Recomiendo:
0

Los embajadores

Fuentes: Semana

Dijo Juanes, el cantautor, que «mucha gente va por el mundo haciendo patria, incluso los inmigrantes que han tenido que dejar el país para ayudar a sus familias. Ellos también son embajadores». A los empresarios y gente de negocios que en la fiesta de la revista Portafolio aplaudieron las palabras de Juanes les debieron parecer […]

Dijo Juanes, el cantautor, que «mucha gente va por el mundo haciendo patria, incluso los inmigrantes que han tenido que dejar el país para ayudar a sus familias. Ellos también son embajadores».

A los empresarios y gente de negocios que en la fiesta de la revista Portafolio aplaudieron las palabras de Juanes les debieron parecer muy bonitas, muy solidarias, muy chorreantes de buenos sentimientos. Y, al aplaudirlas, debieron sentirse ellos mismos también muy solidarios y muy bonitos, antes de pasar a manteles. Pero las cosas no son así.

Los inmigrantes de que habla Juanes lo son en otros países, cuando los dejan llegar allá, legales o ilegales: y está en el capricho de cada país decidir si los aceptan con generosidad o si los rechazan con egoísmo. Pero vistos desde Colombia son emigrantes. Se van de aquí. De aquí los echan. Aquí sobran. La tan cacareada «confianza inversionista» no da para generar el empleo que necesitan, y menos teniendo la competencia de tanto desplazado interno como genera la tan cacareada «seguridad democrática»: tanto «migrante», para usar la también bonita y también errada palabra del asesor presidencial José Obdulio Gaviria. Los «inmigrantes» de Juanes, que son cuatro millones, y los «migrantes» de Gaviria, que son otros cuatro, (sumados, la quinta parte de la población colombiana) o sea, los desplazados externos e internos, económicos y políticos, no «van por el mundo haciendo patria». Van por el mundo porque los expulsaron de su patria los que se están quedando con ella, «refundándola», como dicen en sus pactos de sangre. Para venderla luego, y sacar fuera las ganancias. Los emigrantes colombianos salen huyendo de su patria, para que esa mala patria no los mate o no los deje morir de hambre.

Y no son, por supuesto, embajadores. Son fugitivos del desastre, supervivientes del naufragio. Embajadores: qué bien suena, qué bonito, y sin duda, qué eficaz en términos prácticos: «Recíbanme ustedes aquí en España, o en los Estados Unidos o en el Ecuador, porque aunque parezca un refugiado en realidad soy un embajador». Cómo van a ser embajadores esos colombianos que tienen que rebuscar en el mundo la seguridad para sus vidas que no encuentran aquí, el sustento para sus familias que no encuentran aquí, en este país de la tan cacareada «cohesión social». Los embajadores de verdad son otros.

Los embajadores, con título y con sueldo y con gastos de representación, son, por ejemplo, este señor Salvador Arana, embajador en Santiago de Chile y hoy preso por asesinato de campesinos y organización de bandas paramilitares cuando era gobernador de Sucre; y este señor Jorge Noguera, cónsul en Milán, hoy investigado por asesinato de sindicalistas y protector de esas mismas bandas narcoparamilitares cuando era director del DAS; y este señor Luis Camilo Osorio, embajador en México, hoy acusado de encubridor de narcoparamilitares cuando era Fiscal General de la Nación; y este señor Juan José Chaux, embajador en Santo Domingo, acusado de alianzas con los narcoparamilitares cuando era gobernador del Cauca; y este señor Sabas Pretelt, embajador en Roma, acusado de cohecho para permitir la reelección presidencial cuando era ministro del Interior y de Justicia (los narcoparamilitares lo despidieron llorando). Los embajadores verdaderos son esos. Y otros más, sus semejantes, que lejos de tener que «ayudar a sus familias», como dice Juanes, son ayudados por ellas a obtener sus cargos y sus sueldos diplomáticos: parientes de políticos, sus hijos y sobrinos, o políticos profesionales ellos mismos: como el ex presidente Andrés Pastrana, que aceptó un fugaz puesto de embajador en Washington; o como el ex presidente Ernesto Samper, que también aceptó, pero por razones ajenas a su voluntad no llegó a sacarle jugo, un puesto de embajador en París.

Esos son los embajadores. No es ningún honor, en los tiempos que corren, ser embajador de Colombia ante el mundo de esta tan cacareada «patria». Los emigrantes que han tenido que irse expulsados, y que por cuenta de esa clase de gente que los echó son recibidos con desconfianza en el extranjero no merecen que, por añadidura, venga un cantante a insultarlos llamándolos también a ellos «embajadores» y diciendo que están «haciendo patria».