A propósito de los 100 años de la Revolución Rusa, hay un hecho que, a veces, pasa desapercibido en los análisis. Un pequeño gran hecho en la larga historia de las derrotas populares. El 31 de diciembre de 1922, o sea casi 95 años atrás, Vladimir Ilich Ulianov, más conocido como Lenin, escribía uno de […]
A propósito de los 100 años de la Revolución Rusa, hay un hecho que, a veces, pasa desapercibido en los análisis. Un pequeño gran hecho en la larga historia de las derrotas populares. El 31 de diciembre de 1922, o sea casi 95 años atrás, Vladimir Ilich Ulianov, más conocido como Lenin, escribía uno de sus últimos informes, antes de morir el 21 de enero de 1924. En ese documento criticaba las bases del acuerdo que constituía a la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), elaborado y aprobado un día antes por los dirigentes de Rusia, Ucrania, Transcaucasia y Bielorrusia, y ampliamente defendido por Joseph Stalin.
Para Lenin, una cosa era «la necesidad de agruparse contra los imperialistas de Occidente, que defienden el mundo capitalista y otra cosa es cuando nosotros mismos caemos, aunque sea en pequeñeces, en actitudes imperialistas hacia naciones oprimidas quebrantando por ello nuestra sinceridad de principios». El líder ruso se oponía al artículo 24 del acuerdo, que decía «Las repúblicas de la Unión modifican sus constituciones en consonancia con el presente acuerdo», lo que transfería todos los poderes constituyentes de las repúblicas a la Unión, de las soberanías nacionales y populares a la dirección multinacional centralizada. Ese artículo dejaba de lado el numeral 26 que decía «Cada una de las repúblicas de la Unión conserva el derecho a salir libremente». Ese ítem era solamente retórico, para quedar bien con Lenin antes de su muerte.
Para el revolucionario ruso, el acuerdo que establecía la URSS era un «oportunismo» del Partido Comunista y de las repúblicas más poderosas, pues se realizaba en el momento que varios movimientos revolucionarios estaban por triunfar en repúblicas asiáticas y, era una forma de obligarlos a entrar en la Unión dejando de lado su soberanía, sin haber participado de la discusión que se dio en el PC ruso.
El acuerdo fue un triunfo de Stalin que ganó la mayoría del XII Congreso del Partido Comunista realizado en abril de 1923, en el cual fueron rechazadas las propuestas de Lenin sobre las nacionalidades y la organización interna de la Unión. Así, con todo el poder de su parte, Stalin instituyó en la nueva URSS una concepción del mundo que se desvió del socialismo a que aspiraba Lenin, quien entendía las particularidades y culturas de cada república y estaba convencido de que consolidar sus autonomías les haría mas fuertes a futuro y consolidaría la propia unión. Pero más que consolidar la unión, el revolucionario creía que se consolidaría el proceso de construcción socialista en cada país y eso beneficiaría a la unión.
Lenin, como Marx, tenía un pensamiento estratégico, miraba mucho más allá de la coyuntura. Percibió el significado que tendría la soberanía popular nacional de las repúblicas en el futuro de la unión y, sobre todo del socialismo. Comprendía además la fuerza de las culturas y los imaginarios propios. Sabia también, que la imposición solo podía servir a corto plazo, pero generaría profundas diferencias hacia el futuro.
Ahora que se cumplen cien años de la Revolución Rusa, recuerdo este pequeño gran hecho de la historia, porque sirve para entender la grandeza estratégica de Lenin, más allá de Rusia y de la URSS. Son contados, aquellos que tienen esa capacidad de superar el momento y mirar a lo lejos…
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