Los hombres y los países sin memoria de nada sirven… son incapaces de combatir y de crear nada grande para el futuro . Salvador Allende [1] En este mundo sin memoria es bueno que algunos se mantengan leales . Albert Camus [2] I Salvador Allende es un hombre que sigue suscitando la admiración y […]
Los hombres y los países sin memoria de nada sirven…
son incapaces de combatir y de crear nada grande para el futuro . Salvador Allende [1]
En este mundo sin memoria es bueno que algunos se mantengan leales . Albert Camus [2]
I
Salvador Allende es un hombre que sigue suscitando la admiración y el reconocimiento de la humanidad civilizada entera, deviniendo con ello cada vez más universal, mientras, paradójicamente, en su propio país su pensamiento político ha sido sistemáticamente olvidado por un número no poco importante de aquellos que alguna vez compartieron y que, por razones de oportunidad, han preferido refugiarse en el sentido común imperante en el Chile de hoy. En las líneas que siguen intentaremos hacer algunos alcances sobre los que, a nuestro juicio, constituyen algunos de los ejes fundamentales por donde transcurrió ese pensamiento político que buscó «abrir las grandes alamedas». La reflexión política de Allende -es útil subrayarlo de inmediato- no representa un conjunto de ideas sistemáticamente tratadas con la ambición de enriquecer algún texto de teoría política. Se trata, muy por el contrario, de un pensamiento que nace de un intercambio vital construido en torno a las luchas sociales que emanan de la trama de contradicciones que caracterizan la historia que recorre América Latina durante la mayor parte del siglo XX. Está constituido por una reflexión que va cobrando forma a través de innumerables intervenciones orales, en buena parte improvisadas, las que, con mayor o menor fortuna son recogidas y editadas en periódicos o folletos del movimiento popular y que, a posteriori y a veces solo recientemente, han venido siendo publicadas, la mayor parte parcialmente, en algunos volúmenes. [3] Se trata entonces, en definitiva, de una reflexión cuyos contenidos se encuentran en gran parte todavía vivos y dispersos en la memoria colectiva de las clases trabajadoras de la sociedad chilena, donde, anudando los hitos de la historia continental, retroalimentando la energía popular y mostrando la capacidad de estas mismas clases para escribir su propia historia, se van desplegando para esclarecer y mostrar pedagógicamente los efectos de la dominación del capital y de la sociedad que éste fabrica. «Soy hombre de América Latina -dice el Presidente Allende en su intervención en el momento de instalación de la Unidad Popular, en noviembre de 1970-, y como tal me confundo con los demás habitantes del continente en los problemas, en sus anhelos y en sus inquietudes comunes». [4] Será a la liberación de ese mismo «hombre de América Latina», conocido como actor de su propia historia, como protagonista del accionar político revolucionario del continente, a lo que Allende consagrará su vida, desde las luchas estudiantiles de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile hasta su último combate en La Moneda, el segundo martes del mes de septiembre de 1973. La reconstrucción de este pensamiento construido permanentemente desde la praxis política así lo muestra.
II
Salvador Allende Gossens nace en Valparaíso el 26 de junio de 1908, en el seno de una familia de tradiciones laicas, de profesiones liberales y de cultura positivista. Su abuelo paterno, Ramón Allende Padín, había sido fundador de la escuela laica Blas Cuevas, [5] senador del Partido Radical y Serenísimo gran maestre de la Gran Logia Masónica de Chile. Su padre, Salvador Allende Castro, era abogado. Este universo familiar empuja al joven Allende hacia la práctica de las virtudes cívicas y republicanas. Con todo, un episodio de su adolescencia parece haber jugado un papel desencadenante. Dejemos que sea el propio Allende quien nos lo narre:
«Cuando era muchacho, en la época que andaba entre los 14 o 15 años, me acercaba al taller de un artesano, zapatero anarquista llamado Juan Demarchi (¿De Marchi?) [6] para oírle su conversación y para intercambiar impresiones con él […]. Eso ocurría en Valparaíso, en el periodo en que era estudiante de liceo. Cuando terminaba mis clases me iba a conversar con ese anarquista que influyó mucho mi vida de muchacho. Él tenía 63 años y aceptaba conversar conmigo. Me enseñó a jugar ajedrez, me hablaba de cosas de la vida, me prestaba libros.» [7]
Al contacto con el zapatero anarquista italiano se sumaba una circunstancia que ha debido tener alguna importancia en la vida de Allende. Su familia había cambiado varias veces de ciudad y de región, permitiéndole descubrir desde temprano tipos humanos relativamente diferentes. Estudios primarios realizados en Tacna, en aquella época ciudad peruana bajo jurisdicción chilena. 1918, Iquique, en el norte de Chile. El mismo año, Valdivia, en el sur, y la región mapuche. 1922, otra vez Valparaíso. Luego Santiago y el Instituto Nacional, para ingresar en 1926 a la Escuela de Medicina. El vasto conocimiento de las diversas particularidades regionales que caracterizan el pueblo chileno le darán al pensamiento de Allende una dimensión particularmente rica.
