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Libertad, ética y política

Fuentes: Rebelión

Frente a los males que acechan al Mundo y a la Humanidad, como el cambio climático, las guerras, las pandemias, las recurrentes crisis económicas, la gigantesca deuda pública de los Estados, la escalofriante distancia entre ricos y pobres, la extinción de especies, la denominada falta de valores éticos (y estéticos), parece ser que el epicentro del mal, la culpa recae en la corrupción y la ineptitud política, en el interés económico de las grandes multinacionales, en la falta de escrúpulos del otro; en conclusión, en la maldad o cualquier otra causa que esté vinculada con la naturaleza humana (no la nuestra, sino la de los demás). 

Así, los motivos de la nefasta gestión de los intereses humanos se justifican en factores inherentes a nosotros mismos, factores que han existido desde que el Mundo es Mundo; por decirlo de otra manera, factores coyunturales, puesto que son contingentes y no afectan al sistema en el que acontecen. Esta visión y, a la vez opinión, aparece reflejada de forma contundente en los medios de comunicación, en la ciudadanía, en dirigentes y políticos, pero también en los científicos y académicos: los problemas del Mundo se encierran en causas inherentes al hombre (que además siempre son ajenas a quien hace referencia de ellas) y, frente a estas causas, no podemos hacer más que plegarnos de brazos y afirmar, ¡el hombre es así!, ¡que malos son los políticos! (malos en cuanto a ineptos, pero también malvados), ¡los que verdaderamente mandan son las multinacionales!, ¡a la cárcel con los sinvergüenzas!; por supuesto, podemos aportar nuestro granito de arena para mejorar el Mundo, plantando algún árbol, retirando plásticos de los bosques o de las playas, entregando una parte de nuestra compra en recaudaciones benéficas o salvando algún perrito vagabundo, granitos de arena que asearán nuestra conciencia como individuos, pero no como miembros de la Humanidad: los problemas globales requieren amplias complicidades y sólo pueden afrontarse y resolverse desde los resortes del poder.

Si lo que pretendemos es avanzar mediante cambios profundos necesitamos, en primer lugar, comprometernos en la búsqueda de formas más efectivas y justas para gestionar los retos de este siglo, pero también, aceptar que la verdadera causa de nuestros errores no es coyuntural sino estructural. Y esto nos conduce a preguntarnos cuál es la estructura, el sistema, que nos está conduciendo a tantos estrepitosos fracasos. Queda descartado todo lo relacionado con el Mundo natural, es decir, con lo que está regido por unas leyes necesarias, inherentes e inmutables (ley de la gravedad, del movimiento, de la relatividad, de la evolución de las especies…), pues dicho sistema es inalterable, existe tal y como es y no puede modificarse: frente a los fenómenos del Mundo físico lo que cabe es interpretarlos mediante la Ciencia y  los científicos, cuya labor nos han proporcionado notables avances médicos y tecnológicos que han mejorado nuestra calidad de vida y nos han hecho más libres.

Pero podemos identificar otra estructura o sistema en nuestro Mundo, opuesto al natural, que tiene sus propios conocimientos y reglas, aunque no son inherentes sino creados por nosotros: me refiero a nuestro sistema ético, político y jurídico, libre en cuanto a que depende de nuestra capacidad creadora y no tiene más fronteras que las que le queramos poner, convencional y no inmutable, que cumple una importante función pues es el marco desde el que gestionamos nuestros problemas y tomamos decisiones en atención a nuestros intereses, modificando el Mundo. Y el problema en cuestión sería que los sistemas ético-político-jurídico occidentales (uno por cada país pero similares todos ellos), permanecen inalterables desde hace más de doscientos años; fueron diseñados por insignes intelectuales durante la Ilustración, y responden a la puesta en práctica de unos paradigmas éticos y políticos como son el individualismo, la soberanía de los Estados, el Estado Liberal o social, la democracia representativa, los derechos humanos, la separación de poderes y las constituciones escritas. De esta forma, la Ética y la Política también estarían articuladas por unos paradigmas (tal y como se propone en El Mundo y la Libertad), mecanismos enunciados por T.S. Kuhn que hasta entonces se consideraban exclusivos de la Ciencia.

