Recomiendo:
0

Aproximaciones a El siglo soviético de Moshe Lewin

Lenin y el bolchevismo, apuntes finales (XII)

Fuentes: Rebelión

El fracaso soviético no hace volver a Rusia al siglo XIX ni al período moscovita pre-San Petersburgo. Porque ni para Rusia ni para cualquier otro país el volver atrás tiene sentido en la historia. En lugar de caer en este tipo de ejercicio superficial, yo prefiero mirar al futuro partiendo del análisis del presente y […]


El fracaso soviético no hace volver a Rusia al siglo XIX ni al período moscovita pre-San Petersburgo. Porque ni para Rusia ni para cualquier otro país el volver atrás tiene sentido en la historia. En lugar de caer en este tipo de ejercicio superficial, yo prefiero mirar al futuro partiendo del análisis del presente y de lo que este muestra de nuevo con respeto al pasado. Cómo salir del capitalismo, ir más allá de éste, sigue siendo la pregunta central para los rusos, los chinos y todos los demás pueblos del mundo.

Samir Amin (2015)

 

Las luces de aquellos días que conmovieron al mundo siguen resaltando sobre las sombras del terror y de la guerra civil cuando miramos con detenimiento el estado en que volvían de la primera guerra mundial cientos de miles de campesinos hambrientos, ávidos no sólo de pan sino también de una esperanza, de una palabra nueva. Para muchos esa palabra nueva fue: soviet. Esto explica que muchas cosas de las que pasaron el 7 de noviembre de 1917. Olvidar que detrás de aquella revolución estuvieron la guerra y el hambre generados por el nazismo, quedarse en la discusión sobre las formas de entonces o pretender que aquel mundo hubiera cambiado aplicando técnicas democráticas de intervención política que ahora empezamos a conocer, es una presuntuosidad monstruosa, mero verbalismo de gentes hartas que no han tenido que sufrir en propia carne la violencia del absolutismo, la humillación del pobre campesino sin tierra, las durísimas condiciones de trabajo del proletariado industrial.

Francisco Fernández Buey (1991)

 

Estábamos en la caracterización de Moshe Lewin [ML] del bolchevismo. Nos hemos situado en las páginas 375-385 de su libro, los dos últimos apartados del capítulo XXI: «Atraso y recaída». Estábamos en este punto:

Todos los debates comentados se produjeron inmediatamente antes o durante el replanteamiento radical de Lenin, que duró mientras pudo pensar, hablar y dictar. En su última y dramática aparición, en el XI Congreso, criticó con vehemencia, nos recuerda ML, «a los partidarios de los métodos autoritarios, un aspecto que aún no habíamos mencionado». Durante esos años, prosigue, «los miembros del Partido participaban en muchas reuniones públicas en clubes por todo Moscú́ y posiblemente en otros lugares; reuniones en las que se criticaba abiertamente, e incluso se denunciaba, la política del Partido. Algunos miembros conservadores clamaron contra aquella «actitud desleal» y pidieron a Lenin que pusiera fin a tales infracciones de la disciplina de Partido».

Un ejemplo que vale la pena recordar y que recuerda ML: «Durante el XI Congreso, uno de estos «elementos desafectos», Riazanov, se encontraba en la sala y los partidarios de la línea dura, seguros de obtener el respaldo de Lenin, le recordaron a éste que había prohibido las facciones políticas dentro del Partido en 1921, en un momento en que la organización se estaba desmembrando en grupos y subgrupos». La larga respuesta de Lenin no deja lugar a dudas en opinión de Lewin: «No mencionó el episodio de 1921, sino que ofreció́ un buen número de ejemplos del pasado que recogían discusiones fundamentales en el seno del Partido y afirmó que éste no habría sobrevivido, y que no lo haría en el futuro, de no haber existido la posibilidad de debatir libremente».

¿Alguna duda sobre el marco político-cultural de este leninismo?

