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Los autorretratos, los murales, la diáspora y la traición de la sectaria izquierda

Fuentes: Rebelión

Al ver la película » Frida» de Julie Taymor con la excelente interpretación de la actriz Salma Hayek personificando a Frida Kahlo me dio la sensación cual caja de pandora de avivar a los espectros de la historia, más allá de la calidad técnica e interpretativa de sus actores, me empinó el sentido y me […]

Al ver la película » Frida» de Julie Taymor con la excelente interpretación de la actriz Salma Hayek personificando a Frida Kahlo me dio la sensación cual caja de pandora de avivar a los espectros de la historia, más allá de la calidad técnica e interpretativa de sus actores, me empinó el sentido y me hizo cavilar por la fecunda obra de los protagonistas y del compromiso ideológico que estos irradiaban con sus obras en épocas de aquella izquierda abigarrada de sectarismos y enconos políticos, en una suerte de matices de disímiles corrientes que México acogiera en aquella época de la guerra fría, cobijando a personajes como el mentor de la «Revolución Permanente» Lev Davidovitch Bronstein más conocido con el apelativo de León Trotski, nombre que asumió por su guardia de presidio en la Siberia, protagonista que junto a Frida Kahlo y Diego Rivera, formaron parte de esa trama histórica que dio mucho por narrar.

Más allá del embeleso y la pleitesía a sus monumentales obras de estos personajes que hicieron historia en aquel México variopinto, está el perfil humano de carne y hueso, de estos mortales con todos sus avatares, sus desenfrenos al deseo carnal, a sus clandestinos idilios, a sus quimeras y desilusiones entre las paredes de la morada de Coyoacán.

Esta película que fue rodada en el 2002 es una de las varias versiones que logré ver en el trascurso de los últimos lustros y cada vez que lo hacía, siempre me dejaba absorto aquella muerte anunciada. El momento en que Ramón del Río Mercader agente de Stalin empuñara el piolet y a sangre fría lo clavara en el cráneo de Trotski, es el instante en que muere el silencio y se desvela la perfidia y la conspiración dirigida desde el Kremlin con el fin de borrar todo vestigio de oposición a la cuestionada burocracia de Moscú, que a todo precio optaban por el exterminio físico de sus opositores revolucionarios. Fue aún más espinosa la paradoja de lo irónico cuando años más tarde en 1960 Mercader recibe la condecoración de héroe máximo de la ex Unión Soviética por ejecutar aquella orden de Stalin en Coyoacán México.

Tras el desmembramiento de los países del este y la llegada de la soberbia capitalista a las calles de Moscú, se confirmaba los escritos de «La revolución traicionada» que escribiera Trotski en 1936.

Desde entonces mucha agua corrió bajo el puente de la historia. En estos tiempos presentes cuando defendemos la libertad de expresión en todas sus manifestaciones, cuando velamos por los derechos humanos y hablamos de la unidad y de un movimiento antiimperialista, esos asesinatos de opositores de izquierda bajo los símbolos de la hoz y el martillo de otrora, nos suenan como a campanazos de conciencia para madurar políticamente y no cometer los mismos deslices de la perfidia y el encono político dentro la izquierda que no termina de aprender, porque sólo se une en dictaduras y se repele en democracias.

Desde que tuve uso de razón, la práctica de la izquierda en la política boliviana estuvo atiborrada de sectarismo y divisionismo, a veces parecía que el enemigo en común del imperialismo norteamericano, era diminuto y menos mortal que la pugna entre reformistas stalinianos y los seguidores del trotskismo en Bolivia. Los centros mineros fueron una prueba de aquella patética realidad que nos hizo perder más de medio siglo. Tendencias políticas que albergaron en sus filas a líderes connotados que marcaron historia, pero siempre envilecidos en la línea del sectarismo político, algunos ex discípulos de estos partidos del reformismo pasaron al conformismo y se perdieron en la bruma y la turbia marea del neoliberalismo.

Cuando se habla de unidad y de cambiar este sistema decadente capitalista que asfixia y ensancha más las injusticias y la brecha entre ricos y pobres o metafóricamente comparando entre el sur y el norte, lo hacemos conscientes de que sólo la unidad de los líderes y del pueblo cuentan, única vía para transitar por el cambio anteponiendo las trifulcas entre revolucionarios que pese a sentir los latidos de aquel corazón rebelde ubicado en el lado más izquierdo de la izquierda, se amancillaban con el sectarismo y los dogmas. En alusión a este tozudo enfoque de hacer política, el Che nos legaba el ejemplo con su meridiana visión, cuando le escribía aquella dedicatoria a Salvador Allende en su libro Guerra de Guerrillas:» A Salvador Allende que por otros medios busca lo mismo. Afectuosamente, Che», es ésta la visión amplia la que debemos de anotar entre correligionarios de izquierda y no otra.

Es sugerente que a lo largo de la historia de aquella izquierda revolucionaria, hubiera un ramillete de partidos de una misma vertiente Trotskista como el POR de Guillermo Lora, el POR dé Pie de Cirilo Jiménez, el POR Vanguardia Obrera de Sosa o el POR Combate de Hugo Gonzales Moscoso, este último por ventura, se desarropó del sectarismo y avanzó a pasos agigantados a la par de los acontecimientos y la dialéctica que reclamada la historia, cuando resolvía apoyar como partido de la Sección Boliviana de la Cuarta Internacional, la incursión del Che en Ñancahuazú ( Entrevista a Hugo Gonzales Moscoso, Bolpress 16-01-2010), es más, e l POR de Gonzales estuvo en la lucha por el proceso de cambio actual y junto a las masas campesinas y movimientos sociales ganaron la elección en diciembre del 2005, apoyaron el proceso de refundación de Bolivia en la línea de la Agenda de Octubre, estaba consciente que había que seguir trabajando junto a este proceso para profundizar el cambio, una muestra abismal en relación al sectarismo del POR de Lora.

El otro sectarismo de aquella izquierda que cambia el rumbo de los acontecimientos, es la perfidia y la traición que hace la cúpula del Partido Comunista Boliviano cuando traicionan al Che y se retiran de Ñancahuazú negándole su apoyo.

El pasado nos sirve como referente para no cometer los mismos errores y mejorar el presente, desterrando para siempre los homicidios que se cometieron en nombre de la ideología y del partido como esa aciaga mañana del 20 de agosto de 1940 cuando Trotski era atacado por la espalda con aquel piolet de alpinista que se incrustara en el cráneo del líder bolchevique, quien exhalara alaridos de suplicio que retumbaron por todos los confines de la orbe como premonición de una Revolución Traicionada.