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Lo que usted siempre quiso saber de Petro y él no se lo va a contar

Fuentes: Rebelión

Mi voto es por Petro, lo digo de entrada por si las dudas y para espantar algunos lectores.  

En mi eterna búsqueda de un podcast que pudiera saciar mi nefasta sed de entretenimiento (maldición contemporánea), encontré por casualidad uno que hizo bien la tarea, “La candidata”, radionovela de ficción política creada por El Tiempo, en la que una ficticia candidata presidencial influye subrepticia y astutamente en muchos de los acontecimientos políticos de la coyuntura electoral colombiana. Una buena pieza de imaginación política que me entretuvo por un rato. 

En uno de sus capítulos, “la candidata” revela sus verdaderos motivos e intenciones. Ha perdido un familiar por culpa del “establecimiento” y ahora se propone hacer todo lo posible para que la presidencia de Colombia en 2022 la gane “el peor”, el que pueda generar caos y literalmente patear la mesa del establecimiento, es decir: en primer lugar Petro o, en su defecto, un “candidato loco” lo más parecido posible a Donald Trump, es decir: en segundo lugar la Mafe Cabal (hoy desaparecida del tablero) o en tercer lugar “el ingeniero” Hernández. Sin rodeos, habría que concluir que “el buen candidato» para El Tiempo (el que la rencorosa y malintencionada protagonista del podcast no quiere que gane) sería entonces Federico el Quico Gutiérrez. Demasiado predecible. 

No deja de ser divertido ver cómo la Casa Editorial El Tiempo (100% de Sarmiento Angulo) y, en general, los grandes medios (casi todos propiedad de Gilinsky, la familia Santodomingo y la organización Ardila Lule) venden la imagen simple y efectiva de un Petro peligroso para el país, un Petro incendiario al que hay que tenerle miedo. Claramente las élites son las que le tienen miedo, y por algo será. En esta columna, escrita para la izquierda (pero quizá con la fatídica suerte de que el uribismo la vuelva famosa y la utilice para escandalizar), trataré de explicar esa imagen y ese miedo, y por qué no es infundado.  

Petro, por su parte, ha sabido vender otra imagen, la que hoy lo tiene de primero en todas las encuestas y con gran ventaja sobre el segundo y el tercero en la fila. Según su discurso de campaña él es un demócrata liberal en política, un keynesiano socialdemócrata en economía, un pluralista ecologista en lo social y un católico en lo espiritual; un alma de dios que así logra desmarcarse del comunismo, el socialismo y sus adalides más cercanos: Comunes (ex Farc), el fantasma de Chávez y Castro, y el tan odiado Maduro. Lo suyo sería “el cambio por la vida” y no el cambio hacia el socialismo (así como a Quico “el presidente de la gente” le sirve para ocultar que es el presidente de Uribe y los demás expresidentes). La de Petro es una jugada maestra de intercambio que le ha funcionado. 

Pero no nos digamos mentiras, todo el mundo sabe que, cuando de políticos se trata, una cosa es el discurso de campaña, otras sus propuestas programáticas y otras, finalmente, sus verdaderas intenciones y el capital político que tiene para llevarlas a cabo. Pero no es que sea solo Petro el que maneja un doble (o triple) discurso; es que así es la política moderna y así tienen que ser los políticos si de verdad quieren ganar. Y Petro quiere ganar.  

De hecho, Petro ha pecado por explicar con demasiado detalle sus propuestas programáticas y declarar sin rodeos la forma específica en que pretende afectar el sagrado bolsillo de las 4.000 personas y empresas más ricas del país (empezando por los mencionados dueños de los conglomerados mediáticos), base social de casi todos los partidos políticos, y entregar a los campesinos las tierras de los grandes hacendados, base social del uribismo y el conservadurismo (aunque le toque hacerlo por vías diferentes a la hoy considerada diabólica expropiación). Declararse adversario de todos los ricos al tiempo es un deporte extremo, de alto riesgo y, en Colombia, de alta accidentalidad. Pero también eso le da a Petro su encanto ante la juventud. 

Los politólogos sabemos que desde hace varias décadas la campaña electoral exitosa no es la que más promete y explica, sino la que más votantes captura (la expresión técnica es “catch all”, ¡Atrápalo todo!) comprometiéndose lo menos posible con ideologías de izquierda o derecha. Y la forma de “atrapar”, hay que decirlo de una vez, no es convenciendo con razones, sino conmoviendo con emociones. Petro se excede en sus argumentos (cayendo incluso en tecnicismos), pero también sabe jugar el juego de las emociones. Y es un gran jugador.  

Dos emociones determinan hoy el voto popular: el miedo y la ira, sin desconocer el papel de las también influyentes alegría, sorpresa y repulsión. Esas emociones son alimentadas y convertidas en sentimientos duraderos (pánico, odio, esperanza, amor) a través de los bombardeos cotidianos de información que se difunden por medios y redes, información específicamente diseñada para cada “segmento” del mercado electoral. Petro le llega emocionalmente a sus segmentos a través de las redes y las plazas públicas, ya que los grandes medios lo odian. Muy astuto. 

