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La crisis agrícola de 1919-1923 y la industria del azúcar en Puerto Rico

Lecciones para el presente

Fuentes: Rebelión

El decenio que va de 1919-1929 es uno de los menos estudiados en Puerto Rico. Ciertamente, no ha recibido la atención dada a la década siguiente, marcada por el colapso del mercado de valores y la Gran Depresión de 1929-1934. La realidad, sin embargo, es que entre la primera mitad de la década de los […]

El decenio que va de 1919-1929 es uno de los menos estudiados en Puerto Rico. Ciertamente, no ha recibido la atención dada a la década siguiente, marcada por el colapso del mercado de valores y la Gran Depresión de 1929-1934. La realidad, sin embargo, es que entre la primera mitad de la década de los veinte y la llegada del Nuevo Trato en 1933, la economía de Puerto Rico mostró una gran continuidad, en lo que toca al proceso de acumulación de capital por las grandes empresas extranjeras. Es más, podríamos decir que el intervalo que va de 1926 a 1934 fue la «época dorada» de las compañías azucareras estadounidenses en la isla. De entrada, esto parece un contrasentido, pues se trata de un periodo de crisis y estancamiento relativo de la agricultura del imperio. Sin embargo, el análisis indica, precisamente, que el sistema colonial resultó más útil al gran capital extranjero durante los años de crisis y estancamiento de la producción agrícola en Estados Unidos. Pocos aspectos del aparato estatal local jugaron un papel más importante, en este proceso, que la creación de un sistema público (combinado) de irrigación y electrificación, al servicio de los monopolios azucareros estadounidenses.

La crisis agrícola de 1919-1923

A fines de la segunda década del siglo XX nadie avistaba la ocurrencia casi inmediata de una crisis de sobreproducción agrícola en Estados Unidos. Todo el periodo 1900 a 1919 se caracterizó por una expansión sin precedentes del mercado interior de alimentos y materias primas. La demanda del sector industrial parecía no tener fin. Ello determinó que los precios de los productos agrícolas crecieran más rápidamente que los costos de producción, incluyendo los concernientes a los materiales provenientes de la industria. Espoleados por los elevados precios, los granjeros estadounidenses incrementaron las tierras bajo cultivo y comenzaron a emplear las nuevas maquinarias movidas por el vapor, que ya imperaban en la industria. En particular, los tractores a vapor adquirieron popularidad en el campo.1 El estallido de la primera Guerra Mundial hizo que aumentara aún más la demanda de productos agrícolas, cuyos precios alcanzaron niveles hasta entonces inimaginables. La agricultura de Rusia, una de las naciones suplidoras de alimentos para el mercado mundial, cayó en la ruina. Lo mismo ocurrió en toda Europa Occidental. De hecho, hasta 1914, Europa había sido la principal fuente de azúcar a escala mundial, seguida cercanamente por Cuba.2 Entre las mercancías favorecidas por la guerra y los elevados precios se encontraba, por supuesto, el azúcar de Estados Unidos y sus posesiones. En 1919 la cosecha de productos alimenticios en Estados Unidos alcanzó lo que parecía su punto máximo posible.

Naturalmente, los grandes intereses azucareros estadounidenses en nuestra isla se beneficiaron del alza de precios agrícolas de 1914-1919. Estos monopolios acababan de recibir en 1914, sin costo alguno, un sistema de irrigación que les resolvía el viejo problema de la falta del agua en la región sureste de Puerto Rico. Ahora, como si fuera un regalo divino, les llegaba encima un aumento del precio del azúcar, que abultaría sus ganancias. El precio azúcar puertorriqueña alcanzó su tope en 1920, cuando se cotizó a 7,8 centavos la libra.3 Ese mismo año, el total valor de la azúcar exportada a Nueva York ascendió a la cifra récord de $100 millones, cuatro veces lo que fue en 1914. Puerto Rico no contaba con muchos terrenos vírgenes para incrementar súbitamente la cantidad de acres sembrados de caña, en respuesta a la demanda de la guerra; pero, gracias al sistema de riego del sureste, las grandes centrales lograron aumentar el volumen de producción.4 Así, por ejemplo, la siembra de caña de azúcar subió de 211, 110 acres en 1915, a 240, 151 acres en 1920. La producción de azúcar pasó de 364,490 toneladas cortas en 1915, a la cantidad de 485, 070 tres años después.5 Hay que suponer que las centrales azucareras en manos locales también se beneficiaron de los elevados precios del periodo 1915-1919, o sea, de la Primera Guerra Mundial. Esa catástrofe humana, o sea la carnicería de la guerra, sirvió de trasfondo a una tregua en la competencia entre los intereses azucareros nativos y los extranjeros, pausa que no duraría, naturalmente, mucho.

