La más importante relación lógica, que no fáctica, de estas conversaciones con la Carta del 91 está asociada a un artículo genérico que postula que es función del Presidente, 3. «Dirigir la fuerza pública y disponer de ella como Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas de la República» y 5. «Conservar en todo el territorio […]
La más importante relación lógica, que no fáctica, de estas conversaciones con la Carta del 91 está asociada a un artículo genérico que postula que es función del Presidente, 3. «Dirigir la fuerza pública y disponer de ella como Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas de la República» y 5. «Conservar en todo el territorio el orden público y restablecerlo donde fuere turbado». (Art. 189) Entonces, tan constitucional es negociar con las guerrillas como re-guerrear con ellas y esto porque las dos opciones, aunque con consecuencias sociales y culturales y fiscales y políticas distintas, son caminos conducentes para lograr la pacificación como concreción del derecho ciudadano a la paz; y al ser ello así, la única salida inconstitucional sería la de la pasividad, el dejar que el conflicto armado se desenvuelva libremente al ritmo de sus propias lógicas y ritmos, como ha acaecido tantas veces en el medio siglo de existencia del conflicto interno armado colombiano.
Se sobreentiende, por otra parte, que sea la que sea la opción por la que opte un presidente para manejar el conflicto armado interno como un problema central del orden público, la negociada o la militarista, en materia de guerra para el gobierno no cabe «el todo vale con tal de derrotar al enemigo», por lo que siempre el accionar armado gubernamental tendrá que ser legal y ético y ajustado a la Constitución, a las leyes y a los tratados internacionales firmados por el país. En esta dirección, no cabe el referente conductual efectivo del enemigo que, por ser subversivo, siempre será ilegal, que por ser un rebelde alzado en armas, no cabe exigirle que se ajuste a la Constitución pues, como guerrero, lo que está buscando es una Carta y una Legalidad y un Estado alternativos.
Claro que lo que sí se les debe demandar y exigir a los alzados en armas, máxime sí se han insertado en un proceso de diálogos, es que ajusten sus conductas armadas a los cánones normativos del DIH. En este caso, en opinión de muchos, aunque las Farc hayan propuesto la realización de acuerdos para «humanizar» la guerra- para restarle barbarie, más bien, diríamos nosotros- como efectiva demostración de buena voluntad deberían evitar acciones armadas signadas por métodos terroristas.
Legales y ajustadas a la Constitución son, entonces, las conversaciones de la Habana. Y estas fructificaron porque en un proceso, casi secreto, iniciado en el país – todo parece indicar que un empresario vallecaucano logró juntar a emisarios de las dos partes- y luego trasladado a Cuba y Noruega, Gobierno y Farc, sin dejar de ser enemigos, acordaron sentarse a dialogar. Surge entonces, una pregunta precisa, ¿por qué razones históricas y concretas, Santos y Timochenko aceptaron conversar sobre la posibilidad de una negociación ahora en la segunda década del siglo XXI? En los distintos presentes pasados de una confrontación armada, sus actores pueden querer negociar por variopintas razones. Entonces, ahora, ¿Cuáles serán esos motivos o razones?
En clave militar, tal como en varios Atisbos se ha podido observar, en la etapa posturibista la guerrilla estaba golpeada, mas no derrotada. Aún más, desde el 2009 se había venido reactivando hasta llegar al 2013 a constituirse en una fuerza armada protagónica en un nuevo territorio de guerra mucho más estrecho que el existente en el 2002 cuando a Uribe lo eligieron para que derrotara a las Farc. Entonces, para despejar simplismos generalizantes, importa destacar que ni el gobierno ni las farc se allanaron a dialogar porque sintiesen que el otro los estuviese derrotando, pues aunque el primero estaba llevando la iniciativa estratégica, los segundos se habían reactivado aunque muy lejos de la poderosa organización armada de la segunda parte de la década del 90.
