Ni el crecimiento de la población, ni la limitación de los recursos, ni la COVID-19. El capitalismo resulta la causa principal del hambre global.
A ratos sobreviene el encrespamiento ante la estulticia humana, ¿o la candidez? No, los intereses creados. Nos ocurrió una vez más recientemente. Y no en balde. Al propagarse la noticia de que por tercer año consecutivo las Naciones Unidas documentaron niveles crecientes de hambre severa en el orbe, que afecta a 820 millones de personas, así como que más de 2 000 millones sufren inseguridad alimentaria moderada o grave, algunos académicos y otras “hierbas aromáticas”, para tildarlos a la cubana, cerraron con fuerza los ojos frente al hecho de que durante el período, como afirma Reuters, se experimentó “una sobreabundancia global de cereales, con productos agrícolas excedentarios amontonados fuera de los silos de grano y pudriéndose por falta de compradores.” ¿Qué sucede, pues?
Timothy A. Wise, director del Programa de Derechos sobre Tierras y Alimentos del Small Planet Institute de Cambridge, Massachusetts (EE.UU), traducido por Viento Sur y publicado también por Kaos en la Red, arremete contra los especialistas, industriales y políticos unidos al coro malthusiano para advertir de que la escasez de pitanza es originada por el ensanchamiento de la población y la limitación de los bienes naturales.
“Por ejemplo, Richard Linton, decano de la Facultad de Agricultura y Ciencias de la Vida de la Universidad del Estado de Carolina del Norte, ha hecho sonar la alarma con palabras que nos son familiares: ‘Tenemos que hallar la manera de alimentar al mundo, doblando la oferta de alimentos’, ha declarado. ‘Y todos sabemos qué pasará si no producimos alimentos suficientes: será la guerra, la competición’.”
Ni cortos ni perezosos, el predicador, como lo califica Wise con buida ironía, y sus conmilitones proponen “aumentar nuestra abundancia”, algo equivocado de raíz. Insistamos: en el globo se obtiene más que suficiente para borrar la inanición y satisfacer a 10 000 millones de seres, o sea, unos 3 000 millones más que los actuales.
“¿Por qué seguimos haciendo las cosas mal, creyendo que la producción de más mercancías agrícolas acabará con el hambre? El economista indio Amartya Sen ganó su premio Nobel por demostrar que pocas veces el hambre viene causada por la escasez de alimentos. Frances Moore Lappé nos demostró hace casi 50 años, en su obra seminal Diet for a Small Planet (Dieta para un pequeño planeta), que el hambre no viene causada por la escasez de alimentos. El hambre viene causada por la falta de poder de los productores de alimentos y de la gente pobre. Poder sobre la tierra, el agua y otros recursos naturales que permiten producir alimentos. Y poder para obtener ingresos que permitan a la gente adquirir los alimentos que necesita”.
Nos vamos acercando al meollo. Solo que aún las cosas no son abordadas por su nombre.
Para Wise, “si nos preocupa la disponibilidad global de alimentos, nosotros, en los países ricos, deberíamos dejar de apostar por la agricultura industrial y adoptar de inmediato dos medidas sencillas: en primer lugar, reducir el despilfarro de alimentos, que malgasta un tercio o más de los alimentos producidos en todo el mundo. En segundo lugar, dejar de destinar cosechas y tierras a la producción de biocombustible. Mientras tanto, dejemos de alimentar el espejismo de que el aumento de la producción de mercancías agrícolas estadounidenses contribuirá a reducir el hambre en el mundo […]
“Iowa, [verbigracia] alimenta principalmente a cerdos, pollos, la industria de comida basura y automóviles; la mitad de nuestro grano se destina a la producción de etanol, y el 30 % del aceite de soja se emplea ahora para fabricar biocombustible. La gente pobre del mundo no puede permitirse comer carne ni conducir un automóvil; la comida basura es lo último que necesita”.
Pura falacia el que los EE.UU. obtienen la plétora que se prodiga al resto de los países:
“Exportamos alrededor de la mitad de nuestras habas de soja y el 15 % de nuestro grano, pero ni siquiera estas cantidades sirven para alimentar a los hambrientos, pues se emplean principalmente como forraje, sobre todo para ganado porcino, en gran parte en China, el principal país productor de cerdos del mundo. Pero la gente pobre no come esa carne, sino que es principalmente la creciente clase media del país la que la consume. En el mejor de los casos, la prodigiosa producción de grano y soja de Iowa contribuye a abaratar un poco el precio de los alimentos de las clases medias emergentes del mundo en desarrollo. Pero es un espejismo decir que Iowa alimenta a la gente hambrienta”.
Espejismo también, subraya el articulista, pensar que se puede resolver el generalizado entuerto del ayuno incrementando la agricultura industrial. Algo peligroso, porque la manera como se cultiva, en explotaciones de monocultivo con un uso intensivo de químicos, está destruyendo literalmente la base de la que dependen las futuras cosechas.
