un mundo nuevo para todos. Durante la época mezquina apodada neoliberal, nunca aceptó la necesidad de excluir los temas y las palabras considerados ya caducos e impertinentes. No se atuvo al sentido común, a lo posible, a las reglas y al miedo. Persistió en la denuncia y proclamó su fe en la gente y la utopía. La magia de la palabra y el ingenio han sido hasta hoy sus vehículos; el contenido de lo que dice y escribe constituye una riqueza grande para la gente común y las causas populares, que ayuda a la recuperación de la memoria, la identidad y el espíritu de resistencia y rebeldía, y al desarrollo de la conciencia.
En sus textos está entera esa cualidad. Con razón escribe en 1978: «El lenguaje hermético no siempre es el precio inevitable de la profundidad. Puede esconder simplemente, en algunos casos, una incapacidad de comunicación elevada a la categoría de virtud intelectual. Sospecho que el aburrimiento sirve así, a menudo, para bendecir el orden establecido: confirma que el conocimiento es un privilegio de las élites.» Veinte años después, su idea de un plan escolar para un mundo al revés le permite desplegar una argumentación radical contra el conjunto del sistema de dominación y la cultura que él propone e impone, y no solamente contra algunos de sus aspectos. Una frase nos sugiere el dintel de lo esencial: «Si Alicia renaciera en nuestros días, no necesitaría atravesar ningún espejo: le bastaría con asomarse a la ventana.» Y una afirmación suya relaciona esferas que el saber al servicio del orden mantiene lejanas: «La economía mundial es la más eficiente expresión del crimen organizado».
Galeano no permanece anclado. Desde esa constatación vuelvo al libro que lo lanzó a la fama en 1971. Tres años después, al declinar una colaboración pedida, el escritor se describía: «Es un tema serio y no me lo puedo rifar. Aquí en Buenos Aires no tengo mis libros, ni mis fuentes de información y de consulta… Y sinceramente creo que hay gente mucho más capacitada que yo para dedicarse a temas que requieren, como este que me propones, largos años de reflexión y de investigación. A veces me asusta el equívoco. Yo no soy sociólogo, ni historiador, ni economista, ni nada. Mi trabajo como periodista y ensayista se ha limitado a la divulgación masiva de ideas ajenas y de datos que el sistema esconde al público no especializado. Al servicio de esta tarea, oficio militante de denuncia y contra-información, he puesto una cierta habilidad para narrar, aprendida en los fogones de Paysandú y en las mesas de los viejos cafés de Montevideo. Y eso es todo».
Pero no, eso no es todo. A partir de las preguntas que lo guiaron en una profundísima investigación, y de la urdimbre de la estructura que le dio a la exposición, Galeano consiguió en Las venas abiertas… una proposición innovadora del trabajo de conocimiento social. Se situó en medio de la entonces incipiente democratización controlada de la información, que conduce a ninguna parte, para darle un sentido y un filo. Ante todo se advierte que el autor posee un instrumento analítico, que ha convocado al material en vez de ser arrastrado por su torrente, que lo selecciona y utiliza, y todo eso le permite enunciar juicios sobre problemas centrales de las estructuras latinoamericanas y de su inserción en el sistema mundial capitalista. Destaco ese punto, porque el lector del libro es seducido por la belleza y la omnipresencia de la narración histórica, la riqueza sintética de las anécdotas que ilustran épocas y acontecimientos, los datos esgrimidos en la tensión de las comparaciones, de los contrapuntos y las sugerencias interesantes, la apasionante sucesión de los eventos, por una obra en la que se cuenta lo más serio como si fuera una aventura. Aquí se habla «de economía política en el estilo de una novela de amor o de piratas».
