Las expresiones de los de movimientos sociales en Chile son una clara manifestación, de que son parte de una realidad que tiene vida y actividad propia. En un mar abierto a la especulación tanto de la economía como de las soluciones políticas sin partidos organizados, sin estructuras sociales, apoyados en los medios de comunicación y […]
Las expresiones de los de movimientos sociales en Chile son una clara manifestación, de que son parte de una realidad que tiene vida y actividad propia.
En un mar abierto a la especulación tanto de la economía como de las soluciones políticas sin partidos organizados, sin estructuras sociales, apoyados en los medios de comunicación y en la creación de una «ilusión» de prosperidad, que se agota y fatiga, cada vez que es exigida por las demandas justas y reales de los trabajadores del campo y la ciudad.
Esa realidad social objetiva demuestra que han sido las necesidades de miles y miles las que se ven reflejadas en el enriquecimiento de unos pocos, que acumulan poder y ejercen un control severo de los sentidos de bien y mal, que paralizan y dominan la conciencia colectiva.
Más de treinta años de desinformación y deformación de la realidad, dejan como resultado que el bienestar es aparente, transitorio, breve y al mismo tiempo inquietante, como el sueño que contiene una pesadilla; y que sólo se vence despertando.
Allí en las estanterías del Estado descansan fuera de la mirada de su pueblo la información que explica el modo con que se traspasaron las empresas nuestras, del país, a manos privadas.
Los acuerdos que hicieron posible que la transición no fuese más que la actualización de lo que venía de la mano militar a lo que hay en las manos civiles de hoy, se encuentran marginados del relato de la historia oficial y hace posible que gobernantes y una aparente oposición, cohabiten, en un contexto que claramente no es de lealtad, sino de complicidad.
La fuerza que movió la turbina social de las protestas de los 80, se ha fortalecido en la tranversalidad de sus necesidades y esperanzas, dando forma a un nuevo sentido común que si logra avanzar, pondrá fin a lo que hay, reemplazará la violencia por la inteligencia y con su despertar colectivo hará ver que la pesadilla termina y que nuevas formas son posibles si se derrota el mito de que el poder actual es invencible y que por el contrario se derrumba por la falta de base, por la presión de su propio peso y por la certeza de la inexistencia, al menos en este plano, de lo imposible.