Desde hace tiempo, la revista Casa, como se la suele llamar, se presenta como «Órgano de la Casa de las Américas», es decir, de la institución en su conjunto, cuyo nombre lleva. Pero ella coexiste con otras revistas centradas en áreas parciales. Así, en 1964 comenzó a publicarse Conjunto, revista de teatro latinoamericano y caribeño; […]
Desde hace tiempo, la revista Casa, como se la suele llamar, se presenta como «Órgano de la Casa de las Américas», es decir, de la institución en su conjunto, cuyo nombre lleva. Pero ella coexiste con otras revistas centradas en áreas parciales. Así, en 1964 comenzó a publicarse Conjunto, revista de teatro latinoamericano y caribeño; en 1970 vio la luz el Boletín Música, que se interrumpió en momentos duros del «período especial en tiempo de paz» y reapareció en 1999; en 1981 inició su vida Anales del Caribe, y en 2003 lo hizo la revista electrónica Arteamérica (el intento anterior de una revista en papel sobre artes plásticas no pasó de un número). .
Y a lo largo de no pocos años, la Casa coeditó, junto con la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, la excepcional Criterios. Revista Internacional de Teoría de la Literatura y las Artes, Estética y Culturología, cuyos materiales, como lo indica su título, suelen desbordar a la América Latina y el Caribe, y es la hechura del ensayista, editor y traductor Desiderio Navarro. En la actualidad, la revista es publicada por el Centro Teórico-Cultural Criterios, que dispone de sede propia.
Ciñéndome a Casa, cuando la dinámica compañera Yolanda Wood me invitó a escribir este trabajo, lo primero que se me ocurrió fue buscar lo que diversos estudiosos escribieron sobre la revista. A ella se le han consagrado tesis en Universidades de varios países de América y Europa, y ensayos penetrantes. No he recurrido a aquellas, pero sí a estos, especialmente a los de Luisa Campuzano y Ambrosio Fornet, que fueron dados a conocer, respectivamente, en 1996 y 1997, y serían editados juntos por el Centro Juan Marinello en 2001 con el título La revista Casa de las Américas: un proyecto continental. Aconsejo vivamente su consulta.
Al volver a leerlos, no buscaba datos que conozco bien, sino una objetividad que no puede esperarse de mí. Pues si la revista Casa de las Américas va a cumplir dentro de unos meses medio siglo (este Encuentro puede considerarse el inicio de la conmemoración), he pasado más de la mitad de mi larga vida dirigiéndola. Hablar de ella es para mí inevitablemente, al menos en parte, evocar experiencias propias.
Pasaré rápidamente por la mención de algunas revistas que me fueron importantes: Alba, de la que fui desde 1947 jefe de información y para la cual entrevisté a Ernest Hemingway en 1948; Orígenes, en la cual colaboré desde 1951, y en cuyo «taller renacentista», al decir de José Lezama Lima, aprendí a hacer revistas; Nueva Revista Cubana, donde en 1959 sucedí a Cintio Vitier como director; Unión, que entre 1962 y 1964 codirigí con Nicolás Guillén, Alejo Carpentier y José Rodríguez Feo.
Y mencionaré también proyectos en que participé de editar una revista latinoamericana: primero con Édouard Glissant, en París, en 1960; luego con María Rosa Oliver, Ernesto Sábato, Abelardo Castillo y otros jóvenes de El Escarabajo de Oro, en Buenos Aires, en 1961; y por último, bajo la prevista dirección de Miguel Ángel Asturias, en un Congreso del Columbianum, de Génova, en enero de 1965. Ninguno de esos proyectos se hizo realidad. Por lo que se comprenderá mi alegría cuando en marzo de ese año 1965 la gran compañera Haydee Santamaría me ofreció dirigir Casa de las Américas.
A estas alturas, noviembre de 2009, la revista ha publicado ya doscientos cincuenta y seis números, y al empezar a dirigirla yo, tenía veintinueve (algunos, dobles). En los primeros dieciséis números de la revista aparecía como directora la compañera Haydee, por serlo de la institución; luego, hasta el número 28-29, encabezó el consejo de redacción. Las labores editoriales las habían desempeñado los escritores Fausto Masó (quien abandonó el país en 1961), Pablo Armando Fernández y, sobre todo, Antón Arrufat.
