Sin duda existe una característica que refleja fielmente el espíritu del Chile actual, una situación tan exageradamente común que se encuentra inserto en el ADN de la idiosincrasia chilena, construida desde el mismo momento de la aparición del estado chileno por allá en el siglo XVIII y que se ha ido perfeccionando a tal punto, […]
Sin duda existe una característica que refleja fielmente el espíritu del Chile actual, una situación tan exageradamente común que se encuentra inserto en el ADN de la idiosincrasia chilena, construida desde el mismo momento de la aparición del estado chileno por allá en el siglo XVIII y que se ha ido perfeccionando a tal punto, que hoy, incluso, se ha institucionalizado. Es lo que comúnmente denominamos el «A medias», o más concretamente el «Chile a medias», ese esfuerzo empecinado en la ambigüedad, en dejar que las cosas se resuelvan por si solas o se diluyan en el tiempo.
Esta situación se puede observar en asuntos tan comunes y tan cotidianos como: «vuelva el lunes», «no ha llegado el papel», «el responsable está de vacaciones» y una infinidad de respuestas ambiguas a nuestras necesidades. En términos más concretos en Chile, para la gente común y corriente, nada es seguro. Nos enseñan, por lo tanto, que no debemos esperar mucho de la institucionalidad, de la educación, de la salud, del gobierno, ni menos de las autoridades. Nos enseñan entonces, que debemos resignarnos a las reglas más inverosímiles, y que tenemos pocas chances porque las condiciones no están dadas o simplemente porque la ley lo permite y por eso no hay mucho que hacer.
Eso es lo que quieren también imponernos a través de la institucionalidad ambiental. Leyes poco claras para nosotros, con un servicio de evaluación que juega con reglas marcadas para el beneficio de los foráneos y en perjuicio de los habitantes comunes y corrientes que deben sostener con sus vidas los impactos de las inversiones en sus territorios. En esta institucionalidad también se refleja fielmente la intención de generar resignación en los territorios, en las comunidades, o aquellos que se les ocurre oponerse a los proyectos de «inversión».
En Chile todo es a medias, pero solo para nosotros, porque los inversores tienen la certeza de que las leyes los favorecen, tienen la certeza de que los funcionarios públicos están a su favor, la certeza del que tiene dinero en un país con autoridades fácilmente corrompibles, como lo hemos verificado estos últimos años, la certeza de que a pesar de la oposición mayoritaria de los mismos habitantes del territorio donde se pretende instalar, su proyecto de todas maneras se instalará.
Cuando nos hablan por ejemplo de Participación ciudadana en el sistema de evaluación ambiental, ¿de qué tipo de participación nos hablan?, ¿además del derecho a quejarnos?, ¿además del derecho a saber cuánto nos perjudicará?, ¿además de participar en una consulta Indígena que para Chile no es vinculante ni previa? Es el Chile a medias, donde la institucionalidad ambiental no protege al medio ambiente, donde la conciencia ambiental que debiese fomentar es reprimida cuando los ciudadanos ponen en acción su conciencia ambiental. Donde los papeles hechos por funcionarios son más importantes que los relatos de personas, que sitios sagrados, que las vidas de las personas y de un pueblo, que la biodiversidad y la cultura. El Chile a medias donde las autoridades realizan el menor esfuerzo posible para mantener cautivado el apoyo popular, no porque ellos sean mediocres, sino porque hacer un esfuerzo real significa cambiar el cómodo estado en que se encuentran los inversores y ellos mismos.
Resignación, como predica constantemente el sociólogo Fernando Villegas en su vitrina semanal, sin saber lo que significa ser Mapuche, sureño o simplemente amar la tierra. Es el Chile a medias que nos quieren imponer y que los ciudadanos y mapuche, jóvenes, niños y ancianos conscientes vamos a cambiar, porque no nos resignamos a perder lo que nos pertenece, nuestra tierra, nuestras aguas, nuestra cultura, nuestra espiritualidad, nuestras vidas y nuestro futuro.