Aunque es irracional estigmatizar fechas del almanaque, debo reconocer que el 11 de septiembre ejerce en mí un sortilegio aborrecible.
Estuve cerca, o vinculado de una forma u otra, a tres acontecimientos fatídicos que acontecieron ese día en 1973, 1980 y 2001 respectivamente: el golpe de Estado contra el presidente Salvador Allende en Chile que llevó a su trágica muerte y a la entronización de la dictadura de Augusto Pinochet; el asesinato de Félix García, funcionario de la misión de Cuba ante la ONU, en Queens Boulevard, Nueva York, por verdugos de una organización terrorista cubanoamericana y los atentados terroristas contra las Torres Gemelas en Nueva York y el gigantesco edificio llamado el Pentágono, donde se asienta el Departamento de Defensa de Estados Unidos en Washington, por militantes de la organización Al-Qaida.
El asesinato de Félix García me resultó sumamente cercano. Nuestro vínculo en el Minrex, más que de colegas, fue de amigos muy hermanados. En 1970-1973 era visita asidua de la casa que compartía con mi esposa, María Teresa Rodríguez, en Calzada entre E y F, a unas cuadras del Minrex. Su asesinato fue no sólo terrorismo, sino un cobarde acto de barbarie contra una persona inocente. No obstante, por razones de espacio, no me extenderé en esta historia que quedará para posteriores escritos.
11 de septiembre de 1973: el golpe de Estado en Chile.
Fui espectador cercano del golpe de Estado en Chile desde la atalaya de la embajada de Cuba en Buenos Aires, donde trabajé entre 1973 y 1977. Había visto la fea cara de la derecha reaccionaria en ese país durante tres tránsitos por Santiago en julio de 1973.[1] Después del golpe, la tragedia chilena me conmovió personalmente por distintas vías. El terrorismo de Estado aplicado contra la ciudadanía por la brutal dictadura pinochetista alcanzó niveles inconcebibles.
Un solo ejemplo de ello fue el asesinato, con una bomba, del general Carlos Prats y su esposa en Buenos Aires en la madrugada del lunes 30 de septiembre de 1974. Precisamente el día anterior, domingo 29, había compartido con ellos en un almuerzo campestre en la finca de unos mutuos amigos argentinos. El explosivo detonó a unas cuadras del apartamento donde vivía con mi familia, en Avenida del Libertador. Mis hijos tenían entonces 6, 2 y 1 año respectivamente. Para colmo, en mi edificio vivía el agregado militar chileno, dueño de un Chevy azul igual al que la embajada me había asignado. Sin pensarlo mucho, nos mudamos para otro lugar.
Por supuesto, no fue este el único acto criminal de la dictadura pinochetista, ni el más aborrecible. Eran los años del Plan Cóndor, descrito por el periodista investigador John Dinges en su fundamental obra «Los Años del Cóndor: Operaciones Internacionales de Asesinato en el Cono Sur». Pocos amigos militantes de las organizaciones y partidos de izquierda y hasta de centro izquierda escaparon de las garras de los aparatos represivos de las dictaduras de la región. Muchos terminaron en el exilio, en Cuba entre otros países.[2]
Cuando se produjo el golpe, que se veía venir, el principal temor de las autoridades en La Habana y de nosotros en la embajada en Buenos Aires era que el ejército chileno asaltara la misión diplomática en Santiago e iniciara una cacería de cubanos. Dada la violencia y brutalidad con que arremetieron contra el Palacio de la Moneda y contra todos los vinculados a la Unidad Popular —la coalición política con la que Allende llegó a la presidencia—, había que esperar lo peor. La preocupación se acentuaba porque en Chile por esa época había decenas de cubanos regados por toda su complicada geografía, desde especialistas del Inder hasta bailarines del Ballet Nacional de Cuba.
