1.- El Pensamiento Marxista. Hasta que Marx y Engels descubrieron el materialismo histórico, los pensadores socialistas estuvieron vagando por diversos planteamientos ideológicos, pero sin poder crear un verdadero socialismo científico. Engels en su obra «Del Socialismo Utópico al Socialismo Científico», nos lo expone diciendo: «…el socialismo anterior criticaba el modo capitalista de producción existente y […]
1.- El Pensamiento Marxista.
Hasta que Marx y Engels descubrieron el materialismo histórico, los pensadores socialistas estuvieron vagando por diversos planteamientos ideológicos, pero sin poder crear un verdadero socialismo científico. Engels en su obra «Del Socialismo Utópico al Socialismo Científico», nos lo expone diciendo: «…el socialismo anterior criticaba el modo capitalista de producción existente y sus consecuencias, pero no acertaba a explicarlo, ni podía, por tanto, destruirlo ideológicamente, no se le alcanzaba más que repudiarlo, lisa y llanamente, como malo.«.
Gracias al descubrimiento del materialismo histórico, el socialismo pudo abandonar su especulación ideológica y empezar a ser una ciencia. Marx y Engels se dieron cuenta, de que todas las ideas éticas, morales, filosóficas, políticas, religiosas, etc, todas las ideas que componen la ideología de cualquier sociedad, son fruto en última instancia de su sistema productivo, de su economía y de la explotación del hombre por el hombre. Al analizar la historia de la humanidad, se dieron cuenta de que cada uno de los sistemas productivos que habían existido a lo largo de los tiempos, se había creado su propia ideología. Tan pronto como los sistemas productivos de una sociedad cambian, cambian las ideas sociales e ideológicas de esta. Ideas como la virtud, la decencia, el honor, la dignidad, la vergüenza, la culpa o el pudor, son distintas en cada sociedad, y se generan principalmente, debido a su sistema económico. El determinante de todo sistema ideológico, es el sistema productivo de la sociedad en que existe esa ideología. Son las relaciones materiales y económicas de una sociedad, las que condicionan y generan sus concepciones espirituales e ideológicas, no al revés.
No es que la situación material, económica y productiva sea lo único que genera las concepciones ideológicas de los hombres, siendo todo lo demás insustancial, sino que es el elemento más importante que las genera. Engels en una carta a W Borgius se lo expone diciéndole: «No es que la situación económica sea la causa, lo único activo, y todo lo demás efectos puramente pasivos. Hay un juego de acciones y reacciones, sobre la base de la necesidad económica, que se impone siempre, en última instancia.» El pretender que la situación económica es lo único activo, es propio de marxistas burdos y soeces.
Además, Marx y Engels se dieron cuenta, de que dentro de la economía y de las relaciones de producción de una sociedad, el factor más importante es la relación entre explotadores y explotados. Este es uno de los condicionantes más importante de las ideologías oficiales, pues estas están diseñadas, para servir a los intereses de las clases explotadoras. Engels en «Del Socialismo Utópico al Socialismo Científico» nos dice: «Los nuevos hechos obligaron a someter toda la historia anterior a nuevas investigaciones, entonces se vio que, con excepción del estado primitivo, toda la historia anterior había sido la historia de las luchas de clases, y que estas clases sociales pugnantes entre sí eran en todas las épocas fruto de las relaciones de producción y de cambio, es decir, de las relaciones económicas de su época: que la estructura económica de la sociedad en cada época de la historia constituye, por tanto, la base real cuyas propiedades explican en última instancia, toda la superestructura integrada por las instituciones jurídicas y políticas, así como por la ideología religiosa, filosófica, etc., de cada período histórico… Ahora, el idealismo quedaba desahuciado de su último reducto, de la concepción de la historia, sustituyéndolo una concepción materialista de la historia, con lo que se abría el camino para explicar la conciencia del hombre por su existencia, y no esta por su conciencia, que hasta entonces era lo tradicional.«. Hasta entonces se explicaba la historia de la humanidad, haciendo hincapié en a la variación de las mentalidades a lo largo de los tiempos. Marx y Engels se dieron cuenta, de que lo que variaban eran las relaciones materiales y de producción, y que estas son las que crean las ideologías y las que hacen cambiar las ideas de los hombres. Que las ideas políticas, jurídicas, religiosas o filosóficas, están determinadas principalmente por la estructura material y económica de la sociedad en que se originan.
A partir de este momento, fue posible crear un socialismo científico, basado en razonamientos objetivos, pues hasta entonces, el socialismo vagaba entre ideas subjetivas y razonamientos ideológicos. Desde ese momento, fue posible empezar a luchar contra la explotación a la que estaban sometidos los trabajadores, mediante métodos objetivos y científicos.
Engels prosigue su exposición en «Del Socialismo Utópico al Socialismo Científico», diciendo: «Mas de lo que se trataba era, por una parte, de exponer ese modo capitalista de producción en sus conexiones históricas y como necesario para una determinada época de la historia, demostrando con ello también la necesidad de su caída, y, por otra parte, poner al desnudo su carácter interno, oculto todavía. Este se puso de manifiesto con el descubrimiento de la plusvalía. Descubrimiento que vino a revelar que el régimen capitalista de producción y la explotación del obrero, que de él se deriva, tenían por forma fundamental la apropiación de trabajo no retribuido; que el capitalista, aun cuando compra la fuerza de trabajo de su obrero por todo su valor, por todo el valor que representa como mercancía en el mercado, saca siempre de ella más valor que lo que le paga y que esta plusvalía es, en última instancia, la suma de valor de donde proviene la masa cada vez mayor del capital acumulada en manos de las clases poseedoras. El proceso de la producción capitalista y el de la producción de capital quedaban explicados.«.
Marx demostró, que la burguesía se apoderaba de parte del trabajo realizado por los obreros, de la misma forma que los esclavistas se apoderaban de parte del trabajo de los esclavos, o como lo hacían los señores feudales, apoderándose de parte del trabajo de los siervos de la gleba. Todas las inmensas riquezas atesoradas por la burguesía, que exceden con mucho a las que se pudieron acaparar en otros sistemas de producción, son la acumulación del trabajo no pagado a los proletarios. Engels en una reseña sobre El Capital, que nunca llegó a publicarse en vida de este, nos lo explica diciendo: «¿Cuál es el valor de la fuerza de trabajo? Es, según la conocidísima ley, el valor de los medios de vida necesarios para que el obrero se sustente y perpetúe, dentro de las condiciones históricas concretas de un país y una época dados. Partimos del supuesto de que al obrero se le retribuye la fuerza de trabajo por su valor íntegro. Supongamos, además, que este valor se traduce en un trabajo de seis horas diarias o de medía jornada de trabajo. El capitalista, sin embargo, afirma que él ha comprado la fuerza de trabajo para toda la jornada y hace que el obrero trabaje doce o más horas. Por tanto, suponiendo que la jornada de trabajo dure doce horas, el capitalista obtiene el producto de seis horas diarias de trabajo sin pagar nada por él. De donde Marx deduce que toda plusvalía -cualquiera que sea el modo cómo se distribuya, en forma de ganancia del capitalista, de renta del suelo, de impuestos, etc.- es trabajo no retribuido.«. Todo el capital acumulado en las grandes fortunas burguesas, es trabajo acumulado, mediante la constante acumulación de la plusvalía durante largo tiempo, siendo las tres formas principales de plusvalía: la ganancia capitalista generada directamente mediante los beneficios empresariales, la generada mediante las rentas del suelo y otros bienes naturales, y por último la obtenida mediante los impuestos. Marx y Engels aseguran que los impuestos son una forma de plusvalía, pues son una forma de trabajo no retribuido. Los impuestos son una forma de explotación de la clase trabajadora.
