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Las venas del futuro

Fuentes: Rebelión

El capitalismo, a través de la globalización, se ha extendido a escala planetaria, hasta llegar a fundirse con La Realidad. Nos han expropiado los sentidos. No tenemos ojos, ni oídos, ni olfato, ni tacto, para reconocer lo que hay más allá o más acá del capitalismo. De manera que ningún discurso, ningún proyecto, ningún sueño, ningún amor y sobre todo ningún deseo, puede producirse por fuerza de él. Y no se trata sólo de lo que pueda pasar dentro de sus límites, sino también lo que ocurre por fuera de él. Porque el problema, el gran problema de este animal que todo lo fagocita, es que ya no tiene afuera, lo cual lo torna casi indestructible. Hay pensadores que a esta situación le dan el nombre de «desbocamiento del capital». La condición del capital es su indeterminación, su inacabamiento.

Una de las operaciones que a lo largo del tiempo se produjeron sobre nuestros cuerpos es la separación -en parte a través del análisis- de nuestros sentidos. Por un lado la vista, por otro el oído, por otro el tacto, por otro el olfato, por otro el sabor. Lo cual ha generado una atrofia sensorial. Habría que pensar si los sentidos no podrían funcionar de manera sinérgica, transformándose uno al otro, e incluso confundiéndose entre sí. Es lo que puede ocurrir cuando tenemos una relación de interioridad con el mundo que percibimos. Ocurre con los sentidos pero también con el intelecto, la memoria, o la creatividad. Todos parecen funcionar con una autonomía que les quita su riqueza o potencia. Y, para colmo, nos encontramos con una civilización que tiene que constatar todo a través de esos sentidos para considerarlo real.

Allí donde el régimen pone su luz, visibilizando un pedazo de vida que antes estaba oculta, ese territorio termina desertificándose. Hay que buscar territorios inexplorados. Espacios oscuros y anónimos que el régimen aún no haya iluminado. Espacios en los que la industria publicitaria no haya llegado todavía. Y puede ocurrir que cuando llegue, nosotros ya no estemos allí. Hay que huir del mercado -en la medida que el mercado marchita las flores que descubrimos- a fundar vida en un nuevo jardín.

Ya no se trata de una lucha emancipatoria. Se trata de algo mucho menos pretencioso. Tenemos que salir del limbo, afirmar la vida en medio de la muerte. Necesitamos un mínimo de oxígeno para poder respirar, un grito que sacuda a la realidad. ¿Dónde están los enemigos? ¿Dónde estamos nosotros? ¿Cuál es el campo de batalla? Ya no tenemos referentes. Hay quienes ya no buscan un futuro, atormentados por un pasado que sacude su presente. Nos han arrancado como una flor del jardín de nuestra vida y nos han plantado demasiado lejos. Necesitamos agua, al menos un poco de agua. Sabemos que no vamos a hacer la revolución, aunque tal vez de tanto cavar podamos encontrarla soterrada bajo los escombros. Pero por ahora estamos demasiado ocupados en poder sobrevivir. Fuimos cuerpos que ardían al desear. Incendios que los camiones hidrantes del enemigo no podían apagar. ¿Y qué somos ahora? Zombis deambulando como hormigas por un supermercado.

Sólo nos hacemos una pregunta: ¿hay salida? No lo sabemos. Los finales son tan abiertos como los principios. Por lo demás, cualquier apuesta política debe partir del propio cuerpo (del síntoma) que es el que siente la opresión. Tal vez si hay algo que puede llegar a devolvernos la vida que perdimos, y a la vez ser disruptivo para un régimen político, es el deseo. Ha sido en la historia el terror de todo régimen social: el deseo que fluye por todas partes (el fantasma del diluvio) que no se puede detener ni fijar a través de la identificación, porque va más allá que cualquier identificación. El deseo que desborda y no sedimenta, que como el agua rodea a la piedra horadándola -los elementos sólidos del régimen- el deseo que constituye lo innombrable, ese deseo que no tiene objeto fijo, con lo cual es imposible de satisfacer (consumar-consumir). Aunque aquí tenemos un problema. El capitalismo ha podido con él, porque está constituido también por flujos y sabe conjugarlos (flujos de campesinos que llegaban a las ciudades, flujo de dinero, etc, etc). Por lo tanto, tal vez el desafío sea fundar otras fábricas de producción deseante. Y si el capitalismo se ha hecho uno con la realidad, hundirse en ella como una flecha venenosa para agujerearla.

Hemos perdido muchas cosas. Hay formidables máquinas de semiotización que codifican el orden social, en contra de los procesos de singularización de ciertos grupos que quieren sustraerse a esa lógica de estandarización. Ya no contamos con un lenguaje común (lo cual es necesario para cualquier insurrección semiótico-política), un territorio compartido, un horizonte colectivo. La maquinaria de producción de sentido del régimen nos ha convencido de que somos individuos, responsables de la vida que escogemos (incluso de nuestros fracasos, de nuestro vacío, de nuestros miedos).

El actor básico que motoriza este régimen es el individuo precarizado, destruido. Los bombardeos de la industria publicitaria y la sociedad de consumo han creado una crisis de sentido sin precedentes. Las enfermedades de la época son enfermedades del vacío: depresión, pánico, bulimia y anorexia. Enfermedades de un sujeto estallado, sin referentes.

Necesitamos crear una nueva sociabilidad, ver al otro , salir de nosotros mismos. Pero al intentarlo ingresamos en grupos que se cierran sobre sí mimos. Comunidades que se juntan porque todos son iguales, conjurando la diferencia. Grupos de narcóticos o alcohólicos anónimos, de auto-ayuda, de depresivos o bulímicos. Comunidades de vecindad (los countries), comunidades virtuales.

Tenemos que reconocer y soportar nuestra condición: nunca nada volverá a ser seguro. Ni la victoria ni los fracasos, ni el futuro ni el presente. Nunca nada volverá a tener motivos. La Razón y las razones han estallado. El capitalismo ha impuesto su ley: la esquizofrenia. Pero es ese a la vez uno de los territorios para emprender la contraofensiva. Sólo hay que radicalizarla hasta tornarla insoportable, indomable, inasimilable para el régimen. El arte es uno de esos territorios. La escritura. Líneas de fuga que no puedan canalizarse. Perversiones políticas que no puedan sublimarse. Necesitamos concebir el escritor, el pintor, el escultor del futuro. Atacar desde todos los sitios y rincones de la vida social. Cada cual desde su herida, dispuesto a hacérsela pagar al régimen. Tal vez algún día esa sangre desemboque en una gran herida colectiva. Y el capital carezca de venas para canalizarla.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.