La distribución de la llamada «píldora del día después», -que abre el acceso a «menores» de edad, por su libre opción, al uso de un anticonceptivo-, ha generado un debate dentro de un clima de limitada libertad de expresión.Este clima de sutil represión al debate público sobre temas de reconstrucción social, más que una tendencia, […]
La distribución de la llamada «píldora del día después», -que abre el acceso a «menores» de edad, por su libre opción, al uso de un anticonceptivo-, ha generado un debate dentro de un clima de limitada libertad de expresión.
Este clima de sutil represión al debate público sobre temas de reconstrucción social, más que una tendencia, se ha instalado como un rasgo del país. Sucede en un país que aún no se despercude de los efectos sociopolíticos de una dictadura militar, que en la retrospección, caló más hondo de lo comúnmente imaginable.
En 1996, se observó otro ejemplo revelador de un debate que para una buena masa crítica de políticos de cúpula, se reducía a un tema «valórico», y no a una discusión de antropológica cultural. A propósito, por un defecto curricular, o una macabra tendencia, en Chile la profesión de Antropólogo es más conocida por los servicios en las indagaciones de restos de detenidos desaparecidos, que por debates en el ámbito de la cultura.
Un ejemplo revelador ocurrió durante el Gobierno del Presidente Eduardo Frei Ruiz -Tagle. En 1996, el país comenzaba a discutir las Jornadas de Conversación sobre Afectividad y Sexualidad implementadas en los colegios (JOCAS). Los grupos respaldados por el poder de la Iglesia Católica, calificaron estas jornadas de explícitas y antivalóricas. No se podía mencionar la palabra condón, ni hacer una descripción de la cópula en clases. Las JOCAS abortaron y en definitiva demostraron que un tema central en Chile es el derecho del «menor», a la información,
Lo más nítido en esta falta de debate, ha sido la aplicación de conceptos absolutos. En las reacciones más acaloradas, a los propagadores de la píldora, se les acusa de contribuir a la destrucción de la familia. Una vez más se obliga a plantear la pregunta: ¿De qué familia se está hablando?
Así como el concepto de estado-nación y fundamentos como soberanías y derechos territoriales, se sienten arcaicos frente a la vertiginosidad de la globalización, la familia, concepto mitológico y teológico de varios milenios, comienza a sufrir embates violentos. No es que la familia esté siendo «víctima» de una modernidad mal enfocada. Se observa más bien el que no pueda absorber una dinámica social proveniente de un voluntarismo social reprimido. Este, muchas veces es conducido con fines políticos unilaterales, o con un sistema normativo que se sustenta en sí mismo, donde no se ven claros los objetivos.
En la legión anti distribución de la píldora, se difunde un concepto de familia reduciéndolo a solo un tipo. Es como la medida absoluta del «Metro» guardada en Francia. El debate es forzado y mal enfocado, porque un sector del liderazgo político -especialmente de la Alianza por Chile y del conservadurismo de derecha- parte del supuesto de que con el rechazo a la distribución de la pastilla, se protege a la familia, y ese concepto particular de familia. Los que promueven su distribución, aparecen como «no protectores» de la familia, o simplemente destructores.
Una discusión parecida ocurría en las luchas por los derechos civiles en los EEUU, particularmente en el Sur, a fines de los años 50, cuando los estadounidenses de origen europeo, acusaban a otros «blancos» de estar en contra de la familia, cuando defendían los derechos civiles de los ciudadanos de origen africano.
La idea moderna de derechos humanos surge de la oposición entre naturaleza y cultura, y de allí se replantea el concepto de familia. Dos ‘cliches’ originados en el siglo XVIII dieron vida a esta idea de los derechos: primero la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; y luego, la igualdad y la fraternidad. Estos principios no son percibidos del mismo modo y los supuestos que los generaron en el siglo XVIII, ya no existen. En la medida en que se perdieron estos fundamentos en cuanto a la humanidad en general, es aún más difícil aplicarlos a la familia.
El supuesto básico era que la psiquis tenía una dignidad natural (muchos siguen conservando la misma idea). Esta integridad de las necesidades psíquicas, aparece de una oposición entre naturaleza y cultura. Si se perjudican los sentimientos de una persona, es una violación de los derechos naturales. La búsqueda de la felicidad, fue una formulación de esa integridad psíquica, y la fraternidad fue otra. Es la persona natural quien posee el derecho psíquico, no el individuo.
El concepto peculiar de cultura en contraposición a la naturaleza, comenzó a arraigarse en Europa en el siglo XVIII. La emergencia de la Ciudad ayudó a los ciudadanos a distinguir lo natural de lo privado, asociar lo natural con lo privado, y la cultura con lo público. Las metrópolis latinoamericanas han seguido el patrón europeo.
El concepto moderno del bienestar de la familia, del bienestar infantil y juvenil, proviene directamente de estas ideas de «oposición», entre lo privado y lo público, y sobre la naturaleza y la cultura. Los niños y los jóvenes, como seres altamente condicionados y vulnerables dentro del ámbito de la familia no pertenecían al dominio público. Sólo los adultos pertenecían a ambos mundos, el privado y el público, así como el natural y la cultura. Sobre estas ideas, se ha edificado la conceptualización de la familia y los derechos, para mantener un status quo en las transformaciones sociales. Es una tendencia global, que se manifiesta con más virulencia en los pueblos que se han sometido a dictaduras o tiranías.
Que en Chile se necesitara tanto tiempo para lograr el reconocimiento generalizado de problemas sociales tales como el alcoholismo y la drogadicción juvenil, el comportamiento anómico al interior de la familia, la sexualidad y el embarazo precoz, es una manifestación de procesos psíquicos que no se pueden expresar en términos públicos.
