Se había hecho a la idea de no ganar. Ser un fuerte crítico del modelo neoliberal, pensaba Gabriel Salazar, hacía improbable que le dieran un galardón oficial. Pero al final, recibió el Premio Nacional de Historia y nadie reclamó. Lo aprobaron incluso quienes no comparten sus posiciones como historiador. «Pueden no estar de acuerdo con […]
Se había hecho a la idea de no ganar. Ser un fuerte crítico del modelo neoliberal, pensaba Gabriel Salazar, hacía improbable que le dieran un galardón oficial. Pero al final, recibió el Premio Nacional de Historia y nadie reclamó. Lo aprobaron incluso quienes no comparten sus posiciones como historiador.
«Pueden no estar de acuerdo con mis conclusiones -dice Salazar- pero reconocen que procuro fundamentar mi trabajo hasta las últimas consecuencias y concuerdan con que la metodología ha sido la adecuada». Gabriel Salazar está feliz con el Premio Nacional de Historia 2006. Y llega a imaginar que el galardón ayudará a que la historia social sea incorporada a los programas educativos en Chile, esa vertiente investigativa que ha desarrollado junto a otros profesionales en que los «ninguneados» de siempre son protagonistas y constructores de la historia de Chile: peones, gañanes, proletarios, estudiantes, pobladores, marginados, sectores medios, simples vecinos, pobres, obreros. La sociedad civil. En suma, el hombre y mujer de la calle…
Gabriel Salazar cuenta una historia viva, no sólo aquella que resulta de investigar los archivos. Busca antecedentes donde la gente vive, reflexiona, lucha, propone, organiza y debate. Su visión calza con los movimientos que expresan autonomía social, como los estudiantes secundarios que rechazan el modelo neoliberal dominante y habitan en las entretelas de la sociedad.
– ¿Un premio para neutralizar a un historiador «peligroso»?
«No sé. Pero es la primera vez que se entrega a un historiador hereje, disidente, de Izquierda. A otros historiadores críticos no se lo han dado, aunque tienen muchos méritos, como Luis Vitale o Hernán Ramírez Necochea… La real distinción sería que la historia social se incorpore a los programas educativos. Me voy a seguir jugando para que los programas oficiales de enseñanza básica y media recojan la historia social y su impacto en la formación de la ciudadanía chilena».
¿La historia la escriben los ciudadanos o las élites iluminadas?
«En Chile siempre ha existido miedo a las expresiones organizadas de la sociedad, a que los ciudadanos se manifiesten libremente y tomen decisiones. Cada vez que los ciudadanos han asumido actitudes autónomas surge un juicio negativo y derogatorio: se habla de anarquismo, caos, desorden o agitación social… Hay grandes períodos, sin embargo, en que la ciudadanía ha ejercido soberanía. Por ejemplo, entre 1823 y 1829 hubo un movimiento ciudadano que Diego Portales corta con un golpe militar. Después, hubo movimientos sociales con autonomía en 1919, hasta la convocatoria a la Asamblea Popular Constituyente, en 1925. Y la República Socialista. Son períodos que muchos han llamado de anarquía. Incluso a mí, por defender la posibilidad de que la ciudadanía exprese su soberanía de forma autónoma en términos políticos, también me han llamado anarquista».
PROCESOS Y PARTICIPACION
A Gabriel Salazar le interesa la historia que alude a los «procesos históricos» y se distancia de la historia oficial, que se basa en documentos públicos del Estado. «Los historiadores sociales pensamos que la historia puede discutirse, pensarse, reflexionarse, hacerse ciencia sin necesidad de escribirla. Basta con que se constituya en la oralidad. Esto permite que a través del diálogo y la conversación también se vayan definiendo verdades». Salazar pone como ejemplo la » revolución pingüina». «Los cabros de hoy -señala- le dan mucha importancia a sus asambleas porque ahí discuten y establecen sus propias verdades. Por eso también se les ha acusado de anarquistas. Algunos creen que la política radica sólo donde está el Estado pero en mi opinión, nace donde están los sujetos reales».
La idea de plebiscito que planteó la presidenta Bachelet sobre el sistema electoral binominal provocó escándalo y el rechazo en ciertos «demócratas».