Empero, “volvamos a Iowa: este Estado ha perdido la mitad de la capa superficial del suelo debido a la erosión, consecuencia de un excesivo cultivo en hileras con uso de maquinaria pesada. En la última década han pasado a cultivarse más de 200 000 hectáreas de terrenos nuevos de reserva, ya que los agricultores se han dedicado a plantar hasta la misma orilla de los ríos, tratando de hacer un buen negocio gracias a los elevados precios del grano destinado a la producción de etanol. El suelo es un recurso renovable, pero solo si se cultiva de una manera que lo protege y lo renueva”.
Continuando con ese territorio como botón de muestra, comulguemos con el comentador en que tampoco consigue renovar el otro recurso renovable: el agua. Su agricultura es de secano, pero se bombea de los acuíferos de Jordán y Dakota, con unos caudales que impiden que vuelvan a llenarse. Se requieren 19 litros al día para criar un puerco; con 20 millones de ejemplares, esto suma más de 139 000 millones de litros al año. Se precisan 11 litros para destilar cuatro de etanol a partir del grano: más de 45 000 millones de litros en doce meses. “Si la producción de etanol y de carne aumenta al ritmo previsto, estos grandes acuíferos acabarán secándose”.
Ahora, si todo quedara en lo mostrado, ¿para qué preocuparse tanto? Resulta que, “al mismo tiempo, el uso excesivo de productos químicos [exigidos por] el grano y la soja contamina el agua potable y destruye hábitats de especies que la agricultura
[demanda]
para cultivar alimentos. Un reciente informe de Naciones Unidas alerta sobre extinciones masivas, mientras que otro […] documenta ‘apocalipsis de los insectos’, que incluye la pérdida de polinizadores cruciales para los cultivos. Todos los ámbitos de la agricultura de Iowa están implicados en el cambio climático y a su vez amenazados por el mismo. La agricultura industrial es una emisora importante de gases de efecto invernadero: los excesivos fertilizantes vertidos en los campos de cereales de Iowa emiten nubes de óxido nítrico, que es más potente que el dióxido de carbono. Las granjas industriales de este Estado también contribuyen a ella cuando se vierten los purines concentrados en los campos de los agricultores”.
Finalmente, a modo de coda el analista no se inhibe de repetir, como para cincelarlo en la conciencia de la humanidad, que el expuesto no supone un rumbo que funcione bien. Al contrario. Creemos que la importancia de la idea merece su reproducción.
Hablando sin embozo alguno
Mas acabemos de situar los puntos sobre las íes. Lo que no transcurre como debiera dispone de lindes más amplios. El propio (des)orden explayado en los cuatro puntos cardinales. Si no, ¿cómo deviene posible que la fortuna de los 26 más ricos de la Tierra equivaliera en 2018 a la de 3 800 millones de pobres, tal revela un estudio de la confederación de ONGs Oxfam?
La investigación, oreada en público por pixabay.com, acota que el número de multimillonarios casi se ha duplicado en la última década, hasta alcanzar 2 208 el mentado año, con uno nuevo apareciendo cada dos días en 2017 y 2018. Reuters, haciendo eco de la información, nos entera de que la hacienda de estas personas engrosó diariamente 2 500 millones de dólares, y ya representa la más abultada de todos los tiempos. En contraposición, se aprecia otra tendencia alarmante: la situación financiera de los miles de millones de menesterosos no mejoró en absoluto durante la etapa señalada.
Escuece conocer que el saldo del sujeto más próspero, según Forbes el propietario de Amazon, Jeff Bezos, se ha dilatado hasta 112 000 millones de dólares, y hoy el uno por ciento de su patrimonio se iguala al presupuesto de salud de Etiopía, que cuenta con una población de 105 millones. El director de campañas y políticas de Oxfam, Matthew Spencer, asegura al respecto que “la forma en que están organizadas nuestras economías significa que la riqueza se concentra cada vez más […] en unos pocos privilegiados, mientras que millones de personas apenas alcanzan a sobrevivir”, recoge The Guardian, aludido por la agencia de prensa británica.
“Hay mujeres que se están muriendo por falta de atención materna decente, y a los niños se les niega una educación que podría ser su salida de la pobreza. Nadie debe ser condenado a una muerte más temprana o una vida de analfabetismo solo porque nació pobre”, agregó el directivo, para aseverar, de manera epigramática, aquello en lo que coinciden los que apuestan por apreciar la realidad en su cabal dimensión: “Hay suficiente riqueza en el mundo para brindar a todos una oportunidad justa en la vida”.
El turno de las esencias
Uno suele echar en falta más calado en considerable parte del manojo de análisis que compulsa acerca de los estropicios de la época. Miríadas de observadores concuerdan en la presencia de ellos, pero no todos viajan a la semilla; muchos no aluden, explican, denuncian el primigenio promotor del hambre y otras innúmeras iniquidades: el capitalismo.
