La centralidad de los debates económicos en Cuba está opacando o más bien posponiendo los debates estrictamente más políticos. En parte es lógico por la urgencia de diseñar un modelo más sostenible y porque además el malestar social se expresa en clave económica y no política. De hecho existe una percepción generalizada de que hoy […]
La centralidad de los debates económicos en Cuba está opacando o más bien posponiendo los debates estrictamente más políticos. En parte es lógico por la urgencia de diseñar un modelo más sostenible y porque además el malestar social se expresa en clave económica y no política. De hecho existe una percepción generalizada de que hoy día no hay crisis del modelo político sino del económico. Sin embargo, a medio plazo el sistema político puede convertirse en un artefacto que si no se recompone bien puede terminar estallando en las manos de la nueva generación que tome la riendas.
Recientemente Aurelio Alonso, un referente de las Ciencias Sociales cubanas, advertía que «la unidad es señal de salud política» pero que había que tener cuidado con «la uniformidad». Agregaba que en el marco de la reforma política había que impulsar la construcción de un «sistema de participación democrática efectivo» y que las instancias del Poder Popular debían convertirse en un «poder más real».
De manera informal e inconexa planean en este tiempo previo al debate más institucionalizado una serie de temas que tarde o temprano tendrán que abordarse y entre los que destacan los siguientes: el modelo electoral y el de representación, el modelo de participación política y las atribuciones del Partido Comunista, y el papel y autonomía de los nuevos movimientos sociales.
Modelo electoral. El hecho de que la propaganda internacional unida al desconocimiento generalizado haya caricaturizado a Cuba como un «régimen» de Partido único donde solo se puede votar al Partido Comunista, lo cual es incorrecto, ha llevado a que las y los defensores de la Revolución cubana (desde dentro y desde fuera) terminaran idealizando un modelo electoral que hace tiempo muestra signos de agotamiento.
En teoría el modelo electoral presenta una serie de virtudes: no se presentan los miembros del Partido sino cualquier vecino, las candidatas no se postulan a sí mismas sino que obligatoriamente deben ser propuestas por sus vecinos en función de su perfil y aptitudes, las campañas no están determinadas por la capacidad económica para hacer propaganda (prohibición del mercantilismo electoral)…
Sin embargo, la frescura que el modelo tuvo en un tiempo se ha ido perdiendo, convirtiéndose cada vez más en una liturgia que genera poco entusiasmo. Por un parte esto es así porque la ciudadanía siente que la persona electa en la base no tiene mucha capacidad de decisión en el día a día, ya que sus competencias son muy limitadas. La reivindicación de una descentralización mayor de atribuciones a los delegados del Poder Popular es uno de los requerimientos más repetidos por diversos sectores. Por otra parte, también está tomando fuerza la demanda de realizar las campañas electorales no exclusivamente de acuerdo al perfil más o menos idóneo de la candidata sino sobre todo en torno a programas políticos que se puedan contrastar.
Otro aspecto del modelo electoral que también es parte de la actual discusión subterránea es la necesidad de elegir directamente al presidente, ya que actualmente la elección es indirecta a través del Parlamento. En las últimas décadas, desde la institucionalización del sistema político cubano a mitad de los setenta, la elección consecutiva de Fidel Castro fue parte de los grandes consensos populares y desde 2008 el relevo por parte de su hermano Raúl también es aceptado mayoritariamente. La reflexión es sencilla pero contundente: son los líderes de la generación histórica que hizo la Revolución y tienen la legitimidad popular.
Esta misma afirmación sirve para lo contrario: la próxima persona que asuma la presidencia en 2018 -año en que Raúl anunció su salida- ya no pertenecerá a la generación histórica y por tanto no gozará de la legitimidad para una elección indirecta, sino que debería ser electa por votación directa. Debido a la importancia que la figura presidencial tiene en el sistema cubano, esta demanda es probable que vaya tomando cada vez más fuerza. No sabemos si para la elección de 2018, en la que la figura del vicepresidente Díaz Canel (56 años) lidera todas las quinielas, pero quizás sí para el próximo periodo.
Otro aspecto importante que a día de hoy ya está aprobado es la limitación a dos periodos la elección para cualquier cargo público, lo cual posibilitará una mayor rotación y más dinamismo en el ejercicio de la política pública.
Modelo de representación y participación. Un conflicto de poderes que se manifiesta en el sistema político cubano de manera regular es entre los cargos electos (parlamentarios, delegados del Poder Popular…) y los cargos por designación política (dirigentes de organismos y empresas). Según el periodista Fernando Ravsberg históricamente los dirigentes administrativos no han rendido cuentas suficientemente frente a los delegados del Poder Popular, a pesar de que eran los dirigentes electos por la población. Algo similar se ha detectado en la relación entre la Asamblea Nacional y algunos altos burócratas ministeriales, por la ausencia de estos últimos a sesiones de control y seguimiento parlamentario.
Esto evidencia un poder excesivo de dirigentes que no han sido elegidos por sufragio y provoca un debate ineludible no solo en torno a la necesaria limitación del poder de la alta burocracia sino también en relación al modelo tradicional de reparto de cargos a través de la estructura del Partido. Más aún, interpela al sistema de participación política y al papel del Partido Comunista en los próximos años.
