La primera semana de este año los principales noticieros del país difundieron un video grabado el 4 de enero donde se veía a cinco indígenas que discutían con soldados en Miraflores, una finca cañera de Corinto, Cauca. En el fragmento que reprodujo la televisión se aprecia cuando un muchacho coloca su machete a la altura […]
La primera semana de este año los principales noticieros del país difundieron un video grabado el 4 de enero donde se veía a cinco indígenas que discutían con soldados en Miraflores, una finca cañera de Corinto, Cauca. En el fragmento que reprodujo la televisión se aprecia cuando un muchacho coloca su machete a la altura del cuello de uno de los uniformados, no obstante, ni lo golpea, ni lo hiere. La escena parece más de forcejeo que de ataque, pero fue suficiente vaciar las imágenes de contexto para que desataran una cascada de insultos racistas en las redes acusando a los salvajes «indios robatierras» de agredir sin motivo unos pacíficos soldados que sólo cumplían la misión constitucional de protegerlos. Lucía ⃰, una estudiante de una universidad bogotana que a esa hora descansaba con los demás indígenas en García Arriba, otra finca vecina, escuchó el llamado pidiendo apoyo. Cuando ella y una decena de compañeros llegaron corriendo ya los militares habían destruido unas cercas y cuatro indígenas les reclamaban disgustados. Lucía portaba una cámara de video, aunque no tenía batería hizo el amague de filmar para que los soldados se previnieran. Justo en ese momento oyó la primera detonación y sintió la bala rozándole la cabeza. Después siguieron más tiros de fusil y los indígenas corrieron a ocultarse entre una quebrada o por los cañaduzales, ninguno resultó herido pero algunos quedaron con salpicaduras de barro que, según Lucía, se producen cuando las balas pegan cerca. Nada de esto salió en televisión.
¿A quién pertenecen aquellas tierras? ¿Quiénes son estos indígenas? ¿Por qué militares con armamento pesado andan celando y patrullando fincas privadas? Colombia Plural viajó a Corinto para conversar con los miembros del pueblo Nasa que iniciaron hace cuatro años el proceso de Liberación de la Madre Tierra, uno de los conflictos no resueltos en la región que a la fecha ha dejado varios muertos y centenares de heridos.
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Entre 2014 y 2015, durante grandes mingas convocadas la Asociación de Cabildos del Norte del Cauca, los Nasa ocuparon ocho fincas en la zona plana de los municipios de Corinto y Caloto; a este proceso, que es relativamente autónomo e independiente del Concejo Regional Indígena y de la Asociación de Cabildos de Norte, lo llamaron la «Liberación de la Madre Tierra«. La respuesta siempre ha sido multitudinaria, en algunas de estas mingas han participado hasta ochocientos comuneros. Los nativos aducen el incumplimiento del Estado con una infinidad de acuerdos pactados antes, entre los que se cuenta el reclamo constante de tierras para las comunidades, arrinconadas en la cordillera sobre terrenos agotados, llenos de peñascos y poco productivos. Según cálculos de la Asociación de Cabildos sólo en la zona norte que comprende los municipios de Corinto, Miranda, Caloto, Toribío y Santander de Quilichao, los Nasa necesitarían 45.000 hectáreas para repartir entre las familias que ya no caben en los resguardos.
Los ocho predios que los indígenas ocuparon suman una extensión de casi 2.800 hectáreas y pertenecen a familias poderosas de Cauca y El Valle. La Emperatriz es una de esas fincas. Allí los paramilitares aliados con ganaderos y miembros de la Fuerza Pública se reunieron a planear la matanza del Nilo, ocurrida en los años 90 contra la comunidad Nasa. La Emperatriz ha sido ocupada antes por los indígenas en 2005, 2006, 2009 y 2011, pues la reclaman como parte de la reparación colectiva que debe darles el Estado, condenado en una Corte Internacional por aquel crimen. Las tres fincas más cercanas a Corinto eran alquiladas al Ingenio del Cauca para cultivos de caña que se destinan a la producción de alcohol carburante. Estas propiedades colindantes entre sí son García Arriba, Miraflores y Quebradaseca, componen una amplia extensión llana entre los ríos Paila y Güengüé, donde abundan las quebradas, los guaduales y pequeños bosques que llegan casi hasta las calles del pueblo. Una tierra hermosa, plana, rica y fértil, destinada a producir combustibles. Una tierra para alimentar automóviles.