Participando como estudiante en el grupo Avance -en el que encontramos diversas figuras que estarán presentes en las luchas democráticas del período-, Allende es, en 1927, elegido presidente del Centro de alumnos de la Escuela de Medicina y luego, en 1930, vicepresidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, Fech, impregnada en la época de una fuerte tradición libertaria [8] – Allende será encarcelado por la toma de la Universidad. Por esta vía se incorpora a las luchas sociales que, inspiradas en los ecos de la reforma universitaria de Córdoba, van a precipitar la caída de la dictadura de Carlos Ibáñez -fuertemente tributaria de aquella de Benito Mussolini -en julio de 1931. [9]
Fundador del Partido Socialista en abril de 1933, relegado a Caldera en 1935 durante el segundo gobierno de Arturo Alessandri Palma, secretario regional por Valparaíso y luego, en 1937, subsecretario general del mismo Partido Socialista y diputado, siempre por el puerto de Valparaíso, Allende encamina su actividad política hacia la construcción de un proyecto de transformación de la sociedad chilena. Este proyecto va a madurar a través de una primera experiencia durante el Frente Popular, coalición que, con Pedro Aguirre Cerda a la cabeza, ganará las elecciones presidenciales de 1938 y de la cual el propio Allende -responsable de la campaña de Aguirre Cerda en Valparaíso- será nombrado, en 1939, Ministro de la Salud, recibiendo al año siguiente el premio Van Buren por su trabajo La realidad médico social chilena. [10]
La tentativa de redistribución de la riqueza y la realización de algunas transformaciones sociales aparejadas al proyecto de industrialización impulsados por el Frente Popular no será de larga duración. La Guerra Fría, que desde antes del término de la Segunda Guerra Mundial configura bipolarmente las relaciones internacionales en las que Chile se encuentra inserto, va a arrastrar a éste, como a todos los países de América Latina, al interior del campo norteamericano, deteniendo el impulso reformista. [11] Allende, que es nominado secretario general del Partido Socialista en 1943 y senador de la República en 1945, asume desde el Parlamento y en el seno del propio movimiento popular la defensa de la autonomía de la clase trabajadora y de la especificidad de sus intereses. [12] En la década siguiente esta defensa lo conducirá a empujar al Partido Socialista a abandonar el gobierno de Ibáñez (1952-1958), provocando con ese propósito, lúcida, voluntaria, consciente y, se verá luego, acertadamente, una escisión partidaria. Presidente del Colegio Médico de Chile entre 1949 y 1963, candidato a la presidencia de la República por el Frente del Pueblo en 1952, ya en plena «Guerra Fría», candidato igualmente por el Frente de Acción Popular, FRAP, en 1958, y nuevamente en 1964, Allende será finalmente elegido en septiembre de 1970, en el marco del ascenso de la lucha social y de la crisis generalizada del desarrollo del capitalismo en Chile, cuando fue el portaestandarte de la Unidad Popular.
Al interior de estas luchas, la reflexión del candidato de la izquierda chilena se construye en un diálogo permanente con los personajes que fueron instalando las tradiciones de una cultura política crítica en la sociedad chilena. Francisco Bilbao, Santiago Arcos, José Victorino Lastarria, Benjamín Vicuña Mackenna, Alberto Edwards, Claudio Vicuña, Luis Emilio Recabarren, entre otros, aparecen y reaparecen recurrentemente en su discurso. «Los hombres y los países sin memoria de nada sirven. -dirá ya en octubre de 1938, introduciendo precoz y premonitoriamente el tema de la memoria colectiva y una severa advertencia para las generaciones que vendrían-, ellos son incapaces de crear nada grande para el futuro». [13] Será en este diálogo que irán surgiendo uno a uno los aspectos esenciales de su pensamiento, el que -es útil volver a subrayarlo- se construye en función de un objetivo político concreto: abrir paso a una gran transformación social capaz de eliminar las contradicciones a las cuales el desarrollo capitalista somete a Chile, determinando las condiciones de vida de los trabajadores manuales e intelectuales de la ciudad y del campo.