Al final, los peores presagios no se cumplieron. Nuestra sede diplomática no fue asaltada. La dictadura rompió relaciones con Cuba y les dio a los funcionarios cubanos 24 horas para abandonar el país. Para estos la tarea fue complicada. Centenares de cubanos colaboraban con el gobierno de la Unidad Popular, particularmente en el ámbito de la seguridad; muchos de estos últimos tenían pasaportes diplomáticos.
La embajada había acumulado una sustancial cantidad de armas. No sólo había un fusil para cada uno de sus miembros y para el personal de Tropas Especiales que había sido enviado a Santiago, sino también para entregar a la resistencia chilena. Asimismo, complicaba el asunto que un importante grupo de chilenos se había asilado en la embajada en las primeras horas del golpe.
Había que evacuar con todas las armas posibles y entregar a la resistencia o dejar a buen recaudo el resto. La embajada, con un sótano lleno de armamento, tendría que ser dejada a cargo de algún gobierno amigo. Asimismo, debían quedar bajo la protección de ese gobierno los chilenos que estaban ahí, para quienes habría que negociar un salvoconducto que les garantizara la salida segura del país. Esta misión se cumplió gracias a la entrega del personal diplomático con el embajador Mario García Incháustegui a la cabeza y a la colaboración efectiva y rigurosa del gobierno sueco, cuyo embajador en Santiago, Harald Edelstam, tuvo una actitud ejemplar. Edelstam se mudó para los locales de la embajada de donde no salió hasta que el último asilado pudo viajar al exterior y se logró sacar y entregar a la resistencia chilena el último fusil.[3]
Nuestra embajada en Buenos Aires jugó un papel de colaboración. Recibimos a todos y cada uno de los cubanos que no pudieron ser evacuados desde el primer momento. Algunos se habían asilado en otras sedes diplomáticas, principalmente en la de Argentina, otros cruzaron la cordillera y entraron en territorio vecino. Hubo quienes escaparon por la frontera de Chile con Perú.
En mi condición de funcionario a cargo de los Asuntos Consulares, por lo general tuve que ver con todos estos casos. Como anécdota interesante, debo consignar que no siempre las autoridades argentinas nos entregaron de forma inmediata a los cubanos que llegaron por distintas vías. Estos compatriotas debieron esperar a veces hasta 48 horas en estaciones de policía o unidades militares, en algunos casos después de caminar durante varios días en condiciones de invierno a través de la cordillera que separa a ambos países. Y siempre, cuando me iban a entregar a alguien, me citaban para las 11 de la noche en la sede central de la Policía Federal, un lúgubre y tristemente célebre edificio en la calle Perito Moreno, instalación que sería atacada con una bomba por Montoneros en 1976 con un saldo de 23 muertos y 110 heridos.
11 de septiembre del 2001: el atentado terrorista contra el World Trade Center en Nueva York y contra el Pentágono en Washington
El hecho de haber visto de cerca la cruda imagen de varias formas de terrorismo me hizo particularmente sensible ante el ataque perpetrado el 11 de septiembre del 2001 contra las torres gemelas del World Trade Center en Nueva York y el Pentágono en Washington. Paradójicamente, pude haber estado en la capital norteamericana por esas fechas, pero no como funcionario del servicio exterior, sino como académico.
En el 2001 ya llevaba 5 años alejado de toda misión diplomática. En 1996, al concluir mi trabajo en Bruselas, donde serví como embajador ante Bélgica y Luxemburgo y jefe de la misión de Cuba ante la Unión Europea, me dediqué a hacer algo que tenía pendiente desde que comencé a colaborar con el Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI) en 1982: terminar mi doctorado y obtener una categoría docente principal. Ambos propósitos se lograron en 1998-1999. Era ya doctor en Ciencias Históricas y Profesor Titular de esa institución.
Me incorporé a la comunidad científica de especialistas cubanos en relaciones internacionales y en tal calidad asistí en el 2001 al XXIII Congreso Internacional de Estudios Latinoamericanos (LASA) en Washington del 6 al 8 de septiembre. El grupo de académicos cubanos era muy amplio.
