He leído con extrañeza e indignación un reciente artículo, aparecido en el diario El Mundo, titulado “La patria constitucional nos necesita”, del que es autor Cesar Antonio Molina, ministro de cultura del PSOE durante la presidencia de José Luis Rodríguez Zapatero. Dicho artículo ha sido efusivamente elogiado, en un medio digital, por el académico Luis María Ansón.
Se trata de una delirante exaltación del reinado de Felipe VI, para lo cual el Sr. Molina no duda en lanzar una virulenta crítica contra el Presidente electo del Gobierno de coalición progresista, y líder del PSOE, Pedro Sánchez.
Lo acusa de traspasar sus obligaciones a las comunidades autónomas e irse de vacaciones tranquilamente mientras la gente, sus conciudadanos, incluso sus votantes y militantes, se siguen contagiando y muriéndose. Afirma, además, que es punible dicha actitud.
Esto, dicho por una persona pretendidamente socialista, no deja de ser una manifiesta falsedad además de una indecente maldad.
Más adelante añade:
“nuestro Presidente empuja y empuja al Estado hacia el abismo”, presidente al que tilda peyorativamente de “profeta”.
Por si fuese poco, arremete contra el Vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, tachándolo de prosoviético, y afea el nombramiento de la ministra Irene Montero con el machista argumento de ser pareja del citado Vicepresidente. Siguiendo en su línea de descalificaciones y despropósitos, acusa a su formación de socavar la democracia, argumentando que pretende copiar sistemas políticos criminales.
Y en un arrebato -posiblemente de pulsión anticomunista, muy propia de la ideología fascista- tilda al ministro Garzón de inicuo y tonto.
En la recta final, añade sin empacho alguno:
“Al Rey Felipe VI hay que devolverle su protagonismo raptado (sic). Un Rey intachable que ha sufrido situaciones familiares muy complejas y también políticas. Un Rey que reunió a los españoles ante la dispersión que pretendían algunos insurrectos. El Rey debe saber que no está solo.”
Concluye diciendo: “El bien común debe vencer la propia conveniencia ilegítima en estos momentos agónicos”. Aunque no aclara quién agoniza, ni a qué conveniencia ilegítima alude. Es de suponer que se refiere a la monarquía.
Por otro lado, en estos tiempos globales de confusión mediática y de engaño, se viene utilizando con gran profusión la palabra lealtad como arma de embellecimiento de nuevas formas de fascismo, e incluso de descalificación política de demócratas.
Entre los pretendidamente constitucionalistas están los monárquicos, cuya lealtad inquebrantable al fundador del régimen -Juan Carlos Borbón “el inviolable”, hoy prófugo de la justicia- no deja de sorprenderme. Lealtad inquebrantable manifestada también hoy a su hijo Felipe VI, encaramado a la jefatura del estado y de las fuerzas armadas, sin más legitimidad que la de ser hijo de su padre; patrimonio, pues, de la familia Borbón, que nos trata como si fuésemos siervos de una finca llamada Reino de España. Una herencia de su señor abuelo “el conde”; un “rey” que nunca llegó a reinar. Se trata, pues, de una lealtad medieval del siervo al señor, más perruna que racional.
Felipe Borbón, hijo del “inviolable”, también inviolable -es decir, impune frente a cualquier delito que haya cometido o pueda cometer, por muy graves que estos sean o puedan ser- es el referente actual de estos leales monárquicos que antes se hacían llamar juancarlistas y ahora pretenden pasar por demócratas y constitucionalistas.
Ambos Borbones, padre e hijo, reinan por la gracia de un general fascista, dictador y genocida, que instauró una nueva dinastía en la persona de Juan Carlos Borbón. Mientras tanto, el general que dirige la Fundación Francisco Franco, ex ayudante del inviolable, no duda en hacer fervientes elogios de la ayuda que Franco proporcionó a Alemania: unos 14.000 soldados integrados en la Wehrmacht (ejército alemán), tras prestar juramento de obediencia y lealtad al Führer Adolf Hitler.
Veamos lo que entiende por lealtad la Real Academia Española:
lealtad
1. f. Cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad y las del honor y hombría de bien.
2. f. Amor y fidelidad que muestran a su dueño algunos animales, como el perro y el caballo.
Frente a una definición tan machista y reaccionaria, los republicanos debemos oponer un concepto acorde con nuestros valores democráticos, cuyas raíces culturales arrancan de las ideas de la Ilustración, promovidas por la Revolución francesa del 14 de julio de 1789.
Para nosotros, republicanos, la lealtad política es la fidelidad a un principio, que no puede ser otro que la rectitud al servicio del pueblo. La soberanía popular solo puede ser encarnada por este, es decir por el pueblo, so pena de quedar secuestrada por los poderes corruptos impuestos manu militari por la dictadura.
Dicho de otro modo, ser demócrata implica respeto a la soberanía popular, una de cuyas expresiones más fidedignas en el pasado fue la Constitución española de 1931, aprobada el 9 de diciembre de 1931 por las Cortes Constituyentes, tras las elecciones generales españolas de 1931 que siguieron a la proclamación de la Segunda República.
Constitución de la II República derogada de facto por el Parlamento borbónico, que no se atrevió a hacerlo de forma explicita, pues hubiese sido un escandalo mayúsculo.
Hoy, la soberanía de las naciones históricas, pretendidamente integradas en el Estado autonómico español, solo pueden tener cabida en una Republica federal o confederal, a la que puedan federarse las diferentes patrias históricas, muy arraigadas en la cultura y el sentir de nuestros pueblos.
Es por ello urgente la abolición de la monarquía, corrupta e impopular, que constituye un serio obstáculo e impide el libre ejercicio de la Libertad y de la Justicia, tan falsamente proclamadas en la Constitución.
La monarquía -esta sí- es la que empuja y empuja al Estado hacia el abismo. Sin la proclamación de la República, seguida de un proceso constituyente en libertad, las contradicciones inherentes al régimen de la Transición nos llevarían de nuevo a un conflicto de consecuencias imprevisibles. El franquismo está inserto como un cáncer en las entrañas del Estado español, en forma de organizaciones criminales, y es pilar esencial del poder borbónico, instaurado ex novo por la dictadura que siguió al golpe militar fascista del 18 de julio de 1936.
Por último, es de subrayar la idea absurda en la que el Sr. Molina fundamenta su libelo: “Hoy no hay monárquicos y antimonárquicos, hoy no hay monárquicos o republicanos sino, simplemente, constitucionalistas y anticonstitucionalistas”
Sin embargo, es obvio que no se trata de constitucionalistas y anti constitucionalistas -como afirma burdamente el Sr. Molina- sino de algo conceptualmente muy diferente.
Republicana o republicano es sinónimo de demócrata, por ello en esa futura República cabremos todas y todos, en la que también habrá sitio digno para los pueblos y naciones históricas de nuestras patrias o matrias -si así lo quisiesen- pues es moralmente inaceptable seguir manteniendo al pueblo catalán “atado y bien atado” a punta de bayoneta e incluso a golpe de toga.
Lealtad, pues, constitucional republicana y no el batiburrillo de simplezas que nos propone en su articulo el citado exministro ¡de cultura!
Manuel Ruiz Robles. Capitán de Navío de la Armada.