De repente el tenso silencio de la noche fue atravesado hasta el alma por un grito desgarrador, y otro y otro más. Nadie habló, nadie dijo nada, nadie se movió, simplemente esperamos sobrecogidos en medio de la abrumadora oscuridad que a aquella niña no la siguieran torturando. Y siguieron los hijos de puta, entonces apretamos […]
De repente el tenso silencio de la noche fue atravesado hasta el alma por un grito desgarrador, y otro y otro más. Nadie habló, nadie dijo nada, nadie se movió, simplemente esperamos sobrecogidos en medio de la abrumadora oscuridad que a aquella niña no la siguieran torturando. Y siguieron los hijos de puta, entonces apretamos los puños y los dientes ante la impotencia de no poder hacer nada por ella, sumidos en nuestro propio dolor. Amarrados, vendados y torturados hasta el cansancio, solo podíamos entregar nuestra silente solidaridad a la niña de ojos claros que pedía a gritos que la mataran, pero que por favor no la violaran más. Porque los cobardes militares chilenos no solo torturaron, asesinaron y desaparecieron a millares de hombres y mujeres, sino que también lo hicieron con niños, inocentes victimas de una guerra declarada por las fuerzas armadas contra su propio pueblo. Sin embargo, la inmensa mayoría de estos niños no fueron considerados en el «Informe sobre Prisió n Política y Tortura» publicado a fines del año pasado. Por lo mismo, un grupo de ex menores se ha organizado para demandar del Estado que la Comisión Valech, responsable del Informe, considere sus casos, pues, como señala Ana Cortez, de la «Agrupación de ex Menores de Edad Víctimas de Prisión Política y Tortura», «la Comisión no tuvo una línea de investigación clara hacia quienes sufrimos este tipo de vejámenes, hay importantes omisiones en su trabajo, porque son muchos los que fueron víctimas de tortura intrauterina, personas que nacieron en prisión; personas cuya gestación se debe a las reiteradas violaciones de sus madres en regimientos y centros de tortura; personas que fueron secuestradas para que sus padres se entregaran a los organismos de represión; personas que fueron secuestradas y detenidas en comisarías, hogares de menores o cárceles y personas que permanecieron secuestradas en sus propios hogares convertidos en ratoneras». Es que durante la dictadur a el país entero se transformó en un campo de concentración donde se enseñorearon el miedo, la incertidumbre y la violencia que afectó a los niños y niñas de Chile incluso antes de nacer. Es el caso de Takuri Tricot cuya madre fue detenida por la Central Nacional de Informaciones CNI en 1987 cuando tenía cinco meses de embarazo. «Fue detenida- señala Takuri – en la casa donde vivía, que se transformó en una ratonera esperando a mi padre; los agentes de la CNI destruyeron y se robaron lo poco que había, golpeando a un niño de solo 7 años, nieto de la dueña de casa. Luego mi madre fue llevada al Cuartel General de Investigaciones donde permaneció dos días en un calabozo, sin luz, sin ventanas, sin comida. De ahí fue trasladada a la Cárcel de Hombres de San Miguel donde sufrió síntomas de pérdida y, por supuesto, no recibió atención médica alguna. Producto de lo sucedido, nací con una parálisis cerebral leve e hipertonía, que es un problema de tonicidad muscular, además de tor tícolis; estuve dos años en un doloroso tratamiento y, afortunadamente, gracias a esta terapia, en la actualidad he logrado superar los principales problemas, porque si no hubiese tenido serias dificultades motrices y de desarrollo intelectual. Ni en el vientre materno respetaban la vida los miliatres».
REPRESIÓN A TODA LA FAMILIA
Ambos padres de Takuri fueron detenidos por la CNI, pues fue recurrente durante la época de dictadura que familias enteras fueran diezmadas por los aparatos represivos, tanto física como psicológicamente. Y, acorde a múltiples testimonios, esta planificada y sistemática orgía de terror no se circunscribió a los primeros años post golpe como algunos plantean, sino que se verificó hasta el último día de la dictadura. De hecho, en las postrimerías del régimen de Pinochet en 1987, Tania Salas, una pequeña de tan solo cinco años de edad fue, al igual que su hermano de diez años, víctima de la violencia militar. Ella recuerda solo retazos de lo sucedido y ha debido reconstruir los eventos de aquella tarde de otoño con ayuda de su familia, todos los cuales, también, fueron víctimas de la represión, porque ese día la CNI llegó «y se lanzó contra mis papás, y los agentes comenzaron a golpearlos brutalmente, también a mi hermano. A él y a mí nos golpearon con un bate y a varillazos , todo esto dentro de la casa de madera que era nuestro modesto hogar. Yo era dependiente de varios medicamentos, los cuales destrozaron frente a mis ojos, lo que me produjo una angustia tremenda, miedo e inseguridad la que aun persiste y que se ha manifestado en mis dificultades de aprendizaje y una hiper- dependencia de mis papás. Yo no entendía nada, pero el miedo era muy grande. Todo esto no lo recordaba muy bien, pero los vecinos, mis tíos y tías, me ayudaron a recordar. Pero sí recuerdo que fue mucho el tiempo que los de la CNI estuvieron dentro de la casa, después llevaron a mi papá hacia la parte de afuera en donde estaba el baño, le envolvieron la cabeza con ropa y le hicieron un simulacro de fusilamiento. A mis padres los seguían golpeando y mi hermano casi no podía hablar con los golpes, los varillazos y otras cosas que le hacían entre insultos y amenazas de muerte. Luis Salas, hermano de Tania, refrenda lo señalado manifestando que «nos golpearon a todos, además que se toparon dos grupos y discutieron