Marx solía decir que es durante las crisis económicas que los principios de la dialéctica les «entran en la cabeza» a los capitalistas. Efectivamente, la producción capitalista es, ante todo, producción de mercancías. Si estas no se venden, el valor no se realiza y todo se interrumpe. Apenas un año después de firmado el armisticio de la Primera Guerra Mundial, el 11 de noviembre de 1918, comenzaron a sentirse las señales de la sobreproducción de alimentos y materias primas en el mercado interior y de exportación del imperio. Pero la euforia causada por los elevados precios de la Primera Guerra Mundial motivó a los capitalistas del campo a seguir produciendo. Los comerciantes y distribuidores de alimentos, confiados en el retorno de los elevados precios, aumentaron sus inventarios con miras a la especulación. No pocos agricultores habían invertido considerables sumas en expandir la producción, mediante la obtención de créditos a corto plazo. Y continuaron haciéndolo. Entre 1910 y 1920, por ejemplo, las hipotecas de los productores agrícolas independientes en Estados Unidos aumentaron en 132%. Así, en 1920, y gracias a la elasticidad que siempre inyecta el crédito en las operaciones capitalistas, se registró en el país una cosecha record de maíz, tabaco, arroz, azúcar de remolacha y otros granos.6 La caída de los precios agrícolas, sin embargo, devino un pánico en el otoño de ese año. Entre julio y diciembre se registró una caída de 57% en los precios de las diez cosechas más importantes de Estados Unidos, incluyendo el azúcar. Para mayo de 1921, estas no se cotizaban ni a una tercera parte de lo que recibían en el verano de 1920. El punto más bajo de la crisis de sobreproducción, como tal, ocurrió en diciembre de 1921. Los precios cayeron por debajo de los costos de producción.

La crisis, sin embargo, no llegó a su fin con la desaceleración de la caída de los precios de los productos agrícolas. A la sobreproducción en el campo se unió una crisis crediticia. Confiados en la coyuntura económica de 1914-1919, los agricultores comenzaron a endeudarse a gran escala. Las elevadas tasas de interés impuestas por los bancos parecían poca cosa, dada la inflación del precio de la tierra para actividades agrícolas. El resultado fue un endeudamiento generalizado del campo a favor de la ciudad y los bancos. Con el abarrotamiento de los mercados, se esfumó el crédito. En particular, los bancos reclamaron el pago inmediato de los préstamos a corto plazo y la ejecución de hipotecas. A pesar de los intentos, incluso violentos, de los agricultores de crear una escasez artificial de sus productos, los bajos precios habían llegado para quedarse un buen rato. Cada empresa agrícola intentó sobrevivir por sí misma, contribuyendo de ese modo a una mayor anarquía y sobreproducción. La crisis se extendió a la industria y no mostró algunos signos de recuperación hasta 1924. Aun así, nada como la «época dorada» de la agricultura estadounidense habría de repetirse. Todo el periodo de 1923-1928 estuvo marcado por un crecimiento desacelerado y la deflación de la agricultura del imperio.7 En 1929 llegó el colapso.

