Ningún observador, analista, encuestador, dirigente partidario, asesor presidencial, brujo o pitonisa, predijo la sorpresa registrada en las elecciones primarias del domingo 30 de junio. Ni la masiva participación de la gente, ni el abrumador triunfo de Michelle Bachelet dentro de la Nueva Mayoría, ni la aplastante diferencia que obtuvo la oposición por sobre la derecha […]
Ningún observador, analista, encuestador, dirigente partidario, asesor presidencial, brujo o pitonisa, predijo la sorpresa registrada en las elecciones primarias del domingo 30 de junio. Ni la masiva participación de la gente, ni el abrumador triunfo de Michelle Bachelet dentro de la Nueva Mayoría, ni la aplastante diferencia que obtuvo la oposición por sobre la derecha y el oficialismo. Todos los pronósticos y expectativas -en mayor o menor grado- fueron errados.
Los estudios y exámenes de las cifras se prolongarán en los ámbitos académicos por un largo tiempo; pero en los mentideros políticos y en las sedes partidarias el tiempo ahora es un bien escaso. Las listas de candidatos al Parlamento deben inscribirse el 17 de agosto, los programas de gobierno apremian y las campañas -insisten casi todos los jefes territoriales- tienen que ponerse en marcha lo antes posible. La premura, sin embargo, no es igual para todos.
Las primarias dejaron en claro algunas cosas. Primero, que la derecha sigue viviendo en el domicilio de siempre y que todos aquellos versos que hablaban de «centro social» y «centro popular» eran sólo recursos retóricos falaces. Segundo, que la derecha vio despeñarse estrepitosamente su votación histórica, reflejo indudable de que los chilenos que acudieron ese día a las urnas no quieren que siga gobernando nadie que se parezca de algún modo a la administración de Sebastián Piñera. Tercero, que en los barrios donde anida la derecha irrumpió un nuevo tipo de votante, el que prefirió a un candidato opositor, aunque del mismo cuño económico neoliberal, pero mucho más flexible en temas valóricos y culturales, como lo era el independiente Andrés Velasco.
El estrecho triunfo de Pablo Longueira, el abanderado de la Unión Demócrata Independiente por sobre Andrés Allamand, candidato de Renovación Nacional ha sido interpretado de las más variadas maneras. Unos, culpan al propio Allamand por no haberse atrevido a diferenciarse de su contrincante, prefiriendo apostar a quitarle a Longueira el voto duro de la derecha, lo que no había podido hacer en la misma zona acomodada de Santiago contra el UDI Carlos Bombal, en los comicios senatoriales de 1997. Otros afirman que el propio presidente Piñera dejó caer a su viejo amigo y aliado pensando en una segura derrota de Longueira en las elecciones de noviembre próximo, y en su propia reaparición como candidato a la reelección en 2017. Están también los que atribuyen la victoria a las habilidades propias de Longueira y de su equipo de campaña, encabezado por Joaquín Lavín, quien estuvo a un paso de derrotar al socialista Ricardo Lagos en las elecciones presidenciales de diciembre del año 2000.
CUANDO CASI GANA LA DERECHA
Un miembro del comando de Lagos en ese momento, el ex ministro Francisco Vidal, recordó para PF aquel episodio: «Le ganamos ampliamente las primarias a Andrés Zaldívar y nos fuimos de vacaciones. Vimos entonces por los diarios y la televisión cómo Lavín aparecía en el norte con un gorro aymara; en Arauco y Cautín, disfrazado de mapuche; en Chiloé, con gorro de lana comiendo curanto; en Talca, vestido de huaso; en Calama, con casco minero. Parecía multiplicarse y fundirse con las comunidades locales. Nos reíamos, claro, pero al final vimos cómo casi nos gana. Esa fue una lección que nunca olvidaré y que por supuesto, hasta donde pueda evitarlo, no volverá a repetirse».
Pablo Longueira esta vez se plantó en la campaña de la primaria como un triunfador. Sin sonrojarse, aseguró que había participado en cinco elecciones y que siempre se había impuesto con la primera mayoría. Mentira. En las dos primeras, a diputado, llegó en segundo lugar, detrás del abogado Andrés Aylwin, del PDC. En las senatoriales de 2005 también llegó segundo en la Circunscripción Oriente, siendo superado por Soledad Alvear, también del PDC. Longueira ahora ganó ampliamente sólo en las tres comunas más ricas del país, porque gastó tres o cuatro veces más dinero que Allamand en su campaña de propaganda y porque los enormes recursos de que dispuso y dispondrá provienen de las familias más adineradas del país, las que están dispuestas a aportar lo que sea necesario para que nada cambie y así poder mantener sus privilegios.
Ahora, enfrentado a los comicios de noviembre, Longueira primero deberá convencer a los militantes y simpatizantes de RN para que lo apoyen; luego, recuperar a quienes -siendo de derecha- sufragaron por Andrés Velasco; enseguida, intentar captar votos de Claudio Orrego y del PDC; y, finalmente, apelar a los que no fueron a las urnas. Todo eso para intentar aproximarse a Bachelet. ¿Cómo lo hará? Es difícil predecirlo, pero con el discurso que ya se le conoce no podrá lograrlo. Prometiendo más de lo que ha hecho Piñera y la continuidad del modelo neoliberal vigente, difícilmente llegará al 25% de los votos que se escruten en noviembre. Otro camino podría ser una campaña del terror, pero ese es un sendero que bordea con el abismo.
