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Los desafíos de la izquierda en el siglo XXI

Fuentes: Rebelión

Tras la eclosión ideológica del siglo XIX y las experiencias prácticas del siglo XX, la izquierda en el siglo XXI se enfrenta al desafío de cómo subsistir y relanzarse en una sociedad donde el poder económico (el capitalismo) está a punto de exterminarla para siempre. El fracaso de la izquierda El siglo XIX se caracterizó […]


Tras la eclosión ideológica del siglo XIX y las experiencias prácticas del siglo XX, la izquierda en el siglo XXI se enfrenta al desafío de cómo subsistir y relanzarse en una sociedad donde el poder económico (el capitalismo) está a punto de exterminarla para siempre.

El fracaso de la izquierda

El siglo XIX se caracterizó básicamente por el desarrollo teórico de la ideología moderna de la izquierda (el Marxismo y el Anarquismo fundamentalmente). Dicha teoría se intentó llevar a la práctica a finales del siglo XIX y durante el siglo XX en un contexto de grandes cambios sociales (Revolución Industrial). Hubo intentos de llevar a la práctica el Anarquismo y el Socialismo (como transición hacia el Comunismo). Las experiencias anarquistas fueron muy breves y limitadas (en la mayor parte de los casos fueron reprimidas) y las experiencias socialistas fracasaron por diversos motivos (sustitución del capitalismo por el capitalismo de estado, exceso de burocracia, represión de libertades, divisiones ideológicas, degeneración y traición de los ideales iniciales, etc). Los regímenes que se declaran actualmente comunistas (dentro de la misma izquierda se ha denunciado que dichos regímenes han desvirtuado el término) tienen un sistema económico cada vez más parecido al capitalismo. Por otro lado, los llamados partidos socialistas o socialdemócratas de las democracias liberales hace tiempo que han renunciado a cambiar el sistema y se conforman con simplemente darle cierto rostro más «social». En definitiva, hay que reconocer que la izquierda (cuyo objetivo básico es transformar la sociedad para mejorar las condiciones de vida de la mayoría de las personas) ha fracasado en gran medida, se han conseguido algunos logros pero son insuficientes y además están en peligro de ser liquidados o en claro retroceso. Sin embargo, hay que reconocer que su fracaso es en cierto modo comprensible y previsible, es muy difícil cambiar las cosas, es muy difícil ir contracorriente, es muy difícil luchar contra el poder, es muy difícil adaptarse a unas circunstancias tan cambiantes como las de nuestra reciente historia. Quizás se ha intentado cambiar mucho en muy poco tiempo.