Así como hay una machacona insistencia desde hace varias décadas en atribuir a los jugadores (políticos y humanos en general) las derrotas del crucial partido que estamos librando (retos de la Humanidad), ¿por qué no pensar, de una vez, que la causa de este deficiente funcionamiento pueda atribuirse al cuerpo técnico o al diseño de la estrategia de juego (sistema ético-político-jurídico)?, ¿no será que algunos de los resortes básicos del sistema que nos conducen una y otra vez a rotundas decepciones, como la organización del Mundo en Estados o la misma democracia representativa, están en franca crisis y necesitan un profundo replanteamiento?  

Ante la carencia de revisiones de nuestro sistema ético-político-jurídico occidental, llevamos instalados desde hace años, décadas, en especial desde los inicios del nuevo siglo, en un círculo vicioso, retrógrado (pues en veinte años se ha ido degradando notablemente), que es un compendio de reveses internacionales (fracaso de la Constitución europea, Brexit, pasando por los nuevos enfrentamientos comerciales proteccionistas, la renovada enemistad de Occidente con Rusia y China, imposibilidad de llegar a un acuerdo en el asunto del cambio climático), los políticos no resuelven problemas a largo plazo y crispan los Parlamentos con asuntos banales, la distancia entre ricos y pobres se agiganta, las presiones migratorias van en aumento, la deuda pública esta a punto de estallar y el fenómeno de la guerra, que trató de erradicarse en épocas pasadas, ya ni tan siquiera pretende superarse, y se trata con la resignación de un mal endémico. Y sin embargo, antes de abordar cambios en nuestro sistema ético-político-jurídico para resolver este desesperanzador panorama de futuro, nos aferramos a la Ciencia: pertrechados de grandes conglomerados estadísticos, tasas, curvas y gráficos, pretendemos controlar y resolver cuestiones humanas y sociales; pero ni las Ciencias Naturales, ni las Propias Ciencias Sociales, encasilladas por el método, podrán abarcar aquella parte del conocimiento, del razonamiento humano, que es elaborado en base a nuestra libertad: la Ciencia carece de imaginación para proponer nuevos modelos éticos, políticos o jurídicos, no puede pesar ni medir nuestros valores ni principios éticos, ni encontrar fórmulas para la justicia…  Así que, entre la obsesiva alusión a la maldad humana y la fe ciega en la Ciencia, hemos ignorado el recurso a otro tipo de conocimientos (las llamadas Ciencias de la Libertad a las que se alude en El Mundo y la Libertad): la Política, la Ética y el Derecho.

Es sintomático que todos los movimientos reivindicativos de la ciudadanía occidental, desde el Black Lives Matter a la acérrima defensa por un estatuto democrático en Hong Kong pasando por los chalecos amarillos franceses, los ecologistas o proteccionistas, el feminismo o el LGTBI  y un largo etcétera, incluyan aspiraciones de justicia que no van más allá de la exigencia en la aplicación de reglas que son reconocidas desde hace décadas, siglos si cabe (como el derecho a la igualdad, la libertad de expresión), sin que sus reivindicaciones añadan nada nuevo, pues no se fundamentan en proposiciones alternativas al sistema actual. Lo mismo sucede en los lamentables debates de los circos políticos, anodinos y exasperantes, en los que se ventilan asuntos que nada tienen de originales o profundos.

