Al cumplirse un nuevo aniversario del fallecimiento de Lenin, Atilio Borón escribió una breve reflexión. Allí dice que Lenin, durante el gran año revolucionario 1917, al lanzar la consigna «Todo el poder a los soviets» habría puesto «provisoriamente en suspenso -en ese contexto de disolución y quiebra del zarismo y auge revolucionario- el papel rector […]
Al cumplirse un nuevo aniversario del fallecimiento de Lenin, Atilio Borón escribió una breve reflexión. Allí dice que Lenin, durante el gran año revolucionario 1917, al lanzar la consigna «Todo el poder a los soviets» habría puesto «provisoriamente en suspenso -en ese contexto de disolución y quiebra del zarismo y auge revolucionario- el papel rector que durante tanto tiempo le había asignado en sus escritos y en su práctica política al partido.» Y más: dice Borón que, «Para Lenin, el tránsito de Febrero hacia la revolución social requería el protagonismo de los Soviets más que el del partido.»
Asombran estas afirmaciones, aunque se puede comprender la intención política. Al exaltar además de manera populista a las masas rusas movilizadas, despreciando incluso «la luz» que brinda el marxismo («las tesis marxistas sobre la composición orgánica del capital o la tendencia decreciente de la tasa de ganancia»), Borón intenta con todo esto presentarnos un Lenin «caudillo» (en el peor sentido del término), tratando de emparentarlo con Fidel Castro: ¡alguien que no tiene nada de «leninista» ni «sovietista»! (¿o acaso Castro impulsó alguna vez en la isla organismos democráticos de auto-actividad de las masas?). Borón inventa así un Lenin que, sin ninguna mediación política (sin organización, sin partido), habría logrado movilizar a las masas rusas por medio de «una consigna simple, comprensible y de una extraordinaria efectividad política: «Pan, tierra y paz.»»
Con este cuentito izquierdista «happy end» que nos hace Borón se desmerece entonces la gran labor estratégica de Lenin, que fue, justamente, la de haber forjado durante años una organización política, unificada por medio de una teoría, un programa y tácticas flexibles (que buscaban adaptarse a las diferentes situaciones políticas, de avances y retrocesos), para dirigir a las masas hacia la conquista del poder, en lucha contra las tendencias políticas enemigas y vacilantes. Ni más ni menos.
Ya en 1905, durante la primera Revolución Rusa, Lenin había planteado como conclusión fundamental: «¿Soviet de diputados obreros o partido? Yo pienso que no es así como debe plantearse, que la respuesta debe ser forzosamente: soviet de diputados obreros y partido» («Nuestras tareas y el soviet de diputados obreros», en León Trotsky y otros autores, 1905, CEIP «León Trotsky», 2006, p. 442).
Si Borón hubiera prestado más atención en su «homenaje» a Lenin a su real labor de dirigente revolucionario (¡así fuera solo en 1917!), habría podido ver que la consigna «Todo el poder a los soviets» fue parte de un accionar político… de partido, y que la consigna se mantendría (en la propaganda, en la agitación y en la movilización… del partido bolchevique) tanto como fuera efectiva, «operativa», desde la estrategia: mientras movilizara a las masas hacia la toma del poder. Por ello a mediados de julio de 1917, en su texto «Sobre las consignas», dice respecto a «Todo el poder a los soviets»: «Esa consigna fue correcta durante un período de nuestra revolución -digamos, desde el 27 de febrero hasta el 4 de julio-, que ahora ha pasado irrevocablemente». Y sigue: «El viraje del 4 de julio consiste precisamente en un cambio brusco en la situación objetiva. La posición inestable del poder ha cesado; el punto decisivo del poder ha pasado a manos de la contrarrevolución. El desarrollo de los partidos sobre la base de la colaboración de los partidos pequeñoburgueses socialista revolucionario y menchevique con los kadetes contrarrevolucionarios ha creado una situación en la cual ambos partidos pequeñoburgueses se han convertido virtualmente en participantes cómplices de la salvaje represión contrarrevolucionaria». Y agrega: «La consigna del paso del poder a los soviets podría parecer hoy una burla. Esta consigna, objetivamente, sería un engaño a pueblo, sería infundirle la ilusión de que aún hoy bastaría que los soviets quisieran tomar el poder o plantearan esa decisión para que el poder fuese suyo».