El papel indiscutible e histórico que el Partido ha tenido durante décadas como organización dirigente de la sociedad y vanguardia política, tarde o temprano será objeto de debate, porque el nuevo tiempo histórico así lo demanda: cambios generacionales y sociológicos, reforma económica, contexto geopolítico regional e internacional…
Esto no significa que el debate se vaya a situar en las coordenadas deseadas por los liberales de dentro y fuera, es decir, el pluripartidismo como punto de partida. Teniendo en cuenta además que EE.UU. sueña con financiar a la pequeña burguesía emergente y que esta se convierta en una futura plataforma político-partidaria de oposición, es muy improbable que los que sueñan con la restauración política logren su propósito.
De cualquier manera, el legítimo derecho a la resistencia cubana frente al imperialismo y sus planteamientos de unidad política, que no nacen con la Revolución del 59 sino que se remontan a los principios martianos de hace más de un siglo, no puede neutralizar la necesaria renovación del Partido y de su función en la nueva etapa histórica. En primera instancia, la renovación interna implica poner en cuestión la actual composición sociológica del Partido, ya que como bien recuerda el sociólogo Ariel Dacal, el 72% de sus integrantes son funcionarios, mientras que solo un 12% son «productores directos» (producción y servicios). La renovación también apela a la democratización interna y por tanto a la posibilidad de permitir tendencias que superen el carácter monolítico del Partido. Dacal cita al propio Raúl Castro cuando afirma que «si la opción es el partido único, este tiene que ser el más democrático».
La redefinición de las funciones del Partido para el nuevo tiempo histórico es el otro debate pendiente, ya que la reivindicación de un mayor poder para los cargos electos automáticamente supondría empezar a poner cuestión la tradicional atribución de «organización superior de dirección» que ha tenido el PCC en las últimas décadas. Lo que parece claro es que si estas reformas democratizadoras no se impulsan, aquellos que abogan por la restauración pluripartidista tendrán más argumentos para alzar su bandera, más aún cuando el bloqueo caiga.
Movimientos sociales. La reforma del sistema político afecta también a la relación de las instituciones políticas con los movimientos sociales. El modelo vigente en Cuba desde los 70 se sostiene en la vinculación muy estrecha de las organizaciones de masas (juventud, movimiento de mujeres, federaciones estudiantiles, sindicato, CDRs…) con el Partido y con la estructura política en su conjunto. Un modelo congruente con los planteamientos del socialismo del siglo XX y muy efectivo para enfrentar la amenaza permanente del imperialismo estadounidense.
Sin embargo, desde la década del noventa el paisaje movimientista ha ido complejizándose al calor de los cambios múltiples: crisis económica, crecimiento de las desigualdades, nuevas identidades juveniles con expectativas renovadas… Han ido emergiendo colectivos que son la expresión de los «nuevos movimientos sociales» y que trabajan y militan en clave revolucionaria pero reivindicando y desarrollando una práctica activista mucho más autónoma y con mayor capacidad crítica respecto al sistema que defienden.
Las miradas más sectarias de la vieja cultura política han mirado con cierta desconfianza a estos nuevos movimientos que desafiaban el control tradicional de las instituciones y del Partido, pero con el paso del tiempo, su lealtad al proyecto de país les ha ido confiriendo un mayor prestigio. La interacción con los nuevos movimientos de otros países latinoamericanos e incluso con los nuevos gobiernos de izquierda de la región ha sido un insumo fundamental para su fortalecimiento y legitimidad.
El perfil más autónomo y las prácticas autogestionarias que caracterizan a estos nuevos movimientos (de educación popular, cooperativismo…) no solo enriquecen el universo de los colectivos populares sino que interpelan a las organizaciones de masas tradicionales para su necesaria refundación y adecuación al nuevo tiempo histórico que se configura alrededor de una nueva gramática socialista.
Socialismo para el Siglo XXI. La renovación del sistema político cubano, o lo que Dacal denomina «la revolución dentro de la revolución» implica enfrentarse a grandes desafíos. Por una parte, supone deconstruir el socialismo del siglo XX pero teniendo la creatividad y la habilidad suficiente para evitar que el péndulo no oscile excesivamente y pueda terminar siendo seducido por el imaginario global y dominante del liberalismo político.
Por otra parte, hay que ser conscientes que la batalla no es exclusivamente política sino de carácter «cultural», como agudamente señala Fernando Martínez Heredia, uno de los intelectuales más respetados en la isla. Heredia afirma que la cultura capitalista no pretende ahora, a corto plazo, aspirar al poder político, ya que su campo principal de batalla es la vida cotidiana, las relaciones sociales y las ideas que se consumen.
En síntesis, el proyecto político cubano para el socialismo en el siglo XXI está intrínsecamente ligado a una nueva cultura política revolucionaria que no solo sea una alternativa viable frente a la cultura política del capital y del liberalismo sino que también sea capaz de superar la cultura política tradicional del socialismo del siglo XX.
Luismi Uharte. Grupo de Investigación Parte Hartuz (Universidad del País Vasco)
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