En relación con la anterior pregunta, ésta es nuestra hipótesis respuesta1: más que razones ligadas a la subjetividad de los actores, directa o indirectamente confrontados (gobierno con los militares y políticos bipartidistas a la cabeza, guerrillas, población civil), fueron circunstancias objetivas las que entraron a jugar para determinar la entrada a un proceso de diálogos. De no haber jugado éstas el papel central, en nuestra opinión no se estarían dando los diálogos de la Habana en las condiciones más positivas que negativas en las que se han venido desenvolviendo. Tanto el gobierno como los farquianos sabían que esta guerra iba para largo, entonces, decidieron dialogar impulsados por razones objetivas de contexto. Por parte del gobierno, Santos desde un principio sugirió que este conflicto estaba entrabando la reproducción ampliada del capitalismo colombiano: en la coyuntura lo importante era, primero, poner a andar el tren de la economía extractiva restándole, de modo rápido, obstáculos como el de la guerra interna, y 2. quitarse de encima el fardo del financiamiento de una guerra que, de modo peligroso, ya estaba arañando cuatro puntos de PBI. Uribe Vélez, por su parte, al expresar en la coyuntura las contradicciones del bloque en el poder2, podía estar pensando en lo mismo, pero seguía convencido de que con las Farc no cabía negociación alguna a no ser que se sometiese en términos de las concesiones que el Estado, de modo benigno, decidiese brindarles. Tal como se verá enseguida, esta concepción de Uribe sobre la Paz en este 2014 – la del contrasentido de «negociar» sin condiciones ni mayores concesiones- se encuentra ampliamente difundida entre los altos Mandos militares, así como entre el grueso de la ciudadanía, aún entre muchos civiles y militares que se proclaman «amigos de la paz». Por su parte, las Farc decidieron sentarse a dialogar, tras 50 años de lucha armada sin que pudiesen sacar adelante la prometida revolución social y, tras escuchar a Castro y a Chávez afirmar que la lucha armada era obsoleta en América latina, por fin de convencieron, por efecto demostración, de que había otros espacios para hacer política revolucionaria más eficaz.
Veamos una pequeña muestra que evidencia cómo en esta coyuntura del 2013 y del 2014, en alta proporción, las subjetividades militares y civiles no son muy proclives a una negociación, que se atenga a las lógicas internas de la palabra, es decir, charlar para construir acuerdos haciendo concesiones recíprocas.
A finales de marzo del 2011, hace ya tres años, en una entrevista que le hizo El Nuevo Siglo al General Alejandro Navas, el Comandante General del Ejército inició sus declaraciones con una tesis, que es la que nos ha permitido caracterizar el octoenio de Uribe Vélez como un orden autoritario definido por una sociedad de paz armada. En efecto, manifestó que la transformación de la guerra y los éxitos logrados por la Fuerza Pública se explicaban por la decisión del gobierno de la Seguridad democrática de colocar toda la voluntad política en alcanzar una victoria militar sobre la insurgencia convocando a todas las instancias y campos de poder de la sociedad- político, económico, social y militar- a acompañar y desarrollar la confrontación sin dejar la guerra sólo en manos de los militares, «siendo que las guerras no las ganan el ejército sino el pueblo». De ahí, señaló, la importancia trascendental de las marchas ciudadanas contra paz, de los impuestos para fortalecer a las Fuerzas Militares, de las redes de cooperantes y de la creación del servicio militar de los soldados campesinos. Destacó, por otra parte, que el proceso de negociación debía producirse cuando la insurgencia estuviese vencida y su moral de combate hubiese sido quebrantada. Según la percepción del General, en ese momento, marzo de 2011, el gobierno había neutralizado el Plan Estratégico de las Farc y había frenado el avance del bloque central de esa organización sobre la capital de la República y la había obligado a regresar a la guerra de guerrillas, al uso