¿Qué ocurría? Que los soviets, como organismos de las masas insurrectas, movilizadas y en lucha, eran conciliadores con el gobierno provisional. Y esto era así porque los partidos que actuaban en los soviets tenían un programa de «reformas» del régimen político: apoyo «crítico», exigencias… y luego integración al mismo como ministros; un «etapismo» que los llevaba a aspirar, como máximo, a una república democrático-burguesa para Rusia (es decir, una Rusia capitalista). Era esta una situación inestable, de «equilibrio» del «doble poder» (donde había dos poderes: el del gobierno provisional -que preparaba y lanzaba en esos meses de julio y agosto sus zarpazos reaccionarios-, y el de los soviets, que al decir de Trotsky era en realidad «un semi-poder»). Por ello Lenin propugnaba el reimpulso revolucionario de las masas (luchando el Partido Bolchevique dentro de los soviets por su política). Ellas, las masas, decía en el texto ya citado, «no sólo deben ser dirigidas por el proletariado, sino que también deben volver la espalda a los partidos eserista [socialista-revolucionario] y menchevique, que han traicionado la causa de la revolución.» (las citas de «Sobre las consignas» están tomadas de las Obras selectas de Lenin, Ediciones IPS, 2013, Tomo II, pp. 114, 115 y 116)
¿Acaso esto no es claramente una lucha… de partidos? Lenin plantea en ese texto -¿y a quién sino a su Partido Bolchevique y a las tendencias revolucionarias (como la de Trotsky) que le fueran más afines al calor del proceso revolucionario?)- que «Hay que reorganizar toda la labor de agitación entre el pueblo a fin de hacer ver a los campesinos que es totalmente inútil confiar en obtener la tierra mientras no se derroque el poder de la camarilla militar, mientras no se desenmascare a los partidos eserista y menchevique y se los prive de la confianza del pueblo» (ídem., p. 118). ¿Quién debía entonces «agitar entre el pueblo» para movilizar por «pan, paz y tierra», para desenmascarar a los SR y mencheviques sino su partido, su organización de dirigentes, cuadros, militantes y simpatizantes? (Y a esto agreguemos que el verdadero «tour de force» que hubo en el bolchevismo no es el de un Lenin que «deja atrás» al partido -como propone Borón-, sino un Lenin que combate dentro de su propio partido por una política correcta, principista, que palpa el estado de ánimo de las masas en el proceso revolucionario y despliega una política de partido independiente de todas las fracciones burguesas y pequeñoburguesas -ese es el combate de las «Tesis de abril» -. Por poner solo un ejemplo: Lenin luchó contra Stalin y Kamenev, quienes desde Pravda adherían en marzo de 1917 al patriotismo ruso y a la política «defensista» del gobierno provisional, siendo cómplices de las matanzas que sufrían los campesinos y obreros rusos en los frentes de la Guerra Mundial.)
Lenin insiste una y otra vez contra hacer un fetichismo de la consigna «Todo del poder a los soviets»: «Los actuales soviets han fracasado, han sufrido una derrota completa por predominar en ellos los partidos eserista y menchevique. En este momento esos soviets son como ovejas conducidas al matadero»; ídem., p. 119), hasta que cambia la situación. Como recuerda Trotsky en su gran Historia de la Revolución Rusa, tras los reaccionarios meses de julio y agosto (el primero, el mes de «la gran calumnia» contra los bolcheviques -donde encierran a cientos en las cárceles-, y luego viene la «kornilovada» -el intento de golpe militar-) los soviets recuperaron vitalidad, pasaron nuevamente a la ofensiva (sumándose al proceso revolucionario masas y masas, con soviets campesinos del interior, que venían rezagados; sumándose también unidades militares rebeldes que venían de los fracasos del frente de guerra y exigían respuestas al gobierno provisional y a los «partidos soviéticos») y, con ello, la posibilidad de que nuevamente sean un instrumento para la conquista del poder… en lucha política contra los partidos conciliadores.