El triunfo de la derecha

El poder capitalista ha conseguido sobrevivir a la explosión izquierdista de finales del siglo XIX y principios de siglo XX mediante su «contención» inicial a través del fascismo y del nazismo y a continuación sobretodo mediante un «contraataque» ideológico sustentado en el poder del control de masas (aprendido y desarrollado con las experiencias fascistas), ayudado por la caída del modelo de los países llamados socialistas. Los medios de comunicación de masas se han convertido en la principal herramienta del sistema porque permite controlar la forma de pensar de las personas. Nunca en la historia el sistema ha tenido tantos medios para controlar el pensamiento global. Así se ha impuesto el pensamiento único. El sistema capitalista ha conseguido engañar masivamente al pueblo (haciéndole creer que tiene el poder) a través de democracias «controladas» donde no tiene miedo de preguntarle qué piensa porque previamente se encarga (mediante una práctica continua de «lavado de cerebros») de hacer que piense lo que él quiere. Ha conseguido crear en la mayoría de los ciudadanos la falsa sensación de que vive en democracia y libertad, de que la izquierda forma parte del sistema, de que hay pluralidad, cuando realmente la democracia es muy escasa, la libertad sigue siendo una utopía y la izquierda transformadora, la verdadera izquierda, ha desaparecido prácticamente del mapa político. Por supuesto además del control de los medios de comunicación, que se han convertido en auténticos creadores de opinión, y que se usan para fomentar el bipartidismo, el sistema tiene sus mecanismos legales de «defensa» para que las democracias llamadas representativas no permitan el acceso al poder de fuerzas políticas «peligrosas». Por ejemplo, una ley electoral diseñada para fomentar el bipartidismo y relegar a la marginalidad a fuerzas políticas «non-gratas», un sistema de financiación que haga depender a los partidos políticos por un lado del poder económico y por otro del Estado, de tal manera que si un partido no llega a tener representación en las instituciones no es financiado por el Estado y sólo pueden llegar a dichas instituciones los partidos que tienen la suficiente promoción es decir aquellos que reciben la suficiente financiación por parte del poder económico (la «pescadilla que se muerde la cola») haciendo prohibitivo en la práctica (aunque por supuesto nunca en la teoría) el acceso a las instituciones a partidos no controlados por el poder económico, una Constitución que «blinde» ciertos aspectos del sistema político-económico (jefatura de estado con ciertos poderes «en la reserva», imposición por ley del capitalismo o economía de mercado, etc). Aún así cuando dichos mecanismos no impiden la llegada al poder político de alguna fuerza que va contra el poder económico en algún país, el «capitalismo internacional» se encarga de «poner toda la carne en el asador» para acosar y desprestigiar al gobierno de dicho país a través de campañas mediáticas internacionales (la «guerra mediática» o el «terrorismo mediático») e incluso a través de operaciones de desestabilización interna. El capitalismo ha aprendido la lección de la historia reciente y sabe que no puede permitirse el lujo de que la izquierda triunfe en ningún lugar de un planeta cada vez más globalizado como el nuestro. La «Internacional Comunista» ha sido realmente sustituida por la «Internacional Capitalista» (Globalización económica, Trilateral, Fondo Monetario Internacional, …). En esta labor de «lavado de cerebros» que ha hecho el capitalismo en las últimas décadas se ha buscado fomentar aquellas características del ser humano que interesan al sistema (egoísmo, individualismo, pasividad, sumisión, conformismo, pensamiento de grupo o «gregarismo intelectual», pesimismo, estoicismo, estupidez, cobardía, pereza, comodidad, …) y se ha buscado reducir o eliminar en la medida de lo posible aquellas características del ser humano que no le interesan (altruismo, solidaridad, activismo, rebeldía, pensamiento crítico y libre, inteligencia, curiosidad, independencia, inquietud, optimismo, valentía, …). Y en gran medida lo ha conseguido, ya no hay esa unidad de la clase trabajadora ni ese espíritu de lucha que permitieron, entre otras cosas, las revoluciones. Ya no existe esa conciencia de clase que describió Marx, se ha impuesto la hegemonía cultural del capitalismo. La historia le ha enseñado que la conciencia de clase ha sido el catalizador de las revoluciones y ha complejizado las relaciones de clase para diluir dicha conciencia de clase. Además el sistema ha conseguido tener a la mayor parte de la población endeudada (y por tanto sometida) dificultándole (aunque no impidiéndole) el acceso a ciertas necesidades básicas como la vivienda y creándole necesidades artificiales mediante el consumismo ilimitado. De esta manera el pueblo no se revoluciona porque «va tirando» porque sus necesidades básicas están más o menos satisfechas (al menos a corto plazo) y se somete fácilmente por la «amenaza» que ejerce el sistema de actuar en su contra en cualquier momento para dejar de satisfacer dichas necesidades. El sistema capitalista ha aprendido la lección de la historia, sabe que debe satisfacer unas mínimas necesidades básicas del pueblo para que éste no se revolucione y ponga en peligro los privilegios de la clase dirigente y ha complejizado la satisfacción de dichas necesidades (difiriéndola en el tiempo). En cierto modo el capitalista ha cedido lo mínimo y se ha adaptado a los tiempos para poder sobrevivir, esa es quizás la única «victoria» real de la izquierda, ha obligado a la derecha a «autolimitarse». El poder ha aprendido a «no tensar demasiado la cuerda para que no se rompa». Aunque por supuesto el capitalismo no ha conseguido eliminar del todo aquellas características del ser humano «peligrosas» (probablemente porque nunca podría conseguirlo por la propia naturaleza humana), siempre queda un «germen» o «semilla» que en cualquier momento puede volver a crecer. Y además, el capitalismo, por su propia naturaleza está probablemente condenado a su propia autoextinción a largo plazo, tiene siempre el peligro latente de su autodestrucción debido a su carácter intrínsecamente inestable, por lo que se readapta constantemente en un desesperado intento de sobrevivir (las crisis cíclicas que describió Marx). Esto puede llevar al falso optimismo de que, dado que tarde o pronto puede desaparecer, entonces no merece la pena luchar contra el sistema capitalista, pero no hay que olvidar que el capitalismo actual no es más que una de las muchas formas de dominación de la humanidad por parte del poder. La humanidad debe liberarse de toda forma de opresión independientemente de cómo se exprese ésta. El poder ha aprendido a «reinventarse», a «camuflarse», a «cambiar de disfraz» para sobrevivir. Ha aprendido a «no dormirse en los laureles», a «no relajarse», a «rematar la faena», a «seguir trabajando» por imponerse, aunque parezca que ya no haya nada que pueda ponerle en peligro. En definitiva ha aprendido que la mejor defensa es un buen ataque, que hay que hacer la «guerra ideológica preventiva continua» para evitar que la «semilla germine». Ha conseguido imponerse y no va a dejar de esforzarse por mantenerse en dicha hegemonía.