La caída de los precios agrícolas se sintió severamente en la industria azucarera de Puerto Rico. En 1920, por ejemplo, el precio promedio de una tonelada corta de azúcar exportada a Estados Unidos fue de $235, 88. Con un volumen total de exportaciones de esa mercancía ascendiente a 419,388 toneladas cortas, el «valor» anual de los embarques ese año ascendió a $98, 923,750. Dos años después, la tonelada corta se cotizaría a $86,86. Y, aunque la cantidad total de azúcar exportada ascendió ahora a 469,889 toneladas cortas, el valor total de las exportaciones en 1922 fue tan solo de $40, 820, 333. Es decir, sufrió una caída de 60%; lo que no fue muy distinto a la deflación general de los precios de alimentos en Estados Unidos.8 Por los próximos tres años, la libra de azúcar promediaría 5,6 centavos, hasta que en 1925 alcanza su punto más bajo de 4,7 centavos.

Como era de esperarse, la crisis de 1919-1923 intensificó los conflictos entre los azucareros nativos y las grandes centrales estadounidenses. Estas últimas, al poseer la tecnología más avanzada y el control de los bancos, podían operar rentablemente en la coyuntura de precios bajos. Además, algunas poseían concesiones de irrigación, que las eximía de ese importante costo. Tal era el caso, por ejemplo, de la central Aguirre. Las más pequeñas, sin embargo, apenas sobrevivían. Muchas optaron por la venta de sus terrenos y máquinas, con la resultante centralización del capital en la industria azucarera del país. Un caso importante fue el del sureste de Puerto Rico. Precisamente en 1924, la central Aguirre adquiere la central Machete y su embarcadero.9 Machete había sido modernizada en la segunda década del siglo XX. Mediante esta compra, el emporio Aguirre adquiere dominio efectivo de todo el distrito azucarero del sureste, cuyas tierras eran consideradas las mejores para el cultivo de la caña en todo el país. Ya para mediados de la década de los 20, tres grandes corporaciones controlaban ocho molinos que procesan 43,6% del azúcar.10

 

Siguiendo el patrón de los precios agrícolas en Estados Unidos, fue muy poca la mejoría del precio del azúcar puertorriqueña en el resto de la década. El promedio del precio por tonelada entre 1924 y 1929 fue de 90,468 dólares.11 No obstante, en ese periodo se inicia una de las fases más aceleradas de concentración y centralización de capitales en la industria azucarera de Puerto Rico, ahora dominada aplastantemente por los monopolios. Aunque la cantidad de acres sembrados se mantuvo constante, el volumen de azúcar producida en la isla explosionó. Entre 1924 y 1925 solamente, hubo un incremento de 47,5% en la molienda. Haciendo salvedad del año 1929, en que la isla sufrió los efectos del huracán San Felipe II, el aumento entre 1924 y 1932, o sea, pasando por el colapso del mercado de valores y la incepción de la Gran Depresión, fue de 112 por ciento.12 Es esto, precisamente, lo que lleva a Pedro Albizu Campos a denunciar el que los grandes intereses azucareros en la isla, contrario a la propaganda del imperio, nunca entraron en crisis.13 La difícil situación que vivió el país en la década de los veinte, lejos de afectar negativamente a las compañías foráneas en Puerto Rico, las puso en una situación de mayor control de la industria azucarera local. Las ganancias eran extraordinarias. Y eso continúo durante los primeros cuatro años de la Gran Depresión.

Ciertamente, la expansión de la producción de azúcar en la isla entre 1924 y 1932 no estuvo desvinculada de la política arancelaria del imperio durante esos años. Esto lo examinó Albizu Campos, exhaustivamente, en sus escritos de 1930. Particularmente después de 1929, nos dice el líder revolucionario, el desplazamiento del azúcar cubana del mercado estadounidense perseguía abrir un espacio adicional para las exportaciones de los monopolios estadounidenses operando en Puerto Rico.14 Sin embargo, la tarifa arancelaria, de por sí, no explica el gigantesco incremento en el cultivo de caña y producción de azúcar a nivel local entre 1924 y 1932. Aquí entran, por necesidad, factores objetivos de la acumulación del capital, en unas operaciones económicas de carácter industrial avanzado.