«Claro, el sólo hecho de mencionar la palabra ‘plebiscito’ puso los nervios de punta a ciertos sectores de la clase política. En Chile no existe tradición de efectiva participación ciudadana. Se llama ‘participación’ a la presencia de pobladores en la ejecución de programas de construcción de áreas verdes, de modernización de la infraestructura urbana de la pobreza… Se invita a los pobres a participar gratuitamente en el mejoramiento de sus condiciones de vida, abaratando los costos al Estado. La palabra participación está reducida a políticas sociales de reducción -no de eliminación- de la pobreza. Pero no se habla de participación efectiva, a nivel de toda la ciudadanía, para dilucidar hechos trascendentes».
MOVIMIENTOS SOCIALES
– ¿De qué forma se podría ejercer directa y realmente la participación ciudadana?
«En las antiguas polis griegas, que eran pequeñas, los ciudadanos participaban cara a cara en las discusiones sobre la ciudad. Pero sería una trampa comparar esa situación con las de Sao Paulo o Ciudad de México, con 20 millones de habitantes. En los barrios tenemos pequeñas polis, como las redes de raperos que operan en un territorio que marcan con sus rayados. Están también las barras bravas, las redes de mujeres que se conocieron en las ollas comunes y que vuelven a juntarse. Existen muchos pueblos pequeños unidos porque tienen el mismo tipo de producción o comparten tradiciones. Redes asociativas y comunales existen en todas partes. Lo que ocurre es que nunca se reconoce que en esas organizaciones hay gérmenes de poder ciudadano ¡autónomo!».
– ¿La comuna y la municipalidad son alternativas ciudadanas?
«La municipalidad asume tareas del Estado central: salud, educación, desarrollo local… Se le encargan pese a no tener autonomía política ni financiera. Los municipios no lograrán el desarrollo local si no existen estructuras políticas capaces de ver la dimensión regional. Hace falta una estructura política que permita que la participación ciudadana pase de la red local al municipio y de éste a la asamblea regional, para que el Estado central vaya perdiendo poco a poco el poder que aún tiene».
– ¿En Bolivia hay una historia social en desarrollo?
«En la sociedad boliviana, comparada con Chile, existen más sectores populares con conciencia de movimiento. Bolivia está más retrasada en cuanto a modernidad, pero mucho más avanzada en la constitución de actores sociales con conciencia. Evo Morales habla directamente de movimiento social, asamblea popular constituyente, renovación del aparato político desde abajo. En Chile, Michelle Bachelet sólo se atreve a hablar de ‘gobernar con los ciudadanos’… pero a través de consejos pluriclasistas. En Chile, la sociedad civil ha sido mucho más disciplinada por un Estado centralizado que en Bolivia, donde no existía un Estado central fuerte. Lo importante es que los actores sociales bolivianos aprendan a disciplinarse para elaborar una Constitución Política que, junto con un eficiente respecto de la justicia social, sea también moderna. Esto no es fácil. Levantar un nuevo Estado requiere un largo proceso de autoeducación».
ROL POLITICO Y EDUCATIVO
– ¿Cómo se relacionan lo social y lo político?
«Según muchos intelectuales, lo político es lo que rodea al poder, o sea, al Estado. Por mi parte pienso que lo ‘político’ empieza mucho antes: cuando el individuo-masa se auto transforma en ciudadano consciente de la situación existente y es capaz no sólo de protestar sino también de proponer. Porque cuando se aprende a proponer, se legisla; por tanto, se ejerce poder. La política empieza cuando nos transformamos en actores políticos. En Chile, el Estado centralista portaliano ha creado el individuo-masa que para mí es la negación del ciudadano que pide, reclama y rompe, al que no le da lo mismo que los políticos decidan por él. Si los ciudadanos producen esta transformación política, estarán en condiciones de construir Estado por sí mismos».
– Una transformación bastante lenta…
«Es lenta, sobre todo en Chile. Durante dos siglos hemos sido educados para obedecer al Estado central y acatar las leyes que hacen otros. Este sistema deja el ‘pedir’ como principal y casi única actitud ciudadana. Formar un ciudadano protagónico es un proceso lento de autoeducación. Sin embargo, creo que las condiciones están dadas: nadie cree mucho en el Estado ni en los partidos políticos. La gente, en cambio, le cree a su propia memoria y a su experiencia. Eso es un principio de autoeducación».
– ¿En este proceso juegan un rol las universidades?
«Las universidades están preocupadas de sobrevivir. En la década del 80 estaban las ONG, cuyo objetivo era ‘reconstituir el tejido social’. Hoy las ONG no son autónomas frente al Estado. Igual que otras instituciones intentan sobrevivir mediante la prestación de servicios al Estado neoliberal. Entonces, ¿quién potencia estos fenómenos? La universidad no puede, o lo hace a medias a través de profesores o publicaciones aisladas. Las ONG desaparecieron del mapa; los sindicatos están debilitados; los partidos políticos de Izquierda no tienen importantes centros de investigación y producción de ideas y propuestas. La Fundación Siglo XXI, por ejemplo, trabaja para una eventual próxima presidencia de Ricardo Lagos, pero no para desarrollar en las masas populares el sentido de lo ciudadano.