Como suele suceder en este tipo de actividades, muchos de nosotros teníamos compromisos para quedarnos en Estados Unidos después del congreso en alguna actividad de intercambio académico. Aunque ya en enero del 2001 había tomado posesión el presidente Bush, quien después paralizaría dichos intercambios a partir del 2003, este tipo de vínculos gozaba aún del florecimiento que se vivió en los 8 años de la administración de Bill Clinton. Yo tenía proyectado quedarme 10-15 días más como profesor invitado en la Universidad Americana (American University) de Washington por la preparación para un curso sobre política exterior cubana a estudiantes de esa institución.
El destino se interpuso en mi camino y tuve que cambiar mis planes. Poco antes de salir de La Habana para Washington vía Miami, el rector me dijo que tenía instrucciones del Minrex de viajar a China en cumplimiento de una invitación de la Academia Diplomática de ese país, por lo que me indicaba que cancelara la estancia en la Universidad Americana y regresara a La Habana el día 9 para asumir la dirección del ISRI durante su ausencia, pues yo era el vicerrector docente —aunque interino. También me afirmó que por solicitud del Colegio de Defensa Nacional debía impartir una conferencia el día 11.
Me ahorré una situación imprevista. Después de los atentados del 11 de septiembre del 2001 Estados Unidos quedó paralizado y casi todas las actividades se cancelaron o suspendieron. Centros de estudio como la American University debieron cerrar sus aulas por más de una semana, así que mi estancia allí habría sido frustrada de todas formas, como les sucedió a todos los académicos cubanos que, por una u otra razón, se quedaron en Estados Unidos después del Congreso de LASA.
Mientras volvía a La Habana no podía imaginarme que los días subsiguientes estarían marcados por un hecho de trascendencia global. Estaba impartiendo mi clase sobre política exterior norteamericana en el Colegio de Defensa Nacional en la mañana del 11 de septiembre del 2001 cuando el director —un general de brigada— me interrumpió para decirme que unos aviones habían impactado en las Torres Gemelas. Francamente, estaba tan metido en mi clase que no le di importancia al asunto y seguí como si no hubiera pasado nada.
Tan pronto terminé y vi las imágenes de la televisión me espanté. Fidel Castro, según explicó ese mismo día en un discurso que ya estaba programado en la inauguración del Curso Emergente de Maestros para la enseñanza primaria, en la Ciudad Deportiva, había dado instrucciones de que la televisión nacional transmitiera las noticias sin ninguna censura.
Es obvio que el presidente cubano sí se dio inmediatamente cuenta de la importancia y del impacto que tendrían los acontecimientos de ese día. Y no dudó ni por un momento cuál debería ser la actitud cubana, que resumió en términos explícitos y sintéticos: «Evidentemente, el país había sido víctima de un violento y sorpresivo ataque, inesperado, inusitado, algo verdaderamente insólito». No dudó en agregar: «Era lógico que aquello produjera una conmoción en Estados Unidos y en el mundo, las bolsas de valores comenzaron a derrumbarse, y por la importancia política, económica, tecnológica y el poder de Estados Unidos, el mundo hoy estaba conmovido con aquellos acontecimientos que fue necesario seguir durante todo el día…».
En ese mismo acto, Fidel Castro explicó cuál iba a ser la posición oficial del gobierno cubano con el siguiente razonamiento: «Hoy es un día de tragedia para Estados Unidos. Ustedes saben bien que aquí jamás se ha sembrado odio contra el pueblo norteamericano». Más adelante añadió: «Por eso nosotros —que sabemos no el número exacto, pero que hemos visto escenas impresionantes de sufrimientos y posibles víctimas— hemos sentido dolor profundo y tristeza por el pueblo norteamericano, fieles a la línea que hemos seguido siempre». Y terminó sus argumentos alegando: «Nuestra reacción ha sido la que dije, y quisimos que nuestro pueblo viera las escenas y contemplara la tragedia. Y no hemos vacilado en expresar públicamente nuestro sentimiento».
