No es una afirmación temeraria. Es una verdad irrebatible. Nunca, como en la época de Uribe Vélez entre los años 2002 y 2010, se había visto en Colombia una disparada semejante de corrupción y bandidaje en la clase política y congresional, en funcionarios gubernamentales de todos los niveles, en el mundo empresarial y en algunos […]
No es una afirmación temeraria. Es una verdad irrebatible. Nunca, como en la época de Uribe Vélez entre los años 2002 y 2010, se había visto en Colombia una disparada semejante de corrupción y bandidaje en la clase política y congresional, en funcionarios gubernamentales de todos los niveles, en el mundo empresarial y en algunos casos de potentados del sector privado, particularmente aquellos cercanos al campo. Es cierto que la corrupción siempre ha campeado en estas tierras desde la conquista y la colonización españolas, pero a ritmo tan acelerado, con tanta frescura e impudicia, por tales montos y a tan variados niveles, nunca.
¡Y eso que hasta ahora están comenzando a despuntar los hedores heredados de aquel insólito gobierno¡
Por ello, como la corrupción reina ahora con más fuerza -¡y tan campante y airosa y soberbia¡-, a todo lo largo y ancho de nuestra querida Colombia, y en vez de disminuir, crece como espuma, no pude contenerme y decidí volver sobre un texto de 2004 el cual cobra plena vigencia por estos días en que los carteles de la contratación, las pirámides, las «chuzadas» ejecutadas por el órgano de Inteligencia del Presidente Uribe, las desmovilizaciones mentirosas, las recompensas y sus consecuentes «falsos positivos», la «Protección Social» y su siniestro cartel de la salud, los AIS y los carruseles, entre otras modalidades, son la torturante comidilla diaria en costureros, salas de redacción, tertulias, Fiscalía, Cortes y juzgados.
Decía entonces, y lo hago válido para hoy, que la falta de escrúpulo individual ha llegado tan lejos, entronizándose y encumbrándose, que en la jerga popular ya es corriente afirmar que fulano de tal es más o menos honesto. Y, señores -¡vaya asombro!-, créanme que esta apreciación se ha convertido en un pasaporte válido para otorgarle crédito, extenderle un certificado de confiabilidad al fulano y hacer negocios con él, o al menos, no tacharlo de corrupto… totalmente.
¿Quién iba a vislumbrar que en este estado de degradación al que ha llegado la sociedad colombiana, lo exigible no son el decoro y la probidad, sino el más o menos serlo? ¿Y que tengamos que recurrir a los más o menos para poder confiar en alguien? Y el resto de lo que otrora fueran virtudes, deberes y preceptos, también se ha venido a pique puesto que por estos desdichados días nos vemos precisados, mejor, constreñidos, a preferir, en todo, a los más o menos.
Son los más o menos justos, decentes, honrados, leales, sinceros, rectos y trasparentes, los que nos dan en períodos como estos la única, o si no la única, al menos la más fiable alternativa para cualquier negocio o trato. Ya se convirtieron en una especie en vía de extinción los simple o cabalmente justos, decentes, honrados, leales, sinceros, y rectos y transparentes. Así las cosas, pues, tendremos que irnos aclimatando a la tibieza bochornosa del rubor, dada la infeliz circunstancia forzosa de tener que recurrir a estos nefastos más o menos, antes de que se impongan del todo, generalizados y sin remedio, los simple o totalmente injustos, indecentes, holgazanes, pícaros, desleales, falsos, hipócritas, torcidos y tenebrosos, y nos toque perecer inexorablemente y para siempre bajo la avilantez de sus garras.
A eso hemos llegado en estos tiempos de liviandad en las virtudes, en que el agrietamiento de la ética, la moral y el pudor consienten que tantos bribones y bellacos pacen impacientes atragantándose con el erario o con no importa cuál economía pública, privada o personal. Y, no obstante que los vemos, les permitimos descollar arrogantes y arrolladores en nuestro entorno social. No es preciso esforzarnos demasiado. Miremos de frente o miremos de lado, o incluso miremos para atrás, y ahí están, muy cerca de nosotros, rozagantes y afectuosos y serviles, con su maloliente tufillo de viciosos del negocio y sus utilidades, emboscándonos con su costoso timo.
Y es que a estos más o menos, querámoslo o no, hemos de toparlos por ahí, en cualquier parte, porque ya son legión y han adquirido status.
Ya se acercan, con toda la celeridad que les genera su colosal ambición, a instituirse en una inusitada normalidad, aprovechándose del carácter débil de los ilusos y los sanos y de la condición de enferma vergonzante de las actuales costumbres. Brotan por doquier cada vez más insaciables. Sus espléndidos dividendos y la desenvoltura con que los alcanzan, hacen de ellos unos verdaderos prestidigitadores de la trampa y la perfidia.
Será que para sacudirnos un poco y aliviar un tanto la pesada carga de la inmoralidad que nos carcome, estamos en la imperiosa necesidad de ajustarnos a la histórica doctrina del expresidente Turbay admitiendo de una vez por todas a la corrupción, ¿pero «en sus justas proporciones»?
¡Ah! Estos más o menos… Con razón se dice que en el país de los ciegos el tuerto es rey…
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