Pero a la gente no le gusta verse como esclava de sus emociones y sentimientos, como manipulable o manipulada. El 100% de la gente quiere creer que pertenece al 10% (si acaso) que no es manipulado por los medios y las redes. Ahí es donde entra el discurso racional y el “story telling”, los cuentos que te cuenta tu candidato con el generoso propósito de que tú puedas “defender con argumentos”, en la conversación de la tienda, de la mesa, de la oficina, del pasillo y de la cafetería, lo que en realidad has decidido por tus emociones. Así nos manipulan y, a cambio, nos ofrecen las palabras y las razones para convencer(nos) de que no nos manipulan. Es un negocio redondo y en eso Petro es tan buen empresario (de la palabra) como el millonario Hernández. 

Ahí es donde entran en escena el discurso del orden y la seguridad (racionalización del miedo) por un lado, y el discurso del cambio y la crítica al establecimiento (racionalización de la rabia) por el otro. El uno o el otro otorgan sin falta la presidencia de Colombia, dependiendo del contexto histórico. En la actualidad, después del mayor estallido social de la historia del país (que inició con el famoso #28A de 2021), y una descomunal crisis económica y social provocada por un manejo elitista y corrupto de la pandemia, parece más probable que gane el discurso del cambio (rabia) y pierda el del orden (miedo). Quico Gutiérrez se enteró tarde y ahora anda desesperado forzando en su discurso la palabra cambio. Hernández también lo sabe bien (como Trump lo supo en su momento). Petro no solo lo sabe: sin duda alguna, y por fuera de cuentos, él es la definición de cambio para Colombia. Eso lo sabe hasta el más ignorante. 

¿Pero cuál cambio? “Cambio por la vida” no dice nada, “cambio por una Colombia humana, productiva, incluyente, sin pobreza ni corrupción y etcétera” no deja de ser retórica y promesas que casi todos los candidatos saben que tienen que decir. Un petrista promedio dirá que lo diferente está en que Petro sí va a cumplir con ellas, lo cual es un argumento flojo porque está por verse si las élites lo dejan ganarle a la alianza RodolFicoJardo y luego si lo dejan gobernar. El cambio debe estar en otra parte.  

El cambio que representa Petro no es más que una política contraria a las élites tradicionales y emergentes de Colombia, representadas por todos los partidos que hasta ahora han gobernado el país. Él pretenderá quebrar a las antiguas élites y probablemente se apoyará en nuevas élites surgidas de las clases medias urbanas. Por mucho menos le robaron las elecciones a Rojas, por menos mataron a Gaitán y a Galán, y por algo muy parecido mataron a Carlos Pizarro, a Jaime Pardo y a Bernardo Jaramillo. Las élites en Colombia no se van con rodeos: son asesinas. Si no que lo diga el candidato de La Oficina del crimen, o Hernández, el de “le pego su tiro”. 

Pero en lo inmediato el carácter de ese cambio no es socialismo, el cual implicaría expropiación, estatalización, planificación de la economía y abolición del derecho de herencia, algo impensable e imposible a corto plazo (cuatro años) en cualquier lugar del tercer mundo. Esto lo sabían Lenin, Mao, Castro y Chávez. La fórmula es esta: primero hay que desarrollar la industria y la agricultura del país (y esto es un propósito que no se aleja del capitalismo) y luego, si se puede, se avanza al socialismo al ritmo que la correlación de fuerzas lo permita. Se llama revolución ininterrumpida por etapas, donde la primera es siempre un cambio democrático-liberal progresista y desarrollista, y después puede venir lo otro, aquello que no se dice ni se puede decir en campaña. Vamos llegando a la parte interesante. 

¿Quiere decir que Petro se quiere perpetuar en la presidencia? No creo, pero eso dependerá de su popularidad, y en todo caso ni Petro ni nadie que pretenda un cambio es tan estúpido como para permitir que el cambio se interrumpa o se revierta a los cuatro años. Tiene que haber continuidad y progresividad (que no siempre es reelección de una misma persona sino de un proyecto, como ha demostrado el uribismo con Duque). Así pues, hay que preguntar: ¿Qué pasará después de cuatro años?, ¿se hablará entonces de socialismo? Son preguntas que no se pueden responder, porque todo depende de que Petro sí le gane a la alianza RodolFicoJardo y de que sí pueda gobernar los cuatro años, y de lo que pueda avanzar en los mismos. Ahí el panorama es temible para los unos y también de los otros; es (¿por qué no decirlo?) la lucha declarada de clases. 

¿Pero cómo lo proyecta Petro? Tampoco podemos saberlo, pues no se han inventado los lectores de pensamiento. Lo que sí sabemos es que un exmilitante de la Anapo Socialista y del M-19 debe estar pensando, a mediano plazo, en algo más que desarrollar un capitalismo humano. O al menos eso espera la izquierda, que está confiando en él al punto de salir a hacer campaña electoral, en muchos casos por primera vez. ¿Él estará dispuesto a apostar duro y responder a esa expectativa? Eso es lo que usted (y yo) tanto quisiéramos saber de Petro, pero él todavía no nos va a contar. Por lo pronto, démosle el voto de confianza.

Nicolás Yepes es profesor y analista político. [email protected] 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.