y pelearon entre ellos, ofreciéndose balazos. Por eso la situación era muy tensa, a mí me tiraban del pelo y me preguntaban dónde había cosas enterradas, a mi papá le quebraron tres costillas». Pero la crueldad de los agentes represivos se extendió también a otros miembros de la familia, puesto que en un momento en la casa contigua, donde residía la abuela materna, niños de tres, cuatro años y apenas un mes de vida, «fueron retenidos en una pieza, desnudados, golpeados y amenazados de muerte. La casa de mi abuelita fue allanada, destruida. A las guaguas mis tías no las pudieron alimentar, ni mudar, ni abrigar.» El secuestro de la familia es un método aplicado por los organismos represivos para detener y aterrorizar a opositores y, en este caso, «un grupo de civiles armados se quedó en las dos casas mientras otros se llevaron a mi mamá y papá. Esos hombres siguieron golpeando a mis tíos, tías, primos y a mi abuelita. Las guaguas ll oraban mucho y eso desesperaba a todos; fue espantoso, porque ni los vecinos se salvaron de allanamientos y golpes, sostiene Tania». Claro, porque en el país nadie estaba a salvo de las atrocidades cometidas por los militares, ni siquiera los menores, que en la inocencia de su corta edad, fueron testigos directos de la violencia hacia sus padres o víctimas ellos mismos de la crueldad de los uniformados. Tal es el caso de Alvaro Reyes, actualmente profesor de Educación Física y quien señala haber sido detenido en 1984 cuando tenía tan solo «12 años y mi hermano Gabriel tenía 5 años. En julio de ese año la Central Nacional de Informaciones realizó un operativo en el sector de Macul con muchos agentes y con seudo periodistas de las filas de ese organismo represivo. Fue un verdadero saqueo, se robaron todo lo de valor que encontraron, además de intimidar y maltratar a todos los que vivíamos ahí. En esa ocasión detuvieron a toda mi familia y a mí y a mi hermano nos llevaron a un hogar de menores controlado por Carabineros desde donde posteriormente fuimos rescatados por familiares. Mi padre y mi madre fueron incomunicados y mantenidos en un recinto de torturas. Después de mucho tiempo nuestros padres, y en especial mi madre, lograron contarnos algo de su macabra experiencia. Sabíamos del traumático momento, pero no preguntábamos nada».
¿POR QUÉ NO APARECEMOS EN NINGUNA PARTE?
El hecho de no haber preguntado nada en ese momento no es equivalente al olvido, por el contrario, aunque es habitual que los niños recuerden pocos detalles de lo acaecido, ello no oblitera el trauma, los miedos, la angustia. Por lo mismo, la Agrupación de Ex Menores está realizando una labor, no solo de denuncia y demanda hacia el Estado para que se les reconsidere como víctimas, sino que también de reconstrucción de la memoria histórica. Es en este contexto que una interrogante recurrente es, como indica Alvaro, «¿Por qué no aparecemos en ninguna parte? ¿Por qué no aparecemos en ninguna parte como detenidos? ¿Quién se preocupa de nosotros? Nos tuvimos que cambiar de ciudad y mucha gente se alejó de nosotros, porque, según ellos, nuestra situación les podía afectar». Es la misma pregunta que se hace Javiera Herrera, quien tenía tan solo tres años cuando, en 1984, la CNI allanó su casa en el sector de El Recodo en Concepción en un operativo en la ciudad que culminó con el a sesinato de su padre. Javiera, al igual que muchos de los niños victimas de la violencia, no recuerda todo lo sucedido y ha debido ir reconstruyendo su historia personal a partir de fragmentos y relatos de familiares, pero sí recuerda haber llegado a su casa «en un transporte escolar y que me trasladaron a un lugar que, según supe después, era el Hogar Nº 2 de Carabineros donde un tío doctor me encontró días después. ¿Por qué fuimos sometidos a estos vejámenes? se pregunta Javiera, y la respuesta ha de hallarse en la inhumanidad de la dictadura, así de simple y así de terrible. Porque, aunque resulta casi increíble, las fuerzas armadas no trepidaron en torturar y asesinar a niños, tampoco en utilizarlos como rehenes para detener a sus padres o familiares. Al menos 80 niños de 15 años o menos murieron como consecuencia de la represión y casi 700 niños quedaron huérfanos cuando sus padres fueron detenidos y desaparecidos. Esto, sin considerar los miles de niños que sufrieron e l exilio y, por cierto, la generalizada represión dictatorial. Sin embargo, para muchos de estos niños aún continúa el drama de vivir o revivir el pasado y algunos, como es el caso de Luis Salas, debieron sufrir la ignominia de hacer el servicio militar. Luis rememora que hace algunos años «tuve que presentarme en San Bernardo y de ahí me mandaron al sur a Coyhaique y a Puerto Natales. Todos los días, especialmente en las madrugadas, me llevaban a la Sección 2 de Inteligencia. Una vez me mostraron fotos de los fugados de la cárcel. Me obligaron a trabajar con un suboficial que me contaba que era gurka, que había matado a muchos comunistas. No fue fácil todo eso». Tampoco es fácil aceptar que a los niños de ayer se les nieguen sus derechos y, por lo mismo, sostiene Salas, «el gobierno tiene la obligación moral de reconocernos, la Democracia de hoy se debe a nuestros padres. El mayor peso se lo llevaron nuestros padres, nuestras familias, los desaparecidos, los torturados». Po r todo ello, afirma Takuri Tricot, «nosotros luchamos como Agrupación y como personas para que se haga justicia en Chile y porque somos parte de la historia. Que todos los culpables paguen los crímenes cometidos contra niños y niñas inocentes».
* Tito Tricot es Sociólogo y Director del Centro de Estudios Interculturales ILWEN