El orden de la naturaleza podría ser debatido o desafiado por los más iluminados, ya que al analizar las transacciones emocionales al interior de la familia, se discute el problema de la naturaleza. Que las personas tienen derechos naturales era una consecuencia lógica de la idea de que todas las cosas buenas que comparten los seres humanos, se manifiestan en el núcleo de la naturaleza: la familia.
Así, la sociedad funciona con sistemas que amenazan las transacciones psíquicas al interior de la familia (poniendo en peligro la unidad de lo natural y lo privado), y la sociedad se niega a reconocer rápidamente las disfunciones que se producen. Esto ocurre porque implica cuestionar el carácter divino de la naturaleza, y la familia.
Desde esta perspectiva, oponerse a la distribución de esta píldora, es estar en contra de los derechos más básicos de la infancia y de la juventud, y en consecuencia, de la familia. Los que creen protegerla, más bien la destruyen de raíz. Así como los «blancos» de Missisipi de los años 50, destruían la posibilidad de los derechos civiles al establecer solo un concepto de familia.
Los detentores del discurso anti tiranía, y del individualismo liberal, con su negativa a la distribución, se ven atrapados en sus propias contradicciones, obstruyendo la posibilidad de la libre opción. Para el mercado y la explotación, practican el antitotalitarismo, y se propagan de hiperliberales. En el lenguaje y el engranaje social, se transforman en manipuladores políticos y potenciales dictadores.
Las determinantes del sistema político
El concepto de «día después» respecto a un método de prevención de libre opción, tiene aura poética. A juzgar por el tipo de debate generado, -falso y polarizado en apariencia- el clima para hacer poesía en este espacio de la actividad pública, está condicionado por las determinantes del sistema político.
Así como Chile ha acomodado un tipo de gobernabilidad muy sui generis, a través del actual sistema de representatividad política, el proceso de asumir un debate sin restricciones sobre temas de sexualidad y familia en los sistemas educativos, sufre de insuperables coartadas políticas. El objetivo es evitar la incorporación amplia de la ciudadanía para la construcción de la agenda pública. Esta como puede resultar obvio, es producto de una dirección política de algunos «ilustrados», que tienen una forma muy particular de filosofía política. Esta gobernabilidad acomodada, o dirigida en lo subyacente por la «antropología de una dictadura» muy palpable por lo reciente, se ve beneficiada por la virtual ausencia de debate público sobre estos temas definidos sectariamente como de «valóricos». El «modelito chileno», en estos planos, como epítome del neoconservadurismo en la región, goza de buena salud en el corto plazo, pero se infringe una herida cultural en el tiempo.
Tampoco se ha formado una masa crítica de opositores al actual clima de acoso al debate público, que permita decir que se vive en una sociedad abierta. A la hora de los «qué hubo», es más dúctil para la convivencia, compartir el pisco sour en la anécdota social, o en la actividad filantrópica que produce dividendos políticos o comerciales. Esta se esconde ahora detrás de una nueva moda como la «responsabilidad social», al parecer sacada del catálogo del neo leninismo, aunque sin ruptura de la acumulación de capital. En este clima de gobernabilidad acomodada, es frecuente escuchar y leer en Chile una elaboración convertida en slogan: «Total hay que comparar a Chile con el resto de Sudamérica, inestable, inseguro, y proclive al populismo, antesala de la insurgencia.»Nosotros», (- no se define quiénes son esos nosotros-), estamos bien así».
Es decir, en temas del llamado sector valórico, -SIDA por ejemplo- el «debate público» es aquél donde «cuentan», las opiniones políticas que están en juego dentro del sistema de elección parlamentaria vigente: dos mega sectores que distribuyen el poder. Sería interesante la opinión del maestro Giovanni Sartori al respecto, en el sentido si el actual sistema político en Chile -de binominlismo- , ayuda a generar un verdadero debate público y una real agenda pública. ¿Los que votan son los que opinan? ¿Los que votan por una determinada opción, son los que forman la agenda?
La población ha aceptado esta forma de convivencia, porque el sector más crítico al sistema sociopolítico actual -refugiado en el espacio extraparlamentario- no ha podido «quebrar» la hegemonía de los dos bandos que se disputan la supremacía en el actual sistema. Durante estos 18 años del período pos dictadura, ni el desgaste natural de una coalición con la misma cantidad de años en el poder, ni la postura antitética en cuanto a libertad de la derecha tradicional y de nuevo tipo respecto a la necesidad de cambiar la raíz del sistema político, ni el estancamiento en el combate a la exclusión, han podido abrir una brecha política en el macro sistema del poder. Empíricamente, por los 18 años de elecciones bajo este sistema político, la población lo acepta abrumadoramente.
Así, la oposición extraparlamentaria no ha sido capaz de crecer. Se reconocen problemas propios en opiniones rescatadas en sus medios acorralados. La cultura política establecida ha funcionado como un compacto de acción y mensaje infranqueable, haciendo aparecer a esta oposición, como un reducto de remanentes de la izquierda de los sesenta. Este es otro slogan para evitar ese debate público y construcción de una gobernabilidad más real y menos acomodada. El mensaje en los 18 años de democracia en este plano ha sido claro, y Chile es el gran ejemplo para diseminar. El actual sistema político, en la práctica del día a día, convierte a la crítica extraparlamentaria -en la percepción del público-, en un paso a la insurgencia.
Esta situación de polaridad, no es diferente a la que existía durante el siglo 20, en la época previa al nazismo en Alemania y el nacimiento del fascismo en Italia. Se reproduce con sus propias formas en las sociedades pos coloniales, así como en las que han asumido diversas estructuras políticas bajo el espejismo del liberalismo, en el período neo colonial pos década de los años 70.