Cierto lo del estilo, y lo de la economía política. Y cierto también que Las venas abiertas… vio la luz en el ápice de una ola revolucionaria que conmovió al planeta y tuvo su centro en el Tercer Mundo. A diferencia de la iniciada en 1917, esta segunda gran ola del siglo se dirigió a todos desde las revoluciones de liberación de los que habían sido colonizados; su propuesta identificó la unidad íntima del sistema mundial opresor, exigió que se luchara a fondo y en todas partes contra él, y vio como única salida la creación de sociedades socialistas. En la América Latina confluían singularmente todos los elementos contradictorios de la modernidad occidental, materiales e ideales; allí era dominante el neocolonialismo, antiguo el nacionalismo revolucionario y presente el socialismo. Pero la nueva propuesta también criticó -para ser socialista estaba obligada a hacerlo- a lo que se llamaba entonces movimiento comunista y al socialismo real. Las rebeldías se extendieron y las ideas se rebelaron también. No bastaba pelear, era necesario formular un nuevo discurso para la liberación.
De todo eso da cuenta este libro, y no como un relator: fue un partícipe destacado de aquella lucha. A través de la historia social del continente y de las claves de la situación contemporánea, combinadas y sumamente documentadas, explica y denuncia el sistema de dominación capitalista mediante una narración «de carne y hueso», con eficacia pedagógica. Socializa datos e ideas, pero afila a ambos como armas para crear conciencia contra la dominación. La imaginación desbordada no es prodigalidad: es una provocación para que el entusiasmo y la intuición desquicien los límites del conocimiento convencional, que siempre favorece al orden vigente. La convocatoria a las emociones es un llamado a que la razón rompa sus prisiones. Su análisis y su exposición lo asoman a un tema central para la liberación: conocer la construcción cultural del consenso con la dominación en la América Latina, para volverse capaz de romperla. Su dependentismo asequible y deslumbrante no es simple divulgación: apunta, con la ayuda del arte, hacia la necesidad de comprender la formación social como una totalidad, que es mucho más que una economía política o una búsqueda de esencias. Totalidad en que sucede su reproducción, donde se esconden sus fuerzas y debilidades, y las posibles claves de su subversión.
Y la forma es mucho más que una forma. Los que pugnan por un mundo nuevo frente a tan grandes enemigos, necesitan un nuevo lenguaje. Este no podía ser hallado en las Tablas de la Ley de un marxismo dogmático e indigesto que ni siquiera se hacía de la vista gorda ante la locura de cambiarlo todo; ni en el idioma seco y pobre de los cuadros, la ignorancia de la historia de las opresiones y las rebeldías, el cientificismo negado a la utopía y el autoritarismo perseguidor de iniciativas y de sueños. Las venas abiertas… se sumó a la corriente cultural de liberación abierta por la Revolución cubana y por la actividad múltiple de tantos latinoamericanos, dando el ejemplo de un libro de tesis que era a la vez una obra de arte. Su prosa cautivó a muchos miles que no tuvieron que ponerse solemnes para concientizarse, enseñó algo a todos y brindó optimismo a una legión de militantes que deseaban hermanar la belleza con la verdad. Sin hacer una sola concesión al mercantilismo, siempre visible el sentido rebelde de su denuncia, Las venas abiertas… logró ser un best seller a la vez que ayudaba a abrir espacios de libertad. Los dictadores del Sur también laurearon aquel libro, prohibiéndolo.
La obra no logra todo lo que se propone. ¿Quién lo logra? Eduardo sabía los límites sociales de su trabajo: la lucha por una cultura de liberación solo puede resolverse en el plano político, dirá a la prensa en Buenos Aires en aquellos días de fuego de 1973. Pero conoce también su alcance: «la literatura es un arma. Somos responsables del uso que hacemos de esa arma… Se puede hacer una literatura que nos ayude, a todos, a cambiar.»
