Los personajes dotados de ciertos atributos, convicciones o creencias, irrumpen con fuerza en la historia cuando todo va mal. El denominador común es la muerte violenta. ¿Vocación de martirio? Antes mártir que confesor. Así es que en el principio de esta conmemoración no será el verbo, sino el cuerpo del Che Guevara en la piedra […]
Los personajes dotados de ciertos atributos, convicciones o creencias, irrumpen con fuerza en la historia cuando todo va mal. El denominador común es la muerte violenta. ¿Vocación de martirio?
Antes mártir que confesor. Así es que en el principio de esta conmemoración no será el verbo, sino el cuerpo del Che Guevara en la piedra desnuda de una humilde lavandería boliviana, con su mirada inerte dirigiendo la pregunta total: ¿quién eres tú?
El Che vive. En agosto del año pasado, un hombre se presentó en el periódico El Deber (Santa Cruz, Bolivia) para agradecer a los médicos cubanos que habían curado a su padre anciano de un grave problema de catarata, totalmente gratis. El paciente resultó ser el suboficial retirado Mario Terán, asesino del Che .
Retomemos, entonces, el espejo con que el subcomandante Marcos nos reflejó cuando en México y el mundo las cosas iban peor que en la época en que el Che fue sacrificado, hace 40 años. ¿Final o principio de un ideal? Luego del crimen, empezó a debatirse el trillado asunto de las «condiciones objetivas».
Los hechos del periodo (1961-66) hablaban por sí solos: fracaso del «foquismo» armado en América Latina; golpes militares en Argentina, Ecuador, Bolivia y Brasil; confusión ideológica derivada de la confrontación chino-soviética; invasión yanqui a Vietnam y República Dominicana; genocidio de las izquierdas en Indonesia; asesinatos de Patrice Lumumba y Ben Barka en Africa, la propia derrota del Che en el Congo, y tres excepciones: Cuba, Argelia y Vietnam.
Sin embargo, subyacía en el Che la imperiosa necesidad de cuestionar a quienes reducían la resonancia mundial de las excepciones referidas a causas fortuitas. En congruencia con el ¿Qué hacer? de Lenin, el Che concluyó que tal cuestionamiento no podía formularse con más teoría.
Las condiciones, en efecto, no estaban maduras. Pero si seguían madurando, el Che creía que irreversiblemente se pudrirían. Y así, cuando todo iba mal (sólo en 1966 cayeron los comandantes guerrilleros Guillermo Lobatón en Perú, Camilo Torres en Colombia, Fabricio Ojeda en Venezuela, Luis Turcios Lima en Guatemala), el Che reapareció en Bolivia, acelerando el paso. ¿Por qué?
El soñar despierto del Che debería ser motivo de reflexión. Luego de la primera entrevista con el secretario general de los comunistas bolivianos en el campamento de Ñancahuazú, el Che escribe: «La recepción fue cordial pero tirante: flotaba en el ambiente la pregunta ¿a qué vienes?…» ( Diario de Bolivia , 31/12/66).
Al día siguiente, apunta: «… Por la tarde, reuní a todo el mundo… anunciando que realizaríamos la unidad con todos los que quieran hacer la revolución. Vaticiné momentos difíciles y de angustia moral para los bolivianos».
Tras la caída del Che , y atentos a la sentencia quevediana (el que en vida enseñó, difunto mueve), nuevas generaciones retomaron las armas en pos del sueño inconcluso. Y la historia, que siempre será menos objetiva que las improbables «condiciones objetivas», pegó una vuelta de campana.
En 1968, mientras en los muros de París se leían frases como «el pensamiento que se estanca es un pensamiento que se pudre», Juan Velasco Alvarado y Omar Torrijos encabezaron movimientos nacionalistas y antioligárquicos en Perú y Panamá. Y en México, la juventud le puso el cuerpo a un poder monolítico que había traicionado los ideales de la revolución.
¿Qué lugar ocupa el Che en la escena política contemporánea, totalmente amenazada por quienes tratan de reducir la condición humana a meros cuerpos con orificios de entrada y salida? ¿Es posible hoy ser «como el Che «?
Hemos aprendido que nadie puede «ser como», o distinto de sí mismo. ¿Y el sueño? Freud decía que el sueño no está hecho para ser comprendido. Pero del ensueño, el visionario poeta José Lezama Lima escribió en su momento que del Che se esperaban «… todas las saetas de la posibilidad, y ahora se esperan todos los prodigios de la ensoñación».
Finalmente, cuatro lecciones de esta batalla inconclusa:
1) No hay revolución sin revolucionarios. Pero lucha armada y revolución no son sinónimos.
2) Ejemplos hay. Modelos no hay. Las luchas populares responden a particularidades históricas, políticas y culturales.
3) La emancipación social no pasa por la unanimidad de las izquierdas, sino por el entendimiento entre las fuerzas democráticas y antimperialistas.
4) «Abajo y a la izquierda» se requiere de imaginación, aunque también de realismo para tomar el pulso a lo que acontece «arriba y a la derecha», donde la lucha de todos contra todos suele desencadenar situaciones favorables a las causas populares.
A la inversa del patético «superhombre» de Federico Nietzsche, y el abstracto «hombre rebelde» de Albert Camus, el pensamiento del Che respondió, en todo momento, a las potencialidades del hombre consciente de Aimé Cesaire: «Mi apellido: ofendido; mi nombre: humillado; mi estado civil: la rebeldía; mi edad: la edad de piedra».
(Intervención en la mesa «Che Guevara y el siglo XXI», en la que participaron Raúl Alvarez Garín, Gilberto López y Rivas, Angel Guerra Cabrera y Angel Arcos Bergnés. Casa Lamm, México, Distrito Federal, 7 de septiembre de 2007.)