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Lo malo y lo feo

Fuentes: Rebelión

Por qué, para catalogar el arte contemporáneo, se ha desterrado conceptos tan precisos como malo o feo. Será por el feismo o el nihilismo que parecen predominar en sus obras, porque la pésima factura de una obra de arte contemporáneo ya no es limitación para mostrarla, para exhibirla al respetable público. El ‘respetable público’ ha […]

Por qué, para catalogar el arte contemporáneo, se ha desterrado conceptos tan precisos como malo o feo. Será por el feismo o el nihilismo que parecen predominar en sus obras, porque la pésima factura de una obra de arte contemporáneo ya no es limitación para mostrarla, para exhibirla al respetable público. El ‘respetable público’ ha desaparecido para el arte contemporáneo. Seguramente con la llegada de la postmodernidad también se esfumaron criterios como el oficio y el pudor (Naturalmente hay excepciones). Pero vayamos por partes, una cosa es lo feo y otra es lo malo. Hay obras modernas que se han ganado el derecho a entrar en el arte contemporáneo por su mala calidad, tan acorde al todo vale de los nuevos tiempos y otras que simplemente son feas, carecen de elementos comunicativos, no alcanzan a concretar el sentido, no transgreden la normalidad de la cotidianidad productiva, al contrario, la reafirman con mayor fuerza en una triste carencia de imaginación; son «obras de arte» autistas porque no pretenden el diálogo, no convocan ni a la razón ni al asombro, no son puertas hacia lo maravilloso. La necesidad de éstas obras de contar con un discurso legitimador-explicador, nos muestra el grado de su discapacidad sensual. Pero además están los obtusos discursos curatoriales. De hecho los textos más inconsistentes y ambiguos, seguro los podrá hallar en alguna exposición de arte contemporáneo (que podría estar aconteciendo ahora mismo en la ciudad), y no, no es que ello ocurra porque el grueso de la población no los entienda, porque el pueblo no ha tenido acceso a los altos campos de formación y estudio del arte, simplemente sucede porque obras y textos son malos y hasta feos. Entonces es necesario reivindicar el uso de palabras como malo y feo para catalogar aquello que no nos integra, que nos excluye, que nos ignora como públicos, rescatar el uso legítimo de malo y feo para designar aquellos símbolos mediocres que bajo la coartada de un cuerpo académico -que comienza a mostrar su futilidad-, descartan el goce del arte para todos.

El que poco a poco los públicos vayan abandonando las salas de arte y los museos no solo se debe a la mala gestión cultural o a la ausencia de políticas culturales dirigidas a la gente, son las feas obras y las malas curadurías (o viceversa), que en su afán de vanguardismo no hacen sino falsificar el sentido común. Esto ocasiona que el arte vaya reduciéndose para ¿el disfrute? de un pequeño grupo de gente, donde los artistas no buscan comunicar nuevas ideas o cuestionar la realidad, lo que desean es el reconocimiento de estos grupúsculos que normalmente tienen un poder simbólico acuñado más en el silencio de una sociedad excluida, que en sus aportes efectivos a la riqueza estética. En el intento de ganar la voluntad de estos grupúsculos que permiten el acceso a las salas de exposición, los museos y otros certámenes, muchos artistas se hiper-atrofian, y quien al final pierde es la sociedad entera. Los artistas debieran ser los últimos en claudicar ante el poder.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.