Ya hice un artículo sobre los viejos (PF 821), pero era un poco en chunga. Ahora me dijeron que hiciera uno en serio, pero para eso harían falta veinte páginas, cifras, legislación, citas de encuestas, proyecciones; en fin, muy difícil. En primer lugar, hay que ponerse de acuerdo sobre cuándo se es viejo, adulto mayor, […]
Ya hice un artículo sobre los viejos (PF 821), pero era un poco en chunga. Ahora me dijeron que hiciera uno en serio, pero para eso harían falta veinte páginas, cifras, legislación, citas de encuestas, proyecciones; en fin, muy difícil.
En primer lugar, hay que ponerse de acuerdo sobre cuándo se es viejo, adulto mayor, persona de la tercera o cuarta edad o «persona con juventud acumulada».
El criterio más apropiado es la edad de referencia de las Naciones Unidas: se es viejo a los 60 años. Muchas personas y muchos gobiernos no creen en esto, porque la prolongación de la vida humana, lograda por la ciencia médica, hace que la gente viva hasta mucho más tarde. Pero generalmente la calidad de vida de los viejos es reguleque, por no decir fatal. Mucha gente me dice: «Se ve que estás regia, tienes más de 70 y sigues trabajando». Sí, claro, sigo trabajando porque con la jubilación que sacaría me moriría de hambre.
El término «adulto mayor» (AM) se estableció por la Organización Mundial de la Salud para evitar el uso de vocablos considerados peyorativos, como viejo y anciano, entre otros. Sin embargo, muchos siguen usando el de «personas de la tercera edad».
La palabra «viejo» parece que fuera de mal gusto; sin embargo, no se han encontrado buenos sinónimos para las expresiones «envejecer» y «envejecimiento», por lo cual los estudios que se realizan al respecto se ven obligados a emplearlas. A veces dicen «encanecimiento», pero eso parece propaganda para los fabricantes de tintura para el pelo. A mí no me importa que me digan vieja, pero lo que no soporto es que me digan «viejita», eso sí que no.
El envejecimiento demográfico plantea numerosas cuestiones de fondo: ¿Cómo ayudar a los AM a permanecer independientes y activos? ¿Cómo reforzar las políticas de promoción de la salud y de prevención de las enfermedades, en particular las que atacan a los AM? Ahora que vivimos más tiempo, ¿cómo mejorar la calidad de vida durante la vejez? ¿El aumento de las personas de la tercera edad hará quebrar los sistemas de salud y de seguridad social? ¿Cómo lograr un equilibrio entre la familia y el Estado cuando se trata de atender a los AM que necesitan ayuda?
MUNDO DE VIEJOS
No puedo dar muchas cifras porque no caben. Pero hay una cosa cierta: el mundo del futuro va a ser un mundo de viejos, váyanse acostumbrando, ¡qué horror! Sólo les diré que en una encuesta que realizó el Senama con la Universidad Católica en 2013, en Chile los adultos mayores constituían el 15,6% de la población total. Como dos millones y medio o más, según mis cálculos. Pero mejor hagan el cálculo ustedes, porque yo soy fatal para las matemáticas. No crean que es cosa de los años, lo he sido siempre.
Hay cuatro países en América Latina que tienen un problema serio de envejecimiento poblacional: Cuba, Uruguay, Argentina y Chile. Más o menos en ese orden. ¿Por qué es esto? Porque entre más culto y más desarrollado es un país, o más bien, entre más cultas y desarrolladas son sus mujeres, menos hijos quieren tener. Algunas no quieren tener ninguno. Pero este no es el criterio generalizado en el mundo. En muchos lugares las mujeres todavía tienen todos los hijos que les manda dios, el dios que sea, da lo mismo.
La dependencia de la vejez es la relación entre la población de 60 años y más y la de 15 a 59 años. Porque son los jóvenes y los adultos -los menores de 60- lo que tienen que mantener a los AM. ¿Y qué va a pasar si cada vez hay menos población activa y más población inactiva? Cualquiera piensa que el que tiene que mantenerlos es el Estado, pero en definitiva el Estado obtiene sus recursos de la población económicamente activa, y de la más pobre, porque a los ricos les saca muy poco o nada. Y si el Estado es subsidiario como en Chile, para qué decir. Como se sabe, la Constitución de la dictadura establece el carácter subsidiario del Estado y la naturaleza extremadamente neoliberal de la economía. Por lo tanto, si el Estado no se puede hacer cargo ni de la educación pública gratuita y de buena calidad, ni de la salud gratuita para los niños menores de 14 años, menos se va a hacer cargo de la salud de los viejos.
