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Lo válido del zapatismo

Fuentes: Rebelión

El punto fuerte del zapatismo y su aporte siempre actual es la práctica y la defensa de la autonomía de las comunidades y de la autogestión de los pueblos indígenas. Esa es la base de su amplia influencia en México e incluso internacional a fines de los noventa y de la persistencia de su apoyo […]

El punto fuerte del zapatismo y su aporte siempre actual es la práctica y la defensa de la autonomía de las comunidades y de la autogestión de los pueblos indígenas. Esa es la base de su amplia influencia en México e incluso internacional a fines de los noventa y de la persistencia de su apoyo en un sector de la población chiapaneca y en algunos grupos urbanos mientras otros fueron rechazados por la arrogancia, el autoritarismo y el sectarismo de sus caudillos-portavoces.

El zapatismo, sin embargo, es más precapitalista que anticapitalista porque defiende los intereses de los pueblos indígenas y la autogestión y autonomía de los mismos pero no tiene como objetivo la autogestión social generalizada, las autonomías de las comunas no indígenas, la democracia real para los trabajadores y oprimidos de todo el país y del mundo ni va más allá de exigir algunas leyes indigenistas pues quiere «un mundo donde quepan muchos mundos», o sea un capitalismo democrático conviviente con organizaciones no capitalistas lo cual equivale a querer jaguares vegetarianos.

El capitalismo es un sistema mundial, no regional. Se basa en la explotación del trabajo ajeno. Debe ser ayudado a morir pues no es posible reformarlo. Es justo luchar para que los indígenas tengan igual dignidad e iguales derechos que los mestizos pero no hay que olvidar que también éstos están sometidos, oprimidos y aplastados por un sistema que debe ser abatido por indígenas, negros, blancos, asiáticos y mestizos de todo el mundo porque la riqueza creciente de pocos se basa en la creciente pobreza en el otro polo y en un sistema explotador no puede haber democracia.

Durante milenios, las enormes diferencias de información, cultura y conocimientos que existían entre los «especialistas» (filósofos, matemáticos, sacerdotes o grandes guerreros) y todos los demás dieron origen a castas y clases que en algunos casos, como en Atenas, eran democráticas para unos pocos iguales pero se basaban en la esclavitud. La democracia griega, la de las ciudades-repúblicas en el Renacimiento italiano y la de la República nacida de la revolución francesa no eran gobiernos del demos, el pueblo, sino de quienes hablaban en nombre de éste, al que dejaban sin voz aunque a veces decían interpretar.

Para la monarquía, la soberanía correspondía al rey por derecho divino. Para los liberales, los conservadores o los marxistas dogmáticos de la socialdemocracia o del estalinismo pertenece supuestamente al pueblo pero, para ellos, éste no puede ejercerla de modo directo porque no está preparado. Por eso tratan de perpetuar la delegación de poderes y son centralistas y adoradores de las instituciones estatales, que son sus escudos frente a la plebe.

Los burgueses «progresistas» utilizan el Estado en nombre de la democracia y del pueblo como si fuera un bien propio y con él se defienden de sus adversarios nacionales o extranjeros y de todo intento de democratización radical, de movilización plebeya. Algunos, como García Linera, en su afán por construir un capitalismo andino moderno, imitan el centralismo jacobino, pisotean las autonomías y aborrecen la autogestión social.

El capitalismo actual -que ha conducido a la especie humana al borde del peligro de extinción y se suicidará si sigue destruyendo las bases naturales y sociales de la civilización- ha abierto sin embargo la posibilidad de un salida positiva de esta crisis de agonía del sistema.

En efecto, los actuales medios de comunicación y de información permiten eliminar por completo el analfabetismo y, gracias a una vasta capa de técnicos y científicos proletarizados, elevar enormemente el nivel de la cultura general de modo tal que cualquier pueda intervenir y decidir en la dirección de los problemas que ahora se tratan en las Asambleas Legislativas y otras instituciones mediadoras en favor del capital. Al mismo tiempo, el nivel actual de la producción y las nuevas tecnologías permitiría en poco tiempo una distribución equitativa de alimentos y riquezas y una drástica reducción de los horarios de trabajo a dos o tres horas diarias dejando así tiempo para reconstruir el planeta.

La barbarie de los linchamientos de delincuentes o de las matanzas de terratenientes y opresores es fruto del odio mortal a las injusticias, de la sensación de impotencia política y de la ignorancia y podría ser controlada por las comunidades libres mismas, mientras ejercen la democracia directa, discutiendo y decidiendo todos los problemas en asambleas y nombrando representantes revocables para cada asunto que requiera especialización, como hacía la Comuna de París ya en 1871.

Por primera vez en la historia existen las bases materiales y culturales para la democracia directa de modo que todos sean, a la vez, dirigentes y aplicadores de políticas decididas colectivamente. El obstáculo para que ese sueño se convierta en realidad es el capitalismo, que está hundiéndonos cada día más en la barbarie y nos conduce a un inmenso desastre.

Marx definía el socialismo diciendo que sería una federación de libres comunas asociadas. Una federación de comunas libres y de individuos libres y asociados, no de súbditos dispersos de un Poder central burgués. La democracia directa es posible a condición de acabar con este sistema.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.