A continuación, adelantó la posición oficial que, según dijo, ya se había comunicado al gobierno del presidente Bush. Extraigo los elementos centrales:
- «El Gobierno de la República de Cuba ha recibido con dolor y tristeza las noticias sobre los ataques violentos y sorpresivos realizados en la mañana de hoy contra instalaciones civiles y oficiales en las ciudades de Nueva York y Washington, que han provocado numerosas víctimas».
- «Es conocida la posición de Cuba contra toda acción terrorista. No es posible olvidar que nuestro pueblo ha sido víctima durante más de 40 años de tales acciones, promovidas desde el propio territorio de Estados Unidos».
- «Tanto por razones históricas como por principios éticos, el Gobierno de nuestro país rechaza y condena con toda energía los ataques cometidos contra las mencionadas instalaciones y expresa sus más sinceras condolencias al pueblo norteamericano por las dolorosas e injustificables pérdidas de vidas humanas que han provocado dichos ataques».
- «En esta hora amarga para el pueblo norteamericano, nuestro pueblo se solidariza con el pueblo de Estados Unidos y expresa su total disposición a cooperar, en la medida de sus modestas posibilidades, con las instituciones sanitarias y con cualquier otra institución de carácter médico o humanitario de ese país, en la atención, cuidado y rehabilitación de las víctimas ocasionadas por los hechos ocurridos en la mañana de hoy».
Se trataba de una posición esperable y en línea con lo que sentíamos la mayor parte de los cubanos que vivíamos en Cuba, muchos de nosotros víctimas directas o familiares y amigos de quienes sufrieron atentados terroristas.
Sin embargo, lo que más llamó la atención fue que este enfoque constructivo se mantuvo por algún tiempo, a pesar de que la administración Bush reaccionó ignorando la posición cubana y continuando con sus planes hostiles hacia la Isla. En el transcurso de los siguientes doce meses Cuba ratificó los 12 acuerdos internacionales de lucha contra el terrorismo. Otro ejemplo fue su posición constructiva cuando Estados Unidos anunció la apertura del campo de prisioneros de Guantánamo en enero del 2002.
Pero esos gestos no tuvieron ningún impacto. La administración Bush conservó su posición radical contra Cuba. Mantuvo al país en la lista de Estados promotores del terrorismo y, a tono con la declaración del primer mandatario de que consideraría que cualquier país que no estuviera con Estados Unidos sería considerado un enemigo, comenzó planes activos para derrocar al gobierno cubano creando la Comisión para la Ayuda a una Cuba Libre y designando un coordinador de la Transición en Cuba como parte de la estructura del Departamento de Estado.
Los años siguientes vieron un recrudecimiento de la política de cambio de régimen por medio de medidas coercitivas unilaterales y de fomento de la subversión político-ideológica. Por ejemplo, para el 2003 se paralizaron prácticamente los intercambios académicos.
Los hechos comentados producen un profundo rechazo al terrorismo. Nadie puede ser ajeno a lo que significa sesgar vidas de personas inocentes con el fin de alcanzar objetivos políticos. Cada 11 de septiembre recuerdo estos tres acontecimientos que marcaron mi vida.
Referencias
[1] Para todo el proceso que condujo al golpe de Estado, puede consultarse la excelente obra de Tanya Harmer, Allende’s Chile and the Inter-American Cold War (Chapel Hill, University of North Carolina Press, 2011), de la cual hay edición en español.
[2] La terrible historia del general Pinochet y sus vínculos con Estados Unidos puede encontrarse en varias obras del investigador norteamericano Peter Kornbluh, cuyo último libro, Pinochet Desclasificado: Los archivos secretos de Estados Unidos sobre Chile, acaba de ser publicado en Santiago por Ediciones Catalonia.
[3] Para un relato de estos hechos, que incluyen una valoración de la actitud de la dictadura de Pinochet, puede consultarse el libro de Tanya Harmer citado anteriormente.
Fuente: https://jovencuba.com/golpe-asesinato-terrorista/
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