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Entrevista a Daniel Innerarity, catedrático de Filosofía Política y autor de “La política en tiempos de indignación”

«Lo nuevo está hoy sobrevalorado en la política»

Fuentes: Rebelión

La regeneración, la «nueva» política, el perfil de candidato joven con un discurso fresco e innovador que reniega de los grandes relatos ideológicos… El catedrático de Filosofía Política e investigador de la Universidad del País Vasco, Daniel Innerarity, considera que lo «nuevo» actualmente está «sobrevalorado», sin embargo existen otros ejes que atraviesan el escenario político: […]

La regeneración, la «nueva» política, el perfil de candidato joven con un discurso fresco e innovador que reniega de los grandes relatos ideológicos… El catedrático de Filosofía Política e investigador de la Universidad del País Vasco, Daniel Innerarity, considera que lo «nuevo» actualmente está «sobrevalorado», sin embargo existen otros ejes que atraviesan el escenario político: izquierda/derecha, la cuestión nacional o la dialéctica entre razón tecnocrática y razón populista. Daniel Innerarity ha presentado su último libro, «Las políticas en tiempos de indignación» (Ed. Galaxia Gutenberg), en un acto organizado por el Fórum de Debats de la Universitat de València, titulado «La indignación, ¿motor de la política?». El filósofo es también autor de libros como «Un mundo de todos y de nadie. Piratas, riesgos y redes en el nuevo desorden global» o «La democracia del conocimiento. Por una sociedad inteligente». Colabora en medios como El Correo, El País, la Cadena Ser y la revista «Claves de razón práctica».

-Plaza de Tahrir, 15-M, Plaza Syntagma, Occupy Wall Street… ¿Qué límites encuentras a los movimientos de «indignación» horizontales y que actúan desde la base?

Los movimientos sociales responden a una lógica muy propia, que es la de situar en la agenda política ciertos asuntos que no se estaban advirtiendo, por ejemplo los desahucios. Lo que ocurre es que cuando se trata de hacer algo para arreglar el problema de fondo, resulta más complicado. Por ejemplo, Ada Colau fue al Congreso y riñó a los parlamentarios porque le decían que no se podían parar los desahucios, cuando en el fondo no querían arreglar el problema. Esto contrasta enormemente con la Ada Colau alcaldesa de Barcelona, que a las pocas semanas confiesa sentirse angustiada porque le llega la gente con problemas concretos que, o no tiene medios para resolverlos, o a lo que ha de dedicarse la alcaldesa es a arreglar las condiciones generales. Al final, se trata de dos lógicas distintas. Incluso cuando un movimiento social efectúa un tránsito a la forma partido, genera muchas contradicciones. Es algo normal.

-Actualmente está en boga el concepto de «democracia líquida». ¿Compartes esta noción, o la contradicción real es la tradicionalmente planteada entre democracia representativa y democracia directa?

Mi proyecto de reflexión desde hace unos años tiene que ver con la idea de democracia «compleja». Es decir, creo que casi todas las categorías con las que contamos para concebir la democracia proceden de hace 300-400 años, cuando las sociedades eran muy simples. Los espacios eran entonces muy delimitados y pequeños, y los problemas que había que resolver no tenían la complejidad técnica que tienen en el mundo interdependiente actual, con el cambio climático, la complejidad del mundo financiero… El gran desafío que se nos plantea es cómo repensar la democracia en unas condiciones para las que no estaba concebida. Los espacios se han vuelto mucho más complejos e interdependientes, coinciden los tiempos -que pueden ser contradictorios- de las finanzas, los medios de comunicación, el consumo y la reposición de los medios naturales; también el conocimiento requiere un grado cada vez mayor de saber experto, sin que la democracia sea el poder de los expertos.

-¿De qué modo observas la dialéctica escenificada entre «vieja» y «nueva» política? ¿Qué opinas de fenómenos políticos como «Podemos» y «Ciudadanos»?