 Las alternativas futuras al sistema político actual puedan surgir siguiendo dos caminos: el de la vía espontánea, sin planificación previa, con lo que el nuevo sistema político surgiría de forma improvisada, como el resultado de acumular soluciones prácticas a la gestión de acontecimientos críticos; en esta línea aparecieron los fascismos, las pseudo-dictaduras actuales de Rusia y Turquía, o el modelo mixto chino, sistemas que se han forjado sin el respaldo de paradigmas articulados desde propuestas intelectuales coherentes y racionales. Tampoco es que la otra vía, la de los sistemas políticos planificados pueda colgarse medallas si atendemos, por ejemplo, al comunismo y al anarquismo, propuestas demasiado artificiosas como para adaptarse bien a la naturaleza humana, aunque algunos de sus efectos colaterales hayan nutrido las prestaciones sociales de los Estados del bienestar. El tercer camino, a medias entre la vía de la planificación intelectual y la de la improvisación, ha sido el de nuestro modelo actual el cual, desde la consolidación del individualismo planteado por Kant, ha conducido al Estado liberal o social, organizado mediante una Constitución y la triple separación de poderes, y gestionado por fórmulas de democracia representativa. La parte más representativa de las reglas de nuestro juego político actual fueron aportaciones de los intelectuales de la Ilustración (Locke, Kant, Montesquieu, Rousseau…).

  Y es aquí, ante la que considero acuciante necesidad de dotarnos de un nuevo sistema político que pueda resolver los acuciantes problemas de la actualidad y para ello reclamo, el regreso de los tres grandes expulsados de nuestro Paraíso del Conocimiento (los tres olvidos tal y como los denomino en El Mundo y la Libertad). Un imprescindible regreso para que estas parcelas recuperen, al menos, el espacio que les pertenece y que ha sido arrebatado por el apabullante dominio de la Ciencia. ¿Cuáles son estos tres olvidos o herramientas con las que podríamos salvar el Mundo?

El primero es la Filosofía, entendida aquí como un método, el del razonamiento libre, que puede ser especulativo pero también funcional, pues de ella han surgido nociones tan útiles al Mundo como las de derechos humanos, democracia, separación de poderes, ciencia, sociedad, civilización, globalización, cultura, Estados, hombre, libertad… entre muchísimos más, y que, tomando senderos racionales al margen del método, debería seguir proporcionando otros para enriquecer nuestra visión del Mundo, que sirvan para afrontar los nuevos retos: en las manos de los filósofos y no los científicos (mejor dicho, en manos de la Filosofía y no de la Ciencia) está la definición de los nuevos paradigmas políticos, éticos y jurídicos que salvarán este Mundo, y que modestamente trato de alumbrar en El Mundo y la Libertad.

El segundo, La Ética como disciplina del conocimiento que versa sobre los valores que el hombre elige para guiar su existencia, que concibe al mismo hombre como un fin en sí mismo, como un valor inaccesible a los números o a las leyes de la necesidad: un valor sin límites cuantitativos ni cualitativos. Una Ética que coloque al hombre de nuevo como sujeto y no como objeto, otorgue significación y sentido a la Libertad, a la responsabilidad y a la voluntad, a la búsqueda de un destino individual y un destino común, elegido por nosotros, controlado por nuestra voluntad y no por los rigores de la ciencia. La Ética es la ciencia básica de la Libertad y de ella emanan la Política y el Derecho (la Polethiké de El Mundo y la Libertad).

Finalmente la Libertad, la que se escribe con mayúsculas, de contornos tan amplios que no puede encerrarse en ley alguna, el bien más excelso al que el hombre pueda aspirar, pues en ella caben los valores que elijamos, nuestros destinos individuales y los compartidos, ¿acaso no hay propósito más laudable ni razón más digna para el ser humano que el de ser más libre? La Libertad nos ofrece un horizonte más grandioso y acogedor que el que encierran términos como progreso, felicidad o desarrollo. De hecho, ha sido la Libertad la que siempre nos ha impulsado a avanzar, a enfilar nuestro futuro. Empezamos nuestro periplo hace más de dos millones de años, expuestos a la intemperie y a las bestias, sin abrigo, sin herramientas, sin apenas nociones del Mundo, y desde entonces hemos persistido en nuestro cometido de ser libres, con la Ciencia como mejor herramienta.

Y así la Humanidad, acarreando la Ciencia en un brazo y la Filosofía en el otro, recuperada su dignidad con el resurgir de la Ética, podrá enfilar un camino esperanzador y fructífero con la Libertad iluminando el horizonte.

Miquel Casals Roma / El Mundo y la Libertad

https://www.alainet.org/es/articulo/209912