Este carácter concreto del pensamiento de Allende será el que lo conduzca a explorar las características y la lógica particular que organizan la formación social que se propone transformar, formación social que, por las circunstancias en que establece sus vínculos con el mercado mundial y por su estructura social interna, va a adoptar un desarrollo capitalista atrasado y dependiente, insertándose en la división mundial del trabajo como productor de materias primas y consumidor de productos manufacturados de origen industrial. Una formación social donde la clase obrera que comienza a desarrollarse desde fines del siglo XIX no es mayoritaria, y donde, en consecuencia, para poder cumplir su objetivo transformador, debe sellar su suerte con los intereses de vastas capas de la sociedad, a saber, artesanos, campesinos, grupos medios, en lo que Allende, recogiendo una tradición que proviene de la reforma universitaria de Córdoba, llamará «la unidad de los trabajadores manuales e intelectuales». [14]
Pero una formación social que, a pesar de su inserción dependiente en el mercado mundial y a pesar de una estructura social interna de características acentuadamente oligárquicas -«cada país tiene su historia, su idiosincrasia, su propia realidad»-, [15] presenta una serie de rasgos institucionales relativamente más flexibles que aquellos que podían observarse en la mayoría de los países de América Latina. Así, una sociedad civil con una tradición cívica y electoral formada a través de varias generaciones podía permitir a un movimiento de trabajadores con una importante cultura organizativa apoyarse en esta misma flexibilidad institucional del sistema político para acceder a una mayoría parlamentaria y al gobierno, sin temer -aparentemente- que las fuerzas armadas, orgánicamente ligadas a la oligarquía y en consecuencia, talón de Aquiles de este diseño estratégico, interviniera con un golpe de Estado. Ese camino institucional fue el que eligió Allende. [16]
III
La liberación de los trabajadores chilenos se plantea, entonces, en esas condiciones, como una gigantesca tarea, a saber, la de acceder al poder político dentro de las condiciones institucionales existentes, recuperando las riquezas del suelo nacional, liquidando la inmensa concentración de la tierra, desanudando la concentración monopólica y el comercio internacional en manos de un reducido gripo de agiotistas ligados al capital bancario y, por ese camino, generar un proceso de redistribución de la riqueza creada por los mismo trabajadores, capaz de abrir camino a la construcción de una sociedad más justa. Liberación que en las circunstancias de la formación social chilena adopta, necesariamente, una forma antiimperialista, [17] antioligárquica [18] y anticapitalista. [19] Este «necesariamente» -es importante subrayarlo- no debe ser comprendido aquí como un a priori ideológico sino como una condición concreta. La praxis política no tiene nada de arbitrario ni de metafísico: constituye una respuesta humana a necesidades humanas, a necesidades materiales, espirituales, afectivas, existenciales concretas nuestras, de nosotros, los seres humanos, que, a través de ella, vamos buscando solucionar nuestros problemas sociales como especie, dándole así forma al acaecer de la historia. Esta praxis es nuestra posibilidad de conocimiento. «Criterio y norma de lo verdadero -decía ya Giambattista Vico en Dell’antichissima sapienza italica, un texto de 1710- es haberlo hecho«; [20] «el problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva -anotará más tarde Karl Marx en la segunda de sus Tesis sobre Feuerbach-, no es un problema teórico, sino un problema práctico«. [21] Y las necesidades de los trabajadores chilenos, así como el conocimiento de esas mismas necesidades -la filosofía de esta praxis-, adoptan un carácter antiimperialista, antioligárquico y anticapitalista. «Caminamos hacia el socialismo no por amor académico a un cuerpo doctrinario -dirá Allende en su Primer mensaje al Congreso pleno-, vamos al socialismo por el rechazo voluntario, a través del voto popular, del sistema capitalista y dependiente». [22] Es en esta libertad individual y en este convencimiento personal, en esta función legitimadora de la conciencia, expresión de una radical concepción de la democracia, donde se aloja, entonces, el fundamento de la acción política que encontramos el pensamiento de Allende.
Lentamente, entonces -si leemos el programa presidencial de 1964 es posible advertir que en lo fundamental se busca allí solamente conformar un capitalismo de Estado que entregue una base productiva ampliada para lograr una mayor redistribución de la riqueza nacional-, [23] este conjunto de elementos van a ir madurando para dar forma al diseño estratégico que permitirá a los trabajadores y al movimiento popular construir su propia hegemonía, transformando «una sociedad agobiada por el atraso y la pobreza propios de la dependencia y del subdesarrollo, rompiendo con los factores causantes del retardo y al mismo tiempo edificando una nueva estructura socioeconómica capaz de proveer la prosperidad colectiva». [24] Este diseño estratégico pasará a la historia como «la vía chilena al socialismo», y sus rasgos irán perfilándose para desplegarse en toda su magnitud en el contexto de la lucha social de la segunda mitad de los años 1960. [25] «El allendismo -escribirá Patricio Rivas- es hasta hoy el más alto grado de elaboración programática y determinación moral por hacer de Chile un país de no simulaciones sino de materialidad democrática.» [26]
IV