La necesidad actual de la izquierda

Ante este panorama a la izquierda no le queda más remedio que aprender de sus propios errores, de los aciertos del «enemigo» y a adaptarse a los tiempos para utilizar la estrategia adecuada en esta «guerra ideológica» en que está sumida la humanidad por su emancipación. Con el agravante de que ahora la izquierda está en «peligro de extinción». Por tanto lo primero es reconocer la situación y ser consciente de la necesidad de un «renacimiento». Pero para ello es imprescindible que la propia izquierda esté convencida de su utilidad, sino nunca podrá convencer a la sociedad. El hecho de que haya habido intentos fracasados de construir un mundo mejor no debe impedir ver la necesidad de seguir intentándolo. Dado que el mundo es cada vez más injusto y desigual, sigue siendo necesaria la izquierda. Nuestra civilización peligra no sólo por el cambio climático sino también debido a los grandes desequilibrios socio-económicos. Un mundo con tantas desigualdades crecientes es cada vez más inestable y la inestabilidad implica peligro de existencia. Si bien es cierto que la sociedad actual occidental (mención aparte merece el llamado tercer mundo) ya no padece las graves desigualdades de principios del siglo XX, la mayor parte de las causas que dieron lugar a las revoluciones que se produjeron en dicha época siguen vigentes. Sigue habiendo grandes desigualdades sociales y lo preocupante es que de una época con cierta tendencia a la disminución de dichas desigualdades (por la iniciativa de la izquierda) hemos pasado a una época en la que, al contrario, las desigualdades vuelven a aumentar (por la iniciativa de la derecha). A esto hay que añadir el retroceso en derechos laborales (fundamentalmente) que se está produciendo, el capitalismo está «deshaciendo» lo poco que consiguió el socialismo. Por tanto la izquierda es necesaria para, en primer lugar, mantener las conquistas sociales que tanto costaron lograr, y en segundo lugar, para conseguir todos aquellos objetivos justos y legítimos que no se pudieron alcanzar. La izquierda defiende unos ideales que benefician a la mayoría de la humanidad en detrimento de una minoría que en todo caso perdería unos privilegios injustos.