ENVEJECIMIENTO Y DESARROLLO
En la mayoría de los países desarrollados, el envejecimiento de la población ha sido un proceso gradual, que se ha producido en varias décadas y generaciones y ha ido acompañado de un crecimiento socioeconómico regular. En los países en desarrollo, este proceso se ha condensado en dos o tres décadas solamente. Así, mientras los países desarrollados se han hecho prósperos antes de envejecer, los países en desarrollo envejecen antes de haber prosperado(1). Si es que la prosperidad viniera con el solo tiempo, agregaría yo…
El envejecimiento rápido va acompañado de una evolución radical en las estructuras familiares y en los roles que se desempeñan dentro de la familia, así como de un cambio drástico en el trabajo y en las migraciones internas. La urbanización, el éxodo hacia las ciudades de los jóvenes en busca de empleo, las familias más reducidas y el mayor número de mujeres que desempeñan un empleo, hace que haya cada vez menos gente para atender a los AM cuando necesitan ayuda.
Hay quienes dicen que los AM están re bien porque tienen jubilaciones o pensiones, y con eso aportan mucho a la economía familiar. Otros dicen que viejo y pobre son sinónimos, y yo concuerdo con esto último: las jubilaciones miserables que percibe la mayoría de los adultos mayores en Chile no alcanzan para los remedios ni para los médicos, ni qué decir si se requiere hospitalización. Lo peor es la situación de las mujeres, que a veces sólo han trabajado en la casa y si lo han hecho en fábricas u oficinas, han ganado mucho menos que los hombres y tienen muchas lagunas previsionales, tiempos en que no pudieron trabajar por el cuidado de los hijos o simplemente porque no había ni hay trabajo. Esto daría para otro artículo larguísimo.
Todos o casi todos los viejos tenemos hijos y nietos, muchachos estupendos y abnegados. Pero todos trabajan, las hijas trabajan, las nueras trabajan, todos tiene niños chiquitos, muchos viven en otros países -a menudo a consecuencia del exilio- o en otras ciudades, y no tienen mucho tiempo ni posibilidades de atender a sus padres o abuelos. Y se amargan y les remuerde la conciencia, pobrecitos. Entonces ¿qué hacemos? Yo digo que debemos hacer algo para alivianarles la situación a nuestros queridos hijos. ¿Limpiar pisos, tejer ropita para guagua? No, no y no. Lo primero es que nos organicemos entre nosotros, que nos juntemos y que aprendamos a luchar juntos, por lo menos los que no estamos completamente gagás. A luchar por mejores jubilaciones, mejor medicina, para que el gobierno importe medicamentos más baratos de Brasil o de donde sea, pero que no dependamos de los infames pulpos farmacéuticos. O bien nosotros mismos podríamos constituir una empresa para importar medicamentos, ¿por qué no de Cuba? Allá son baratísimos. Claro, hay que ver si tienen una producción suficiente, pero que la aumenten, pues, que la aumenten.
EDUCANDO AL «NINI»
Y tampoco queremos quitarles el trabajo a los jóvenes. ¿Los viejos al trabajo y los jóvenes a la cesantía? No, por dios, claro que no. Yo pienso que así como se ofrecen enfermeras o acompañantes para cuidar ancianos o ancianas que ya no pueden valerse por sí mismos, nosotros/as nos podríamos ofrecer para cuidar y reeducar a adolescentes conflictivos, «ninis» de cualquier edad, drogadictos y todo eso.
Pones un aviso en el diario: «Adulto mayor se ofrece para cuidar y reeducar a ninis». Te van a llover ofrecimientos. Yo lo he probado y resulta muy bien. No hay familia que no tenga a un nini, los padres están desesperados.
El chico te va a tratar mal al principio, se va a burlar de ti, te va a llamar vejete, vejestorio, abuelete y otros apelativos parecidos o peores. Pero no importa, porque tú le dirás: «Mira, imbécil, yo he tenido 57 ofertas de trabajo entre ayer y hoy. Y si no te portas bien me largo ahora mismo y no creo que a tu papá le guste mucho eso. Me dijo que en tal caso te echaría a patadas a la calle porque yo era la última oportunidad».