de explosivos, a la colocación de minas y de bombas; por otra parte, sus bases sociales estaban muy desmotivadas y los golpes dados a los mandos y comandantes habían sido muy fuertes porque se trataba de jefes experimentados y difíciles de reemplazar. Esto no obstante, precisó que las Frac persistían en su Plan Estratégico de la toma del poder, pero que no estaban derrotadas y que el tramo que le quedaba por recorrer a la Fuerza Pública era el más difícil, que el «fin del fin» había sido un mero slogan, un grito de guerra, que les había dado buenos resultados, pero que el esfuerzo que quedaba por hacer era el más fuerte y difícil por tratarse del más cruento.3
Y este discurso uribista de «la paz como sociedad armada», que se inyectó durante su octoenio, detalles más o detalles menos, ha continuado reproduciéndose hasta este 2014 en amplios sectores de la ciudadanía con la ayuda persistente de los más importantes Medios de Comunicación. En la actualidad, vívidos y eficaces, se mantienen y reproducen de manera ampliada dos importantes imaginarios colectivos bélicos4. Al respecto, escribimos en el Atisbos 181,
«Desde los inicios del gobierno de Uribe dos imaginarios bélicos colectivos empezaron a tomar fuerza y, cosa rara, en un país donde la llamada opinión pública es intrínsecamente inestable, han llegado fortalecidos hasta el presente cuando se han robustecidos alimentados por los Medios de Comunicación. El uno dice que las Farc, dadas sus actuaciones perversas y criminales, no merecen participar en política institucional y, mucho menos, aspirar a la elegibilidad. El otro, por su parte, señala …que para qué consumir tantos esfuerzos y derrochar tantos recursos en negociaciones que, como dicen los paisas, no conducen a ninguna Pereira cuando la derrota militar de la guerrilla se encuentra a la vuelta de la esquina. Que basta que Uribe Vélez personalmente o por interpuesta persona llegue a la presidencia para hacerla realidad». 5
Pero, más allá de los imaginarios, que también definen opiniones y actitudes efectivas y determinan conductas reales, en Colombia ni los guerrilleros son los únicos victimarios ni la derrota de éstos se encuentra a la vuelta de la esquina.6
Con la expansión progresiva de esos imaginarios, en apariencia suavizados por el agregado electorero hecho durante las elecciones presidenciales del 2014 de que «la negociación sí pero sin condiciones», se ha tornado muy dificultoso el ejercicio sistemático de una pedagogía nacional y regional y local alrededor de los diálogos de la Habana. Por esta razón, entre otras, ni el gobierno ni las farc ni los amigos civiles de la pacificación la han podido realizar.
Sabemos que toda negociación es dificultosa porque en todas, en grados variados, de modo dinámico y contradictorio juegan intereses, necesidades y posiciones. En lo teórico-metodológico, negociar es poner a bailar ese trío hasta encontrar, a punta de concesiones recíprocas, un punto crítico de intereses y necesidades- en ciertos aspectos, punto común en general, pero en otros, específico para cada parte -, que es el que posibilita la modificación de las posiciones, que siempre tenderán a ser cerradas. Y mucho más complejo y dificultoso será negociar una guerra con medio siglo de existencia, en la que, de parte y parte, los intereses son vigorosos, intensas las necesidades y cerradas las posiciones. Por otra parte, para que el des-acompasado bailoteo no se desbarate, los negociadores, de modo progresivo, deben ir haciendo la transición de la condición de enemigos a la de adversarios cada día más confrontados en el nivel de las ideas que en el de las armas. Claro que cuando se negocia sin un alto al fuego, siempre existirá la posibilidad de que, o para asustar con una demostración de fuerza o para disipar algunas dudas, una u otra parte acentúe las acciones armadas o realice algunas de mayor impacto mediático, pero, más temprano que tarde, un aminoramiento progresivo de la confrontación aparecerá como una indicación empírica de que ese tránsito se está haciendo efectivo.