Cuando Haydee decidió que yo asumiera la dirección, me propuse conservar, y si era posible aumentar, el buen nivel literario de la revista, de lo que fue ejemplo mayor el número 26 (octubre-noviembre de 1964), preparado o auspiciado por Ángel Rama, que incluyó su ensayo justamente famoso «Diez problemas para el novelista latinoamericano», y textos de Carpentier, Cortázar, Onetti, Sábato, Fuentes, Vargas Llosa, Arguedas, Rulfo: es decir, ejemplos de la Nueva novela latinoamericana (así se llamó la entrega), que empezaba a ser reconocida mundialmente, y además comentarios sobre aquellos autores. Me propuse también subrayar más la presencia de nuestra América en la revista y su aspecto ideológico.
Casi todos los materiales del que sería el número 30 (mayo-junio de 1965) los habían compilado Manuel Galich y Jaime Sarusky, quienes me los hicieron llegar. Añadí a dichos materiales una nota que escribí sobre el Congreso del Columbianum, una declaración emanada de él y un editorial que concluía así:
Coincide este número con la presencia de una nueva directiva en la revista. Esperamos en entregas posteriores, de acuerdo con sus principios y con la valiosa tarea ya cumplida por la Casa de las Américas, seguir incrementando los nexos con nuestras Américas, las que del río Bravo a la Patagonia son una, decía Martí, «en el origen, en la esperanza y en el peligro»: los países que ahora llaman subdesarrollados, llenos de conflictos y de porvenir, a los que estamos entrañablemente unidos, y de cuya comunidad de creación artística, intelectual, humana, como de sus problemas más reales no hay fuerza capaz de separarnos. Es tarea creciente de esta revista contribuir a ratificar esa identificación.
Además, sustituí el llamado consejo de redacción, al que Haydee no quiso seguir perteneciendo (lo formaban también Ezequiel Martínez Estrada, Manuel Galich, Julio Cortázar, Enmanuel Carballo, Ángel Rama y Sebastián Salazar Bondy), por un comité de colaboración similar al que había visto en la revista Sur, lo que se correspondía más con lo que se esperaba de sus miembros. Estos, además de los mentados, llegaron a incluir a Mario Benedetti, Roque Dalton, René Depestre, Mario Vargas Llosa, David Viñas, Jorge Zalamea y los cubanos Edmundo Desnoes, Ambrosio Fornet, Lisandro Otero y Graziella Pogolotti. Martínez Estrada, Salazar Bondy y Zalamea fallecieron siendo miembros.
En tres ocasiones, en 1967, en 1969 y en 1971 se reunió en La Habana el comité, y emitió declaraciones importantes. En cuanto al editorial, fue el primero de los numerosos que escribí en lo adelante, y para los cuales conté con la muy valiosa colaboración de Haydee y Galich.
Pero aunque yo aparecía como director en ese número 30, el primero que realmente preparé fue el 31 (julio-agosto de 1965). Allí se incluyeron, entre otros textos, un ensayo cuyo original en francés me había dado a conocer Régis Debray en París, en enero de 1965, e hice traducir al español: «América Latina: algunos problemas de estrategia revolucionaria», una nota mía sobre la edición cubana de Los condenados de la Tierra, de Frantz Fanon, y un largo editorial sobre (contra) la invasión estadunidense a la República Dominicana. Eran muestras del sesgo ideológico que quise incrementar en la revista, pero que ya existía en ella, como lo prueban entregas como la dedicada a la invasión a Cuba de 1961 (número 6, mayo-junio de 1961) y una vibrante nota que encabezó al mencionado número 26.
En aquel número 31 aparecieron poemas que, a solicitud mía, me había enviado desde la India Octavio Paz. En la entrega comencé a anunciar revistas afines (primero solo del área, y luego también de otros países) e hice renacer una sección miscelánea titulada «Al pie de la letra», que, hecha por Jorge Timossi y Lya de Cardoza, había aparecido en el número 27 (diciembre de 1964), y con el nombre «Avisos» existió antes en la Nueva Revista Cubana.
