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Los gobiernos que enfrentan el intervencionismo extranjero, un debate muy lejos de ser abstracto o irrelevante

Fuentes: Rebelión

Las fuerzas de reacción han logrado una hegemonía contundente a nivel gubernamental, sin paralelo desde los días de Metternich: en la mayor parte de Europa, América Latina, los EE UU, las Islas Filipinas, Australia, etc. Como resultado, las opciones para los gobiernos de izquierda son más limitadas que hace una década. Cuando Chávez era presidente, […]

Las fuerzas de reacción han logrado una hegemonía contundente a nivel gubernamental, sin paralelo desde los días de Metternich: en la mayor parte de Europa, América Latina, los EE UU, las Islas Filipinas, Australia, etc. Como resultado, las opciones para los gobiernos de izquierda son más limitadas que hace una década. Cuando Chávez era presidente, contaba con el apoyo gubernamental del resto de América Latina casi en su totalidad. Ahora, con Maduro, la situación es lo contrario.

Los gobiernos progresistas ahora se ven en la necesidad de seguir una política más pragmática, y de aprovecharse de los aliados y semi-aliados, cuando es posible. En este contexto, creo que la izquierda debe ocupar un terreno medio entre dos extremos: uno es lo que llamo «el utopianismo de la izquierda» y el otro «el ultra-pragmatismo». El «utopianismo de la izquierda» se caracteriza por una mentalidad purista que ignora los contextos. Esta posición no conduce a nada y por cierto fue rechazada por Marx en sus escritos polémicos en oposición a los socialistas utópicos. Para los «utopistas de la izquierda», la política es «todo o nada». No están interesados en determinar el grado de gravedad de los errores cometidos por los gobiernos progresistas y condenan a todos como «vendidos». Un ejemplo de la falla de esta línea de pensamiento es lo siguiente: la crítica a las políticas «populistas» de los gobiernos progresistas por suministrar dádivas a los grupos no-privilegiados a costa del desarrollo económico no puede recibir el mismo peso que las críticas a la privatización de las industrias estratégicas llevada a cabo por la derecha.

«El utopianismo de la izquierda» en la segunda década del siglo 21 se manifiesta en la posición que condena a Rusia y a China por sus intenciones imperiales y, en efecto, los coloca en el mismo saco con los EE UU. Como Rusia y China ya no son socialistas, y ni siquiera democráticas, y tienen ambiciones globales, entonces lógicamente ellos tienen que ser países imperialistas y no pueden ser menos destructivos y peligrosos que los EE UU. Pero el hecho es que ninguno de esos dos países se comporta como las potencias europeas antes de la Primera Guerra Mundial descritas por Lenin, ni tampoco como los EE UU desde 1946. Además, ni Rusia ni China tienen bases militares en todas partes del mundo, y ambas proveen apoyo político y económico a los gobiernos progresistas como Venezuela. Aunque los acuerdos bilaterales económicos de China y Rusia pueden favorecer sus propios intereses, no vienen con condiciones que promueven la dependencia y las políticas anti-populares, como es el caso del FMI, el Banco Mundial y el gobierno de Washington. En contraste, los EE UU tiene vínculos estrechos con gobiernos conservadores, reaccionarios y represivos como el de Arabia Saudita, Egipto y Colombia, y abiertamente promueve la salida de gobiernos que considera contrarios a sus intereses nacionales (como ha hecho en Libia, Iraq, Afganistán y Venezuela). Por cierto, bajo el gobierno de Donald Trump, el argumento referente a la necesidad de defender los «intereses nacionales» de los EE UU ha sido una justificación para la intervención extranjera cada vez más pronunciada.

Otra manifestación del «utopianismo de la izquierda» y el purismo es la condena total a los gobiernos progresistas que enfrentan una campaña de desestabilización promovida por Washington. Esta posición, a menudo correctamente, apunta a los aspectos negativos de esos gobiernos incluyendo el pragmatismo excesivo (u «oportunismo»), el populismo crudo, y la corrupción, pero termina colocándolos en la misma categoría que los partidos estrechamente aliados con Washington. En el proceso, la posición del «utopianismo de la izquierda» ignora los aspectos positivos. Además, el «utopianismo de la izquierda» no reconoce que los errores cometidos por los gobiernos progresistas son, en gran parte, sobre-reacciones a las acciones ilegales y semi-legales de una oposición con recursos inmensos provenientes de la burguesía local y las potencias extranjeras.