Por otra parte, también constituye una importante indicación fáctica de que se está avanzando, el hecho de que las posiciones empiecen a abrirse y a perder su carácter cerrado. En relación con los cinco temas acordados en la pre-negociación – he aquí otro indicador positivo de este proceso Oslo-La Habana asociado al hecho de que durante seis meses hubo una negociación de la negociación-, por lo menos, alrededor de tres ha habido importantes acuerdos informales sin que ello signifique que hayan sido complemente copados; algunos puntos específicos han sido dejados para irlos asumiendo más adelante con mayor coherencia y pertinencia. Pero, si se tiene en cuenta que se trata de uno de los conflictos internos armados más antiguos del mundo y que éstos cuando se han negociado han tardado entre 3 y 10 años7, no se puede ser sino relativamente optimistas aunque todavía falten temas álgidos como, 1. la historicización de la aplicación de la Justicia Transicional a las condiciones de Colombia; 2.ligada a ella, la reparación de las víctimas, 3.las condiciones de contexto en que operará la dejación de las armas, y 4. la definición del dispositivo para la formalización de los preacuerdos gestados.
Altamente ilustrativo de las formas como en una negociación juegan intereses, necesidades y posiciones, fue lo acaecido en la Habana en relación como el primer tema sobre desarrollo rural integral. En la tierra de Martí, los negociadores partieron de posiciones polares encontradas en relación con el problema de la tenencia y el uso de la tierra: mientras los negociadores de las Farc, de entrada, hablaron de una reforma agraria integral, que tocase todas las formas de latifundio, la parte del gobierno dijo «nada de reformas agrarias». Mientras los farquianos habían nacido con el problema de la tierra metido en la cabeza y en el corazón y en los fusiles, el gobierno estaba atado a las lógicas y necesidades de la evolución y los tropiezos del latifundio capitalista comercial. En sus extremos, ésos eran sus intereses centrales. Entonces, ligadas al debate y reflexión sobre el problema de la tierra, entraron a jugar las necesidades objetivas de cada parte asociadas a las razones confesadas y no confesadas por las que se habían sentado a dialogar. Y así, de modo progresivo, fueron cediendo y morigerando sus iniciales posiciones cerradas para entrar a manejar la idea de «reforma agraria sí» pero afectando solamente al latifundio improductivo.
Fue así como la posibilidad de la pacificación, empezó a tomar forma a través de la posibilidad de una reforma agraria atada a una de las muchas maneras de acercarse a la paz positiva imperfecta. Y así sucederá con los otros temas así como con los puntos substantivos que faltan.
Por otra parte, para este abril del 2014 el desenlace que tengan los diálogos de la Habana ha quedado prisionero del desenlace que logre la lucha por la presidencia. De acuerdo con la Encuesta de Datexco, el final del conflicto interno armado apenas ocupa el sexto lugar entre las preocupaciones del electorado teniendo la primacía en ellas los problemas del desempleo y de la seguridad. 8 Claro, que esa ubicación secundaria puede explicarse por el hecho de que en las Encuestas es el mundo urbano el que, por lo general, cuenta. Esto no obstante, en esta coyuntura electoral una buena parte de la ciudadanía puede estar más interesada en la derrota militar de las guerrillas que en los diálogos de la Habana; y aún en el caso de los amigos civiles de la pacificación, de acuerdo con la ya citada Encuesta de Datexco, el final del conflicto interno armado parece ser una preocupación secundaria.