Los desafíos de la izquierda

La izquierda tiene mucho por hacer porque transformar la sociedad es muy difícil y porque el sistema capitalista ha hecho muy bien su trabajo de controlar la sociedad en su beneficio llegando incluso al punto de casi eliminar a la izquierda. Por esto la verdadera izquierda (la que no ha renunciado a transformar la sociedad ni ha claudicado ante el capitalismo) se enfrenta pues a los siguientes desafíos:

1) Recomposición interna

La izquierda tiene que volver a recuperar la iniciativa ideológica, el debate interno, la democracia «radical» interna y la unidad de acción.

Debe analizar las causas de los fracasos del pasado, debe aprender de sus propios errores. Debe «rearmarse ideológicamente», haciendo un análisis profundo de la sociedad actual y adaptando sus postulados ideológicos tradicionales (basados en la situación de finales del siglo XIX y principios del XX) a los tiempos actuales. Debe adaptar su discurso a los tiempos modernos haciendo un esfuerzo de concreción y debe evitar caer en dogmatismos. La izquierda debe ser flexible, pragmática e inteligente porque el «enemigo» es listo y se readapta y «rearma» continuamente. La izquierda debe hacer un esfuerzo por seguir desarrollando las teorías del anarquismo y del comunismo pero experimentando en la práctica sus postulados para ir refinando dichas teorías mediante el «método científico». Debe ir practicando sus principios haciendo «experimentos limitados y controlados» en sus organizaciones y aprendiendo de la experiencia adquirida en aquellas otras entidades que practican métodos «revolucionarios» de gestión y organización (cooperativas, empresas autogestionadas, organismos locales, comunas, sindicatos, etc). Si se quiere construir un mundo mejor, ¿porqué no empezar a ponerlo en práctica en las propias organizaciones de la izquierda?.

La verdadera izquierda debe diferenciarse claramente de la derecha y de la «falsa izquierda» no sólo por el fondo (por las ideas que defiende) sino que también por la forma (por la manera en que defiende sus ideas), practicando en «sus propias carnes» lo que predica, dando ejemplo. La izquierda debe ser ejemplar en sus comportamientos sino nunca tendrá credibilidad. Hay que pasar del discurso a los hechos para ayudar al pueblo a distinguir entre los que están de su parte y los que lo engañan y someten. Pero debe usar la fuerza de la razón y no la razón de la fuerza porque la derecha desea fervientemente que la izquierda cometa el error (como ya hizo en el pasado) de usar métodos condenables para desvirtuar sus causas ante el pueblo. Se trata de no dar ningún argumento al «enemigo» que pueda usar en su contra.

Y, no menos importante, la izquierda tiene que hacer un enorme esfuerzo de «integración» de sus distintas corrientes (siempre con un escrupuloso y democrático respeto de las mismas) dando prioridad a los objetivos comunes frente a las divisiones de opinión de cómo alcanzarlos. Este es quizás uno de los mayores retos de la izquierda del siglo XXI: la reunificación de la izquierda, sólo con una izquierda verdaderamente unida (pero diversa) es posible volver a tener presencia en la sociedad y en las instituciones. Como siempre «la unión hace la fuerza», pero dicha unión para que sea verdadera y sólida debe construirse correctamente desde el respeto y la auténtica democracia.

Finalmente, la izquierda tiene que ser activa, no puede permitirse el lujo de «acomodarse» porque sino el sistema se encargará de «enterrarla», así como el capitalismo «no se duerme en los laureles» la izquierda no puede permitírselo nunca porque tiene una labor mucho más ambiciosa: cambiar el mundo y cambiar es un verbo activo.