Aunque en el número 31 de Casa tal sección fue escrita solo por mí (sin firma, como los editoriales), más tarde la redactarían también, o sobre todo, quienes han compartido o comparten conmigo las tareas editoriales de la revista (entre ellos Orlando Alomá, Ramón López, Adolfo Cruz-Luis, Emmanuel Tornés, Fernando Butazzoni, Arturo Arango, Esther Pérez, Luis Toledo Sande, Aurelio Alonso) y además compañeros como Roque Dalton, Guillermo Rodríguez Rivera y Jorge Timossi. Allí se da cuenta de novedades en la vida cultural de la región, incluyéndose saludos a otras revistas, premios, obituarios, polémicas, temas candentes.
Por último, a partir de ese número 31 los textos aparecieron dentro de secciones con los títulos «Hechos/Ideas», «Ficción» (que luego se llamó «Letras»), «Notas», «Libros», «Al pie de la letra», «Colaboradores/Temas». Se trataba de algo que, con variantes, Cintio había empleado en la Nueva Revista Cubana, y era habitual en otras revistas, como Cuadernos Americanos.
Con el tiempo, fueron apareciendo en Casa otras secciones. Habiendo usado ya la denominación «Páginas salvadas» en la Nueva Revista Cubana, la trasladé a Casa. El propósito era (es) acoger en ella textos inéditos o poco divulgados. (A su equivalente en el Anuario del Centro de Estudios Martianos la llamaría después «Vigencias».) Por razones obvias se crearon secciones como «Entrevistas», «Cartas», «Otros libros» «Artes plásticas», «Testimonio». Habiendo recibido el trabajo de Lezama «La pintura y la poesía en Cuba (siglos XVIII y XIX)», que yo vacilaba entre incluir en «Hechos/Ideas» o en «Letras», creé otra sección, que solo duró un número, con el nombre «Paralelos». Evidentemente, la solución satisfizo a Lezama, pues en su libro La cantidad hechizada, de 1970, incluyó el texto con el nuevo título de «Paralelos. La poesía y la pintura en Cuba (siglos XVIII y XIX)».
Una cuestión similar, referida esta vez a un texto de Coronel Urtecho, llevó a titular la nueva sección «Figuraciones». Otra sección fue «Últimas de la Casa», que terminó llamándose, más cuerdamente, «Recientes y próximas de la Casa». En ella se da cuenta del múltiple quehacer de la institución. De vez en cuando aparecen secciones como «Nueva actualidad», con páginas de ayer que han vuelto a echar chispas; «Flechas», con ensayos discutidores; «Con ojos de esta América», para visiones nuestras de países lejanos; «Documentos», textos que lo sean.
En el notable número 36 (enero-febrero de 1968), dedicado al Che tras su asesinato, y de nuevo en el homenaje que se rindió a Benedetti en el reciente número 256, aparecen secciones con los títulos «Mensajes» y «Recuerdos». Debido a circunstancias evidentes, hubo secciones llamadas «V Centenario», «Para los siglos de José Martí», «Hacia el 98» «Che siempre». No es posible agotar, pues es inagotable, el número de las secciones habidas y por haber.
He hablado de la arquitectura de la revista y es necesario que mencione, menos metafóricamente, su aspecto formal, que, después de intentos varios, le dio, durante veinte años, Umberto Peña. Él había comenzado a diseñar la revista inmediatamente antes de que yo empezara a dirigirla, pero su gran desarrollo ocurrió en esos veinte años en que trabajamos juntos. Recuerdo cómo entusiasmaba a Haydee y a Cortázar la imaginación feliz de Umberto. Al dejarnos él, después de algún tiempo de desvaríos o logros menores, hace años la diseña con eficacia Ricardo Rafael Villares.