En el discurso de Allende, la «vía chilena al socialismo» surge como una estrategia y una táctica que permiten «transferir a los trabajadores y al pueblo en su conjunto el poder político y el poder económico», [27] otorgando «a los trabajadores de la pluma, del arado, del riel» [28] la posibilidad de alcanzar el poder político «para crear una nueva sociedad en que los hombres puedan satisfacer sus necesidades materiales y espirituales sin que ello signifique la explotación de otros hombres. [29] Un espacio donde no se pueda «degradar la vida a un nivel infrahumano en una tierra fecunda y llena de riquezas potenciales», [30] porque «nuestro objetivo no es otro que la edificación progresiva de una nueva estructura de poder, fundada en las mayorías y centrada en satisfacer en el menor plazo posible los apremios más urgentes de las generaciones actuales». [31] Para eso «es prioritaria la propiedad social de los medios de producción fundamentales». [32] Se trata, entonces, de transformar la sociedad, «una sociedad -para decirlo también con Allende- en que la violencia está incorporada a las instituciones mismas y que condena a los hombres a la codicia insaciable, a las más inhumanas formas de crueldad e indiferencia frente al sufrimiento ajeno». [33]
La posibilidad de la construcción de esta hegemonía -y en esto consistía la extrema originalidad del pensamiento de Allende- residió en la tentativa de aprovechar la flexibilidad institucional del sistema político chileno para crear las condiciones del tránsito al socialismo, porque la «vía chilena tiene, como requisito fundamental, el que podamos establecer los cauces institucionales de la nueva forma de ordenación socialista en pluralismo y libertad». [34] El esfuerzo de historización y de rigor conceptual de Allende es enorme. «Es una postura teóricamente incorrecta atribuir a las normas y a las instituciones un valor absoluto -dice, por ejemplo, en su Informe al Plano nacional del Partido Socialista, en la localidad de Algarrobo, en marzo de 1972-, más allá de la forma que las encubre, se encuentra el sentido social que anima a quienes las aplican o las utilizan». [35] Así, «no es en la institucionalidad chilena actual donde descansa el poder de la burguesía, sino en su poder económico y en la compleja trama de relaciones sociales establecidas en el régimen de propiedad capitalista». [36] La cuestión de la hegemonía pensada como la capacidad de suscitar un consenso activo entre los trabajadores, entre la mayoría de la población, vale decir, una problemática eminentemente gramsciana -es importante subrayarlo-, vuelve recurrentemente en la argumentación de Allende. [37] «La institucionalidad no es un ente abstracto[…] La institucionalidad responde a la fuerza social que le dio vida y lo que está apareciendo ante nuestros ojos es que la fuerza del pueblo, del proletariado, de los campesinos, de los sectores medios, está desplazando de su lugar hegemónico a la burguesía monopólica y latifundista», [38] porque el objetivo de la «vía chilena al socialismo «no es otro que «la ordenación interna de la sociedad bajo la hegemonía de los desposeídos», [39] para lograr «transferir a los trabajadores y al pueblo en su conjunto el poder político y el poder económico». [40] La especificidad de esta «vía chilena» se expresa con toda claridad en el Primer mensaje de Allende al Congreso pleno, el 21 de mayo de 1971. «Las circunstancias de Rusia en 1917 y de Chile en el presente son muy distintas -dice en esta ocasión, llevando el análisis a una comprensión global de las posibilidades de tránsito al socialismo-, allí se edificó una de las formas de la sociedad socialista, la de la dictadura del proletariado[…] Chile se encuentra ante la necesidad de iniciar una manera nueva de construir la sociedad socialista: la vía revolucionaria nuestra, la vía pluralista, anticipada por los clásicos del marxismo, pero jamás antes concretada[…] Chile es hoy la primera nación de la Tierra llamada a conformar el segundo modelo de transición a la sociedad socialista[…] modelando la primera sociedad socialista edificada según un modelo democrático, pluralista y libertario«… [41]
Este último componente de la «vía chilena», heredado, quizás, de aquellas viejas conversaciones con el zapatero anarquista italiano Di Marchi o de las luchas estudiantiles de la Fech a comienzos de los años 1930, reaparecerá en el discurso de Allende tomando la forma de una defensa de la democracia directa, defensa que revela la naturaleza profunda de un pensamiento que concebía la praxis y la experiencia de los trabajadores manuales e intelectuales como el eje sobre el cual se articula el proceso revolucionario en su conjunto. «La auténtica democracia -dirá en mayo de 1972- exige la permanente presencia y participación del ciudadano en los asuntos comunes, la vivencia directa e inmediata de la problemática social de la que es sujeto, que no puede limitarse a la periódica entrega de un mandato representativo. La democracia se vive, no se delega. Hacer vivir la democracia significa imponer las libertades sociales». [42] Tono existencialmente radical. «Este es un tiempo inverosímil -dirá-, que prevé los medios materiales para realizar las utopías más generosas del pasado[…] Pocas veces los hombres necesitaron tanto como ahora de fe en sí mismos y en su capacidad de rehacer el mundo, de renovar la vida». [43] Voluntad que tiene como destino el cambio de las bases materiales en las que se construye una sociedad dirigida a entregar al hombre una nueva potencialidad, porque «nuestra tarea es definir y poner en práctica como la vía chilena al socialismo un modelo nuevo de Estado, de economía y de sociedad, centrado en el hombre, sus necesidades y sus aspiraciones», [44] porque «si olvidáramos que nuestra misión es establecer un proyecto social para el hombre toda la lucha de nuestro pueblo por el socialismo se convertiría en un intento reformista más». [45] Humanismo concreto presente en el pensamiento de Allende, humanismo que se funda en una noción de protagonismo popular, en la existencia de un proceso conducido por un pueblo actor consciente de su propia existencia.