Y prosigue Engels diciendo en su reseña sobre El Capital: «De este trabajo no retribuido viven absolutamente todos los miembros ociosos de la sociedad. De él salen los impuestos y contribuciones que perciben el estado y el municipio y que gravan sobre la clase capitalista, las rentas de los terratenientes, etc. Sobre él descansa todo el orden social existente.«. Sobre los impuestos burgueses descansa el orden social, económico y de explotación burgués, por lo que todo marxista debe estar en contra del sistema impositivo burgués. Los impuestos salen de la plusvalía generada por el proletariado o directamente de las rentas de este y sobre ellos descansa el orden social burgués. Los impuestos son uno de los pilares de la ideología de la clase dominante, que sirven para apuntalar la verdad oficial y el pensamiento único de los explotadores.
En otra reseña sobre El Capital, esta publicada en la «Elberfelder Zeitung», Engels no vuelve a relatar cual es el origen del capital: «¡Cincuenta pliegos de erudición para demostrarnos que todo el capital de nuestros banqueros, comerciantes, fabricantes y grandes terratenientes no es más que trabajo acumulado, trabajo arrancado sin retribución a la clase obrera!«.
Gracias al materialismo histórico, es posible analizar de una forma objetiva y científica la producción capitalista y sus sistemas de explotación basados en la obtención de plusvalía para crear más capital. Engels en «Del Socialismo Utópico al Socialismo Científico», nos lo expone de esta forma: «Estos dos grandes descubrimientos: la concepción materialista de la historia y la revelación del secreto de la producción capitalista, mediante la plusvalía, se los debemos a Marx. Gracias a ellos, el socialismo se convierte en una ciencia, que sólo nos queda por desarrollar en todos sus detalles y concatenaciones.«. En el desarrollo de esta ciencia, posiblemente el mayor fracaso que ambos cosecharon, fue la imposibilidad de explicar de una forma científica y objetiva la causa de las crisis económicas, que generan el paro obrero.
En las crisis, parece haber una mezcla de sobreproducción y de subconsumo. Por una parte, parece como si las empresas produjesen más de lo que hace falta y se puede vender, acumulándose las mercancías sin posibilidad de salida en el mercado. Por otra, parece como si los consumidores no quisieran comprar lo que se ha producido. Marx y Engels se dieron cuenta, de que las crisis económicas no pueden ser un problema de subconsumo, sino que tienen que serlo de sobreproducción. Respondiendo a Eugenio Dühring, Engels indica: «…hace falta una gran dosis de radical cara dura para explicar el actual colapso de la salida del hilado de algodón y sus tejidos en Inglaterra por el subconsumo de las masas inglesas, y no por la sobreproducción de los fabricantes ingleses de algodón.«. En otro párrafo del Antidurin, Engels nos explica porqué los ciclos económicos no pueden ni deben explicarse mediante el subconsumo, sino por causa de la sobreproducción: «Pero el hecho es que el subconsumo de las masas, la limitación del consumo de éstas a lo imprescindible para el sustento y la reproducción, no es en absoluto cosa nueva. Ha existido siempre que ha habido clases explotadoras y explotadas… Si, pues, el subconsumo es un hecho histórico constante desde hace milenios, mientras que el bloqueo general de la salida de las mercancías que se produce en las crisis a consecuencia del exceso de producción no es visible sino desde hace cincuenta años, toda la trivialidad económico-vulgar del señor Dühring consiste en explicar la nueva colisión no por el nuevo fenómeno de la sobreproducción, sino por el del subconsumo, que tiene milenios de edad. Es como si en matemáticas se quisiera explicar la variación de la razón entre dos magnitudes, una variable y otra constante, no por el hecho de que la variable ha variado, sino por el de que la constante sigue siendo idéntica. El subconsumo de las masas es una condición necesaria de todas las formas de sociedad basadas en la explotación, y, por tanto, también de la sociedad capitalista; pero sólo la forma capitalista de la producción lleva ese subconsumo a elemento de una crisis. El subconsumo de las masas es, pues, también una condición de las crisis, y desempeña en ellas un papel de antiguo conocido; pero nos informa tan poco de las causas de la actual existencia de las crisis como de las causas de su anterior inexistencia.«. El tiempo le ha venido a dar la razón a Engels, pues actualmente el consumo es mucho mayor que en tiempos de capitalismo del siglo XIX, pero esto no ha hecho remitir las crisis, sino que su virulencia se ha acentuado. Aunque el consumo ha aumentado ampliamente, sigue habiendo un problema de sobreproducción, luego el problema de las crisis está en la sobreproducción y no en el subconsumo. La explicación de las crisis económicas, tiene que estar en una variable económica, que aparece con el capitalismo, y que no puede existir en ningún otro sistema económico de ningún lugar y de ningún momento histórico.
La razón de esta sobreproducción de bienes y servicios, tiene que estar en algo que aparece a finales del siglo XVIII o principios del siglo XIX, y que no había existido nunca anteriormente. Las crisis son propias del capitalismo y no se ha dado nunca nada parecido en ninguna otra sociedad ni en ningún otro periodo histórico. Marx y Engles sospechaban de la enorme capacidad de producción del capitalismo, especialmente gracias a la fuerza de la máquina de vapor, pero nunca pudieron probarlo. Tras la muerte de Marx, Engels abandonó esta hipótesis, indicando como causa de las crisis económicas, la «anarquía en la producción», pero sin poder explicar a qué se debía exactamente, esta anarquía productiva. El elemento nuevo en la economía, que comenzó a generar las crisis hace dos siglos, era el nuevo tipo de moneda, que como posteriormente veremos, es un factor muy importante en la explotación capitalista.
2.- La Nueva Moneda.
La moneda no es algo estable, sino que ha estado sometida a un cambio dialéctico a lo largo de los tiempos. Actualmente las monedas no son más que vales con los que se pueden comprar cosas, pero no siempre ha sido así. La moneda tiene una historia, pues ha ido evolucionando a través de los tiempos.
El primer medio de intercambio que encontraron los hombres, fue el trueque. Cuando algunos productos empezaron a ser sistemáticamente utilizados como elementos de trueque, estos se convirtieron en monedas, destacando sobre todos, los metales preciosos. Al principio, los metales preciosos se utilizaban en lingotes, que tenían un sello o cuño, que garantizaba su metal y su peso. Los lingotes se fueron haciendo cada vez más pequeños, hasta que quedaron reducidos a unos cilindros, con un cuño delante y otro detrás, originando las monedas. Estas monedas valían lo que valía su metal y se podían comprar y vender al peso. Para fundir una campana de bronce, se podían comprar lingotes de bronce o se podían acumular monedas de bronce, pues al peso, el valor de los lingotes y el de las monedas era el mismo.
Durante siglos, la humanidad comerció con monedas de metal, que valían lo que valía su metal. A finales del siglo XVIII, comenzó una nueva variación en la historia del dinero, con la invención del primer papel moneda. Este consistía, en un certificado de depósito de metales preciosos en un banco. En vez de acarrear las monedas en un cofre, era más sencillo llevar un certificado de depósito, acreditando que el metal precioso estaba ingresado en un banco. Cuando era necesario, se podía acudir al banco y cambiar el certificado por las monedas. De esta forma el oro circulaba mediante papel moneda, mientras estaba depositado en una caja fuerte.