Creo que hoy lo «nuevo» está sobrevalorado en política, pero ciertamente ese eje «viejo»/ «nuevo» funciona. A veces tiene que ver con la renovación, la juventud y el cambio. Pero éste no es el único eje del antagonismo político. Por ejemplo, cuando «Podemos» irrumpe en el espacio público y afirma que no es de izquierdas ni de derechas, ya que aspiran a ser un movimiento transversal que recoja la experiencia del 15-M, el gran desmentido lo constituye la aparición de «Ciudadanos». El hecho de que surja una fuerza de «renovación» de derechas («Ciudadanos») frente a una de izquierdas («Podemos»), significa que este eje ideológico (izquierda/derecha) es muy resistente y nos va a continuar acompañando. Además, en las sociedades democráticas se están pluralizando los ejes del antagonismo, que también son de identificación nacional; o un eje sutil, pero muy importante, entre razón tecnológica y razón popular (o entre populismo y tecnocracia). Quien se sitúe en uno sólo de los ejes no tendrá capacidad transformadora ni de comprender lo que está pasando.

-¿En qué consiste la disyuntiva entre razón tecnológica y razón popular?

En medio de la crisis del euro, el presidente del BCE, Mario Draghi, un técnico que sólo de una manera muy indirecta obedece a un criterio de representación democrática, formula una frase «mágica»: «Haremos todo lo que sea necesario para salvar el euro». Aquello tuvo un efecto «mágico», ya que aquella urgencia se resolvió. Pero Draghi es un técnico que no responde a ningún electorado. Por otra parte, un político portugués me dijo durante la actual crisis que debía hacer determinados discursos para atraer a los inversores internacionales y aplacar a los mercados financieros. Sin embargo, decía, hay discursos que le servían para ganar votos pero que le destrozaban la «estabilidad» económica. Es un drama real, esa tensión existe.

-Hay discursos que se refieren a la calle como un territorio prístino, virginal, del que salen propuestas autenticas y directamente conectadas con la voluntad popular. Por otro lado caminarían las instituciones, fósiles, burocratizadas y al servicio del poder financiero. ¿Estás de acuerdo con este análisis?

No me lo creo, porque en la calle hay movimientos reaccionarios. Si hacemos estos días en Francia una encuesta, que supongo no haremos, encontraríamos un crecimiento de la xenofobia tras los atentados de París. Muchas medidas progresistas, por ejemplo en relación con los derechos de los homosexuales, las han introducido los gobiernos, por ejemplo en Irlanda o en algunos estados de Estados Unidos. A veces las instituciones son más progresistas que la calle. La gente tiene la última palabra, pero eso no significa que tenga razón. O que la tenga siempre.

-¿Qué sentido tendría la actual democracia representativa sin presión social ni movimientos sociales, en un contexto de corrupción, «puertas giratorias» y fuerte control del poder financiero?

Es cierto que no lo podemos confiar todo a la «clase política», pero nuestros representantes están vigilados por la gente, los medios de comunicación, las encuestas, las instituciones de derechos humanos o protección del medio ambiente. No pensemos que tenemos unos representantes que no están sometidos a una presión externa. En las sociedades complejas hay un ámbito representativo-institucional rodeado de mucha presión, vigilancia y observación.

-En cuanto a los puntos de referencia ideológicos, ¿es válido para la izquierda el viejo programa socialdemócrata-keynesiano, al que apelan diferentes partidos y sindicatos?

Cuando, como consecuencia de la crisis económica, fallaron los mercados, hubo un cierto «engaño» óptico: el hecho de pensar que nos hallábamos en un momento neokeynesiano. Pero eso se ha revelado como falso. Opino que actualmente la contraposición mercado-estado es muy elemental, y no sirve para mercados globalizados, espacios abiertos y economías fuertemente financiarizadas. Keynes pensaba en unos efectos de contagio entre economías muy limitadas y controlables, sin mercados tan abiertos ni financiarizados como los actuales.

-¿Por dónde debería transitar entonces la izquierda? Manifestabas que el eje ideológico izquierda/derecha continúa vigente…

En el libro indico varios caminos. Considero que la izquierda ha dejado en manos de la derecha la descripción de la realidad, y se ha dedicado durante los últimos años al cuidado de unos ciertos valores (igualdad, justicia…) sin conexión con esa realidad. Lo que la derecha ha puesto de manifiesto es que tenía una mala descripción. Ha habido un fracaso de la economía. Hasta el Financial Times reconoce que sin una cierta igualdad la economía no puede funcionar. Creo, por tanto, que la primera batalla que la izquierda tiene que dar es la de una descripción de la realidad más ajustada que la que tiene la derecha, y no combatir sólo en el plano de los valores.