Y del continente pasemos al contenido. Mirando la revista en conjunto, creo poder decir que, en los momentos más afortunados, ella se hizo y se hace con la perspectiva ideológica propia de la Revolución Cubana, la cual, desde el comienzo hasta hoy, ha reconocido, por boca de Fidel, la autoría intelectual de José Martí, y en abril de 1961, la víspera de la invasión mercenaria, se proclamó, además, socialista. Aquella perspectiva, que encarnó inolvidablemente, al frente de la Casa, Haydee, se corresponde con lo que Cintio Vitier llamó «un marxismo martiano», ajeno al dogmatismo que acabó por hacer estallar en Europa al mal llamado socialismo real; y ajeno también a una visión aldeana de la magna herencia del Apóstol. Por eso el énfasis se ha puesto y se pone en producciones y cuestiones de lo que Martí llamó nuestra América, y en algunas ocasiones más allá de ella, en aportes que tenemos el deber de difundir. Hablo de perspectiva editorial, no de los textos, con distintos horizontes.
Escogeré como ejemplos algunas entregas que dan fe de lo dicho. Así, las dedicadas a estudiar, a menudo más de una vez, a Bolívar, al propio Martí, a la presencia de África en América, al Quinto Centenario del Descubrimiento de América, al 98, a la lucha por la independencia de Puerto Rico, a los sucesos de Chile (primero a la victoria de la Unidad Popular, y luego, con el título Chile vencerá, a la tragedia del pinochetazo), al triunfo de la Revolución Sandinista en Nicaragua, al bicentenario de la independencia de Haití, a cultura y revolución en la América Latina, a la situación del intelectual latinoamericano, a la mujer, a la nueva poesía, a la nueva crítica literaria, al imperialismo y los medios masivos, a los chicanos, a la mayor parte de los países de nuestra América, incluyendo la zona del Caribe anglófono: este último, uno de nuestros mejores números, el cual, junto con el que recogió las intervenciones del coloquio sobre la cultura caribeña que se celebró en la Casa durante el tercer Carifesta, preludiaron las labores del Centro de Estudios del Caribe.
En algunos casos se ha rendido homenaje a figuras como Ezequiel Martínez Estrada, el Che, Fernando Ortiz, Jorge Zalamea, Juan Marinello, Haydee Santamaría, Efraín Huerta, Nicolás Guillén, Julio Cortázar, Manuel Galich, José Lezama Lima, Ángel Rama, Eliseo Diego, José Antonio Portuondo, Florestan Fernandes, Octavio Paz, Cintio Vitier, Darcy Ribeiro, Camila Henríquez Ureña, Roque Dalton, Paco Urondo, Fayad Jamís, Edgar Bayley, Luis Rogelio Nogueras, Raúl Hernández Novás, Roberto Matta o Mario Benedetti.
En otros números se conmemoraron los centenarios de Rubén Darío, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Gabriela Mistral, César Vallejo, Pablo Neruda, Alejo Carpentier, Raúl Roa. Una decisión equivocada llevó a no incluir en la revista las conferencias que se ofrecieron en el encuentro con que la Casa conmemoró el siglo de José Carlos Mariátegui.
En ocasiones dedicamos números sobre estructuralismo, estética y semiótica en sus relaciones con el marxismo, y varios al tema del posmodernismo: en primer lugar, con el ensayo revelador de Fredric Jameson, y luego con colaboraciones de autores como Adolfo Sánchez Vázquez, Ticio Escobar o Nelly Richard.
Hemos salido fuera de las fronteras americanas para dedicar entregas al Primer Festival Panafricano de Cultura, a Lenin en su centenario, a Vietnam durante su guerra, a «cosas de españoles», a textos canadienses. Y no solo hemos rendido homenaje a figuras consagradas, sino que hemos estado y estamos abiertos a nuevos valores: los Julio Cortázar, Ángel Rama y Roque Dalton de mañana -o de hoy. Casa ha vivido lo bastante como para ver renovarse las oleadas de creadores.
Quiero volver a recordar que la revista Casa es órgano de la Casa de las Américas. Es decir, no es la obra de una persona, ni de un grupo, ni de una generación. Lo es de una institución que fue creada a menos de cuatro meses del triunfo de la Revolución Cubana, y estuvo encabezada desde entonces hasta su trágica muerte en 1980 por una protagonista deslumbrante de esa Revolución, la compañera Haydee Santamaría. Quien fue hasta 1959 una figura de primer orden en el proceso que condujo al triunfo revolucionario de ese año, sería después, además, una formidable organizadora cultural.
