Durante la dictadura los montajes escénicos en las conferencias de prensa fueron pan de cada día. En aquellos años ocurrían con la complicidad de los medios de comunicación y periodistas -y no periodistas- específicos. Hoy suele ocurrir, con respecto a los periodistas, lo contrario, existen medios ajenos al poder y profesionales de la prensa que […]
Durante la dictadura los montajes escénicos en las conferencias de prensa fueron pan de cada día. En aquellos años ocurrían con la complicidad de los medios de comunicación y periodistas -y no periodistas- específicos. Hoy suele ocurrir, con respecto a los periodistas, lo contrario, existen medios ajenos al poder y profesionales de la prensa que preguntan sin temor a represalias. El problema es que las conferencias de prensa convocadas por el gobierno y dirigentes políticos, cuando se trata de temas peliagudos relacionados con las peores prácticas legislativas, económicas y sociales, y que los involucran personalmente, limitan o simplemente no aceptan preguntas. Sólo leen un comunicado y se retiran. Es lo que ocurrió con Pablo Longueira, ex senador y ex ministro del gobierno del presidente Sebastián Piñera, investigado por la justicia debido a diversos actos calificados de «presunta corrupción».
La conferencia de prensa citada por Pablo Longueira es el prototipo de una acción comunicacional escénica que pretende limpiar la imagen del acusado. Primero, ante sus pares (la militancia de base de la UDI y sus votantes independientes), y segundo, ante la opinión pública general. Tras escuchar sus palabras, uno se pregunta: ¿Creerá Longueira que puede continuar con lo que podríamos llamar «la perseverancia de lo inútil»? Claro, porque de qué otro modo podríamos calificar el intento de limpiar una imagen pública con elementos discursivos añejos y que ya no logran impresionar ni seducir a nadie, más aún cuando existen las redes sociales y los hechos de la causa son prácticamente indesmentibles. La ciudadanía ya no quiere ni acepta que los tomen por estúpidos. Es lo concreto. Muy mal los asesores de Pablo Longueira.
El discurso del cuestionado ex senador incluyó, con un tono serio y emotivo, una frase para el bronce: «Soy un hombre honesto». El resultado fue lamentable. Las redes sociales se repletaron de los llamados memes. Al parecer, nadie le creyó. Otro argumento fue el sentimentalismo, o lo que la gente común y corriente llama «picar cebolla». Tampoco resultó. Menos jugó a su favor aquello de pedir ayuda a Dios y acusar a la prensa de «condenarlo anticipadamente». Las pruebas son contundentes y lo peor, como sabrán sus asesores, es querer defender lo indefendible, o no asumir las críticas y acusaciones sin autocrítica. El ex senador y su grupo de profesionales deberían reconocer que los chilenos, hoy más que nunca, están despiertos y susceptibles a los estadistas de papel, y a los que no tienen un compromiso real con ellos y con su entorno.
Y qué decir de su renuncia pasajera a la UDI y la «recopilación de su trabajo legislativo» como prueba de su honestidad. A estas alturas, ¿son estos temas de interés nacional? ¿Habrá alguien, que ante los hechos por los que es cuestionado Pablo Longueira, estará dispuesto a leer páginas y páginas de su trabajo legislativo? De seguro que la señora Juanita preferirá seguir viendo los matinales antes que leer eso.
Los tiempos de dictadura pasaron, lo mismo que la manera de comunicarse. De eso Longueira y su grupo de asesores parecen no darse cuenta. Su discurso es la prueba palpable de ello.
Alejandro Lavquén, Coordinador General de Carrié Comunicaciones y redactor en revista Punto Final
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