Trotsky recuerda en la Historia… el «magnífico artículo» de Lenin «Acerca de los compromisos», donde, dice, «El papel de los soviets, constata [Lenin], ha vuelto a cambiar: a principios de julio eran órganos de lucha contra el proletariado; a fines de agosto se han convertido en órganos de lucha contra la burguesía». Y explica que el retorno a la consigna de «Todo el poder…», con la exigencia de que los SR y mencheviques tomen el poder con los soviets -el «compromiso» que los bolcheviques estaban dispuestos a aceptar, para que la revolución aprovechara la única posibilidad que se daba en ese momento preciso de avanzar por la vía pacífica hacia la toma del poder- se debía a que Lenin hacía esto «convencido de que su partido estaba llamado a ponerse al frente del pueblo».
No vamos a seguir historizando la Revolución Rusa, ya que no es el objetivo del artículo; pero sí vamos a recordar que finalmente la Revolución triunfa en octubre… gracias al accionar de una organización: el Partido Bolchevique (donde Trotsky juega un papel clave en la preparación y ejecución de la insurrección en Petrogrado… y donde hay nuevamente crisis en la dirección del partido, ya que Kamenev y Zinoviev se niegan, en el momento de la toma del poder, a desarrollar esa política). Los bolcheviques toman el poder -no sin crisis internas, debates y discusiones- con los soviets -donde conquistaron la mayoría de la dirección en ellos, entre febrero y octubre-, mientras defeccionan los mencheviques conciliadores y los SR. Sólo los «SR de izquierda» se sumarán al gobierno soviético, aunque por poco tiempo.
Años después, Trotsky, fiel a la estrategia revolucionaria (al auténtico leninismo), y discutiendo contra el ultraizquierdismo del estalinismo en Alemania (que impidió el frente único entre obreros comunistas y socialistas, debilitando a la clase obrera ante el ascenso de Hitler al poder), proponía ver el frente único de lucha y sus formas «superiores», los soviets, como fundamentales… sin hacer ningún fetichismo -al igual que Lenin, quien veía los comités de fábrica como otro organismo de masas que podía jugar un papel revolucionario de ellos- y señalando la necesidad estratégica del accionar de partido allí: «pensar que los soviets pueden ‘por sí mismos’ dirigir la lucha del proletariado por el poder, lleva a propagar un fetichismo grosero del soviet. Todo depende del partido que dirija los soviets. […] los bolcheviques-leninistas [es decir, la oposición trotskista al estalinismo, N.de DP] no niegan al Partido Comunista el derecho a dirigir a los soviets: al contrario, declaran que sólo sobre la base del frente único, sólo a través de las organizaciones de masas podrá el Partido Comunista conquistar una posición dirigente en los futuros soviets y conducir al proletariado a la conquista del poder» («¿Y ahora? Problemas vitales del proletariado alemán», en La lucha contra el fascismo en Alemania, CEIP «León Trotsky/Ediciones IPS, 2013, p. 158).
Para finalizar, Borón debería recuperar entonces al verdadero Lenin, y no darnos uno de ciencia-ficción: un Lenin sin partido. (Mayor propuesta-oxímoron no hay.)
Lenin siempre dijo que el proletariado, con organización era todo; y que sin organización, era nada. Si alguna actualidad tiene su legado -ahora que estamos transitando una crisis económica internacional, con el despertar de las masas en varios países-, es el de recuperar esa gran experiencia histórica del saber combinar los organismos de tipo soviético (de agrupamientos, de frente único de lucha, de auto-organización, etc.) con una organización que posea una estrategia y programa intransigentes, junto a tácticas flexibles, para desarrollar la lucha de clases contra la burguesía y sus agentes.
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