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«En 2005 La Emperatriz ni siquiera estaba en caña, eran potreros, piña, guanábana. De acá salían camionados de guanábana. En 2007 empezaron a arar y a nivelar para meter caña. En 2015 ya entramos definitivamente con la condición de que los mismos liberadores íbamos a negociar la finca, ya no era ni la Asociación, ni el Cabildo, sino los propios liberadores, claro que acompañados por la autoridad. Poco a poco se ha vinculado gente, al principio éramos cinco, diez, luego quince… Fueron cuatro meses de confrontación allá en la hacienda todos los días peleando. Aquí tuvimos 139 compañeros heridos y dos compañeros que fallecieron dentro de la finca por causa del ESMAD y la Policía que les disparó con un revolver, el primero fue Lorenzo Largo en 2005, el otro Guillermo Pavé, el 11 de abril de 2016. Al ESMAD ya no le hacemos caso, ellos echan gases y recalzadas pero nosotros les hemos respondido, por ejemplo no le hacemos caso al gas, anteriormente echaban y todo mundo al pierde, ahora jugamos con ellos. A ellos mismos los dominamos, a veces los hemos arriado hasta la hacienda. Acá siempre hemos utilizado la cauchera, el machete, las ondas. La comunidad ha acompañado mucho cuando baja la Policía, de aquí ya no nos sacan como nos sacaban antes. La verdad es que cuando uno no está acostumbrado esto es cansón, desmotiva, desanima. A mí me quemaron el cambuche con toda la ropa y las cosas, pero yo me puse a pensar: ya tenemos dos compañeros muertos, hay 139 compañeros heridos, 9 graves, me dije si nosotros nos vamos ellos van a quedar reídos… Y así nos fuimos quedando. Cuando recién entramos fueron los tiempos más duros: sacar compañeros heridos, dormir mojados, sin comer, amanecíamos escondidos en medio de la Policía y el Ejército, a veces les pegaban esas correteadas a los compañeros y nos tocaba salir. Estábamos aburridos pero la gente bajaba un rato y nos animaba, así fuimos cogiendo valor, luego dijimos que teníamos que sembrar, no quedarnos quietos esperando. Ya hemos cosechado y comido envueltos, mote, de todo lo que se pudo hacer. El año pasado entramos al Japio, también hay otro compañero que dio la vida allí. Sembramos maíz, fríjol, yuca, zapayo, de allá se trae para acá a cocinar. O sea que la liberación ya da los frutos para nosotros mismos sostenernos. Yo estuve en el Nilo cinco meses. Pero el tiempo más largo que he estado así fue aquí, desde el cinco de marzo de 2015 que se inició. No conocí mucho de mi padre ni de mi madre porque soy huérfano. Gracias al Padre Álvaro Ulcué Chocué empecé a capacitarme en Toribío y me ha gustado mucho este proceso, sin tener papá ni mamá con todo el consejo que me brindaron los mayores he ido conociendo. Nuestros mayores siempre contaban esas historias de las luchas, de cuando ellos fueron encarcelados. Siempre mi sueño fue ese, yo pensaba «cuando será que yo tengo que aprender como ellos de las recuperaciones de tierra». Y llegó el momento».
Chepe, liberador de La Emperatriz, Caloto.