– Entonces, ¿quién apoya este movimiento?
Está siendo apoyado por cabros jóvenes cuyos colectivos se vinculan a lo que llaman ‘la nueva educación popular’. Muchos universitarios están haciendo sus tesis en esta línea. Son trabajos científicos que no se publican, pero que se vuelcan en estas redes de educación popular. El movimiento de los estudiantes secundarios de hoy no surgió de la nada, sino de la extensión de aquellos movimientos populares de educación. Los centros culturales juveniles de las poblaciones privilegian la asamblea, porque hay gran intercambio de experiencias y conocimientos, porque le dan gran peso y certeza a las decisiones que toman».
– ¿Desaparecen entonces las vanguardias?
«Pueden existir grupos de gente pensante y/o activistas que difunden propuestas, pero como reactivo social, no con la pretensión de conducir al pueblo. Está obsoleta la vanguardia prepotente que pretendía controlar todo el movimiento».
ESTUDIANTES SECUNDARIOS
A Gabriel Salazar le sorprendió el movimiento de los secundarios por la «masividad, espontaneidad y la forma de organización que se dieron en todo Chile». Y alude a la asamblea con voceros que no sobrepasan el mandato de las bases. «Eso en Chile es un fenómeno nuevo», comenta el Premio Nacional de Historia. «Lo único equivalente ocurrió entre 1823 y 1829, esa experiencia que Portales degolló con un golpe de Estado».
– ¿Debilidades de esa forma de organización?
«Que sus protagonistas son muy jóvenes y deben manejar más elementos históricos, teóricos y políticos para hacer propuestas más complejas. Intuitivamente las hacen y ya hay organizaciones que los están imitando, como los profesores y trabajadores de la salud. Esto lo encuentro fabuloso. Tal vez en diez años más van a estar en condiciones de plantear un proyecto político complejo. Me interesa mucho saber hacia dónde va este movimiento, profundizar en las propuestas que van surgiendo desde abajo. Creo que la articulación asamblea-vocero se potenciará. Su discurso comprometerá al conjunto del país. Estos muchachos deberán prepararse para legislar. Esto es nuevo y la tarea nuestra, en la universidad o donde estemos, es ayudar a potenciar esa actitud».
– ¿Con estallidos sociales?
«Tal vez con reventones ante situaciones específicas, como en el caso mapuche, los pescadores de Mehuín… En las movilizaciones callejeras de los secundarios se producen destrozos, pero la rabia no es el objetivo central».
– ¿Tienen valor algunas propuestas como el plebiscito?
«Sólo en la medida en que las propias bases ciudadanas le den valor. Los políticos no lo van a tomar en serio».
– ¿Chile es un nuevo campo de experimentación de luchas sociales?
«Hay una profunda transformación en la sociedad civil con la instalación del modelo neoliberal y la multiplicación de los empleos precarios. Se ha producido lo que se denomina ‘el retorno del sujeto a su autonomía’ y, por tanto, a la autonomía del ciudadano para proponer y tomar decisiones. Esto ha dado lugar al desarrollo de un nuevo tipo de movimiento social, pluriclasista, localista, étnico… que calza maravillosamente con la historia social. La historia social sigue al sujeto, no a las estructuras en abstracto, ni a las clases sociales, ni a la teoría por la teoría. La historia social sigue a las personas de carne y hueso donde quiera que estén, sin perder de vista sus grandes proyectos históricos y políticos. La historia social trabaja no sólo mirando el pasado, sino también el presente y el futuro. Se mueve en la historicidad viva, por eso va de la mano con la educación y la idea de poder»
DESPEDIDO DE ARCIS
«Me retiré de la Universidad Arcis», dice Gabriel Salazar, Premio Nacional de Historia, «porque me estaban despidiendo. Yo tampoco quería seguir trabajando allí. Tengo una incompatibilidad profunda, académica y política, con el actual cuerpo directivo de Arcis y el directorio de la Corporación.
De siete directores -explica Salazar-, seis eran ‘inversionistas’ y yo el único académico no inversionista. Mis puntos de vista, guiados por un sentido de democracia universitaria, chocaron con los métodos de la mayoría del directorio».
