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Pandemia-Tierra

Los animales vuelven porque su mayor depredador regresó a la cueva

Fuentes: Rebelión

 ¿Serán nuestros gobiernos capaces de crear -ahora es el momento propicio- un mundo nuevo en el que prime el respeto al hombre, a la mujer y a la Tierra? ¿Una sociedad “en la que la naturaleza entre en nuestras ciudades”, se eliminen las industrias contaminantes y se apueste por una educación de alta calidad que lleve a la autorrealización personal?

Por Javier Cortines

La pandemia del covid-19, que traerá hambrunas, dolor y elevadísimos niveles de desempleo -mientras “la casta” seguirá llenando sus arcas de oro y “confinada” en burbujas de cristal- nos ha dejado desnudos en medio de una brutal realidad “que no queríamos ver” o no podíamos cambiar porque el sistema nos tenía cegados, vendados, atados, bajo las ruedas.

Esta plaga, a pesar de todo, está siendo “una gran maestra”. Cada vez es más difícil “creer en las mentiras oficiales” y poco a poco, en “nuestra caverna platónica”, nos damos cuenta de lo “engañados que vivíamos en la sociedad del falso bienestar”. Tener tiempo para pensar es “muy peligroso”. Eso lo sabían todos los gobernantes desde que Prometeo nos entregó el fuego.

Muchos sabemos que los amos han elegido un camino erróneo que nos lleva “a un demoníaco ritmo” a la destrucción de la Tierra, nuestra madre, nuestra diosa, que ha sido tantas veces “maltratada, violada y abusada”, que no deja de mandarnos mensajes escalofriantes para que “paremos un ominoso desarrollo” que segará, en orgía de guadañas, a millones de “nadies” que acabarán tirados en la cuneta, o trasformados en “daños colaterales”.

El “quédate en casa” ha sido la mejor noticia que han recibido -desde hace milenios- los animales que habitan los mares, la tierra y los cielos. Nunca el águila vio con tanta claridad ni las flores se abrieron como besos tan perfumados de esperanza.

La boina de veneno y muerte que cubría muchas ciudades ha desaparecido o está desapareciendo. Muchos mares vuelven a ser azules y cristalinos. Los delfines y las ballenas llegan felices a nuestras costas y saltan de alegría “dando las gracias a los hombres y mujeres” por haberles dejado espacio para vivir y recrearse. Los pájaros no nos tienen miedo y cantan, como nunca, en nuestras urbes. El aire es más limpio y en las calles no se respira estrés, pánico y malhumor. La parada de los motores nos invita a la reflexión y al silencio. La ausencia de alegría artificial y consumo solo duele por el paro, nada más.

Muchos no quieren “volver a la normalidad”. A ver la cara al jefe. A tener que vivir contrarreloj, con prisas, como si eso sirviera de algo, ya que al final todos llegamos, ricos y pobres, al mismo lugar.

¿Serán nuestros gobiernos capaces de crear -ahora es el momento propicio- un mundo nuevo en el que prime el respeto al hombre, a la mujer y a la Tierra? ¿Una sociedad “en la que la naturaleza entre en nuestras ciudades”, se eliminen las industrias contaminantes, se apueste por una educación de alta calidad que lleve a la autorrealización personal? ¿Una comunidad que pelee por un nivel de vida digno para todos y todas, en la que haya una distribución equitativa de la riqueza y el objetivo general sea la elevación de todos los pueblos que habitan este planeta de destino incierto?

¡Qué bella era la imagen del ciervo (ese animal psicopompo: que guía las almas al Más Allá) entrando una iglesia francesa y tanteando con su cornamenta “el alma del templo” que “ha quedado congelada” porque los fieles han regresado a su madriguera a contemplar las pinturas de Altamira!

¡Qué pena dan esos tipos como Donald Trump (como él hay millones) que sólo se preocupan por el desarrollo económico al precio que sea! ¡Que insisten en la supremacía blanca y que pisotean, “como si fueran hormigas”, a “las razas inferiores!

¡Qué pena da esa Europa insolidaria en la que un día “estuvo a punto de sonar” y entrar en los corazones el Himno a la Alegría de Beethoven! El norte se resiste a ayudar al sur, países que los economistas anglosajones metieron en el acrónimo despectivo de P.I.G.S. (Los Cerdos): Portugal, Italy, Greece y Spain. ¡Cuidado con los cerdos! ¡Nunca se sabe, con certeza, qué país acabará cayendo en la pocilga! ¡Los puercos, al ser omnívoros, pueden comerse todo lo que se les ponga por delante!

Por su parte, en España los sanitarios y el personal esencial (empleados de supermercados, agricultores, obreros y obreras, etc.) están cansados que les llamen “héroes” y que les den tantos aplausos. Esa palabra tan bonita, tan épica, se está utilizando como una cortina de humo para cubrir las vergüenzas de nuestro Gobierno que, como casi siempre, ha actuado mal y tarde.

Ellos, que merecen todo el respeto y admiración del mundo, dicen que son “profesionales” y que quieren trabajar como dios manda, con la protección que requiere la epidemia y con la dignidad que se les ha negado durante décadas (denuncian, entre otras cosas, sueldos bajos, trabajos precarios, contratos temporales, despidos rápidos, etc., enfermedad que se extiende a muchos sectores de la sociedad española.

El Covid-19 ha dejado al descubierto “las graves deficiencias de nuestra sanidad” así como la torpeza (“no quiero pensar en corrupción, pero hay bastantes indicios”) de “quienes” compraron a “intermediarios fantasma” mascarillas, equipos y test defectuosos -por valor de cientos de millones de euros- ignorando al Gobierno de Pekín (que dio una larga lista de empresas homologadas que trabajaban con garantías).

Respecto a Fernando Simón, que no se preocupe. Cuando termine la pandemia podrá trabajar, con sueldo mejorado -pues sin duda aumentará la audiencia- en el programa de Cuarto, Cuarto, Milenio. Su voz de ultratumba vale su pesada herrumbre en oro. Así pues, lumbre al loro.

Blog del autor Nilo Homérico