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La respuesta del Estado ante la presión de las comunidades ha sido militar. La de los empresarios, paramilitar. Álvaro Saa, el propietario de la finca García Arriba, a quien los indígenas llaman El Mono, pues lo conocen personalmente porque muchas veces llegó en su camioneta a hacerles tiros y a insultarlos, usaba como estrategia dotar de pistolas y armas de fogueo a sus trabajadores. Estos entraban con la Policía y el Ejército durante los operativos de desalojo, disparaban contra los comuneros, los hostigaban, a veces aparecían de noche en las finca, hasta que en uno de los enfrentamientos los indígenas hirieron a varios y los desarmaron. En otra ocasión, seis empleados del Ingenio del Cauca dispararon contra la comunidad y asesinaron a Javier Oteca en la finca Quebradaseca. Los comuneros lograron capturarlos y los mantuvieron retenidos la última semana de marzo de 2017 con el propósito de aplicarles la justicia propia. El Ingenio, en lugar de reconocer que sus empleados dispararon contra la comunidad, denunció a los indígenas por secuestro. Tras una negociación los empleados fueron entregaron a las autoridades.
Sólo en La Emperatriz se contabilizan más de 300 grandes operativos de desalojo, hasta mil quinientos Policías antidisturbios han llegado, a veces con helicópteros artillados y tanques, a veces con avionetas fumigando para dañar las siembras de los nativos, a veces con tractores que arrasan todo. Durante cuatro años esta ha sido una pelea de machetes contra fusiles, de caucheras contra tanques, de piedras contra helicópteros. Los indígenas entran, cortan la caña, siembran alimentos. Luego la Policía llega y arrasa. Los indígenas vuelven a entrar, levantan ranchos, luego el Ejército los quema. Esto se ha repetido una y dos y diez y cien veces. «Estas tierras se ganan es así, aburriéndolos. A ver quién se aburre primero, si ellos o nosotros», dice uno de los comuneros. Con tanta plata que el gobierno se ha gastado durante todos estos años en operativos fallidos de desalojo habría podido comprar las fincas para entregarlas a la comunidad, pero el problema no es económico sino político: si el Estado y los poderosos empresarios de la caña pierden este pulso se instalará un precedente para muchas comunidades sin tierra en el país. Los afros, los campesinos y otros pueblos originarios que han sido históricamente despojados de sus territorios podrán emprender luchas similares.
«Para nosotros es una medida de fuerza. Ser capaces de cosecharles, de resistir», explica Mario, que lleva dos décadas trabajando con las comunidades en Corinto y Toribío, y es uno de los acompañantes del proceso. Mario advierte que un sector del movimiento indígena no ve con buenos ojos la liberación, allí hay dirigentes acomodados, que renunciaron a la lucha pues viven de negociar prebendas y migajas con el Estado. Antes los líderes movilizaban la gente, bloqueaban la carretera panamericana una semana y firmaban acuerdos con el Gobierno que casi nunca se cumplían, pero aquel modelo de lucha entró en crisis porque la gente ya no cree que sirva para algo. Los ocupantes de las fincas, que se denominan a sí mismos «liberadores», no quieren ni proyectos, ni plata, sino las tierras. «A esto se le va a invertir plata como un verraco, pero en la lógica del desarrollo, de asociarse con los grandes empresarios», prosigue Mario. «El Estado nos ha ofrecido que si desocupamos las fincas ellos invierten mucho dinero en proyectos productivos en las tierras que ya teníamos, pero no podemos aceptar eso, sería renunciar al segundo punto del programa del CRIC que es ampliar nuestros resguardos».
El Ingenio del Cauca aseguró que nada más durante 2017 había perdido más de 19.000 millones de pesos por la caña que los liberadores tumbaron en las fincas. A un lado del pulso, el poderoso aparato militar defiende a Carlos Ardila Lulle, dueño del Ingenio y uno de los hombres más ricos del país, mientras del otro bando las comunidades trabajan la tierra empuñando barretones viejos y se protegen de la Policía con caucheras y machetes.