Los que viven de su trabajo -afirma-tienen hoy en sus manos la dirección política del Estado[…] y la construcción del nuevo régimen social encuentra en la base, en el pueblo, su actor y juez. Al Estado corresponde orientar, organizar y dirigir, pero de ninguna manera reemplazar la voluntad de los trabajadores. Tanto en lo económico como en lo político los propios trabajadores deben detentar el poder de decidir. Conseguirlo será el triunfo de la revolución. [46]
V
Han pasado treinta y ocho años desde la derrota de 1973 y nuestra sociedad ha cambiado brutalmente. «Nosotros no queremos una economía pretendidamente sana con desocupación, explotación, injusticia, sometimiento al extranjero y desigualdad extrema en la distribución del ingreso -decía el Presidente Allende en mayo de 1973, adelantándose al análisis del desolador panorama que nos ofrece hoy el Chile neoliberal-, no queremos una economía con desnutrición y alta mortalidad infantil, incultura y desprecio por la dignidad del hombre. Para nosotros, semejante economía está irremediablemente enferma». [47] El «nosotros’ con que acostumbraba expresarse Allende revelaba no solamente el castellano culto sino también un universo de representación de lo político que contrasta vivamente con el «yo» que caracteriza hoy el discurso de los más connotados exponentes de la clase política. Este «yo» desplazando al «nosotros» ilustra mejor que mil ejemplos el cambio de época, la mutación cultural y la modificación de la subjetividad que viene tomando forma en este rincón del planeta en el que habitamos; cambio de época que se resume hoy en esta nueva fase de acumulación capitalista, la «globalización [48] , término prácticamente desconocido en el momento en que Allende hacía esta reflexión, cuatro meses antes de inmolarse en La Moneda, pero cuyas características enunciaba precozmente. [49]
Sin conexiones orgánicas con otros procesos culturales, atomizada por el efecto coercitivo de los años de represión, desmoralizada por la frustración de sus expectativas democráticas, sin ninguna presencia en los medios de comunicación que crean opinión en nuestro país, la gran mayoría de la población chilena no parece existir sino de manera subalterna, como consumidora y espectadora. El debilitamiento de las formas orgánicas de la cultura política de los trabajadores -sindicatos, agrupaciones populares, partidos- contribuye a facilitar esta autonegación de las potencialidades de la praxis política y de la misma identidad social de los actores populares. La ausencia de referentes y de movimientos sociales y por lo tanto de vasos comunicantes entre la actividad social y la creación intelectual que conlleva este gigantesco proceso de desagregación de la vida social va reforzando este sentido común como funcional al modelo económico, el cual, por su propia naturaleza, excluye la posibilidad de la democracia o, dicho de otra forma, muestra que neoliberalismo y democracia son incompatibles. «La democracia y la libertad -había dicho Allende (recurramos una vez más a su discurso)- son incompatibles con la desocupación, con la falta de vivienda, con la incultura, con el analfabetismo, con la enfermedad ¿Cómo se afianza la democracia? Dando más trabajo. Redistribuyendo mejor. Levantando más viviendas. Dando más educación, cultura y salud al pueblo». [50] ¡Cuán lejos estamos de los días de la «vía chilena al socialismo» en los que el proyecto político del Presidente Allende buscaba construir en Chile una sociedad de trabajadores donde el ser humano pudiera apropiarse de su condición de tal!
Cuando observamos el panorama desolador del Chile cotidiano, la «vía chilena al socialismo», así como el propio programa de la Unidad Popular, se nos representan entonces circunscritos a un periodo lejano, a una época ya desaparecida. [51] Nos remiten a la lógica de las reglas que emanan de la propia existencia de algunos grados relativamente autónomos del estado-nación, tributario del ciclo orgánico inaugurado por la Revolución Francesa, el que desde fines del siglo XX se extingue en aras de la «globalización» de carácter neoliberal [52] , de la pensé unique, y frente a las cuales la defensa de la autonomía de un país o una región de la penetración del capital foráneo se presenta como un absurdo. «Chile -escribe Tomás Moulian-, más que una nación es un segmento del mercado mundial». [53]
Conocemos el destino de la «vía chilena al socialismo» y podemos pensar que la resolución final del conflicto social estaba planteada en sus propias premisas. Sin embargo, esta salida, aún siendo la más probable, no estaba, con todo, escrita de antemano, porque en la historia, y particularmente en la historia de las luchas sociales, singular drama del que somos a la vez actores y testigos, leemos un texto que debemos corregir ad aeternum, conscientes de que lo que triunfa o fracasa aquí o allá no constituye ni puede constituir una «prueba» en el sentido experimental del término. [54] Justamente por ello, a pesar de su trágica interrupción, el pensamiento político de Salvador Allende y su concepción de la «vía chilena al socialismo» como el tránsito autorregulado hacia la construcción de una sociedad más justa sobre la base de la hegemonía de los trabajadores representa una clara tentativa de superación de las contradicciones que hoy -«globalización» neoliberal mediante- tienen como escenario el conjunto del planeta. Así, en esta época de derrota y de miseria moral y política, releer a Salvador Allende, identificar los núcleos de su pensamiento y su herencia política, representa una tarea necesaria para las necesidades concretas que impulsa hoy nuestra praxis, tarea que debe posibilitarnos, para honrar su memoria, echar las bases de una nueva Constitución política del Estado y construir en Chile una Segunda República. [55]
Transcripción de extracto del libro «Gramsci en Chile. Apuntes para el estudio crítico de una experiencia de difusión cultural», de Jaime Massardo. Santiago de Chile: Lom ediciones, 2012, pp. 259-273.