2) Recuperación de la comunicación con la sociedad

Uno de los grandes logros de la derecha ha sido la hegemonía cultural. La derecha que realmente defiende los intereses de unos pocos contra los intereses de la mayoría ha conseguido que ésta asuma sus postulados (se ha impuesto la falsa conciencia de clase que describiera Marx). La izquierda debe hacer un gran esfuerzo por transmitir a la mayoría sus postulados, por «desprogramar» a la población general, por hacerle ver que sus ideales son beneficiosos para la gran mayoría y son justos y legítimos. La izquierda debe esmerarse en recuperar lo mejor del espíritu humano que tanto se ha empeñado el capitalismo en intentar anular. Para ello debe esforzarse en llegar a la gente corriente mediante el uso de un lenguaje sencillo, claro, contundente, concreto y cercano, así como debe esforzarse por llegar al conjunto de la población a través de todos los medios de que disponga y en todos los frentes (en la calle, en los medios de comunicación, en Internet, etc). Pero además, para llegar al mayor número de personas posible, el discurso de la izquierda debe superar los prejuicios que ha impuesto la hegemonía cultural capitalista y ello implica evitar el uso de palabras que el sistema ha demonizado (como por ejemplo comunismo, anarquismo, marxismo), ya que su uso, desgraciadamente, provoca automáticamente el rechazo de mucha gente a seguir escuchando. Ello no significa renunciar a los ideales defendidos por dichas palabras, ni mucho menos, sino que simplemente se trata de sobrepasar la «barrera cultural inicial». Hay que defender las ideas que representan dichas palabras pero evitando el uso de las mismas. Una vez superada dicha «barrera inicial» ya habrá tiempo posteriormente de hacer comprender a la gente de que aquellas ideas defendidas que tan razonables le parecen se llaman comunismo, anarquismo o marxismo. Marx planteó la emancipación de la clase trabajadora a través de la conquista de los medios de producción mediante la previa concienciación de clase. La información siempre ha sido el verdadero poder, pero ahora en la Sociedad de la Información esto es más cierto que nunca. Y la conciencia de clase no puede existir sin la libre comunicación de ideas. La izquierda debe comprender que sin la «conquista» de los medios de comunicación nunca podrá producirse la «conquista» de los medios de producción. Pero la «conquista» de dichos medios debe ser más bien su «liberación», no la sustitución de unos poderes dominantes por otros. La izquierda debe luchar para que los medios de comunicación no estén monopolizados por el poder económico, para que sean libres de cualquier dominación. La izquierda debe centrarse PRIORITARIAMENTE en la conquista de las libertades (conquista que aún no se ha culminado, por mucho que la derecha haya «vendido» lo contrario), especialmente la libertad de prensa y de expresión. Mientras éstas no existan de verdad los postulados de la izquierda nunca podrán llegar a la mayoría de la población. La izquierda debe intentar por todos los medios posibles y mediante la inteligencia, la imaginación, la originalidad y la insistencia, hacerse oír. Debe ir contracorriente más que nunca. Debe ser más activa que nunca y en todos los frentes, aprovechando las posibilidades de las nuevas tecnologías de la información como Internet (participando en todos los foros posibles, incluso en aquellos de los medios de comunicación «oficiales» hostiles) sin descuidar las viejas formas de activismo.