La acumulación de capital en el azúcar: 1923-1926

Considerada por sí misma, al margen de ejemplos y comparaciones, la producción de azúcar en Puerto Rico presentaba en 1920 dos conjuntos o «círculos de contradicciones», que se condicionaban mutuamente. Aunque relativamente independientes en sus causas, estos conjuntos de factores y de tendencias recíprocamente excluyentes se enroscarían entre sí con el avance de la crisis de la tercera década del siglo XX. Para ser justos, hay que reconocer que la burguesía puertorriqueña intentó responder, con lo mejor de su talento (pues entonces lo había más que ahora), a los escollos planteados por la crisis de 1919-1923. La renuencia de los burgueses del patio a romper con el colonialismo, sin embargo, los llevó a aliarse con el gran capital monopolista, en el impulso de medidas que intensificarían, en lugar de aliviar, las contradicciones de una economía ya casi totalmente volcada al exterior. Estos factores antagónicos, que a continuación describiremos, hicieron explosión simultánea en 1929-1932, con el colapso final de los precios agrícolas y la Gran Depresión.

 

Primer círculo de contradicciones

El primer conjunto de contradicciones tenía un fundamento natural. Con la expansión de 1917-1920 el cultivo de caña en Puerto Rico alcanzó su extensión territorial máxima, su límite casi absoluto. Si entre 1915 y 1924, gracias al sistema del riesgo del sureste, el promedio de extensión total de terrenos sembrados de caña fue de 231,701 acres; entre 1924 y 1931, sería apenas de 248,810 acres, o sea, un crecimiento de apenas 7,8%. Es decir, el proyecto monopolista de producción de azúcar de caña para la exportación en grandes volúmenes chocó con las condiciones de topografía, geografía y clima de la isla.15 En 1923 reapareció el problema de la escasez de agua en el sureste.16 Ese mismo año el gobernador Reilly ordenó un nuevo estudio de la hidrografía de Puerto Rico, convencido de que el sistema integrado por Carite, Patillas y Guayabal era insuficiente. En el centro de la isla, abundaba el agua; en el sureste, todavía escaseaba. Las compañías azucareras querían también apoderarse del agua de Villalba, Ciales y Orocovis. En particular, soñaban con la represa del Guineo y con el mejoramiento del sistema hidroeléctrico vinculado a Toro Negro, para accionar las plantas de bombeo eléctricas distribuidas por toda la región cañera del sur.17

Segundo círculo de contradicciones:

 

El segundo conjunto de contradicciones tenía su base en el sistema capitalista y colonial de explotación de Puerto Rico. La expansión de 1914-1920 agudizó dos características de la producción de azúcar en la isla: el empobrecimiento extremo de los suelos del sureste y la pauperización de los trabajadores de la siembra y cultivo de caña. Lo que se ha venido a conocer como la industria azucarera de Puerto Rico combinaba, en realidad, dos tipos de leyes de productividad del trabajo en conflicto. Por un lado, estaba el proceso de molienda, altamente maquinizado o, usando la expresión de Marx, industrializado. Por el otro, estaba la producción de caña (siembra y cosecha) dominada por métodos manufactureros muy por debajo de los estándares en la agricultura mundial e incluso del Caribe. En particular, los suelos no se araban a profundidad.18 Por el contrario, se surcaban y sembraban superficialmente a mano, una y otra vez. Dada la composición de nuestros suelos, en que hasta los terrenos de caliza contienen un grado de arcilla, el resultado inevitable era el empobrecimiento de la materia orgánica.19 Además, se utilizaba muy poco la fertilización natural. Únicamente, el arado profundo con máquinas de vapor habría brindado una solución a largo plazo a la caída de la fertilidad natural, a la muerte de suelos que otrora habían recibido elogios de los principales hidrólogos que llegaron a la isla en 1898. Entre 1914 y 1924, irónicamente, el principal obstáculo al mejoramiento de la fertilidad de los terrenos del sureste fue el mismo factor que le había dado una cierta ventaja comparativa a la producción de azúcar en la región: los bajísimos salarios de los trabajadores de la siembra y cosecha de caña en Puerto Rico.20