El estado acabó haciéndose con el monopolio de la emisión de papel moneda, prohibiendo esta actividad a los bancos comerciales. Cada país se creó su banco central: el Banco de España, el Banco de Inglaterra, el Banco de Francia, el Banco de Portugal etc, que era propiedad del estado y el único que podía emitir papel moneda.
Estos bancos centrales, en momentos de gran necesidad nacional, emitían papel moneda sin respaldo de metales precios y después compraban el metal necesario para respaldar la emisión, o bien la retiraban del mercado con posteridad. Durante la primera guerra mundial, el banco de Inglaterra emitió libras sin respaldo metálico, para poder costear la guerra. En 1926 se intento arreglar esta situación de moneda sin respaldo metálico, pero esto suponía una fuerte disminución de los salarios y una huelga general paralizó el intento. En 1931, en lo más profundo de la gran crisis, el gobierno británico anunció que la libra nunca más se cambiaría por oro, quedando los billetes bancarios en una situación de indefinición. Estaban respaldados por oro, pero no eran canjeables por oro, y parte de ese oro no existía.
Tras la segunda guerra mundial, los países occidentales crearon un nuevo sistema monetario, basado en el dólar. Este se cambiaba por oro y los gobiernos de las monedas que estaban es este sistema, se comprometían a mantener una cotización fija de su propia moneda con respecto el dólar. El sistema funcionó hasta principio de los años setenta, en que el canje de dólares por oro se hizo tan intenso, que fue necesario cerrar la ventanilla de canje de dólares por metales preciosos. A partir de ese momento, las monedas de los países capitalistas pasaron a ser meros vales contra el producto social, sin respaldo metálico alguno.
Los euros que utilizamos actualmente, no son más que vales destinados al intercambio, sin más respaldo que la confianza que en ellos tiene la población. El euro, como la mayoría de las monedas actuales, es una moneda fiduciaria sin más respaldo que la confianza de la población. Marx y Engels se dieron cuenta, de que desde finales del siglo XVIII, había algo nuevo que provocaba las crisis, pero ni siquiera sospecharon, que la causa era el cambio en el tipo de moneda. Lo que les confundió, fue que la revolución industrial basada en la máquina de vapor, es un proceso paralelo al inicio del cambio del tipo de moneda.
3.- La Moneda y Las Crisis.
Las crisis son un fenómeno económico rarísimo, que sólo se produce en las economías capitalistas. En toda la historia de la humanidad, no existe ninguna sociedad, ni ninguna economía, en que haya sucedido algo parecido.
De repente y sin explicación aparente, comienza un problema de sobreproducción, que origina la crisis. Existen muchas más mercancías de las que es posible vender y los mercados se colapsan por exceso de productos. Las empresas se encuentran con los almacenes llenos al no poder dar salida a sus productos, por lo que deciden disminuir la producción. Para esto es necesario despedir trabajadores o acortar la jornada laboral, pues sólo se puede disminuir la producción de una industria o negocio, si disminuyen las horas trabajadas en este. En consecuencia, se produce una disminución de los ingresos de los obreros, lo que a su vez provoca una disminución del consumo, por lo que el problema de la sobreproducción no se soluciona.
Para solventar el problema de la sobreproducción y de la falta de mercados, las empresas despiden trabajadores, pero según aumenta el paro, la capacidad adquisitiva de los trabajadores va disminuyendo, por lo que no deja de haber sobreproducción. La crisis es cada vez más profunda, los mercados están cada vez más parados y el número de desempleados crece sin cesar, pero de repente, sin que tampoco haya causa aparente para ello, la crisis se termina y empieza la recuperación económica.
El inicio y el fin de las crisis económicas, es aparentemente aleatorio, pero se origina por dos causas: la existencia de una moneda fiduciaria sin respaldo de metales preciosos y la variación de la cantidad de esta moneda en la economía. Para comprenderlo, vamos a imaginarnos una economía con una moneda fiduciaria compuesta por vales destinados al intercambio, en la que la cantidad de moneda disminuye constantemente. El banco central de este país, retira de circulación todos los meses, el 1% de la moneda que hay en dicha economía. Esto quiere decir que pasado un año, habrá desaparecido más del 12% de la moneda que había en circulación.
Marx explica en el primer capítulo de El Capital, que el precio de las cosas viene determinado principalmente por la cantidad de trabajo que se necesita para producirlas: «lo que determina la magnitud de valor [precio] de un objeto no es más que la cantidad de trabajo socialmente necesaria, o sea el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción.«. De la misma forma que hay marxistas torpes y soeces, que defienden que el entorno material y productivo es la única causa que genera la ideología de los hombres, considerando que todo lo demás no influye en modo alguno; existen también economistas marxistas, que defienden que la cantidad de trabajo es la única causa del valor de las cosas. Esta es la causa principal, lo que no quiere decir que no existan otras muchas causas secundarias, como por ejemplo la oferta y la demanda.
Cuando las monedas se fabricaban con metales preciosos, su valor era aproximadamente el del metal con el que estaban acuñadas. Como la moneda fiduciaria actual no está respaldada por valor o trabajo alguno, la principal causa de su valor, es la abundancia o escasez de esta.
Si en una economía con moneda fiduciaria, reducimos mensualmente en un 1% la cantidad de moneda en circulación, parecerá que los precios bajan todos los meses un 1%, pero los precios están estables, lo que varía es el valor de la moneda, que aumenta debido a su escasez. En esta economía, quien guardase en una caja fuerte un mazo de cien billetes, al cabo de un año habría ganado más de un 12%, por el sólo hecho de tener el dinero guardado. Ahora sólo tendrá que gastar unos 88 billetes, para comprar lo que antes valía 100 billetes.
En esta economía, con una reducción de precios constante del 1 % mensual, nadie invertirá su dinero en un negocio que no dé más de un 12 % anual, pues sólo con tener el dinero guardado, ya conseguirá ese interés y sin ningún riesgo. La economía de este país entrará en crisis, cuando el tipo de interés de mercado, baje hasta el 12%. Ninguna empresa estará dispuesta a vender sus productos, si no consigue por lo menos un 12% de interés, pues antes preferirá reducir su producción y convertir su capital circulante en dinero. Se generará una sobreproducción, pues las empresas nunca venderán a unos precios que les den un interés inferior al 12% sobre el capital invertido, cuando sólo con tener el capital guardado en forma de dinero, ya tienen asegurado un interés del 12%. Ningún explotador contratará a un trabajador, si no consigue explotarle, consiguiendo al menos un 12% de interés anual sobre el capital invertido. Antes preferirá conservar su capital en forma de dinero, pues de esta forma consigue un interés seguro del 12%.
