Mi nieta me pregunta qué es un lavado de cerebro, porque vio algo en la tele y creía que era lavarse el pelo. Me costó explicárselo, como me está costando ahora. Hacer un lavado de cerebro es meterle algo a alguien en la cabeza, pero el problema es saber si eso es posible y cómo […]
Mi nieta me pregunta qué es un lavado de cerebro, porque vio algo en la tele y creía que era lavarse el pelo. Me costó explicárselo, como me está costando ahora.
Hacer un lavado de cerebro es meterle algo a alguien en la cabeza, pero el problema es saber si eso es posible y cómo se hace. Claro que es posible, porque si uno escucha las mismas frases e ideas durante años y no hay nada que las contrarreste, termina creyéndolas. Esto está estudiado y se llama también lavado mental realizado por los medios de información sobre la población, el cual puede efectivamente tener a largo plazo el efecto de imponer el punto de vista de los medios sobre las personas. Lo mejor para evitarlo es utilizar varias fuentes dentro del posible espectro informativo, lo que no existía durante la dictadura.
En esa época mucha gente creyó que vivía bien, por lo menos al principio, porque la única información era la que daban los milicos; no había ni un diario, ni una radio ni una persona que pudiera rebatir. Porque además, la Democracia Cristiana, comenzando por sus dirigentes Eduardo Frei y Patricio Aylwin, apoyaba a la dictadura. Y Eduardo Frei dijo: «Los militares han salvado a Chile y a todos nosotros». Pero al final él no se salvó porque también lo mataron.
Hasta hoy subsiste ese lavado de cerebro, del cual se escaparon solamente las personas que estaban fuera de Chile y las que tenían una formación política muy seria y firme. Aunque también algunos que estaban afuera, cuando volvieron se aprovecharon de que el pueblo estaba amaestrado. Qué barbaridad: eso se llama felonía.
La Concertación continuó lavando cerebros al suprimir de a poco toda la prensa de oposición que hubo durante la dictadura. Porque una mente abierta al mundo requiere información y discusión. Mentes abiertas y críticas es lo que menos quería la Concertación, porque había llegado a acuerdos con la dictadura y cedido todo.
El lavado de cerebro también incluye el pesimismo. Mucha gente dice o piensa: «Aquí no se puede hacer nada», lo que es falso. Pero se lo han dicho durante 27 años: solo en la medida de lo posible. ¿No se dan cuenta que esa frasecita indica que en realidad nada importante es posible? Porque, naturalmente, no quieren hacer nada importante, no quieren herir los intereses de los poderosos, de las transnacionales, no quieren cambiar el modelo económico de la dictadura. El aborto no tiene nada que ver con el modelo económico, por eso se puede discutir ad nauseam.
Y hay políticos jóvenes que en lugar de analizar cómo hacer algo que valga la pena, por ejemplo qué hacer con el cobre o cómo democratizar a las fuerzas armadas, se ponen a disputar un cupo parlamentario. Y casi nos hacen morir de vergüenza ajena por el que mandó el correo y por el que lo difundió, por lo que se dijo y por lo que no se dijo.
Lo que hay que hacer es quitarles ese lavado de sesos a los chilenos. No se trata de ensuciarles la mollera, como podría parecer por el nombre, sino de quitarles las telarañas. Se trata de convencerlos de que sí se puede, y si otros han podido ¿por qué nosotros no?
¿Y cómo lo hacemos? Para comenzar respire profundo, relájese y piense que los cupos parlamentarios importan un pepino y que no vale la pena que usted gaste su tiempo y su energía en preocuparse de ese tema. Y a lo mejor el presidente de la República tampoco importa mucho, porque hasta ahora todos los candidatos son parecidos (menos una, la única que se atrevió a criticar a Salvador Allende) y van a hacer las cosas en la medida de lo posible, o sea no van a hacer nada. Mejor piense que los cambios revolucionarios hay que hacerlos de abajo hacia arriba y no de arriba hacia abajo. Forme cooperativas, uniones de vecinos, sindicatos. En suma, organícese, que no pasa nada si uno se organiza.
Y hágase un lavado de cerebro al revés usted mismo: piense que Chile es un país lindo, con gente inteligente y corajuda. Lo que hay que hacer es crear poder popular. Mucho se ha escrito sobre esto, pero ¿cómo? Es fácil decirlo, pero hay que explicar cómo se hace ¿verdad? De otro modo, estaríamos hablando sin decir nada serio. En otro artículo, porque aquí no cabe, les voy a contar las experiencias en otros países. Hay muchas, porque parece que tomarse la Bastilla, el Palacio de Invierno, hacer una huelga general o una guerrilla, son sistemas que ya no se usan, no sirven. Ahora la cosa es la creación de poder popular. Es complicado pero menos peligroso, porque los poderosos ni se dan cuenta. Que se cree una organización para defender la pérgola del barrio, o que las mujeres se organicen para estudiar, no les importa mucho, porque no entienden bien lo que es eso. No voy a poner ejemplos más complicados para no darle luz al gas. Entonces, cuando menos se lo piensan, ya el poder lo tiene el pueblo y ellos se quedaron con un palmo de narices.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 884, 15 de septiembre 2017.