Lo que me motivó a escribir este artículo fue el relato persistente y reduccionista que resurgió tras el reciente bombardeo estadounidense-israelí a Irán. Como era de esperar, la cobertura de los medios y las publicaciones en las redes sociales reciclaron rápidamente este viejo cliché: las mujeres musulmanas necesitan ser rescatadas, rescatadas de su religión, su cultura y sus hombres. A esto se sumó la peligrosa sugerencia de que otra intervención militar al estilo occidental podría de alguna manera iniciar el cambio de régimen y la liberación de las mujeres iraníes, un relato que recuerda perturbadoramente a las justificaciones utilizadas para las intervenciones en Irak y Afganistán. Si bien es innegable que la República Islámica de Irán es represiva, en particular en su trato a las mujeres, como lo demuestra el desgarrador caso de Mahsa Amini, este marco solo cuenta una parte de la historia.
A pesar de las restricciones reales, las mujeres iraníes están lejos de ser débiles y sometidas. De hecho, están entre las más educadas de la región y en muchos casos más educadas que los hombres iraníes. Según datos de la UNESCO y el Banco Mundial, en los últimos años más del 60% de los estudiantes universitarios iraníes son mujeres y la inscripción de mujeres en la universidad alcanzó un máximo del 70-75% a principios de 2010. Hoy en día la mayoría de los graduados en medicina, ingeniería y otros campos STEM (siglas en inglés de Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) son mujeres y la alfabetización femenina supera el 98%. Estos no son signos de una población a la espera de ser salvada, son signos de una sociedad en la que las mujeres, a pesar de las restricciones legales y culturales, han creado poderosos espacios para la acción, el conocimiento y la resistencia. Las mujeres iraníes han estado durante décadas a la vanguardia de las protestas políticas, los movimientos estudiantiles y la vida intelectual. No necesitan ejércitos occidentales que las «liberen». Lo que necesitan es una solidaridad global que respete su voz y su autonomía, no ataques aéreos formulados como intervenciones feministas.
Este relato de rescate no solo ignora esas realidades, sino que las distorsiona. Aplana las vidas de las mujeres musulmanas hasta reducirlas a una sola historia estática de opresión, borra su agencia, sus logros y su resistencia. Y lo que es peor, a menudo se convierte en un pretexto moral para las decisiones de política exterior tomadas en nombre de la liberación, pero que se llevan a cabo por medio de la violencia.
No niego que la misoginia persista en gran parte del Medio Oriente, el norte de África y el sur de Asia. Desde la denegación de educación hasta el matrimonio forzado e incluso la represión política, la lucha por la igualdad de género está lejos de haber terminado. Pero lo que es preocupante es cómo Occidente se ha apropiado de estas luchas, no para elevar a las mujeres musulmanas, sino para utilizar su sufrimiento como prueba de que el islam es supuestamente retrógrado. Sin embargo, de la misma manera tampoco puedo pretender que la misoginia haya desaparecido de alguna manera en Occidente. Simplemente lleva una vestimenta diferente, desigualdades estructurales en la atención médica, muy pocas mujeres en puestos de liderazgo, niveles epidémicos de violencia de género y la constante mercantilización de los cuerpos de las mujeres. Los militaristas en Occidente pueden hablar el lenguaje de la liberación, pero su propia casa sigue siendo profundamente desigual.
Sin embargo, cuando las mujeres musulmanas realmente necesitan la solidaridad del mundo, cuando sus derechos y sus vidas están bajo asedio, la indignación moral a menudo se reduce, es tardía o está totalmente ausente. Esto es especialmente cierto cuando su sufrimiento se produce fuera de los abusos catalogados que se atribuyen a sus propias llamadas «sociedades patriarcales.» Cuando la violencia contra las mujeres musulmanas la cometen actores estatales, aliados o las llamadas democracias liberales, la respuesta rara vez es una solidaridad urgente, sino que es matizada, cautelosa y, con demasiada frecuencia, silenciosa.