En una economía con moneda fiduciaria, en la que aumenta la cantidad de esta en un 1% mensual, la inflación será de algo mayor del 12% anual. Si alguien guarda un fajo de cien billetes durante un año, después de este, su valor de compra será igual al de 88 billetes de hace un año. Sólo por tener el dinero guardado, ha tenido unas pérdidas de algo más del 12%. En esta economía es muy difícil que haya crisis, y estás si se producen, serán muy cortas y moderadas. Cuando el tipo de interés baje hasta el 0%, siempre será mejor invertir al 0%, que guardar el dinero a un interés negativo del -12%. Siempre será mejor invertir al -5%, perdiendo anualmente sólo el 5% de lo invertido, que guardarlo en forma de dinero al -12%, perdiendo anualmente el 12% de su valor. En esta economía no habrá sobreproducción, hasta que el tipo de interés de mercado, caiga al -12%. Si hay sobreproducción con un tipo de interés de mercado del -3%, las empresas no tendrán ningún inconveniente en bajar aun más sus precios, aunque su capital reciba un tipo de interés del -4% o del -5%, luego no se producirá una sobreproducción. No habrá sobreproducción, salvo que el tipo de interés del mercado, caiga hasta el -12%. No habrá crisis, salvo que el tipo de interés real caiga al -12%, y en este caso la crisis será corta, moderada y pasajera.
En la economía española actual, la misión del Banco Central Europeo, consiste en garantizar la estabilidad de precios, que es como decir, que su cometido es mantener estable la cantidad de moneda. En este caso, mientras los tipos de interés real sean superiores al 0%, no estallará una crisis. Si disminuye la demanda de productos, las empresas lo solucionarán bajando los precios, hasta que estos sean tan bajos, que den un tipo de interés del 0% sobre el capital invertido, por debajo de este punto nunca bajarán los precios, pues preferirán guardar su capital circulante en forma de dinero, antes de recibir un tipo de interés negativo, lo que originará el inicio de una crisis. Con una moneda fiduciaria y estabilidad de precios, ninguna empresa querrá vender sus productos por debajo del precio del coste, pues si así lo hace, obtendrá un beneficio sobre el capital invertido, inferior al 0%.
Una cantidad muy importante de la plusvalía obtenida por la burguesía, se destina a formar capital, por lo que el capital aumenta cada vez más. La plusvalía genera más capital y el capital genera más plusvalía. Esto hace que a largo plazo, el tipo de interés acabe cayendo por exceso de capital, pues cuanto mayor es este, más bajo es el tipo de interés. Si el beneficio de guardar el capital en forma de dinero, es mayor que el que se obtiene invirtiéndolo, entonces se originará una crisis con su sobreproducción correspondiente, su aumento del desempleo obrero y la consecuente caída de la producción, que no evitará el problema de la sobreproducción. Aparentemente, las crisis se originan de forma inesperada e incomprensible, pero la causa es siempre la misma, el que es más rentable guardar el dinero que invertirlo. Pero eso se soluciona fácilmente restableciendo la libre competencia en el mercado de capitales, al aumentar de forma constante pero moderada la cantidad de dinero, para que este se deprecie constantemente y no resulte conveniente el guardarlo. Al restringir la cantidad de dinero en circulación, de tal manera que el tener dinero es más rentable que invertirlo a los tipos de interés del mercado, la burguesía destruye la libre competencia en el mercado de capitales, asegurándose un tipo mínimo de interés. Controlando la cantidad de dinero de hay en una economía, es posible destruir la libre competencia en el mercado de capitales, haciendo que el tipo de interés de mercado, no pueda bajar de un cierto nivel. Si el tipo de interés del mercado cae hasta este tipo de interés mínimo, fijado de forma artificial mediante la manipulación de la moneda, la economía se desajusta y comienza una crisis.
Al principio del capitalismo, la burguesía creía que cuanto más cayeran los salarios, más plusvalía obtendría de los obreros. Posteriormente se dio cuenta de que esto no es cierto, pues si los salarios de los trabajadores caen en todos los sectores de la economía, entonces el consumo también disminuye, por lo que los precios tienden a bajar, para poder vender la misma cantidad de mercancías. Si un solo empresario disminuye el salario de sus trabajadores, aumenta su ganancia, pero si lo hacen todos a la vez, esto no sucede de la misma forma, pues disminuye el poder adquisitivo de los trabajadores, lo que hace caer los precios de los productos de consumo.
4.- Los Impuestos.
Las crisis se producen por un problema de sobreproducción. En una economía en estado de libre competencia, la oferta y la demanda tienden a equilibrase en el mercado de bienes y servicios. A mayor demanda aumentan los precios y a menor demanda diminuyen. A mayor oferta disminuyen los precios y a menor oferta aumentan. En una economía en libre competencia, la oferta y la demanda siempre llegan a un punto de equilibrio.
Las crisis se producen, porque el mecanismo que equilibra la oferta y la demanda, queda destruido al impedirse que los tipos de interés puedan bajar de un cierto nivel, que normalmente es el 0%. Llega un momento, en el que los precios de mercado reportan a las empresas un beneficio sobre el capital invertido del 0%. Los mercados se desajustan, porque los precios no pueden bajar por debajo de este nivel, no pudiéndose regular automáticamente la oferta y la demanda. Hay una gran cantidad de productos que no se pueden vender, pues para ello habría que bajar los precios, generando a las empresas un beneficio negativo o pérdida, sobre el capital invertido. Antes que vender por debajo del precio de coste, las empresas preferirán dejar de producir, pues convirtiendo su capital en dinero, tienen asegurado un tipo de interés seguro del 0%.
En una economía en libre competencia con una moneda fiduciaria, si la cantidad de capital que hay en esa economía es menor que la necesaria, el tipo de interés será positivo, si ambos son iguales será nulo, y si hay más capital del necesario, entonces el tipo de interés real del mercado será negativo. Pero en una economía con una moneda fiduciaria, para que el mercado de capitales permanezca en libre competencia, es necesario que se cree la suficiente cantidad de moneda, como para que el guardar el capital en forma de dinero, no reporte un interés mayor que el invertirlo a tipos de mercado. El empresario sólo contratará a un trabajador, si le puede explotar obteniendo un beneficio superior al que obtendría guardando su capital en forma de dinero, de lo contrario, el trabajador se quedará en el paro.
Si mediante la manipulación de la cantidad de moneda, se rompe la libre competencia en el mercado de capitales, impidiendo que los tipos de interés bajen de un determinado nivel, entonces cuando los tipos de interés de mercado llegan a este tope inferior, se producirá una crisis. Llegará un momento en el que a las empresas se les llenarán los almacenes de productos, pues si la cantidad de moneda permanece estable, entonces se negarán a vender sus productos por debajo del precio de coste. Ante esta situación de almacenes llenos, decidirán reducir la producción y en consecuencia la cantidad de horas trabajadas. Esto disminuye los ingresos de los trabajadores en general, por lo que disminuye el poder de compra de la población, cayendo todavía más la demanda de bienes y servicios. Esto genera un nuevo problema de sobreproducción, que se intenta resolver disminuyendo de nuevo las plantillas laborales y esto disminuye el consumo, creándose el círculo vicioso de las crisis.
La crisis se terminará, cuando debido al desempleo, el conjunto de la población haya disminuido sus ahorros hasta tal extremo, que los tipos de interés empiecen a ser de nuevo positivos y se recupere el equilibrio en el mercado de capitales, y en consecuencia en el de bienes y servicios. Las crisis se terminan, cuando el paro ha obligado a muchos obreros a vivir de sus ahorros. Estos son una forma de capital, que normalmente se deposita al 0% en entidades de crédito, que posteriormente lo invierten en donde consideran conveniente. La crisis continuará hasta que la economía se encuentre en tan mal estado, que el capital destruido sea el suficiente como para restablecer el equilibrio en el mercado de capitales. En ese momento, las empresas empezarán a vender de nuevo sus productos por encima del precio de coste, y la economía se reanimará, hasta que debido a esta recuperación, la cantidad de capital aumente hasta provocar otra crisis. Debido al aumento constante del capital, llegará un momento en que este sea superior al necesario, y debido a la estabilidad de precios en la economía, cuando el tipo de interés de mercado baje al 0%, entonces estallará una nueva crisis.