Marx señaló, una y otra vez, que la introducción de maquinaria por el capitalista responde siempre a la necesidad de abaratar el costo de la fuerza de trabajo, mediante la ampliación del ejército permanente de desempleados. Cierto es que la molienda de caña en la isla se efectuaba por métodos tecnológicos avanzados. Pero el componente principal del costo del azúcar no era la molienda, sino la siembra y cosecha. Y en Puerto Rico, gracias a la destrucción de la pequeña propiedad campesina, abundaba la fuerza de trabajo barata. De hecho, en los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, la agricultura estadounidense atravesó lo que se conoce como su «segunda revolución tecnológica», marcada por el uso de los nuevos tractores y arados de motor de combustión interna.21 En 1917 Henry Ford produce su primer tractor liviano de quema de gasolina, el Fordson. Poco tiempo después, en 1923, International Harvester introduce el Farmall, y comienza a vender el primer tractor de siembra en surcos.22 La producción de caña de azúcar en la isla, sin embargo, estuvo al margen de los principales cambios tecnológicos en la siembra y cosecha de productos agrícolas, porque ninguna maquina podía competir con los salarios miserables del país. Al menos eso es lo que afirman los investigadores del Departamento de Comercio de Estados Unidos.23

La contradicción, en su forma madura, madura surgió del impacto de la caída de los precios a partir de 1920. Con ello, la presión para bajar los costos de producción, mediante el incremento de la productividad del trabajo, se tornó crítica, en especial para los agricultores puertorriqueños. Cerca de 70% de la caña que procesaban las centrales en 1920 era cultivada por colonos en granjas de distintos tamaños.24 Dada la resistencia natural al empleo de maquinaria, provocada por los bajos salarios, los administradores de la colonia revivieron en 1924 la idea de ampliar el sistema de riego. Pero esto, lejos de resolver el problema, lo complicó a largo plazo.

¿Por qué complicó el problema? Simplemente porque, bajo el capitalismo, las leyes del avance de la productividad del trabajo operan en la agricultura, hasta cierto punto, con arreglo a sus propias determinaciones. La producción de azúcar sobre bases no mecanizadas es el mejor ejemplo, aunque no el único. El incremento de la productividad del trabajo en la siembra y cosecha de caña no siempre abarata el costo del producto, en términos de unidad o libra, sino que generalmente lo aumenta.25 Producir cada libra de azúcar termina costando más. Eso fue precisamente lo que sucedió en Puerto Rico entre 1915 y 1920, gracias al moderno sistema de riego. El incremento registrado en el rendimiento de toneladas de caña por acre, e incluso en las libras de azúcar por tonelada de caña, no estuvo acompañado por una reducción en el costo de la unidad del producto; o sea, en la libra de azúcar. Todo lo contrario, lo aumentó. Si dejamos de lado el efecto de la tarifa arancelaria, encontramos que el sistema de riego borró, en realidad, la poca competitividad que tenía la producción de azúcar en la isla en 1919. Los únicos productores que, en adelante, podrían obtener grandes ganancias eran los que tenían agua gratis, por virtud de concesiones antiguas. Tal era, precisamente, el caso de las grandes compañías azucareras extranjeras, como la central Aguirre. El agua barata o gratis era fundamental para sus ganancias.

El papel del sistema de riego se amplificó grandemente también por la introducción de nuevas variedades de caña en la isla en respuesta a la enfermedad del mosaico.26 Ya no bastaba con el sistema de riego del sureste, sino que entre 1924 y 1931 el estado colonial, apoyado por los políticos anexionistas de la isla, impulsaron la «desnacionalización» de todas las corrientes de agua en el país para el beneficio del gran capital estadounidense. Pocos procesos de confiscación han sido efectuados bajo condiciones de tanta desigualdad para los expropiados: un régimen colonial en una nación cuyas masas proletarias y campesinas habían quedado reducidas a la miseria extrema. Y una burguesía local sin el más mínimo sentido de identidad propia o decoro. Es decir, una desnacionalización para beneficiar al capital extranjero dominante del aparato de estado colonial. Ciertamente, con el desarrollo del sistema público de irrigación, el gran capital bloqueó la posibilidad de confrontarse con una aspiración local a cobrar rentas por el uso del agua.