3) Desarrollo de la democracia

La derecha ha conseguido imponer un modelo de democracia «controlada» que le sirve para someter al pueblo engañándolo. La izquierda debe deshacer este engaño y denunciar claramente los defectos de la democracia actual y centrar su lucha PRIORITARIAMENTE por conseguir una verdadera democracia. Sólo con verdadera democracia los postulados de la izquierda tienen alguna posibilidad de llevarse a cabo. De forma natural, cuando haya verdadera libertad la humanidad podrá emanciparse porque inevitablemente todas aquellas causas justas, legítimas y lógicas se irán imponiendo, cuando el pueblo tenga el verdadero poder entonces es cuando podrá mejorar sustancialmente sus condiciones de vida. La lucha por el desarrollo democrático debe ser PRIMORDIAL y PRIORITARIA por parte de la izquierda para su propia subsistencia. El modelo de democracia impuesto por el capitalismo condena a la verdadera izquierda a la marginalidad a corto plazo y a la extinción a medio y largo plazo. La izquierda debe aprovechar todos los resquicios y contradicciones del sistema para ponerlo en evidencia ante el pueblo y para poder cambiarlo progresivamente desde dentro a corto plazo sin renunciar a cambiarlo radicalmente a medio y largo plazo (sin renunciar al Comunismo y al Anarquismo, pero teniendo en cuenta que no se podrá llegar a ellos más que con una labor continua y larga en el tiempo). La izquierda no debe agarrarse a la idea de que «una revolución vendrá en el futuro» y debe iniciar una «revolución tranquila pero continua», paso a paso (la revolución permanente que decía Trotsky), es decir sin prisas pero sin pausa. Las experiencias revolucionarias han demostrado que las prisas, la improvisación y la desesperación no son los mejores «compañeros» para construir un mundo nuevo. Transformar la sociedad es una labor ardua y no puede caerse en el autoengaño de que puede hacerse en poco tiempo y desordenadamente. Requiere de una constante labor de construcción planificada a corto, medio y largo plazo. Lo primordial es sentar las bases del sistema político que permita el avance de nuestra sociedad, una vez establecido un modelo de estado auténticamente democrático con unos medios de comunicación verdaderamente libres, la sociedad avanzará inexorablemente hacia su transformación, es necesario «desatascar la tubería para que fluya el agua». La democracia verdadera es la auténtica herramienta de la transformación social. Además la derecha no ha podido impedir que la idea de la democracia sea aceptada como algo beneficioso por el conjunto de la población, y lo único que ha podido hacer es ocultar la falsedad de las democracias actuales para que el ciudadano no piense que pueden mejorarse sustancialmente o que en todo caso crea que las posibles mejoras no repercutirían en su vida cotidiana. La izquierda debe esforzarse por hacer ver al pueblo que es posible y necesario mejorar notablemente la democracia y que ésta es fundamental para conseguir mejores condiciones de vida. La causa del desarrollo democrático es una causa fácil de defender y de ser aceptada por el conjunto de la población. Por tanto se puede convertir en el auténtico «catalizador» del renacimiento de la izquierda si ésta sabe abanderarla adecuadamente.

4) Transformación de la sociedad

Una vez conseguida una verdadera democracia será inevitable la transformación de la sociedad porque en cuanto el pueblo tenga realmente libertad y poder se plantearán todas aquellas causas justas y legítimas de forma natural y la clase dominante no podrá evitar perder sus privilegios. Por esto la derecha se esfuerza tanto en evitar la auténtica democracia porque sabe que, al contrario que la izquierda en la «democracia formal» actual, sus postulados no tienen ninguna posibilidad de mantenerse en la «democracia real» futura. «Una vez desatascada la tubería, el agua fluirá naturalmente y nadie podrá impedirlo».

Esto no impide intentar ir avanzando ya en la mejora de la sociedad, pero el diseño de las democracias representativas actuales acota enormemente el grado de transformación alcanzable. La izquierda no debe caer en el engaño de creer que en dichas «democracias» todo es posible, porque no es así, el objetivo de las «democracias» actuales es precisamente por un lado impedir grandes transformaciones sociales y por otro lado crear la falsa sensación de que no hay ningún impedimento, es decir ocultar lo primero. Son falsas democracias, democracias «aparentes», democracias «controladas» o más bien dictaduras «camufladas» (hay quién las llama oligocracias o partitocracias). La idea es que la gente crea que todo es posible en teoría pero no se hace en la práctica, no tanto por limitaciones del modelo democrático, sino porque no hay alternativas. La idea de falta de alternativas se impregna en el pensamiento global del pueblo a través de los medios de comunicación y se afianza por el «control» de dichas democracias. Se evita el planteamiento de alternativas mediante un «monopolio de la distribución de las ideas» (a través de los medios de comunicación) y un «monopolio político» (a través del «diseño técnico» del Estado «democrático»).

Por consiguiente la verdadera lucha de la izquierda debe ser antetodo el desarrollo democrático y de las libertades porque sólo una vez culminado éste podrá transformarse la sociedad para conseguir mayor justicia y por tanto mejores condiciones de vida para la inmensa mayoría de la población.