La solución a las crisis consiste en crear el suficiente dinero, como para que el guardar el dinero como forma de inversión, no sea más rentable que el invertirlo en procesos productivos. Consiste en impedir que el dinero deje de ser un medio de cambio con el que se compra y se vende, y pase a convertirse en una forma de acumular riqueza. Si se aumenta la cantidad de dinero de forma adecuada, el mercado de capitales se ajusta automáticamente generando tipos de interés negativos, cuando el capital es mayor que las posibilidades de inversión de la economía, pero esto supondría la constante perdida de valor real de los capitales invertidos. En una economía capitalista avanzada en libre competencia, los capitales en vez de aumentar continuamente debido a la acumulación de plusvalía, disminuirían continuamente debido a los tipos de interés negativos determinados por el mercado.
La política fiscal, es una forma de intentar parchear mediante chapuzas, la falta de libre competencia en el mercado de capitales. En vez de aumentar la cantidad de moneda para que la economía encuentre su punto de equilibrio de forma automática, se intenta resolver el problema de la sobreproducción, mediante el gasto público. En una economía con precios constantes, no hay libre competencia en el mercado de capitales, desde el momento en que los tipos de interés de mercado caen al 0%. Los precios bajarán hasta el precio de coste, ajustando la oferta y la demanda, pero debido a la falta de libre competencia en el mercado de capitales, no bajarán de este nivel, desequilibrando el mercado de bienes y servicios, lo que desequilibrará el mercado de trabajo y así continuamente hasta dejar en un estado de anarquía todo el sistema económico. La solución que aporta la política fiscal a este problema, consiste en que el estado compre los excedentes de producción. El estado se convierte en una máquina de comprar y gastar, para evitar que estalle la crisis o que esta se haga más profunda. De esta forma, se intenta solventar el problema de la sobreproducción que desajusta el mercado de bienes y servicios, evitando que se desajuste el mercado de trabajo y en general que la economía termine en un estado de mayor anarquía.
En una economía equilibrada y en libre competencia, el objetivo de los impuestos debe ser el cubrir los servicios públicos y el redistribuir la riqueza. Por una parte, cada cual debe de pagar los servicios que recibe de las administraciones públicas, como el alumbrado de calles o la recogida de basuras. Por otra parte, los impuestos deben ser una forma de redistribución de la riqueza, cobrándose más a los más ricos y menos a los pobres, aunque reciban las mismas prestaciones. Por ejemplo, el asfaltado de las calles de una localidad, tiene el mismo precio en el centro de la ciudad que en la periferia, pero la contribución urbana de las fincas del centro, debe ser mayor que el de las de la periferia. De esta forma, se produce una cierta redistribución de la riqueza, aunque de poca importancia. Poco después de crearse La Primera Internacional, Marx escribió unas consignas tituladas: «Instrucción sobre Diversos Problemas a los Delegados del Consejo Central Provisional», en la que el punto 7 trataba sobre los impuestos. En el apartado a) de dicho punto, se indica: «No hay modificación de la forma de gravámenes impositivos que produzca cambios importantes en las relaciones entre el trabajo y el capital.«. Las mejoras que se pueden producir en la situación de los explotados por causa de unos impuestos progresivos, deben ser consideradas como muy poco importantes. Unos impuestos fuertemente progresivos, apenas modifican la situación que se crea debido al sistema de explotación capitalista.
El objetivo del sistema fiscal burgués actual, no consiste en cobrar los servicios públicos y aún menos en redistribuir la riqueza, sino en aumentar el consumo y en disminuir el ahorro. La falta de libre competencia en el mercado de capitales, hace que se produzcan las crisis económicas por un exceso de ahorro y de producción. En vez de aumentar la cantidad de moneda en circulación para que la economía se ajuste automáticamente, lo que provocaría tipos de interés negativos, lo que se hace es eliminar el ahorro mediante los impuestos y aumentar el consumo mediante el gasto público. Al cobrar impuestos, los trabajadores tienen menos renta y ahorran menos, y ese ahorro cobrado en forma de impuestos, es destinado al consumo público, intentando resolver el problema de la sobreproducción de esta forma.
El defender el establecimiento de impuestos burgueses fuertemente progresivos, como una forma suprema de redistribución y justicia social, es propio del socialismo pequeño burgués, pero totalmente contrario al socialismo científico basado en el materialismo histórico. Marx nos lo expone en «La Lucha de Clases en Francia de 1848 a 1850», cuando explica cual era la postura de estos pequeños burgueses durante este periodo: «De este socialismo burgués, que, naturalmente, como todas las variedades del socialismo, atrae a un sector de obreros y pequeños burgueses, se distingue el peculiar socialismo pequeñoburgués, el socialismo par excellence. El capital acosa a esta clase, principalmente como acreedor; por eso ella exige instituciones de crédito. La aplasta por la competencia; por eso ella exige asociaciones apoyadas por el Estado. Tiene superioridad en la lucha, a causa de la concentración del capital; por eso ella exige impuestos progresivos, restricciones para las herencias, centralización de las grandes obras en manos del Estado y otras medidas que contengan por la fuerza el incremento del capital.«. El socialismo pequeño burgués, es un socialismo reaccionario que se opone al progreso económico, que le arruina con sus sistemas productivos más eficientes. Es lo que sucede con los tenderos actuales, que ante la fuerza de las grandes empresas distribuidoras, piden que se les defienda mediante todo tipo de impuestos, subvenciones, exenciones y ayudas, pero esto no debe ser la prioridad de una organización obrera de clase. Los impuestos fuertemente progresivos pueden ayudar en una pequeña medida a mejorar la situación de los trabajadores, pero este debe ser un objetivo totalmente marginal de la clase obrera. En «El Manifiesto Comunista», se indica que uno de los puntos del programa de La Liga de los Comunistas, es un: «Fuerte impuesto progresivo«, pero Marx y Engels nunca defendieron que los impuestos fuertemente progresivos pudieran ser algo verdaderamente liberador para el proletariado, sólo una pequeña ayuda transitoria.
En una economía en libre competencia, si cobráramos impuestos a los ciudadanos y con este dinero compramos todo tipo de bienes y los destruimos quemándolos o tirándolos al mar, la economía lógicamente empeora. Pero esto no sucede en la economía capitalista actual, pues si cobramos impuestos y los destinamos a destruir la producción, la economía mejora al aliviarse el problema de la sobreproducción. Debido a la estabilidad de precios, los precios de los bienes y servicios no pueden bajar del coste de producción, pues antes de vender por debajo de este, las empresas prefieren dejar de producir. La solución burguesa a este problema, consiste en que el estado recaude impuestos a los ciudadanos y compre todo tipo de productos. De esta forma, el estado se convierte en una máquina de cobrar impuestos para poder aliviar el exceso de mercancías en los mercados, comprándolas por un valor superior al que tendrían si hubiera libre competencia. Las administraciones públicas tienen que recaudar y gastar constantemente, para poder mantener el sistema capitalista de producción, pues de lo contrario las crisis serían tan profundas, que el sistema económico se hundiría hasta destruirse. En la economía actual, al presupuestar el gasto público, lo principal es analizar la repercusión que este tendrá en la economía, no el dar servicios a los ciudadanos.