 

Como señalamos, en 1929 los precios de los productos agrícolas se desplomaron por completo. La producción de azúcar en la isla se tornó más parasitaria; es decir, más dependiente del agua gratuita, los salarios ínfimos y la bonificación arancelaria. La sobreexplotación de las masas trabajadoras del país hacía innecesaria la verdadera transformación tecnológica de la industria. Únicamente los grandes intereses azucareros estadounidenses continuaron gozando de grandes ganancias, simplemente por el volumen de sus capitales y la explotación parasitaria de los colonos; y gracias también al crédito usurero y la estafa. Exprimieron al país, dejando apenas los bagazos.

La crisis estalló con una fuerza gigantesca en 1930. Nuestra clase obrera intentó en vano responder. Igual hizo Pedro Albizu Campos, que se lanzó a la lucha antiimperialista. Al final, los dos círculos de contradicciones se enroscaron el uno en el otro, para hacer de la década de los treinta una de crisis intensa y de lucha por la sobrevivencia de la nación puertorriqueña. Nuestra dependencia se hizo más profunda. La burguesía de nuestro país, en lugar de aprender de la crisis de 1919-1923, buscó formas renovadas de conectarse al parasitismo del imperialismo en Puerto Rico. ¿No es acaso eso mismo lo que está tratando de hacer hoy en pleno siglo XXI?

Notas:

 

1 Hurt, R. D. (2002). American Agriculture: A brief History. Indiana: Purdue University Press, pp. 231-235.

2 U.S. Department of Agriculture (1971). A history of Sugar Marketing. Washington: U.S. Government Printing Office, p. 22.

3 U.S. Department of the Interior. (1926). Twentieth-Fifth Annual Report of the Governor of Puerto Rico. Washington: Government Printing Office, p. 29.

4 Ibíd., p. 27.

5 Chardón, C. (1932). The varietal Revolution in Puerto Rico. En línea.

6 Shideler, J. H. (1957. Farm Crisis: 1919-1923. Berkeley: University of California Press, p. 46.

7 Hurt (2002), p. 263.

8 U.S. Department of the Interior. (1926), p. 27.

9 Tirado, Alexis. O. (2014). Historia de una ciudad: Guayama, 1898-1930. Caguas: Ediciones Bayoán, pp. 155-156.

10 U.S. Department of the Interior (1926), p. 28.

11 U.S. Department of the Interior. (1928). Twenty-Eight Annual Report of the Governor of Puerto Rico. Washington: Government Printing Office, p. 12.

12 Chardón, C. (1932).

13 Albizu Campos, P. (1973). Obras Escogidas, 1923-1936, Tomo I. san Juan: Editorial Jelofe, pp. 111-115.

14 Dalton, J. E. (1937). Sugar: A Case Study of Government Control. New York: McMillan, p. 65.

15 U.S. Bureau of Foreign and Domestic Commerce. (1917). The Sugar cane Industry. Washington: Government Printing Office, p. 241-244.

16 U.S. Department of the Interior. (1928). Twenty-Third Annual Report of the Governor of Puerto Rico. Washington: Government Printing Office, p. 35-37.

17 U.S. Bureau of Foreign and Domestic Commerce. (1917), p. 260.

18 Ibid, p. 255-257.

19 Ibidem.

20 U.S. Bureau of Foreign and Domestic Commerce. (1917), p. 25-68.

21 Hurt, R. D. (2002), pp. 231-235.

22 Hurt, R. D. (1991). Agricultural Technology in the Twentieth Century. Kansas: Sunflower University Press, pp. 9-29.

23 U.S. Bureau of Foreign and Domestic Commerce. (1917), p. 256.

24 Ibid, p. 252-253.

25 Ibid, pp. 25-29.

26 Chardón, C. (1932).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.