[1] Salvador Allende, «Homenaje al Frente Popular», en Salvador Allende, Obras escogidas, presentación de Víctor Pey: prólogo de Joan E. Garcés; compilación de Gonzalo Martner, Ediciones del Centro de Estudios Políticos Latinoamericanos Simón Bolívar y de la Fundación Presidente Allende (España). Santiago de Chile: Editorial Antártica, 1992, p. 67.
[2] Albert Camus, prefacio a la España libre, en Babel, revista de arte y crítica, Santiago de Chile, cuarto trimestre de 1940, año xi, vol. xii, nº 52, p. 197. Se trata del avant-propos que Camus preparaba para l’Espagne libre, Paris, Calman-Lévy éditeurs, 1945, publicado en forma exclusiva en castellano por la revista Babel.
[3] Cfr., v. gr., Salvador Allende, Obras escogidas, op. cit..; Salvador Allende, Obras escogidas 1970-1973, Barcelona, Editorial Crítica, 1989.
[4] Salvador Allende, «Discurso al instalarse el Gobierno de la Unidad Popular», en Salvador Allende, Obras escogidas, op. cit., p. 300.
[5] Sobre la significación de la escuela Blas Cuevas, véase Sergio Grez Toso, De la regeneración del pueblo a la huelga general. Génesis y evolución histórica del movimiento popular en Chile (1818-1890). Santiago de Chile: Dibam, Ediciones Ril, Cidba, 1997.
[6] Pensamos que se trata probablemente de un error taquigráfico, el zapatero anarquista italiano debe ser Juan De Marchi, como el escritor Emilio De Marchi, autor de diferentes romanzi d’appendice como «Arabella», publicado en el Carriere de la Sera, en 1892-93.
[7] «Allende, conversaciones con Régis Debray», en Punto Final, edición extraordinaria, Santiago de Chile, marzo de 1971, p. 29.
[8] Cfr., José Santos González Vera, «Estudiantes del año veinte», en Babel, revista de arte y crítica, nº 28, Santiago de Chile, julio-agosto de 1945, pp.34-44.
[9] Cfr., Carlos Vicuña Fuentes, La tiranía en Chile. Santiago de Chile: Lom ediciones, 2002.
[10] Cfr., Salvador Allende, La realidad médico social chilena, Ministerio de Salubridad, previsión y asistencia social, Imprenta Lathrop, 1939; reeditado por Hernán Soto, María Angélica Illanes y Mario Requena. Santiago: Editorial Cuarto Propio, 1999.
[11] Cfr., Jaime Massardo, «Les rapports entre les États-Unis et l’Amérique latine pendant la guerre froide», en Matériaux pour l’histoire de notre temps, nº 54, revue de la Bibliothèque de Documentation Internationale Contemporaine, BDIC, Université de Paris X – Nanterre, avril/juin 1999, pp. 3-8.
[12] Cfr., Salvador Allende, «No a la ilegalización del Partido comunista», en Salvador Allende, Obras escogidas, op. cit., pp. 143-178.
[13] Salvador Allende, «Homenaje al Frente Popular», en Salvador Allende, Obras escogidas, op. cit., p. 67.
[14] » Nuestra acción política debe basarse en nuestro país -dice Allende en diciembre de 1943- en la unidad material y espiritual de los hombres que viven de un jornal o de un sueldo, de lo que llamamos trabajadores manuales e intelectuales», Salvador Allende, «Carta del Comité Central del Partido Comunista», en Salvador Allende, Obras escogidas, op. cit., p. 88. Esta «unidad material y espiritual» que cristalizará en el seno del Partido Socialista a través del programa del Frente de trabajadores, escrito en 1947, y que propone para Chile el proyecto de una República democrática de trabajadores, seguido por otras diversas formulaciones apoyadas en estas particularidades de la formación social chilena. Cfr., Eugenio González Rojas, «Fundamentación teórica del programa del Partido Socialista», en Pensamiento teórico y político del Partido Socialista. Santiago de Chile: Quimantú, 1972, pp. 67-92; también Julio César Jobet, «Teoría, programa y política del Partido Socialista de Chile», en Pensamiento teórico y político del Partido Socialista, op. cit., pp. 427-465.
[15] Salvador Allende, «Discurso sobre la acusación constitucional contra el Ministro del Interior José Tohá», en Salvador Allende, Obras escogidas, op. cit., p. 392.