En «La Lucha de Clases en Francia de 1848 a 1850», Marx nos indica cual es la verdadera misión de los impuestos en una sociedad burguesa: «…el impuesto es el pecho materno del que se amamanta el Gobierno. El Gobierno son los instrumentos de represión, son los órganos de la autoridad, es el ejército, es la policía, son los funcionarios, los jueces, los ministros, son los sacerdotes. El ataque contra los impuestos es el ataque de los anarquistas contra los centinelas del orden, que amparan la producción material y espiritual de la sociedad burguesa, contra los ataques de los vándalos proletarios. El impuesto es el quinto dios, al lado de la propiedad, la familia, el orden y la religión.«
Marx y Engels en «La Ideología Alemana», nos vuelven a decir lo mismo: «Los burgueses pagan bien a su estado y hacen que la nación pague por ello. Para poder pagar mal sin peligro, se aseguran por medio de un buen pago, un poder protector, una policía en los servidores del estado. Pagan con gusto y hacen que la nación pague altos impuestos para poder imponer luego a sus obreros, sin peligro, como tributos (descontándoselo de los salarios) lo que ellos pagan.«. En una sociedad burguesa, los impuestos son un soporte de la explotación burguesa.
Los proletarios con conciencia de clase, lo que tienen que hacer según Marx y Engels, es oponerse a los impuestos burgueses, pues estos son la base sobre la que se asienta la policía burguesa, el ejercito burgués, el derecho burgués, la ideología burguesa, y sobre todo, el sistema de explotación burgués. Al igual que hace más de cien años, el principal objetivo de los impuestos actuales es mantener el sistema de explotación capitalista, pero actualmente lo hacen también impidiendo que la explotación no pueda bajar de un cierto nivel, debido a la manipulación restrictiva de la cantidad de moneda. Si la explotación del trabajador no le reporta por lo menos un tipo mínimo de interés, el explotador preferirá convertir su capital en dinero y dejar al trabajador en paro. Esto destrozaría la economía, pues al desajustarse todos los mercados, el paro se dispararía y las mercancías no tendrían salida alguna. La solución burguesa consiste en cobrar impuestos a los trabajadores y en aliviar los mercados mediante el gasto público. Pero esta chapuza no es lo que debe defender un verdadero partido obrero, sino la disminución de los impuestos y el aumento de la inflación. Es ridículo que los partidos que pretenden defender los intereses del proletariado, se desgasten defendiendo sistemas impositivos con impuestos muy elevados para apuntalar el sistema de explotación capitalista, mientras que la derecha tienta a los trabajadores mediante la disminución de las cargas fiscales. Mediante los impuestos, los trabajadores se ven obligados a mantener su propia explotación, pues estos sirven para mantener baja la inflación, evitando que los tipos de interés reales puedan bajar de un cierto nivel. En vez de prometer el dar servicios públicos gracias a los impuestos, las organizaciones obreras deberían prometer el dar trabajo y precios más bajos, gracias a la inflación. En su biografía de Marx, Engels nos indica que mientras Marx fue su director: «…la «Nueva Gaceta Renana» incitaba al pueblo, en la cabecera de cada número, para que se negase a pagar los impuestos…» Eso es lo que debe hacer un verdadero partido obrero de clase y no el convertirse en el paladín de la recaudación burguesa. Las organizaciones obreras deben alentar a los trabajadores a que defrauden en sus impuestos, pues estos son «el pecho materno del que se amamanta el Gobierno» burgués y una de las bases del sistema de explotación actual. Los impuestos burgueses son «el quinto dios, al lado de la propiedad, la familia, el orden y la religión.«. Son un importante pilar del sistema de explotación burgués, que los trabajadores deben intentar derribar.
Aunque en tiempos de Marx no existía la política fiscal como la conocemos actualmente, ni este fue consciente de la importancia del tipo de moneda en la obtención de la plusvalía y en la conservación del capital, se dio perfecta cuenta de que la ley de la oferta y la demanda, estaba condicionada por las relaciones de producción y por la explotación del hombre por el hombre. En «El Capital» lo expone brevemente de esta forma: «…las ‘necesidades sociales’, es decir, lo que regula el principio de la demanda, se halla esencialmente condicionado por la relación de las distintas clases entre sí y por su respectiva posición económica; es decir, en primer lugar, por la relación existente entre la plusvalía total y el salario y, en segundo lugar, por la relación entre las diversas partes en que se descompone la plusvalía (ganancia, interés, renta del suelo, impuestos, etc.); por donde vuelve a demostrarse aquí que nada absolutamente puede explicarse por la relación entre la oferta y la demanda, sí no se expone previamente la base sobre la que descansa esta relación.«. Nada puede explicarse desde la perspectiva de la oferta y la demanda, si esta no se analiza desde la explotación de los trabajadores mediante la obtención de la plusvalía, y los impuestos son una parte de esa plusvalía, por lo que las organizaciones obreras deben estar tan en contra de estos, como de las ganancias empresariales, de las obtenidas mediante prestamos a interés, de las de las rentas del suelo o de cualquier otra plusvalía con la que se explote a los trabajadores.
Para mantener el sistema de explotación actual, es necesario que los precios estén por encima de los niveles de equilibrio y que buena parte de los ingresos de los trabajadores se destinen a fines sociales. Pero, por ejemplo, antes de tener que desembolsar obligatoriamente un subsidio de paro, sería mejor para los trabajadores aumentar la inflación y conseguir el pleno empleo, gracias a unos tipos de interés negativos, que impedirían la obtención de plusvalía.
A continuación vamos a analizar los cinco principales impuestos españoles, para demostrar que estos son perjudiciales a los intereses del proletariado español. Las tres principales formas de ingreso del estado, son el impuesto sobre la renta, el impuesto sobre el valor añadido y las contribuciones a la seguridad social, pues aunque estas legalmente no son un impuesto, en verdad sí que lo son. No obstante, vamos a empezar analizando dos impuestos importantes, pero con los que el estado recauda una cantidad inferior que con los anteriores: el impuesto sobre sociedades y el impuesto sobre el patrimonio.
1.- El Impuesto sobre el Beneficio de Sociedades.
Podría pensarse, que si aplicamos un fuerte impuesto sobre el benéfico de sociedades, este beneficiará a los trabajadores. Las empresas son principalmente propiedad de la burguesía, por lo que podríamos deducir, que este impuesto beneficiará al proletariado. Supongamos que implantamos un impuesto del 10% sobre el capital invertido y que conseguimos que se pague sin defraudaciones, cosa harto difícil. Lo que habremos conseguido, es que nadie invierta su capital en ningún negocio, que reporte menos de un 10% de beneficio, por lo que las crisis se originarán, cuando el tipo de interés baje hasta el 10%. Con este impuesto del 10% sobre el capital invertido, conseguiremos que las perdidas de los trabajadores debido a las crisis y al paro que estas generarán, sean muy superiores a la redistribución de la riqueza que el impuesto pueda generar. Antes de invertir en un negocio que reporte un beneficio menor de un 10%, será preferible guardar el capital en forma de dinero.