-¿Si se trata de un problema de descripciones, significa que en el fondo la izquierda debería asumir el actual estado de cosas, una economía liberal, desregulada, privatizada y al albur de los mercados financieros?

No, en absoluto. Como consecuencia de la crisis económica hay una gran discusión incluso en las facultades de Economía y las escuelas de negocios, sobre qué teoría y qué descripción de la realidad económica se ha dado. El fracaso de esa teoría y la inestabilidad dramática que ha producido, están exigiendo una ciencia económica diferente. La Economía dominante en los últimos años ha sido una ciencia abstracta, sin ninguna consideración hacia factores políticos y sociales. Pensaba que era una ciencia exacta, donde la dimensión humana era una variable prescindible, a diferencia de cuando uno lee a Adam Smith, Marx o Keynes, donde encuentra que la economía se halla integrada en una teoría general de la sociedad, vinculada a una política y una ética. En cambio, la gente que ha tenido el poder de decisión económica detrás de las grandes innovaciones financieras ha sido gente joven, economistas-matemáticos (económetras), que medían aspectos muy menores y sin ninguna contextualización social. Por supuesto el medio ambiente no entraba en ninguna consideración.

-Por otro lado, en algún artículo has planteado la necesidad de «desconexón» frente a la sobresaturación informativa. Tal vez por ejemplos como la cadena de atentados de París o el proceso soberanista en Cataluña… ¿Es imprescindible esta «desconexión» para fraguar ciudadanos críticos?

Me parece que la categoría básica del flujo informativo que hoy tenemos es la redundancia. Uno pone el informativo de radio, televisión o se conecta a las redes sociales y, lo que generalmente oye, es el mismo tipo de discursos repetidos con mil matices y reduplicados. Pienso que en estos momentos si uno quiere tener una visión crítica de lo que está ocurriendo, ha de introducir procedimientos de reflexión y hacer que las cosas pasen por el pensamiento propio. De lo contrario, nos convertimos en máquinas que repiten el eco que hay en la sociedad. Actualmente, el gran valor es saber de qué fuente informativa puedo prescindir. O, mejor dicho, qué puedo considerar como ruido al que no debo prestar atención. Y el ruido es prácticamente la totalidad.

-También has escrito sobre la preponderancia germana en la Unión Europea. ¿Puede ser éste un límite a la soberanía popular en el interior de los estados nacionales?

Creo que nos hemos de acostumbrar a vivir en espacios más inclusivos, en el que unos países tengan en consideración lo que otros le dicen. El problema de Europa es que no hay reciprocidad. Hay países que tienen más capacidad de entrometerse en los procesos de decisión de otros que al contrario. No me parece mal que Alemania, país con un peso considerable en la zona euro, tenga capacidad de establecer vigilancia sobre los presupuestos de otros países, lo que me parece es que la capacidad debería ser recíproca. Por ejemplo, el estado español también debería poder pedir que Alemania aumentara su demanda interna. Lo que no entiendo que sea correcto es la asimetría.

-Por último, en el libro señalas la vigencia de un término de la Grecia clásica, el «idiotez»…

Hay tres tipos de «idiotas» en el sentido griego de la palabra, es decir, las personas que no se interesan por los asuntos públicos. Pero me parece que es legítimo que a alguien no le interese demasiado lo «común», aunque al final la política acabe inevitablemente interesándose por uno. Hay un segundo tipo de «idiotas», aquéllos que pretenden liquidar la forma política de las sociedades porque no ganan nada con el hecho de que la política sea fuerte. Me refiero al poder económico. Y hay un tercer tipo de «idiota», al que me dirijo en el libro, que es el ciudadano interesado, participativo, abierto, que a veces dirige demandas contradictorias al sistema político. Por ejemplo, cuando reduce la participación a lo que llamo democracia «ocular», a observar a veces con cierto morbo, detalles concretos sobre los sueldos de los parlamentarios y aspectos de su vida privada. Probablemente descuidemos cuestiones más importantes que tienen que ver con la toma de la palabra o la deliberación, para convertirnos en «mirones» o consumidores del espectáculo de la política.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.