Pero, no parece suceder lo mismo con el Presidente Santos como candidato a la reelección. Mientras más se ha acercado el 25 de mayo, el tema de la pacificación se le ha ido convirtiendo más y más en el disco duro de su campaña electoral. Ha sido por esto por lo que, al iniciarse el mes de mayo, ha hecho del problema de la paz el programa de su segundo gobierno. Así lo evidencian las declaraciones que dio a RCN Radio Manizales el pasado 2 de mayo,
«Este país, declaró, ha venido sufriendo una guerra de 50 años y una sociedad no puede continuar eternamente en guerra» y si se logra la paz «la economía crecería dos por ciento adicional a lo que está creciendo hoy. Y eso se traduce en mayores ingresos para el Estado del orden de los 15 billones de pesos. Y se invertirían en salud, en educación, en otros programas sociales. Por todo esto los dividendos de la paz son infinitos y por eso espero que los colombianos entiendan eso y apoyen la paz».9
La polarización circunstancial más importante que se ha dado en Colombia en este 2014 ha sido entre la derecha y la extrema derecha, dos expresiones encontradas de las contradicciones del bloque en el poder: la tensión progresiva se ha asociado al hecho de que el país se ha encontrado, al mismo tiempo, en situación de guerra y en situación de construcción de paz y esto no podrá mantenerse más allá del corto plazo: o la paz se asienta golpeando y debilitando la situación de guerra o la guerra se aferra derrotando los Diálogos de la Habana. Entre el 2002 y el 2008 Uribe Vélez fue un presidente de guerra coadyuvado por Santos y entre el 2010 y el 2014 Santos ha sido, al mismo tiempo, presidente guerra y presidente de paz. En el país cada día ha ordenado intensificar la balacera mientras en la Habana cada día ha ordenado negociar para pararla. Se ha tratado de un caso sintomático de esquizofrenia política.
Expresada esta contradicción o tensión o esquizofrenia política en el plano electoral- en las elecciones para presidente en mayo del 2014- son muchos los indicadores que evidencian que Santos ha venido perdiendo la partida. Mientras la apatía y casi indiferencia de cara a los Diálogos de la Habana son muy notorias en sectores gruesos de las sociedades civiles, las Encuestas señalan, 1.que Santos se ha venido estancando en un 32% para la primera vuelta, y 2. que Oscar Iván Zuluaga, al salirse un poco, en el discurso sobre todo, del vientre paterno de Uribe, ha venido ganando puntos con cierta celeridad. Golpeando un poco a las Ciencia sociales, cuya capacidad de prognosis es baja, nosotros diríamos que quizá Santos no pierda en la primera vuelta, pero que en la segunda, si el segundo lugar lo ocupa Zuluaga, es posible que el próximo presidente de Colombia sea de nuevo un presidente de guerra. Con la excepción de Clara López del Polo, los otros Candidatos, por distintas vías y en distintos grados substantivos, se le acercarían: Martha Lucía Ramírez liderando el grueso del partido conservador y Peñaloza fragmentando el partido de la Alianza Verde, que de entrada se evidencia más fracturado que unido.
NOTAS:
1 . Esta hipótesis se encuentra planteada y sustentada o meramente sugerida o tenida como contexto del análisis en uno u otro de los más 40 Atisbos Analíticos – entre el 149 y el 2002- que hemos escrito sobre los diálogos Estocolmo-La Habana, http://fundacionecopais.blogspot.com,
2. Vélez R, Humberto, Atisbos Analíticos No. 181, noviembre 12 de 2013, En ALAI, América Latina en Movimiento, alainet.org/active/68896 .
3 . EL Nuevo Siglo, Bogotá 28 de marzo de 2011.
4. En los Atisbos Analíticos Nos 167 del 31 de enero del y 175del 1 de junio del 2013 se hace análisis más detenido sobre los orígenes, contenidos, impacto social y consecuencias prácticas de la difusión de esos dos imaginarios.
5 . Idem.
6 . Vélez R. Humberto. «Los Guerrilleros no son los únicos victimarios» Una Mirada desde la Historia. Ensayo en clave de Pensamiento Estratégico. Atisbos Analíticos 175, junio 1 de 2013. En, http://fundacionecopais.blogspot.com,
8 . Posada Carbó Eduardo. «La Paz y los Temas electorales», El Tiempo, 01-05-2014.
9 . El Siglo, Bogotá, 2 de mayo de 2014
(*) Humberto Vélez R. es Profesor del Programa de Estudios Políticos y Resolución de Conflictos, IEP-UNIVERSIDAD DEL VALLE; Publicación de ECOPAÍS, Estado*Comunidad*País, «POR UN NUEVO ESTADO PARA UN NUEVO PAÍS»