Hay quienes etiquetan al lenguaje por la inclusión, como una «neolengua» (Newspeak), en alusión a la postura de Orwell. El autor de «1984» sostenía que el lenguaje se había convertido en un arma al servicio de las malarias de la política de su tiempo: totalitarismos, negación de verdades, confusiones interesadas.
Incluso, hay quienes alimentan la falacia de que el lenguaje no sexista/no binario es una hipercorrección política que podría llegar a cancelar a quienes no lo incorporen.
Falso: el lenguaje no sexista/no binario no tiene las intenciones de la neolengua orwelliana, ni propone cancelaciones.
Sea cual sea la piedra que se lanza contra el lenguaje no sexista/ no binario, lo que se evidencia es que la lengua no es una institución intocable. Al contrario, es una práctica social y por eso puede intervenirse, resignificarse, renacer y no siempre con procesos naturales, sino a causa de necesidades políticas y de reparación.
Hace un mes, el lingüista feminista Ernesto Cuba se dispuso a darme unas horas de su mañana de sábado para echar luz sobre el manto oscurantista que pretende acallar al lenguaje inclusivo no sexista/ no binario. Cuba es candidato a doctor en Lingüística Hispánica de The Graduate Center (CUNY) y desde 2019, junto a la costarricense Silvia Rivera Alfaro, fundaron Indisciplinadxs, grupo de Lingüística Feminista. Cuba es peruano y autor de la «Guía de Uso de Lenguaje Inclusivo. Si no me nombras, no existo», para el gobierno de su país.
Durante aquella conversación, Ernesto me propuso pensar en la prescripción de la lengua que pretende la imposición de unos patrones determinados, y en la descripción que se basa en la observación de determinadas prácticas.
Sobre ese aspecto, señaló: «es bueno comenzar a pensar quién prescribe y quién no prescribe la lengua. En el campo de la lingüística, hablamos de descripción y prescripción. Dentro de la lingüística, no es nuestro interés hacer un juicio de valor de lo correcto y lo incorrecto, lo vulgar y lo fino. ¿Se puede no respetar el uso que la gente hace de la lengua? Por ejemplo, cuando dicen «haiga», hay quienes dicen que no existe esa expresión, pero yo la escucho. Solemos escuchar que algo es agramatical y allí estamos haciendo un juicio de valor. De esa forma, decimos que no entra dentro de la estructura del idioma».
En lo personal, a veces siento que nos impusieron la lengua como un sistema de alineamiento normativo y de expulsión en las interacciones cotidianas. Incluso, considero que actualmente nos estamos inmolando en la batalla de cómo decimos y cómo debemos decir y es allí donde se instauran las cancelaciones que no vienen de parte de quienes proponen cambios en la lengua, sino que provienen de sectores del poder.
Y es ahí donde Ernesto Cuba citó a uno de sus referentes, José del Valle, quien sostiene que estas cancelaciones surgen ante «cualquier intento de crear nuevas normatividades de la lengua española, cuando se le mueve el piso al monopolio de la RAE y otras instituciones como la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE); y son estos señores los que han tenido durante tres siglos en sus manos el poder económico político, editorial de la lengua».
En 1995, la lingüista escocesa Deborah Cameron, actualmente catedrática en la Universidad de Oxford, se refirió al higienismo verbal, que tiene como finalidad acabar con aquellas prácticas lingüísticas que excluyan, menosprecien o invisibilicen a ciertos grupos humanos. Pero, ahora con el lenguaje no sexista / no binario hay quienes afirman que se está construyendo un feminismo higienista que cae en la hipercorrección política.
Ante este comentario, Ernesto recordó en el diálogo a la filóloga española Mercedes Bengoechea, cuando se refería al lenguaje no sexista. Ella aludía al desdoblamiento (por ejemplo: todos y todas) y a la feminización de títulos de profesiones y decía que estas propuestas se hacían porque es una posibilidad del, que ha asistido desde siempre, y porque «¡se nos da la gana!».
Ernesto no desconoce que todas estas propuestas no están separadas del avance de las nuevas tecnologías de información y comunicación, que colaboran en el descorsetamiento de la lengua.
«En los últimos 30 años, con la internet, tenemos más flujo de información y actualmente la gente no solo consume, sino que puede producir información por internet», detallaba Cuba.
«Las personas tienen más libertad y más herramientas para crear y difundir nuevas formas del lenguaje, para que sea más igualitario. La práctica del lenguaje no binario responde a dos necesidades; por un lado, busca representar a las personas que no se consideran dentro de la estructura mujer y hombre, es decir binaria; y, por otro, representar a todos los géneros. Es una forma de neutralizar. Son nuevas formas de corrección, de higienismo. Se trata de un higienismo que proyecta un cambio social, es una forma de intervenir en el lenguaje por la igualdad de género».
Ante la pregunta de si la lengua es sexista o lo es el uso que hacemos de ella, Ernesto se refirió a esta como una práctica social, «es algo de que nos antecede y que reiteramos diariamente. Imaginemos que llegamos al mundo cuando la fiesta ha empezado. Es decir, que ingresamos a esta sociedad cuando las reglas se habían sedimentado. Además, llegamos también a una arena de disputa constante porque el lenguaje, al ser parte de sociedad, está imbricado en situaciones de poder, de cultura. Por ejemplo, las prácticas lingüistas son las que existen y su repetición promovería el sexismo. Es simple, la lengua existe al momento de hablarla».
Ernesto fue más a fondo con esta explicación y se detuvo en los aportes de la filóloga costarricense Yadira Calvo, cuando se refiere Viktor Klemperer sobre la lengua del Tercer Reich, para señalar que las palabras funcionan como dosis mínimas de arsénico, como cuando el veneno llega gota a gota.
«El arsénico no te hace daño, pero si se acumula te destruye y lo podemos ver en mensajes cotidianos que circulan, se repiten y hacen daño, pero se reincorporan y siguen circulando. El sexismo, la homofobia, se repiten; se repiten y luego terminamos replicando. El lenguaje, por su nivel performativo, tiene la clave para liberar. Por eso, cuando nos digan como agresión que el feminismo propone un lenguaje no binario que es higienista, respondamos: ¡Sí y qué!».