Reflexiono sobre esto en el momento en que la comunidad internacional conmemoraba recientemente el 30 aniversario del genocidio de Srebrenica en el que miles de mujeres musulmanas fueron violadas sistemáticamente por las fuerzas serbias de Bosnia, una campaña de violencia sexual genocida cuyo objetivo era aterrorizar, humillar y, como sostienen algunos estudiosos, eliminar étnicamente a la población bosnia. Estas mujeres enterraron a sus hijos, maridos, padres y hermanos, mientras el mundo observaba y sin intervenir. El silencio no era solo complicidad, era una política.
Pero no necesitamos retroceder décadas para encontrar tales patrones. Veamos lo que ocurre hoy: según ONU Mujeres, más de 28.000 mujeres y niñas han sido asesinadas en Gaza desde que comenzó la guerra en octubre de 2023 (una muerte por hora aproximadamente). Miles más están ahora al borde de la inanición; más de 557.000 mujeres se enfrentan a una grave inseguridad alimentaria, y las mujeres embarazadas y madres lactantes son las más afectadas.
Hay muchos otros ejemplos. Tomemos la difícil situación de los Rohingya en Myanmar, una de las campañas de limpieza étnica más atroces de la historia reciente. A pesar de los informes ampliamente difundidos sobre violaciones en masa, desplazamientos forzados y ataques deliberados contra mujeres y niños, la crisis nunca recibió la atención constante de los medios de comunicación ni la respuesta política que merecía. En 2022 Estados Unidos reconoció oficialmente que las atrocidades cometidas contra los rohingyas eran un genocidio. Sin embargo, ni siguiera esta calificación se ha traducido en una presión internacional constante, en exigencia de responsabilidades o en una fuerte protección para las mujeres que todavía sufren en los campamentos de refugiados y centros de detención.
Otro ejemplo llamativo es la difícil situación de las mujeres uigures en China. Los informes sobre esterilizaciones forzadas, abusos sexuales e internamientos masivos han circulado durante años. Los documentos del gobierno chino de 2019 muestran que las autoridades tenían el objetivo de esterilizar en dos condados al 14-34% de las mujeres uigures casadas y en algunas zonas rurales las tasas llegaron al 80%. Un fax filtrado de las autoridades de Xinjiang en septiembre de 2020 a CNN reveló que la tasa de natalidad de la región se había desplomado un 32,7% en solo un año y había caído de 15,88 nacimientos por 1.000 personas en 2017 a 10,69 en 2018. Aunque estas atrocidades están bien documentadas, no han provocado una condena global sostenida ni sanciones significativas. El mundo sigue comerciando con China y adquiriendo bienes de fábricas vinculadas al trabajo forzado uigur, y sigue siendo cómplice incluso cuando los cuerpos de las mujeres musulmanas se utilizan como herramientas de control político por medio de políticas coercitivas de control de natalidad y abusos sistemáticos.
Cuando las mujeres musulmanas sufren bajo las llamadas sociedades patriarcales «retrógradas», la indignación a menudo desencadena respuestas políticas rápidas y una condena generalizada. Pero cuando la violencia es infligida por aliados, democracias liberales o naciones con las que comerciamos, la respuesta se vuelve silenciosa, matizada y conveniente políticamente. En cualquier caso, la incoherencia saca a relucir una verdad inquietante: la falta de indignación pone de manifiesto la poca sinceridad de las afirmaciones sobre el «rescate» de mujeres musulmanas, porque si a los líderes occidentales de derechos humanos y a las voces feministas realmente les importara, la difícil situación de las mujeres musulmanas importaría independientemente de quién infligiera la violencia. La empatía selectiva no es solidaridad, es estrategia. Y si la indignación de una persona depende de quién comete la violencia y la opresión, entonces nunca tuvo que ver con las mujeres, sino con afirmar la superioridad cultural, algo falso y vacío.
Texto original: https://znetwork.org/znetarticle/what-the-west-got-wrong-muslim-women-dont-need-saving-and-when-they-do-where-are-you/
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