Gabriel Salazar señala que la crisis financiera de Arcis en 2003 se enfrentó con «criterio académico». Y no implicó maltrato pese al despido de decenas de personas. En ese momento -agrega- entraron los «inversionistas»: el empresario Max Marambio y el Partido Comunista, lo que -según Salazar- permitió resolver la deuda de arrastre de la Universidad. Fines de 2004 y 2005 fueron periodos relativamente estables.
«Pero a partir de este año, parte del ‘grupo inversionista’ rompió el consenso y controló la Corporación, el directorio, la Universidad. Los alumnos tomaron posición, exigieron democratización, lo que culminó con una toma. Luego viene una política de ‘reducción de costos’ bastante violenta, un proceso muy mal hecho, que ha generado maltrato a los trabajadores y ha creado un ambiente que no es propio de una entidad que se supone se inspira en principios de ‘Izquierda’ o ‘socialistas'».
Gabriel Salazar trabajó 21 años en Arcis. Participó en la formación de la Escuela de Historia; fundó dos postgrados, un magister en historia y un doctorado: «Por eso resultó grotesco que me despidieran ofreciéndome contratitos de taxi-teacher y la mitad de lo que me corresponde por años de servicio».
También fueron despedidos la decana de Ciencias Sociales, Inés Reca, el economista Patricio Escobar, el pedagogo Luis Bustos, el profesor Carlos Sandoval, Bernardita Vio y Carlos Pérez Soto
OBRA PIONERA
El historiador Gabriel Salazar Vergara fue distinguido con el Premio Nacional de Historia 2006. La decisión unánime del jurado provocó alguna sorpresa. Pocos esperaban que Salazar recibiera el galardón ya que antes había sido postergado. Pesaban en contra su condición de hombre de Izquierda y el planteamiento polémico y contestatario de su obra.
El Premio es reconocimiento a su larga y original carrera que ha marcado un camino en la historiografía chilena. Salazar nació en 1936, en una familia muy modesta. Estudió pedagogía en historia, filosofía, sociología y economía. Fue discípulo de Mario Góngora, gran historiador conservador, y después cercano a Armando de Ramón. Militante del MIR, fue prisionero político torturado en Villa Grimaldi y en Tres y Cuatro Alamos. Se exilió en Gran Bretaña, donde hizo estudios de historia social y económica. Se doctoró en la Universidad de Hull, en 1984, con una tesis sobre los emprendedores rurales y los peones en la transición al capitalismo industrial en Chile entre 1820 y 1878.
El objeto histórico para Gabriel Salazar es la vida y la lucha de los pobres y excluidos, que siempre en Chile ha sido la gran mayoría de la población. Este tema no había recibido atención de los historiadores oficiales. Tampoco los historiadores de Izquierda, que aparecieron a fines de la década del cuarenta en el siglo pasado, le prestaron suficiente consideración. Les preocupaba el proletariado industrial y minero y también los campesinos, entendiendo por tales a los inquilinos y campesinos pobres.
El trabajo pionero de Salazar ha tenido reconocimiento incluso en historiadores de derecha. Es, sin duda, el principal exponente de la nueva corriente historiográfica progresista que empezó a publicar en la década de 1980. Muchos de sus integrantes estudiaron en universidades extranjeras. Con Sergio Grez, que es uno de ellos, Salazar escribió el Manifiesto de historiadores , un razonado llamamiento a los estudiosos de la disciplina a comprometerse con el país y el cambio social en favor de los sectores más débiles y explotados, en defensa del análisis crítico y la obligación de buscar la verdad más allá de los velos y oscuridades que impone el poder.
En la obra de Gabriel Salazar destaca -aparte del punto de vista novedoso que significa mirar donde antes no se había mirado y desde allí hacia el resto de la sociedad- su rigor metodológico. Va más allá de los archivos y acepta otras fuentes, como los relatos orales, las imágenes, las grabaciones, la memoria fragmentada que integra al relato histórico. Es destacable, igualmente, la visión interdisciplinaria que acompaña su trabajo, facilitada por el conocimiento de otras ciencias y saberes. Finalmente, atribuye especial importancia a la memoria de los sectores populares, que son capaces de mirar la historia como algo a su alcance, liberado de ataduras académicas.
Entre sus numerosas publicaciones destacan: Labradores, peones y proletarios (1985), Violencia política y popular en las grandes alamedas (1990) y Construcción de Estado en Chile 1800-1837 (2005). Con el historiador Julio Pinto ha escrito una Historia contemporánea de Chile en cinco volúmenes.