El punto que Lewin quiere resaltar aquí́ es el siguiente: «el bolchevismo era un partido político que ofrecía a sus miembros el derecho a manifestar sus opiniones y a participar en el desarrollo de la línea política, y Lenin quería que las cosas siguieran así́». En su discurso en ese congreso, «declaró asimismo que el Partido debía estar exento de tareas administrativas y concentrarse ante todo en el liderazgo político, dejando la administración en manos de burócratas profesionales, las fuerzas del «capitalismo de Estado» y organizaciones cooperativas».

Estos eran, en opinión de ML, los aspectos fundamentales de la última versión del leninismo. Queda claro para él que Lenin estaba alarmado ante la situación. «En sus últimas apariciones, declaraciones y escritos, arremetió́ contra el estilo y la esencia de la política que se habría de seguir tras su muerte con un «No» rotundo y lúcido». Y esto, remarca ML, «es algo que no podemos borrar de la memoria histórica». Con las palabras del autor:

Como sabemos, el programa de esta gran figura, que encabezó una revolución radical e hizo un llamamiento a la moderación después de conquistar el poder, no entró en vigor. La posibilidad de expresarse libremente acerca de los problemas del Partido, de las diferentes corrientes que coexistían o de las amenazas que lo acechaban era patrimonio exclusivo de esta formación política históricamente especifica que se bautizó́ con el nombre de «bolchevique». Por cuanto los diferentes órganos que lo componían funcionaban y el proceso de toma de decisiones se ceñía a las reglas que fijaban la división de la autoridad entre ellos, no podemos hablar de dictadura personal ni en Rusia, ni en el Partido.

La dictadura, concluye ML, estaba en manos del Partido, no en las de Lenin. «Cuando cayó́ en manos de un individuo, la cuota de poder del Partido no tardaría en esfumarse».

«¿Fue un sistema unipartidista?» es el título del próximo apartado del capítulo. La mayoría de los cuadros del Partido histórico seguían siendo miembros y continuaban viéndose como tales. «No obstante, tarde o temprano iban a descubrir que, de hecho, su lugar estaba en otra parte».

Poco después de la muerte de Lenin, dejaron de reconocer al Partido y reaccionaron «abandonándolo, adaptándose a la nueva línea o ingresando en alguna de las corrientes opositoras; y, por lo tanto, pereciendo». El sistema, señala Lewin, «permaneció́ intacto pero, con el tiempo, al precio de sufrir una transformación radical, que implicó el terror de masas contra el Partido y un cambio profundo en su espina dorsal y en la del sistema, que pasaron a estar dominadas por las clases que dependían del Estado».

Los mencheviques, residentes en el extranjero, y diversos personajes críticos con el Partido, «siguieron manifestando su convicción de que el monopolio político acabaría por entrar en conflicto con la inevitable diferenciación social que se estaba produciendo tanto dentro como fuera del Partido». Dallin, el menchevique antes citado, «presagió una implosión a corto o largo plazo. Y podríamos decir, incluso, que algo así́ sucedió́ durante la dictadura absoluta de Stalin», aunque no se tratara propiamente de una implosión «derivada» de las contradicciones internas del Partido.

No tiene sentido referirse a ella recurriendo al lenguaje y a las categorías de las disputas que se vivieron en el seno del Partido en 1902-1903, o a las acontecidas al principio del periodo soviético. La escena política había cambiado profundamente y, aunque se seguían empleando palabras como «Partido», «bolchevique», «socialista» e incluso «leninista», su significado era bien distinto. El carácter patológico del jefe supremo y la consolidación de su poder autocrático, fenómenos ambos ajenos al bolchevismo, eran los factores que definían la esencia del orden político.

La rápida industrialización y los flujos de población campesina que se iban desplazando a las ciudades dieron pie a grandes transformaciones

[…] y las diferencias sociales cada vez más acentuadas iban de la mano de la aparición de nuevas tendencias e intereses sociales. Todo esto complicaba la tarea de los gobernantes. Stalin detectó una amenaza constante en estos avances y en la diferenciación natural, fenómenos por lo demás positivos, y durante todo su largo mandato les declaró la guerra apoyándose en el terror contra los cuadros y contra las capas más liberales de la población.