Imaginemos que implantamos un impuesto del 100% sobre los beneficios empresariales, intentando así devolver todas las plusvalías a los trabajadores. Esta redistribución de la riqueza nunca se producirá, pues antes todos los capitalistas convertirán su capital en dinero y obtendrán un beneficio del 0%, pero sin ninguna posibilidad de tener perdidas. Lejos de realizarse una redistribución de la riqueza, lo que conseguiremos es una destrucción de todo el sistema productivo y un paro obrero generalizado. Ante este impuesto del 100% sobre los beneficios, todo el capital se convertirá en dinero, abandonando cualquier actividad productiva.
Disminuyamos el impuesto sobre beneficios al 50%, dejando la mitad de la ganancia al capitalista. Este impuesto no será tan negativo para la economía, pero también le afectará negativamente y hará que las crisis sean más frecuentes y profundas. Por poner un ejemplo, es posible que haya alguien interesado en correr el riesgo de invertir en un negocio del que se espera una rentabilidad del 2%, antes de almacenar su capital en forma de dinero. Pero si debido a este impuesto del 50% sobre el beneficio de sociedades, el beneficio le baja al 1%, es posible que no se arriesgue a invertir para intentar obtener tan sólo un 1%, sobre todo teniendo en cuenta que el negocio le puede salir mal y perder la inversión, lo que nunca le ocurrirá si guarda su capital en forma de dinero, en una economía con estabilidad de precios.
En una economía capitalista desarrollada con una moneda fiduciaria y estabilidad de precios, cualquier gravamen sobre el capital o sobre los beneficios del capital, lo que consigue no es redistribuir la riqueza, sino que actúa provocando crisis más frecuentes y más profundas. En la economía española actual, cualquier impuesto sobre el capital invertido o sobre sus beneficios, es contraproducente para la economía y para los trabajadores en general. La economía se resiente, pues las crisis pasan a ser más frecuentes y más continuas. La redistribución de la riqueza que reciben los obreros, es inferior a lo que pierden debido al aumento del paro y de la precariedad laboral. Como verdaderamente se puede y se debe redistribuir la riqueza, no es mediante los impuestos, sino mediante la inflación. La inflación es el verdadero redistribuidor de riqueza, en una economía capitalista avanzada.
2.- El Impuesto sobre el Patrimonio.
El análisis del impuesto sobre el patrimonio, es muy parecido al del impuesto sobre el beneficio de las sociedades. Si implantamos un impuesto sobre el patrimonio del 10%, y conseguimos evitar la defraudación fiscal, conseguiremos que nadie invierta a un interés inferior al 10%, provocando crisis más frecuentes y profundas. Antes de pagar el impuesto sobre el patrimonio, los capitalistas convertirán su capital en dinero negro y lo guardarán en cajas sus fuertes o en cuentas secretas en paraísos fiscales. Esto reducirá aún más la cantidad de moneda en circulación, provocando un aumento de su valor y una reducción de los precios, haciendo las crisis todavía más frecuentes y virulentas.
El impuesto sobre el patrimonio es un impuesto muy fácilmente defraudable. La demostración la tenemos en España, en donde desde que este se implantó, cada vez las grandes fortunas son más escasas desde el punto de vista fiscal. Por el contrario, la inflación no es defraudable. Para quien utiliza el dinero como instrumento de cambio, la inflación apenas tiene importancia. Para quien lo utiliza como medio de acumulación de riqueza, la inflación le obliga a la redistribución de sus riquezas, pues esta no es defraudable.
3.- El Impuesto sobre el Valor Añadido.
El iva es un impuesto sobre el consumo, aparentemente progresivo, pues los bienes propios de las rentas elevadas tributan a un tipo superior, del tipo al que tributan los bienes propios de las rentas bajas. Esta progresividad es totalmente falsa, pues los trabajadores destinan la casi totalidad de sus ingresos al consumo, mientras que las rentas del capital, se suelen destinar a la inversión. El capital genera plusvalía y la plusvalía se invierte generando más capital. De esta forma, el iva se convierte en un impuesto regresivo, en el que en proporción a la renta, pagan más las rentas de los trabajadores que las rentas del capital. Son las rentas del trabajo las que ingresan el iva mediante el consumo, mientras que las del capital, al reinvertir normalmente las plusvalías obtenidas, están exentas de este impuesto. Gracias a la recaudación del iva, es posible aumentar el consumo mediante el gasto público, aminorando las crisis.
Podríamos pensar en ampliar el iva y hacerlo extensivo también a la inversión, pero esto simplemente provocaría un empeoramiento económico, pues al disminuir las posibilidades de negocio, haría que las crisis fueran más frecuentes y profundas, con el consiguiente impacto sobre el mercado de trabajo.
Engels, en su «Contribución a la Historia de la Liga de los Comunistas», nos indica cual era el decimoquinto punto del programa de esta: «Implantación de fuertes impuestos progresivos y abolición de los impuestos sobre los artículos de consumo.«. Marx y Engels nunca tuvieron grandes esperanzas en que los impuestos pudieran aliviar los problemas del proletariado, pero se habrían opuesto totalmente a un impuesto indirecto y regresivo como el iva, que recae principalmente sobre las rentas del trabajo.
En «Instrucción sobre Diversos Problemas a los Delegados del Consejo Central Provisional», Marx indica sobre los impuestos directos e indirectos: «No obstante, de tener que elegir entre los dos sistemas de gravámenes impositivos, recomendamos la total abolición de los impuestos indirectos y su sustitución completa por los directos.
Porque los impuestos indirectos hacen subir los precios de las mercancías, ya que los comerciantes añaden a dichos precios, tanto el importe de los impuestos indirectos como el interés y la ganancia sobre el capital desembolsado para pagarlos.
Porque los impuestos indirectos ocultan ante cada individuo lo que éste paga al estado, mientras que el directo no se encubre con nada, se cobra abiertamente y no puede engañar siquiera al menos listo. Por consiguiente, los impuestos directos impulsan a cada uno a controlar el Gobierno, mientras que los indirectos destruyen toda tendencia a la autogestión (self-government).«.
4.- El Impuesto sobre la Renta.
El impuesto sobre la renta, recae muy principalmente sobre las rentas del trabajo. Esto no sólo se debe a que la suma de las rentas de los trabajadores, puedan suponer una cantidad mayor que las del capital, sino que hay otras dos causas. Por una parte, que el trabajador vive de una nómina controlada por la hacienda pública, por lo que le resulta imposible defraudar, mientras que las rentas del capital tienen un amplio margen de maniobra, desde la contratación de asesores fiscales para pagar menos legalmente, hasta todo tipo de estafas, fraudes y defraudaciones.
Por otra parte, el impuesto pierde mucha progresividad en las deducciones, a las que se suelen acoger las rentas más elevadas. El aportar cantidades a planes de pensiones, el comprar viviendas de primera o segunda residencia, o el tener hijos, es propio de rentas elevadas. En todo caso, en la economía española actual, debido a la falta de inflación, toda carga fiscal sobre las rentas del capital es contraproducente para el sistema productivo. Lo idóneo para una economía capitalista avanzada con estabilidad de precios, sería un impuesto exclusivamente sobre las rentas del trabajo, con un sistema progresivo tal, que eliminara el ahorro generado por los obreros. De esta forma, se quitarían de mercado de capitales los pequeños ahorros familiares, pero que agregadamente suponen una cantidad de capital importante. Estos ahorros recaudados mediante los ingresos tributarios, deberían utilizarse para generar gasto público. De esta forma, se soluciona parcialmente el problema del exceso de capital debido a la manipulación artificial de tipo de interés de mercado y se vacían los mercados de los productos sobrantes, generados al ofrecerse estos a precios superiores a los que marcaría el mercado de bienes y servicios en libre competencia.