Más de una vez he evocado cómo seres de la complejidad de Julio Cortázar o Roberto Matta la escuchaban como hechizados, como si oyeran a una sibila. Y, al menos en parte, me parece que eso fue ella. Su sabiduría no la había adquirido en centros académicos, sino en una existencia vivida con intensidad, apasionadamente, al borde de lo imposible. Ella constituyó, para quienes tuvimos el privilegio de trabajar bajo su conducción, un vínculo profundo con lo esencial de la Revolución Cubana.
En lo que toca a la revista, cuando ya no aparecía como su directora ni al frente de su consejo de redacción, su conducta fue, sin embargo, decisiva. No había cuestión que yo le consultara que no recibiese de ella un comentario agudo. A veces me llamaba para preguntarme por qué hacía tiempo que no le planteaban problemas sobre la revista: ¿es que me estaba adocenando? Y gracias a ella, como he dicho, nos llegaba directamente el pulso afiebrado de la Revolución, la cual no ha sido, no es un paseo por un jardín: más bien el trepidamiento de lo que brota en busca de la luz, así sea en algunos casos de modo imperfecto.
Me gusta recordar la sentencia de Tagore según la cual cuando se cierra la puerta a todos los errores, también la verdad se queda fuera. No sé si Haydee conocía esa sentencia, pero sé que le fue fiel. La audacia le era consustancial, al igual que el valor, la necesidad de justicia y la devoción por Fidel. Cuando tuvo lugar el desdichado «caso Padilla» y cuando se realizó en 1971 el no menos desdichado Congreso de Educación y Cultura, que nos empobrecieron, Haydee, en vez de darle la espalda a la Casa, se hizo presente en ella más que nunca antes. Estoy seguro, como he sostenido en otras ocasiones, de que gracias al prestigio revolucionario de Haydee la Casa, aunque padeció estrechamientos, sobrevivió con decoro a lo que Ambrosio Fornet llamaría después, desde las páginas de la propia revista Casa, «el Quinquenio gris».
Como órgano de la Casa de las Américas, es natural que la revista Casa se haya hecho eco de las muchas tareas acometidas por la institución o realizadas en el país. Entre las primeras, menciono al pasar, sin mucho orden, los dos Encuentros de intelectuales por la soberanía de los pueblos de nuestra América; las reuniones realizadas durante las labores de los Premios (en primer lugar, el de literatura); Encuentros como el de la Canción Protesta, que daría lugar a la Nueva Trova, los de plástica latinoamericana y caribeña, el convocado por el Centro de Investigaciones Literarias sobre crítica, los dedicados a estudios sobre la mujer, los centrados en la Amazonia; encuestas como la realizada por Carlos Núñez sobre el papel de los intelectuales en los movimientos de liberación nacional; la mesa redonda que tuvo lugar en el estudio de Mariano con la presencia de Roque, Depestre, Edmundo, Ambrosio, Carlos María Guitiérrez y yo, y se publicó con el título «Diez años de Revolución: El intelectual y la sociedad».
En cuanto a realizaciones en el país, son de destacar las páginas sobre reuniones políticas, el Congreso Cultural de La Habana (1968) o el XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes (1978); y también sobre el centenario de la primera guerra de independencia cubana, aniversarios cerrados del 26 de Julio y del triunfo de la Revolución, o, con más de una gota de humor, la experiencia de una escuela militar a que asistimos profesores y alumnos universitarios.
No puedo dejar de mencionar discusiones a las cuales la Casa y la revista que es su órgano se han visto envueltas. En una larga entrevista que me hizo Jaime Sarusky para el número 200 de Casa, recordé que algunas de tales discusiones no nacieron en la revista, pero no permanecimos ajenos a ellas. Y mencioné entonces tres de esas discusiones: las que tuvieron que ver con la revista Mundo Nuevo, con la carta abierta a Pablo Neruda en 1966 y con el «caso Padilla».