Conclusiones

La izquierda tiene grandes desafíos en el siglo XXI, debe resurgir cual ave fénix y debe priorizar sus esfuerzos por conseguir la libertad y democracia que se necesitan como paso previo e imprescindible, como condición necesaria pero no suficiente para lograr la anhelada transformación de la sociedad. Lo tiene muy difícil porque el sistema capitalista se ha afianzado en las últimas décadas aprovechando los fracasos de la izquierda en el siglo XX. Sin embargo, esa fortaleza del sistema capitalista es más aparente de lo que puede pensarse a primera vista. El sistema lo sabe y por esto se esmera en «cerrar todo los flancos». Pero «cualquier grieta en el barco del capitalismo puede inundarlo y precipitar su hundimiento». En cuanto se ponga en evidencia el sistema «democrático» que ha «montado» para perpetuarse pueden precipitarse los acontecimientos. Cuantas dictaduras que parecían inquebrantables se han precipitado repentinamente al abismo!. El problema es que las dictaduras no engañan a nadie y sin embargo las falsas democracias engañan a la mayor parte de la población. Por tanto la izquierda debe hacer una labor de «desenmascaramiento» de tales «democracias». Debe ser beligerante con ellas y debe ponerlas en evidencia en todos los frentes, en especial en el «frente de las ideas» (que es donde está la verdadera «guerra»). Debe aprovechar los resquicios y contradicciones legales del sistema para denunciarlo y sobretodo debe hacer una labor de concienciación masiva a través de todos los medios de que disponga para comunicarse con la gente. Debe adaptarse a los tiempos y utilizar las nuevas tecnologías para propagar sus ideas siendo lo más activa posible. La derecha lo único que puede hacer es posponer los anhelos del pueblo por la justicia y la libertad. Como dijo Rosa Luxemburgo poco antes de morir: «El liderazgo ha fallado. Incluso así, el liderazgo puede y debe ser regenerado desde las masas. Las masas son el elemento decisivo, ellas son el pilar sobre el que se construirá la victoria final de la revolución. Las masas estuvieron a la altura; ellas han convertido esta derrota en una de las derrotas históricas que serán el orgullo y la fuerza del socialismo internacional. Y esto es por lo que la victoria futura surgirá de esta derrota.’¡El orden reina en Berlín!’ ¡Estúpidos secuaces! Vuestro ‘orden’ está construido sobre la arena. Mañana la revolución se levantará vibrante y anunciará con su fanfarria, para terror vuestro: ¡Yo fui, yo soy, y yo seré!

En España tenemos una democracia que además de tener los defectos del modelo de las democracias «occidentales», tiene defectos propios debido a las peculiaridades de nuestra historia reciente. La degradación de la democracia no es un fenómeno genuino de España porque se produce en otros muchos países, aunque en ninguno con la misma intensidad y desfachatez. Nuestro grado de democracia es menor que el de nuestros vecinos por la herencia de la «transición» desde el régimen franquista. Necesitamos en nuestro país culminar la Transición a través de una reforma profunda y amplia de las bases de nuestro Estado (referéndum para elegir entre república y monarquía, reforma de la Constitución, reforma de la ley electoral, reforma de la financiación de los partidos políticos, impulso de la libertad de expresión, etc). El «esqueleto» de nuestro estado «democrático» está mal construido y es necesario, sino urgente, arreglarlo antes que nada para poder seguir avanzando. «Antes que arreglar las paredes o las goteras de un edificio hay que arreglar su esqueleto, sus cimientos». Por tanto la izquierda verdadera española tiene además la inmensa labor de culminar la «transición» para por lo menos ponernos al nivel de «democracia» de nuestros vecinos europeos. Debe abanderar prioritariamente la «regeneración» democrática de nuestro país. Más aún ahora que el diseño de esta «democracia» la ha casi eliminado de las instituciones.