Al extremo contrario es el «ultra-pragmatismo» que se abstiene a criticar a los gobiernos que enfrentan al imperialismo norteamericano. Esta posición tiene varias vertientes. Una se basa en lo que se llama «realpolitik» o el realismo en la política extranjera. Alega que los gobiernos progresistas de los países del tercer mundo y los relativamente pequeños son impotentes frente a las realidades globales, específicamente la presión proveniente de las superpotencias hegemónicas, o sea los EE UU y los países de Europa Occidental. La única estrategia viable es el cultivo de relaciones amistosas con una superpotencia emergente, específicamente Rusia y China. Frente las exigencias globales, las políticas domésticas de los países vulnerables son de consideración secundaria. Otra versión del «ultra-pragmatismo» es la noción que los izquierdistas de los EE UU y otros países del norte deben abstenerse de formular críticas de cualquier tipo a los gobiernos progresistas que están siendo amenazados por el imperialismo. Como los izquierdistas del norte no son ciudadanos de esas naciones, no tienen derecho de criticarlos. Además, como esos gobiernos están siendo sitiados, cualquier crítica de ellos mina el esfuerzo de defender la soberanía nacional.

Rechazo la posición ultra-pragmática por varias razones. Lo más importante es que los gobiernos progresistas en América Latina en el siglo 21 han cometido graves errores en un contexto democrático, que son temas de mucha trascendencia para la izquierda en todos los países democráticos, tanto en el norte como el sur. Aunque esos errores a menudo son sobre-reacciones a las campañas desestabilizadoras llevadas a cabo por las fuerzas de reacción, sin embargo, los errores tienen que ser analizados y las lecciones asimiladas. Este proceso de aprendizaje no es académico o superfluo, sino es un imperativo de gran importancia. No es suficiente para la izquierda rechazar las políticas populistas con el único argumento que impiden el desarrollo económico. Las razones por las cuales los gobiernos han recurrido a las políticas populistas tienen que ser consideradas, conjuntamente con alternativas realistas. En breve, hay una necesidad urgente del análisis objetivo serio de las situaciones complejas que enfrenta la izquierda en el poder, y el proceso de revisión no puede ser exclusivo de los ciudadanos de cada país respetivo.

Además, el ultra-pragmatismo de la izquierda ignora el hecho de que los izquierdistas, a través de la historia, siempre han sido caracterizados por la motivación idealista. Las posiciones principistas que asumen, y su comportamiento ejemplar y sacrificios, los distinguen de aquellos ubicados en otra parte del espectro político, e históricamente, han sido su punto fuerte. Por eso, hay una razón «pragmática» por la cual la izquierda no puede pasar por alto, o minimizar la gravedad, de la corrupción y el comportamiento oportunista en general. Cualquier vacilación en este sentido desacredita la izquierda y la despoja de una de sus banderas más importantes: la honestidad.

Finalmente, la izquierda no puede perder de vista el hecho que China y Rusia son aliados coyunturales. Los comunistas ortodoxos tienden a tener más simpatía para China que para Rusia. Pero en ambas naciones, su sistema económico no es conducente a la solidaridad internacional (en contraste con los esfuerzos del gobierno cubano en el transcurso del último medio siglo) y su sistema político no es un modelo para emular. A veces, parece que los «ultra-pragmatistas» ignoran estas consideraciones.

El Presidente Maduro y la dirigencia chavista en general no sirven como fuente de inspiración internacional como fue el caso de Chávez. Sin embargo, contrario al pensamiento de los «utopistas izquierdistas», los rasgos positivos del gobierno de Maduro deben ser señalados, no solamente porque contrarrestan la cobertura engañosa de los medios comerciales de comunicación, sino porque realzan la efectividad de la muy necesaria solidaridad internacional. Estas consideraciones «pragmáticas» tienen que ser tomadas muy en cuenta en cualquier discusión sobre el anti-imperialismo en el siglo veintiuno.

 

Originalmente publicado en ingles: https://zcomm.org/znetarticle/support-for-governments-under-imperialist-siege/ Traducido al español con la ayuda de José Gregorio Tovar.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.