En la vida cotidiana y sobre todo en la vida política el término «libertad» es usado para los más variados fines. Los intervencionismos norteamericanos en América Latina siempre se han justificado como actos destinados a recuperar la «libertad» de sociedades sometidas por cualquier tipo de gobierno considerado ilegítimo o inconveniente.
Con el título Libertad y Justicia Social para el Cambio Social, bajo la coordinación y edición de Pablo Guadarrama González y Lucia Picarella, acaban de publicarse dos libros de carácter filosófico e histórico: uno, enfocado en Teoría y conceptos y otro en Perspectivas y problemas (https://bit.ly/3LfeVll). Reúnen variados artículos de destacados pensadores, que reflexionan sobre esas tres dimensiones de importancia crucial para el presente histórico: el concepto de libertad y cómo se lo entiende para una efectiva justicia social, que igualmente se presentan como desafíos para el cambio social tan esperado en el mundo y particularmente en América Latina.
En el artículo que presento, parto de una consideración general: en la vida cotidiana y, sobre todo, en la vida política de América Latina, el término libertad es usado para los más variados fines. Los anti vacunas dicen que preservan su libertad, aunque los Estados promueven la obligación de vacunarse ante la pandemia mundial del Coronavirus que se expandió incontenible desde 2020. Los empresarios reivindican la libertad para sus inversiones ante un Estado que, según ellos, estrangula las posibilidades del desarrollo y la modernización. Todo partido político, en cualquier país de la región, plantea la libertad como un derecho y, además, como un sistema que aspira a construir y fortalecer para beneficio del pueblo, aunque el contenido que se otorgue al concepto varía en los distintos sentidos que cada uno define. Los intervencionismos norteamericanos en la región siempre se han justificado como actos destinados a recuperar la libertad de sociedades sometidas por cualquier tipo de gobierno considerado ilegítimo o inconveniente para la democracia en América. Y en nuestros días, un partido como Vox, en España, así como historiadores ligados a la visión de la ultraderecha, que de repente elevan la fama mediática, levantan la idea de que los conquistadores españoles del siglo XVI fueron “libertadores” de los pueblos aborígenes sometidos férreamente por aztecas e incas. Así es que la “libertad” sirve para diversidad de ambientes y puede alcanzar los niveles que fijen sus gestores.
Desde una perspectiva macro-histórica, la libertad está vinculada a tres momentos: el primero es el proceso de la independencia latinoamericana, durante las primeras décadas del siglo XIX. Allí se configuran conceptos fundamentales como gobierno propio, autonomía, representación de los pueblos, democracia y, sobre todo, independencia frente al coloniaje. Son los términos para alcanzar la soñada libertad, que desde sus inicios está asociada a la liberación frente a un sistema opresivo. El segundo momento se vincula con el ascenso del liberalismo, en lucha contra el conservadorismo, que es característico del siglo XIX. Los liberales y los radicales latinoamericanos movilizaron el concepto de libertad igualmente vinculándolo a la liberación de las condiciones de atraso y explotación mantenidas por los regímenes conservadores. El tercer momento, característico del siglo XX, está relacionado con el ascenso social y particularmente con las luchas populares de trabajadores urbanos y rurales, cuyos intereses han tratado de ser expresados por distintas fuerzas políticas, como son los partidos de izquierda, pero también por gobiernos, que van desde los clásicos “populismos” latinoamericanos, hasta el ciclo de los “progresistas”, durante los primeros tres lustros del siglo XXI, a los que siguió un retorno conservador y enseguida un segundo ciclo progresista, pero debilitado, si se lo compara con el primero. Se trata, en definitiva, de un proceso de largo plazo en el cual la libertad nuevamente está vinculada a la liberación social de las condiciones de opresión y explotación determinadas por el sistema oligárquico, a inicios del siglo XX y por los modelos empresariales y neoliberales desde fines de ese mismo siglo, que perduran o reviven en el siglo XXI.
En las actuales condiciones latinoamericanas, no solo sigue la confrontación entre dos modelos de economía: el neoliberal-empresarial, de una parte y el social, de otra; sino que la búsqueda de la justicia social se ha vuelto más compleja y peligrosa, por cuanto las elites del poder económico y político de la región han aprendido a combatir y detener cualquier intento de construcción de economías sociales y de gobiernos democrático-populares, que afecten a sus intereses.
Como lo advierten varios de los pensadores en las obras que comento, la reacción conservadora y derechista en América Latina da forma, cada vez más abierta y radical, a procesos de control de los Estados para instaurar el poder excluyente de las capas más ricas. Con ello son afectadas las vías de la democracia, se arrasa con las libertades históricamente conquistadas y se reprime las luchas por la liberación social. El peligro de constituir Estados fascistas es una realidad presente en la vida latinoamericana, de modo que las luchas por la libertad, que impliquen la liberación contra la explotación del capitalismo regional, conllevan la necesidad del replanteamiento de la organización popular y la acumulación y entendimiento de las fuerzas que pueden representarlas. Se une, sin duda alguna, la necesidad de librar, al mismo tiempo, la lucha permanente por una cultura centrada en la justicia social. Los desafíos a niveles conceptuales están planteados. Las razones históricas están señaladas.
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