[16] En el marco de estas notas la noción de sociedad civil asume el sentido gramsciano de «hegemonía política y cultural de un grupo social sobre el conjunto de la sociedad» (egemonia poliitica e cultural di un grupo sociale sull’intera società. Antonio Gramsci, Quaderni del carcere, edizione critica dell’Istituto Gramsci, a cura di Valentino Gerratana. Torino: Einaudi, 1977, p. 703). «En concepto de Estado -agrega Gramsci- de costumbre es comprendido como Sociedad política (o dictadura, o aparato coercitivo para darle forma (conformare) a la masa del pueblo, de acuerdo al tipo de producción y la economía de un momento dado) y un equilibrio de la Sociedad política con la Sociedad civil (o hegemonía de un grupo social sobre el conjunto de la sociedad nacional ejercida a través de las así llamadas organizaciones privadas, como la Iglesia, los sindicatos, las escuelas, etc.)». Antonio Gramsci, Lettere dal carcere, a cura di Antonio A. Santucci. Palermo: Salerio editore, 1996, pp. 458-459 (cursivas nuestras, mayúsculas en el original). La sociedad civil no es entonces para Gramsci una esfera separada del Estado sino más bien su extensión a través del conjunto de «las así llamadas organizaciones privadas» en las que se disputa la hegemonía y en las que se plasma la condición subalterna que no es sino la forma en que se realiza social y prácticamente esta misma hegemonía.
[17] Cfr., Salvador Allende, «Homenaje al gobierno de Arbenz, en Guatemala», en Salvador Allende, Obras escogidas, op. cit., pp. 18-182; también «Solidaridad con Rómulo Betancourt, Presidente de Venezuela», en Salvador Allende, Obras escogidas, op. cit., pp. 198-199.
[18] Cfr., Salvador Allende, «Chile necesita una reforma agraria», en Salvador Allende, Obras escogidas, op. cit., pp. 192-193.
[19] Salvador Allende, «Homenaje a la Revolución Cubana», en Salvador Allende, Obras escogidas, op. cit., pp. 194-197.
[20] Giambattista Vico, Dell’antichissima sapienza italica, in Giambattista Vico, Opere a cura di Fausto Nicolini, op. cit., p. 440 (cursivas nuestras). Para el pensamiento de Giambattista Vico, primum mobile de esta tradición, como para el de Karl Marx, la actividad de los seres humanos en la historia supone una operación cognitiva: podemos conocer solamente aquello que nosotros mismos hemos realizado. «En verdad -escribe al respecto Giovanni Gentile-, si no se puede conocer sino la propia obra, el mundo natural debe remitirse, piensa Vico, a la cognición de Dios que es el único creador; pero el mundo histórico producto de la actividad humana es el objeto por el cual pueden acceder a la ciencia los hombres que lo han hecho. Sin embargo, para Vico esta operación humana es operación del espíritu humano (della mente dell’uomo), de donde la concepción según la cual la historia debería explicarse toda entera por la consideración y el estudio de las modificaciones del espíritu (modificazioni della mente). En Marx el principio de la operación se complementa, y en lugar de las modificaciones de espíritu, son las necesidades del individuo en tanto que ser social que forman las raíces de la historia. Pero el concepto de praxis que se invoca permanece el mismo… ¿Cuál era en el fondo el reproche que Marx dirige al materialismo en la teoría del conocimiento? Este: de creer que el objeto de intuición sensible, la realidad exterior sea un dato y no un producto; de suerte que, entrando en relación con este dato el sujeto debería limitarse a una pura visión, léase un simple reflejo (rispecchiamento), permaneciendo en un estado de simple pasividad. Marx en suma reprocha a los materialistas, y entre ellos a Feuerbach, concebir el sujeto y objeto del conocimiento en una posición abstracta y por lo tanto falsa. En tal posición, el objeto sería opuesto al sujeto y sin ninguna relación intrínseca con éste, puesto que sería encontrado, visto, de manera puramente accidental. Pero este sujeto, privado de su objeto ¿de qué es el sujeto? Y ese objeto, privado de su sujeto ¿de qué es objeto? Sujeto y objeto son dos términos correlativos donde uno implica necesariamente al otro… Es necesario pues concebirlos en sus relaciones mutuas de las cuales se esclarece su naturaleza… cuando se conoce, se construye, se hace un objeto, el objeto es pues el producto del sujeto; y puesto que no hay sujeto sin objeto, es necesario agregar que a medida que éste hace o construye el objeto, el sujeto se construye a sí mismo. La realidad, según Marx, es pues una producción subjetiva del hombre; pero es la producción de actividad sensible (sinnliche Thatigkeit), no del pensamiento, como lo creía Hegel y los otros idealistas». Giovanni Gentile, La filosofía di Marx, Studi critici. Pisa: Spoerri, 1899, pp. 73-78.
[21] Karl Marx, Tesis sobre Feuerbach, en Obras escogidas de Marx y Engels. Moscú: Progreso, s./f., p. 24 (cursivas de Marx). «Es en la práctica -continúa Marx- donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica es un problema puramente escolástico […] La vida social, en esencia -continuará en la octava tesis-, es práctica. Todos los misterios que descarrían la teoría hacia el misticismo encuentran su solución racional en la práctica humana y en la comprensión de esta práctica». Ibid. (cursivas de Marx).
[22] Salvador Allende, «Primer mensaje al Congreso pleno. La vía chilena hacia el socialismo», en Salvador Allende, Obras escogidas, op. cit., p. 329.
[23] Cfr., Salvador Allende, «La estrategia de desarrollo del gobierno popular 1964-1970», en Salvador Allende, Obras escogidas, op. cit., pp. 202-232.