No siendo marxistas, ni izquierdistas de corrientes que se tocan tangencialmente, estos pensadores se avienen todavía menos a admitir que la crisis estructural del sistema se hará más evidente por la imposibilidad de atenuar siquiera sus leyes innatas, como la acumulación “cada vez más concentrada” de la opulencia, que tiende a ubicar fuera del mercado a una mayúscula cantidad de congéneres.
“El propio sueño dorado de los dueños del capital, de producir más con la menor cantidad de trabajadores, le juega en contra, pues lo que genera mayor tasa de ganancia, la explotación de la mano de obra, a su vez crea menos capacidad de consumir de las masas. Esta es una contradicción insalvable…”, nos recuerda Felipe Bulnes, en la digital Rebelión.
Aquí nos asalta cierto optimismo, nunca completo si tomamos en cuenta que, antes de difuminarse, la formación de marras podría acabar con la existencia en pleno, a expensas de desafueros como el cambio climático y las guerras, entre otros.
Optimismo porque, con Francisco José Bustos Serrano (El Captor), convengamos en que, si en su libro El capitalismo. El gato de siete vidas, el profesor Ramón Tamames objeta argumentos de aquellos que auguran el fin del régimen, y haciendo un repaso histórico de este nos describe su supervivencia a distintas crisis, gracias a su gran capacidad de adaptación, los últimos 20 años nos llevan a una conclusión diferente: su término, al menos como lo conocemos, se encuentra más cercano de lo que aparenta.
Con la lógica expositiva de Bustos, acotemos que el punto débil es el “exceso de capital”, que se da “cuando los ahorros generados por una economía son mayores que las oportunidades de inversión. Es decir, cuando se genera un capital que no sirve para fomentar el crecimiento de la economía, sino que es pernicioso para la misma”. Circunstancia que asoma la testa después de etapas de gran florecer, “cuando se genera el capital, y en momentos de estancamiento de este crecimiento, pues es cuando las oportunidades de inversión disminuyen”.
Al ocurrir lo reseñado, ese capital “sobrante”, puntualiza el entendido, se refugia en “inversiones [que] buscan el incremento de su valor de manera especulativa y no productiva. Aparte de las burbujas financieras creadas por las inversiones inmobiliarias y en acciones de empresas, también se genera una burbuja de deuda, pues se conceden préstamos aun a sabiendas de que las posibilidades de recuperar el dinero prestado son pequeñas.”
De modo que “ese ‘capital sobrante’ no tiene en qué emplearse con productividad. Esta situación, que fue lo que ocurrió en la Larga Recesión de 1873, la Gran Depresión del 29 y la Gran Recesión de 2008, genera crisis sistémicas. Estas crisis estallan en el momento en el que se reconoce que los activos financieros están sobrevalorados y que los préstamos concedidos por los bancos no van a poder ser devueltos”.
Sin atiborrarnos con detalles entresacados de la historiografía más objetiva, refirámonos a la coyuntura presente, con un antecedente. Con nuestro autor, rememoremos que desde la Segunda Guerra Mundial hemos vivido uno de los punteros lapsos de acrecentamiento económico en los anales. Ello ha concitado la creación de un capital que hasta hace poco había ayudado al auge. Sin embargo, en 1997-2001 surgió el primer síntoma de exceso, “cuando se originó la burbuja de las entidades puntocom. Se produjo un incremento especulativo de los valores en bolsa de las empresas de la llamada nueva economía. Lo que se preveía como una inversión de capital que iba a traer retornos espectaculares, se quedó en una inversión especulativa a la que acudió el capital sin originar dichos retornos, produciendo la explosión de la primera de las burbujas financieras”.
Ante la posibilidad de estancamiento, las autoridades monetarias bajaron espectacularmente los tipos de interés, lo que hizo que este “capital sobrante” trasladase la burbuja de las puntocom a la bolsa y a las inversiones inmobiliarias.
“En definitiva, ese capital que se había generado durante tantos años de bonanza, no tuvo proyectos de inversión en que emplearse. Las empresas puntocom se adelantaron en el tiempo a su éxito posterior, pero, además, las empresas de las nuevas tecnologías no son intensivas en capital, por lo que no eran un buen destino para el capital. La burbuja en activos inmobiliarios estaba servida”.
Y fue medrando hasta que en 2008 estalló, con la crisis de las hipotecas subprime y la caída de Lehman Brothers. Un estacazo al que no vamos a dedicar más renglones, dada su frescura en la memoria colectiva.
Lo cierto es que el capitalismo ha traído riqueza y progreso –comparémoslo con el feudalismo–, pero no equitativamente –miseria a muchos–, y reiterémoslo: según el leal saber y entender de nuestro experto, posee la debilidad estructural del “exceso de capital”, o sea, “como morir de éxito”. Frase, la postrera, que posiblemente no sea aplaudida por los millones y millones con el estómago in albis. ¿Logros del Sistema? ¡Solavaya!, tronarán los más conscientes.