En cuanto a lo primero, se trató de la impugnación de una revista editada en París por el anticomunista Congreso por la Libertad de la Cultura, que había sido creado por la CIA en medio de la Guerra Fría. Ángel Rama inició esa impugnación y lo acompañé en la faena. Pero las cartas cruzadas entre el director de Mundo Nuevo y yo, publicadas en muchos países, no lo fueron en Casa, donde sí apareció el ensayo de Fornet «New World en español», mientras los incidentes de la polémica se mencionaron en la sección «Al pie de la letra». Hoy se cuenta con un libro excelente de María Eugenia Mudrovcic sobre esa tortuosa revista.
La carta abierta a Neruda, de hace cuarenta y tres años, apareció primero en Granma y fue republicada en Casa. En sus memorias, Llover sobre mojado, Lisandro Otero contó cómo fue una decisión de la dirigencia revolucionaria que nos dio a conocer el presidente Osvaldo Dorticós a varios escritores. Eran momentos de grandes tensiones en el seno de la izquierda, cuando Cuba, esperanzada en los movimientos guerrilleros, organizó la Conferencia Tricontinental en 1966, y en 1967, estando el Che en Bolivia, la reunión de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS): esta última, presidida por Haydee. Los muchos años pasados no han borrado el malestar de algunos ante lo que fue, hay que reconocerlo, un error de nuestra parte, pues no debió haber sido una carta abierta a un escritor firmada por otros escritores lo que nació de una diferencia partidista: la cual, por añadidura, se disiparía con el tiempo.
En lo tocante a Padilla, también fue objeto de un tratamiento equivocado, aunque, lateralmente, diera ocasión a algunos planteos justos contra el llamado colonialismo cultural y separó, como comentó Cortázar, la paja del grano. Pero en general nos costó caro, y apartó de la Revolución no solo a oportunistas que se revelaron derechistas, sino, por un tiempo al menos, a amigos valiosos. Las dos cartas abiertas a Fidel que se publicaron entonces copiosamente por la prensa occidental, y en particular la postura de Mario Vargas Llosa, llevaron a la disolución del comité de colaboración de Casa. Ya en enero de 1971, dada la heterogeneidad de sus integrantes, la tercera declaración de dicho comité había planteado la necesidad de ampliarlo mucho. Meses después los hechos se precipitaron, y en vez de ampliación hubo disolución. Años más tarde, reapareció un consejo de redacción integrado por intelectuales que trabajan en la Casa.
La evocación de Haydee obliga a recordar que tras su muerte, en 1980, asumió la presidencia de la Casa el gran pintor Mariano Rodríguez; y que cuando este a su vez se retiró, en 1986, pasé a ocupar su lugar. Ambos habíamos sido vicepresidentes de Haydee. Nunca pensé que yo iba a presidir la Casa, pues Haydee, como todo lo que se ama mucho, me parecía inmortal. Y en un momento creí que, siendo yo presidente, debía dejar a otro la dirección de la revista Casa. La medida se reveló desacertada, y volví a ejercer la dirección.
Para entonces, el país había entrado en el «período especial en tiempo de paz», que implicó escaseces de todo tipo. Ya mencioné que interrumpió la publicación del Boletín Música. En lo que toca a la revista Casa, por el momento (hasta hoy) dejó de aparecer cada dos meses para hacerlo cada tres, y disminuyó sensiblemente su tirada. Es meta nuestra retomar las condiciones previas a dicho período especial.
Así llegamos al presente. Más temprano que tarde tanto la dirección de la revista Casa como la presidencia de la institución pasarán a manos jóvenes, pues es obvio que los viejos no podemos ser la esperanza del mundo. Ya están aquí, y otros/otras no tardarán en llegar, quienes encenderán nuevos fuegos. Por mi parte, lo último que diré ahora es que confío en que serán dignos de trabajar donde lo hizo un ser como Haydee, y que espero que entre sus divisas pueda encontrarse la glosa del poema de Whitman según el cual quien toca a una revista verdadera toca a muchos hombres y muchas mujeres.
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