Todo hace presumir que los mayores esfuerzos de Longueira se concentrarán en reforzar las campañas de sus candidatos a diputados y senadores. Es en el Congreso, finalmente, donde la UDI intentará atrincherarse para defender la Constitución y el modelo económico. La derecha corre el riesgo, según las proyecciones de los resultados de las primarias, de perder 16 distritos y cuatro circunscripciones, lo que le impediría bloquear las reformas que pretende efectuar Michelle Bachelet.
En los próximos tres meses, además, podrá observarse con mayor claridad el desempeño de los candidatos independientes, quienes la misma noche del domingo 30 iniciaron sus campañas. De ellos, Marco Enríquez-Ominami, Marcel Claude y Franco Parisi aparecen como mejor posicionados; los dos primeros desde la oposición, y el tercero por la derecha. Todos ellos han levantado discursos muy críticos y alternativos a la Alianza por Chile y a la Nueva Mayoría. No obstante, carecen de fuerzas partidarias y de redes de apoyo políticas y sociales que les permitan crecer significativamente en el favor de los electores. Los tres, además, dependen mucho de los grandes medios de comunicación para transmitir sus mensajes y el acceso a ellos no siempre les ha resultado fácil.
EL TSUNAMI ELECTORAL
Michelle Bachelet, en tanto, casi sin moverse y con mínimos recursos de campaña, consiguió una votación arrolladora. Su figura parece incombustible. Podría salir a cazar ballenas, a cortar alerces o derramar petróleo y su prestigio permanecería incólume. La arremetida en su contra desde La Moneda en el tramo final de las primarias no sólo resbaló en su imagen, sino que por el contrario, la fortaleció. Su disposición a luchar prioritariamente contra la desigualdad, a reformar la educación, la salud, la previsión y el sistema tributario, dieron de lleno en el blanco de las demandas de un sector mayoritario de la población. Prometió, también, modificar la Constitución -dentro de los marcos institucionales- y el sistema binominal de elecciones, aspectos que parecen prioritarios para los sectores de Izquierda más radicales. La candidata enfrentó las primarias con el apoyo de los partidos Socialista, PPD, Comunista, MAS e Izquierda Ciudadana (ex Izquierda Cristiana), pero la votación que consiguió fue mucho más allá de ellos, penetrando al PDC y, sobre todo, a los sectores independientes.
La ex mandataria empatiza transversalmente con la población, por encima del eje tradicional de izquierdas, centro y derechas. Se ha posicionado en los grupos sociales que en los últimos 80 años votaron sucesivamente por radicales, democratacristianos y la Unidad Popular. La Nueva Mayoría reúne a todas esas fuerzas políticas e incluso más, dejando por un extremo a una derecha encarnizadamente conservadora y que aún añora a la dictadura militar y, por el otro, a una Izquierda, que aún siendo significativa, no ha logrado erigir un proyecto político y programático coherente y unitario.
Una encuesta efectuada este año por la Universidad Diego Portales sobre lo que quieren los chilenos, revela algunos datos que alcanzan mucha más consistencia luego de observar los resultados de los comicios primarios. En ella se concluye que el 82,2% de los consultados desea farmacias estatales; 76,3% más bancos estatales; 75,6% AFP estatal; 63,6% transporte público en manos estatales; 59,9% que todas las universidades sean estatales; 54,5% que todos los colegios subvencionados particulares pasen a ser estatales, entre otros datos. Las cifras de la UDP indican dónde están los votantes de Michelle Bachelet. Y claramente no se ubican entre los partidarios de las ideas de Claudio Orrego, Andrés Velasco o José Antonio Gómez; menos aún en la derecha, que pretende exactamente lo contrario.
Bachelet ha mantenido desde su retorno al país un discurso ambiguo, que oscila entre la estabilidad y los cambios, que busca interpretar las demandas de los más diversos grupos ciudadanos. Este es el eje con el que articula su proyecto de gobierno. Ni Pablo Longueira ni nadie, por ahora, podría igualarla.
El denominado centro político, que tantos desvelos ha despertado entre los analistas, adquirió un nuevo significado con la irrupción en los últimos años de las movilizaciones sociales y estudiantiles. La derecha y sus medios de prensa lo reinventaron para clasificar a los chilenos que se han beneficiado con el modelo de desarrollo y que no desean grandes cambios. Se le emplea, entonces, como sinónimo de moderado, juicioso o equilibrado, y se le opone, por lo tanto, a los estudiantes o grupos sociales que se movilizan en procura de cambios profundos, a los que se les sindica como extremistas, intransigentes o exaltados.
Esto no es así, y pareciera que los chilenos han aprendido a hacer las diferencias. Como lo expone uno de los muchos participantes que se expresan a través de Internet en las redes sociales: «Lo que la gente quiere es justicia social, igualdad de oportunidades en educación y salud. Que se deje de ensalzar al consumo, que se creen condiciones de competencia realmente justas, salarios dignos, mejorar la remuneración a quienes educan a nuestros hijos o nietos, garantizar una pensión y salud digna a nuestros jubilados, cobrar los impuestos justos a quienes extraen las riquezas de todos los chilenos y usarlos para financiar la salud, educación y beneficios a todos los trabajadores. Las únicas opciones posibles para llevar a cabo estas transformaciones son: primero, que la actual oposición gane y además gane la mayoría del Congreso; o, segundo, que el actual conglomerado de gobierno dé señales claras que entiende y sintoniza con las demandas ciudadanas, y se comprometa realmente a hacer los cambios necesarios».
Publicado en «Punto Final», edición Nº 785, 12 de julio, 2013