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«En una asamblea nos dijeron que iba a haber liberación y como yo no tengo tierra dije: ‘pues voy a ver’, donde vive mi papá son cinco plazas para varios hermanos y es pura peña. Al principio se veía muy bonito, muy fácil. A nosotros nos ha tocado todos los días, pero a punta de tiros cuando ellos llegaban disparando no más. Ahí fue que nos dijeron que la liberación demoraba cincuenta o cien años. Es mejor lento pero seguro. Donde yo siembro es el maicito, ese que está allá, porque por ahora nosotros no sabemos dónde nos toca cuando se reparta. El Mono, el dueño de la finca, venía a alegar con nosotros, a insultarnos. Ya hace un año que no viene. Nosotros le dijimos: ‘Oferte la finca, porque de acá no salimos’ y él dijo que a ningún hijueputa indígena le dejaba ni un metro de tierra, así mismo dijo. Yo de acá no me voy, pase lo que pase de acá no me voy. Es que me cansé de andar de jornal en jornal, uno se sacrifica haciendo hueco de café, de plátano, de coca, y no ve nada de eso para uno».
Liberadora de García Arriba, Corinto.
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Tras los hechos del 4 de enero, el Gobierno anunció acciones contundentes contra los indígenas, lo que se tradujo en procesos judiciales en curso contra cuatro comuneros, acusados de agresión a servidor público y daño en bien ajeno pues también les imputan la destrucción de un tractor del Ingenio, que resultó quemado durante alguna de las cientos de batallas campales ocurridas en estas fincas.
Ahora los nativos se cuidan de salir al pueblo, saben que están en la mira de las autoridades porque ya hay órdenes de captura contra ellos. «La ventaja es que un indio se parece mucho a otro indio«, comenta uno mientras los demás sueltan la carcajada. El primero de ellos, Jairo Cruz, ya fue capturado. La Policía también detuvo a Edwin Mauricio Rojas, un campesino que tuvo la mala fortuna de andar cerca a los disturbios pastoreando unas vacas. A pesar de que tanto los indígenas como las autoridades locales por una vez han estado de acuerdo y ambos han hecho pronunciamientos negando cualquier relación de Edwin Mauricio con el conflicto, hasta mediados de enero el campesino seguía preso.
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«A las seis de la mañana tocaba andar parado porque ya el ESMAD estaba por ahí. No hemos aflojado, nos hemos hecho respetar. Ya después venían y les daba mucho miedo meterse acá. Se instalaban por allá abajo a la orilla de la carretera, y nosotros con ganas de pelear y ellos decían «trabajen tranquilos que no le vamos a meter, vamos a tirar gases por ese cañal antes de irnos, pero con ustedes no vamos a pelear». Acá ha habido más de 170 lisiados, a uno le pegaron tres tiros aquí en la pierna, se lo llevaron, ese día echaron gas azul y de ese gas pimienta, tampoco no lo pudimos rescatar y se lo llevaron».
Liberador de García Arriba, Corinto.
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«Corinto: un municipio impulsado por caña«, se lee sobre un aviso enorme que el Ingenio del Cauca mandó instalar a las afueras del pueblo, cerca del cementerio. El conflicto, que en principio era entre indígenas y terratenientes, alcanzó un tinte mayor cuando los empresarios enfrentaron a sus empleados contra los nativos. Muchos mestizos de la zona son corteros de caña, su trabajo, aunque precario y mal pago, depende de la oferta que brinda el Ingenio, por eso en el pueblo es común encontrar vecinos que se oponen a la liberación argumentando que los indígenas son perezosos, ladrones de tierras, o que ya tienen suficiente con las poco más de 600 hectáreas de resguardo que hay en Corinto.
Eduard García, alcalde de la población, cuenta sin reparos que fue electo con más de siete mil votos en oposición a los indígenas. «Yo públicamente he dicho que no quiero que esas tierras se las entreguen para resguardo. Nuestra zona plana es muy poca y es la que puede tener un desarrollo agrícola, industrial, de servicios, inclusive turístico, ahí hemos querido montar un relleno sanitario regional y no lo hemos podido hacer», asegura el mandatario, quien reconoce que desde su administración tienen intereses sobre aquellos terrenos, donde dice que podrían generarse grandes proyectos en alianza con los empresarios, pero las comunidades son un obstáculo para ello. Entre su postura y la de los nativos se atraviesan dos modelos antagónicos y contrapuestos. «Puede ser que en el pasado hubiera indígenas» prosigue el alcalde, «¿Pero qué indígenas? ¿Vivieron los paéces allí? Estamos en un Estado social de derecho donde todo se fundamenta con normas, entonces si usted tiene un título de propiedad es muy duro que vengan otros a quitarle la tierra diciendo que eso fue de sus ancestros».