En el exilio emprendió Galeano una obra que debía superar la reducción de la historia «a una sola dimensión», que él percibía en Las venas abiertas… Su «tentativa de conversar con América, y sobre todo con América Latina, como si ella fuera persona» se convirtió en una empresa descomunal. De allí salió su otro clásico, la trilogía Memoria del fuego, de maravillosa desmesura. Su divisa fue «revelar sus múltiples dimensiones y penetrar sus secretos». Siempre documentada, la narración encanta con prodigios y desnuda los huesos de los eventos, brinda mil pistas de otra historia a los historiadores y se mantiene férreamente unificada por la posición del autor, su apuesta por la lucha y la esperanza y su vocación de ser útil a los oprimidos, terca y tierna. Y todo eso a través de una lección de gran literatura.
Henos aquí, en la Cuba de 2009, con Las venas abiertas… y con Eduardo Galeano. Ambos han sobrevivido al ambiente de gesta de hace cuarenta años y a la época siguiente, de negación de las epopeyas, de la justicia social, de todo intento de cambio y hasta del pasado y el futuro. Y ahora se mueven ambos con soltura, joviales, en esta nueva situación propicia a la salvación del desastre, a los cambios de las personas y las sociedades, y al renacer de los sueños. Cuba también vivió una crisis muy dura, económica, social y de la conciencia, y ganó terreno aquí la cultura del capitalismo; pero unidos la gente y el poder lograron resistir el peor tiempo y salir adelante. Ahora el país pone en tensión extrema sus fuerzas y sus valores para resolver sus problemas y perfilar su estrategia, lograr que triunfe el socialismo dentro de la transición socialista, y al mismo tiempo cumplir con los deberes internacionalistas. Para esas tareas cuenta con la formidable acumulación cultural de un pueblo en revolución que se ha cambiado a sí mismo, y con la nueva época que comienza en Nuestra América.
Entiendo que es un gran acierto de Casa de las Américas reeditar Las venas abiertas… precisamente ahora. Un rasgo fundamental del trabajo intelectual comprometido es ir más allá del ámbito de la reproducción de las condiciones de existencia, es decir, de lo que parece posible, e inclusive incitar a su violentación. Es necesario brindar asideros intelectuales a los que deben pensar -porque es de vida o muerte que se piense-, y auspiciar la sabia intransigencia y la fecunda duda, que se tornarán creadoras. A todo eso contribuye hoy, sigue ayudando, Las venas abiertas…, con la ventaja de serle atractiva al que va a ejercitar la voluntad de leer, y de persuadir al lector, esto es, llamarlo a participar sin callarlo ni dominarlo, invitarlo a andar.
A Eduardo Galeano hay que agradecerle mucho esta eficiencia literaria de su obra militante. Comprendo al que una vez invocó al estilo nacional como disculpa con el viejo Quijano, por no haberle dado nunca las gracias: esa es otra de las similitudes entre uruguayos y cubanos. Entiendo aún más al que escribió: «Desconfiemos de los aplausos. A veces nos felicitan quienes nos consideran inocuos.» Admiro la sencillez del que en una ocasión dijo de sí: «pinto escribiendo, por falta de talento para pintar pintando», y la grandeza del que acaba de decir: «yo no conozco dicha más alta que la alegría de reconocerme en los demás. Quizá esa es, para mí, la única inmortalidad digna de fe.» Y confieso que no estuvo mal aquello de verse a sí mismo una cara de cónsul sueco en Honduras. Pero no puedo evitar un suave orgullo al leer su prosa de ayer y de hoy, registrar la luz nueva que posee esta obra maestra escrita a los treinta años de edad, y la madurez que ha ganado el gran escritor.
Las venas abiertas … fue también un regalo suyo para los cubanos, como lo fue su Memoria del fuego, publicada por Casa en 1990. Bienvenido sea otra vez Eduardo Galeano aquí, en su casa grande, la de los cubanos, que es suya. La casa en la cual seguimos peleando por la justicia y la belleza repartidas, para todos, como hace él en su mundo, el mundo.
La Habana, agosto de 2009
Fuente: http://www.lajiribilla.co.cu/2012/n559_01/559_25.html