Tal era el enfoque irracional de su política, exacerbado por la naturaleza paranoica de su personalidad sostiene ML.

En su opinión, se puede considerar el XII Congreso, celebrado en marzo de 1923, «como el último en que el Partido aún pudo usar legítimamente su nombre revolucionario, y afirmar que el año 1924 marca el fin del «bolchevismo»». Durante algunos años más, «un grupo tras otro de viejos bolcheviques se lanzó a la acción en un último intento por rectificar el rumbo de los acontecimientos, pero su tradición y su organización políticas, ancladas en la historia de la socialdemocracia rusa y europea, quedaron rápidamente relegadas». Se mantuvieron en un segundo plano «como consecuencia de la cantidad de nuevos miembros y de las nuevas estructuras organizativas que hicieron que esta formación adoptara una configuración totalmente diferente».

El proceso de conversión del Partido bolchevique «en un aparato, con carreras, disciplina, rangos y la abolición de los derechos políticos, fue un escándalo mayúsculo para los movimientos de oposición surgidos entre 1924 y 1928». El viejo Partido leninista que hemos descrito estaba muerto. La gente, los antiguos militantes, «debía andarse con cuidado para no dejar que los nombres y las ideologías del pasado les confundan: en un contexto político dinámico, los nombres sobreviven a las esencias». La inversión estalinista se impuso.

En opinión de ML, que Rusia no estaba preparada para cualquier forma de socialismo de inspiración marxista «era una verdad como un templo para los marxistas». Sin embargo, los nuevos miembros del partido «no concedían la menor importancia a estas consideraciones teóricas». Habían ingresado en la organización «para servir a la causa que les habían presentado, incluida la eliminación total del bolchevismo original». Durante un tiempo, el socialismo imposible fue una cortina de humo, pero, advierte críticamente ML; «no podemos tildar de «fracaso del socialismo» describir los acontecimientos y las corrientes que estamos estudiando, porque no existía, en primer lugar, el socialismo».

Rusia, un país devastado, no estaba en disposición de abrazar ni la democracia, como supo ver Miliukov, ni el socialismo, como reconocían Trotsky y Lenin. En aquellas condiciones, los cuadros históricos se vieron sepultados por una legión de recién llegados que no compartían ni su ideología, ni su ethos. El partido en el poder, denunciado en todo el mundo por los enemigos del socialismo y del bolchevismo, se reinventó a sí mismo para enfrentarse a nuevos cometidos y nuevas realidades, sin perder sin embargo los calificativos del pasado.

Desde esta perspectiva, «los últimos textos de Lenin son un intento por refundar el bolchevismo para evitar la aparición de una criatura totalmente diferente». Lenin advirtió con claridad y lucidez de que «sus opositores se inspiraban en las formas pre capitalistas de un Estado absolutista, y que la cultura política de Rusia, el talante de los cuadros formados durante la guerra civil y la llegada a las filas del Partido de nuevos miembros con escasa o poca cultura, o nula experiencia política, eran los factores que habían motivado esta regresión».

El atraso del país y la necesidad de acelerar su crecimiento económico abonaban «el terreno para erigir un «Estado fuerte» y firme, que podría ganar para la causa a gente entregada a su país, o convertirse en su ideal de modelo, con independencia de su filiación política, algo tanto más cierto en cuanto que el fantasma del atraso acosa en ocasiones a un país con un pasado imperial y un cierto potencial y la presión que sobre él ejercen otros países más desarrollados es tal que el pueblo se moviliza en su defensa».

Ante esa situación, «la formación de un «régimen despótico» no parecía diferir en última instancia de la construcción de un «Estado fuerte»». Pero Lenin, recuerda ML, había advertido la diferencia, la había tipificado y había identificado a los culpables. Empero, «muchos de sus antiguos compañeros de los años heroicos no se dieron por aludidos».

El bolchevismo, tal es la tesis central del autor, «dejó la escena poco después de la muerte de su fundador». Lo que rigió desde entonces era otra cosa, no la voluntad y la práctica del bolchevismo.

Conviene un apunte a continuación sobre Gramsci y la revolución «contra» El Capital.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.