Las comunidades en cambio argumentan que la propiedad privada de estos terrenos se fundamenta en un despojo que arranca desde la conquista. Para ellos, ocupar las fincas supone mucho más que conseguir un lote donde sembrar: el sentido profundo de la liberación, dicen, significa devolverle la vida a la tierra enferma por un sistema económico que conduce al colapso. Los nativos ven con alegría como estas fincas antes erosionadas por la caña y los pesticidas ahora están llenas de insectos, de ardillas que se comen el maíz, de pájaros que hacen algarabía. Cuando pregunté si todos los que participaban en las mingas pertenecían al pueblo Nasa, Mario me contestó lo siguiente: «Usted es nasa. Todos los seres lo son. El gusanito que camina por ahí es nasa, la abejita también».
En La Emperatriz vieron por fin, después de todos estos años, una culebra verde. Según la cosmovisión de los indígenas la culebra verde es la guardiana de los ojos de agua. Aquella anécdota, que podría parecer trivial, para ellos es una victoria inmensa.
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«¿Ustedes son del eje cafetero? Mucha gente de acá de Corinto de Tacueyó, de Toribío, se van a coger café por allá. Hemos estado arriba pero ya bajamos otra vez. Fueron muchas arremetidas, ya he perdido hasta la cuenta, creo que cincuenta son poquito. No tengo un libro exacto donde haya ido anotando los desalojos. Al principio, en 2014, fue con tanques de guerra, helicópteros, tanques cascabel, fuerzas especiales… Después de eso estuvo la caballería, según eso era la única que podía combatirnos acá en Miraflores, era la esperanza de ellos. Luego la comunidad les dio dos caballos de baja y con eso los derrotamos. La primera semana hubo más de 150 heridos. Nos han tratado como si fuéramos actores armados. La semana pasada nos dañaron los alambrados, la seguridad del ingenio nos hizo tiros de escopeta y recalzados, y más abajo el Ejército nos atacó a pura ráfaga de fusil. Pero no es el único hostigamiento que nos han hecho, ha habido muchos tiros de fusil. Muchos de los rafagazos que nos han pegado no los pasan por televisión. Aquí la comunidad, el pueblo Nasa de Corinto, las comunidades del Norte del Cauca, todos dicen que no se van a cansar jamás. Los empresarios dicen que ellos no van a ofertar al gobierno porque la Agencia Nacional de Tierras no paga el precio legal que tienen las fincas, pero el precio que ellos le colocan es a ciegas, un precio loco. Los dueños tienen manipulado al gobierno porque si no es lo que ellos dicen no hay negocio, no hay nada. El pueblo Nasa ha dicho que no tiene afán de comprar ni de negociar. No vamos a hacer un negocio tonto, un negocio bobo. Si nos proponen que entregan todas las fincas que están tocadas en el Norte, y las que se van a tocar, entonces de pronto así se abre un camino para hablar, pero eso es cuando diga la zona Norte del Cauca, que es la que está metida en la liberación de la madre tierra. A ese paso vamos, no tenemos afán de negociar. Cuando negociemos esperamos que al menos por cien años no tengamos que estar en estos líos. Cansarnos, no. Nosotros vinimos a reclamar los terrenos que fueron de nuestros abuelos. Sabemos que por estas planadas abajo hay muchos abuelos enterrados, eso es lo que nos motiva, nos anima el espíritu para seguir luchando. No es tiempo de cansarse, es una tarea difícil y hay que hacerla. Ya la historia nos ha enseñado que hay que resistir para hacer realidad nuestros sueños».
Liberador de Miraflores, Corinto, judicializado tras los últimos hechos del 4 de enero.
⃰ Los nombres fueron omitidos y cambiados por seguridad de las fuentes.
Fuente: Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.