No vas a tratar de enseñarle nada al nini ni menos decirle lo que tiene que hacer. Le explicas que te contrataron para que le contaras cuentos, como a los niños chiquitos. Y después de algunas carcajadas un poco inseguras del muchacho, te pones a contarle. Le cuentas tu vida simplemente, pero no inventes nada. Si no es tu propia vida, la de algún o algunos compañeros que tú sepas: cómo conociste al doctor Salvador Allende cuando todavía no era presidente, cómo trabajaste en sus campañas, cómo era él, qué decía, cómo actuaba. Y luego cuando fue elegido, la alegría, el júbilo indescriptible, que no lo puede producir la mejor de las drogas que tu nini consuma. Cómo lo viste pasar en un auto descapotable con la banda presidencial terciada. Y cómo escuchaste su discurso en la Alameda, en el local de la Federación de Estudiantes. De pasada le explicas lo que representaba entonces la Fech. Y luego cómo trabajaste en su gobierno, en las JAP, en una fábrica para aumentar la producción o cómo trabajaste en un fundo expropiado o intervenido, cómo te sacaste la mugre para ayudar a que ese gobierno prosperara y triunfara. Y la alegría y la emoción tan hondas que eso te proporcionaba.
El nini tratará de meter cuchara, dirá:
– Pero fracasaron, al final los destrozaron, usted ahora es un viejo derrotado, un loser .
– No, mi nini, no somos losers , sólo perdimos una batalla porque nos adelantamos un poco, pero es que los acontecimientos históricos se dan en periodos bastante largos. Nosotros somos la memoria viva, los guardianes de la llama sagrada. ¿No ves cómo ahora esa llama está prendiendo en el mundo entero? Mira un poco para fuera de Chile, que este país no está solo en el planeta como tú crees…
Y luego le cuentas el golpe militar, el bombardeo de La Moneda y de otros blancos civiles. Los fusilamientos sin proceso, las muertes a palos, las horrendas torturas que tú conoces. Si fuiste torturado le cuentas los detalles, aunque te cueste mucho. O si no, le cuentas lo que has sabido de otros compañeros. Y las tristezas del exilio, la maleta siempre hecha que se va enmoheciendo. A esta altura, el chico va a estar tiritando, a punto de desmayarse.
– Tomémonos un cafecito -le dices-. Pero ten por seguro que el mundo va a cambiar.
Para congraciarse, el muchacho te confiesa:
– Señor, si yo no trabajo no es porque no quiera, es que no hay trabajo…
– No me digas señor, dime compañero. No importa, no trabajes, pero estudia lo que quieras, estudia cualquier cosa, recomienza lo que tengas interrumpido y luego sigue adelante, tus padres van a estar dichosos.
– Pero he oído que entre más calificación profesional tiene una persona, menos oportunidades de trabajo…
– Eso es ahora, mi nini, perdón, mi niño, pero pronto vas a tener trabajo y muchas oportunidades de realización personales. Yo voy a tener una buena jubilación, los problemas de los viejos y de los jóvenes, que no parecían tener solución, se van a arreglar en el mundo entero…
El nini está con los ojos cuadrados:
– ¿Cómo, cuándo?
– Pues cuando se haga la revolución, querido, cuando llegue el socialismo democrático, participativo. No tiene que ser una revolución a tiros necesariamente. Es que en el mundo entero, incluso en Chile, se va a dar vuelta la tortilla muy pronto. Los ricos, que no son más del 1 ó 2% de la población y que lo tienen todo, no van a poder aguantar el empuje de siete mil u ocho mil millones de personas, ¿no te parece?
Los jóvenes como tú tendrán mucho que ver en eso, mucho trabajo, mucho sacrificio, no va a ser fácil, te lo advierto. Pero también, unas alegrías y una exaltación que nunca has conocido.
– ¿Y eso cómo se hace, señor, perdón cococompañero?
– Hay que estudiar, hay que pensar, hay que inventar, hay que organizarse… Te lo dejo de tarea. Buenas noches, hasta mañana.
(1) Gro Harlem Brundtland, ex directora general de la Organización Mundial de la Salud.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 825, 3 de abril, 2015