[24] Salvador Allende, «Primer mensaje al Congreso pleno. La vía chilena hacia el socialismo», en Salvador Allende, Obras escogidas, op. cit., p. 326.
[25] Cfr., Belarmino Elgueta, El socialismo en Chile durante el siglo XX. Experiencias de ayer para la construcción de futuro. México: Universidad Autónoma metropolitana (Iztapalapa), 2007.
[26] Patricio Rivas, «Legado y vigencia de Salvador Allende», en Encuentro XXI, Santiago de Chile, año iv, nº 13, p. 86.
[27] Salvador Allende, «Primer mensaje al Congreso pleno. La vía chilena hacia el socialismo», en Salvador Allende, Obras escogidas, op. cit., p. 332.
[28] Salvador Allende, «Las relaciones entre Perú y Chile», en Salvador Allende, Obras escogidas, op. cit., p. 597.
[29] Salvador Allende, «Discurso al instalarse el Gobierno de la Unidad popular», en Salvador Allende, Obras escogidas, op. cit., p. 299.
[30] Ibid., P. 301.
[31] Salvador Allende, «Primer mensaje al Congreso pleno. La vía chilena hacia el socialismo», en Salvador Allende, Obras escogidas, op. cit., p. 329.
[32] Ibid., p. 332.
[33] Salvador Allende, «Discurso al instalarse el Gobierno de la Unidad popular», en Salvador Allende, Obras escogidas, op. cit., p. 289.
[34] Salvador Allende, «Primer mensaje al Congreso pleno. La vía chilena hacia el socialismo», en Salvador Allende, Obras escogidas, op. cit., p. 328.
[35] Salvador Allende, «La vía chilena al socialismo y el aparato estatal actual», en Salvador Allende, Obras escogidas, op. cit., p. 401.
[36] Ibid., p. 396 .
[37] Jaime Massardo, «Gramsci in America latina. Questioni di ordine teorico e político», en Vv. Aa., Gramsci e la revoluzione in Occidente, a cura di Alberto Burgio e Antonio A. Santucci. Roma: Editori Riuniti, 1999, pp. 324-355.
[38] Salvador Allende, «La vía chilena al socialismo y el aparato estatal actual», en Salvador Allende, Obras escogidas, op. cit., p. 401.
[39] Salvador Allende, «Primer mensaje al Congreso pleno. La vía chilena hacia el socialismo», en Salvador Allende, Obras escogidas, op. cit., p. 327.
[40] Ibid., p. 332.
[41] Ibid., pp. 324-325 (cursivas nuestras).
[42] Salvador Allende, «Segundo mensaje al Congreso pleno, 1972», en Salvador Allende, Obras escogidas, op. cit., p. 429 (cursivas nuestras).
[43] Salvador Allende, «Primer mensaje al Congreso pleno. La vía chilena hacia el socialismo», en Salvador Allende, Obras escogidas, op. cit., p. 327.
[44] Ibid, pp. 328-339.
[45] Ibid., p. 329.
[46] Ibid., p. 350 (cursivas nuestras).
[47] Salvador Allende, «Tercer mensaje al Congreso pleno», en Salvador Allende, Obras escogidas, op. cit., p. 520.
[48] Cfr., Jaime Massardo, El ojo del cíclope. Comentarios críticos a propósito del proceso de globalización. Santiago de Chile: Ariadna ediciones, 2008.
[49] Cabe recordar que en aquellos años hablábamos simplemente de capitalismo y designábamos al sistema como capitalista. El alcance no es una cuestión de estilo o de mera nomenclatura. El término mismo de globalización puede prestarse a engaños. Sin proponérselo, su uso oculta el carácter del periodo. La globalización no es, por supuesto, una cosa distinta del propio desarrollo del capitalismo, se trata exactamente de una nueva fase de acumulación de capital cuya exploración representa nuevos desafíos a la investigación histórica crítica y, lo más importante, no expresa una dinámica que se concentre o se limite a la sola esfera económica, sino, al contrario, en ella se ven actuando de forma solidaria diferentes instancias de orden cultural, político, social como y también económico.
[50] Salvador Allende, «Cuenta al pueblo. Primer año de gobierno», en Salvador Allende, Obras escogidas, op. cit., p. 358.
[51] Cfr., Soledad Bianchi, «Por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno¨, en Encuentro XXI, Santiago de Chile, año iv, nº 13, pp. 30-32.
[52] Cfr., Bernard Casen, «Au Chili, les sirènes de l’oubli et les dividendos du libéralisme», en Le Monde Diplomatique, Paris, février 1995.
[53] Tomás Moulian, Conversación interrumpida con Allende. Santiago de Chile: Lom/Universidad Arcis, s/f, p. 119.
[54] Cfr., Enrico Berlinguer, «Reflexiones sobre Italia tras los acontecimientos de Chile», en Rinascita, Roma, 28 de septiembre, 5 y 9 de octubre de 1973.
[55] Cfr., Patricio Quiroga y Darío Quiroga, «Legado y vigencia de Salvador Allende», en Encuentro XXI, Santiago de Chile, año iv, nº 13, pp. 72-79.
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