Pero esto es sólo una mejora transitoria y chapucera, pues el capital sigue creciendo al ofertarse unos tipos de interés superiores a los que marcaría la libre competencia, por lo que se sigue acumulando capital y al final la crisis siempre estalla. La política fiscal es sólo un parche chapucero, que nunca puede sustituir a la creación constante de moneda, que es imprescindible para conseguir la libre competencia en el mercado de capitales.
5.- La Seguridad Social.
Según la verdad oficial y el pensamiento único burgués, el objetivo de la seguridad social, es el dar seguridad y ayuda a los trabajadores en caso de necesidad. Un análisis más detallado, nos muestra una realidad muy distinta. Si los trabajadores tuvieran que ahorrar para la vejez, esto aumentaría aún más la cantidad de capital, perjudicando a la economía. Por ello, es mejor obligarles a entregar ese ahorro al estado, para que este los destine al consumo. De esta forma, diminuye la cantidad de ahorro y aumenta el consumo, lo que beneficia a la economía capitalista.
El subsidio de paro tiene un mecanismo bastante parecido. Si no existiese la prestación por desempleo, el ahorro de los obreros sería mucho mayor. Gracias a este seguro obligatorio, se evita parte del ahorro obrero, que sobrecargaría el ya sobredimensionado ahorro capitalista y se aumenta el consumo aliviando la sobreproducción. Casi todos los mecanismos de la seguridad social, tienen este mismo funcionamiento macroeconómico. Se obliga a los trabajadores a pagar obligatoriamente los seguros sociales, que les cubrirán en caso de diversas contingencias personales y familiares. De esta forma, se evita que tengan unos pequeños ahorros para cubrir estas contingencias debidas a enfermedades, vejez, desempleo, viudedad, invalidez, orfandad, etc, y el dinero se emplea para aliviar el exceso de producción que no tiene salida a precios de coste o superiores.
El estado de bienestar y de seguridad de los trabajadores sería mucho mayor, si disfrutaran de una situación de pleno empleo. Si nos fijamos con atención, vemos que detrás de la verdad oficial sobre la seguridad social, lo que verdaderamente descubrimos, es que los trabajadores están obligados a costearse su propia explotación, mediante este sistema impositivo.
6.- La Deuda Pública.
Resulta evidente que no es posible evitar las crisis, quitando renta a los trabajadores en forma de impuestos, para evitar el incremento del ahorro y conseguir así un incremento del consumo. Aunque consigamos diminuir el ahorro familiar hasta hacerlo nulo, destinándolo todo al consumo público, las plusvalías empresariales seguirán generando capital, por lo que el problema no se resuelve. Un nuevo parche para aliviar chapuceramente este problema de falta de inflación, es el endeudamiento público. Como el tipo de interés está por encima de su punto de equilibrio natural, se origina un continuo exceso de capital, al retribuirse este por encima de los tipos que determinaría la libre competencia. Esta situación se puede solventar de forma chapucera, si el estado se endeuda, retirando del mercado grandes cantidades de capital, destinándolas al gasto público. De esta forma, se consigue salvar la situación por el momento, dejando a los trabajadores la enorme deuda pública que padecen todas las economías contemporáneas. La deuda pública es un impuesto diferido sobre los hombros de los trabajadores, pues ya hemos visto que los impuestos sobre el capital, repercuten negativamente en una economía con estabilidad de precios.
Gracias a la deuda pública, la burguesía atesora deuda del estado como si fuese capital, aunque este capital no existe, pues fue gastado para sostener el sistema de explotación capitalista. Por los títulos de deuda del estado se recibe un interés como si se tratase de capital, y se compran y se venden como si fuesen acciones bursátiles. Marx lo expone de esta manera en «El Capital»: «En la medida en que hasta ahora hemos venido examinando la forma peculiar de la acumulación del capital-dinero y de la riqueza-dinero en general, hemos visto que se reducían a la acumulación de títulos de propiedad sobre el trabajo. La acumulación de capital en forma de la deuda pública no significa, como hemos visto, otra cosa que la acumulación de una clase de acreedores del estado autorizados a percibir ciertas sumas sobre la masa de los impuestos públicos. Estos hechos, en los que hasta una acumulación de deudas puede hacerse pasar por una acumulación de capital, revelan hasta qué extremos de tergiversación llega el sistema de crédito. Estos títulos de deuda extendidos por un capital originariamente prestado y gastado desde hace ya mucho tiempo, estos duplicados de papel de un capital ya destruido, funcionan como capital para sus poseedores en la medida en que son mercancías susceptibles de ser vendidas y, por tanto, de volver a convertirse en capital.«. Marx ya se dio cuenta, de que las rentas cobradas por una deuda pública que no es capital, sino un gasto realizado por el estado hace mucho tiempo, son una forma de plusvalía, que al igual que toda plusvalía, sale de trabajo del proletariado. Actualmente además sabemos, que esta plusvalía es una forma de apuntalar el sistema de explotación capitalista, por lo que no tiene sentido que las organizaciones obreras de clase, presionen continuamente demandando un aumento de un gasto público que acabarán pagando los obreros, en vez de abogar por un aumento de la inflación.
En su obra «Contribución al Problema de la Vivienda», Engels nos dice exactamente lo mismo que Marx sobre la deuda publica: «¡»Las deudas del Estado»! La clase obrera sabe que no es ella quien las ha contraído, y cuando llegue al poder, dejará su pago a los que las contrajeron. !»Deudas privadas»! Véase el crédito. ¡»Impuestos»!. Estas son cosas que interesan mucho a la burguesía y muy poco a los obreros: a la larga lo que el obrero paga como impuestos entra en los gastos de producción de la fuerza de trabajo y debe, por tanto, ser restituido por los capitalistas. Todos estos puntos que se nos presentan como del mayor interés para la clase obrera no interesan esencialmente más que al burgués y sobre todo al pequeño burgués. Y nosotros afirmamos, a pesar de Proudhon, que no es misión de la clase obrera el velar por los intereses de estas clases.«.
La actitud que debe tener hacia los impuestos un trabajador con conciencia de clase, que aplique los principios del socialismo científico y del materialismo histórico, nos la indica Engels en el décimo punto de su «Contribución a la Crítica del Proyecto Socialdemócrata de 1891»: «Yo diría aquí: «Impuestos… progresivos para cubrir todos los gastos en el Estado, los distritos y la comunidad, en la medida en que los impuestos sean necesarios. Supresión de todos los impuestos indirectos, ya sean los del estado, ya los locales, ya los distintos derechos, etc.».«. Este párrafo se puede diseccionar en tres ideas: impuestos progresivos, directos y para cubrir los gastos comunes.
Los impuestos deben ser progresivos, pero esto no es posible con el sistema impositivo actual, pues si gravamos las rentas del capital, empeoramos la economía. Entonces lo que tenemos que hacer para redistribuir la riqueza, es aumentar la inflación.
Impuestos para cubrir los servicios comunes de los ciudadanos. Es lógico que el gasto del alumbrado de las calles, se cubra mediante un impuesto, y que los ciudadanos no tengan que ir echando monedas para que se enciendan las farolas a su paso. Los impuestos deben servir para cubrir estos gastos comunes, no para mantener sobredimensionados los tipos de interés, ni para vaciar los mercados a precios superiores a los que marcaría la libre competencia, ni para mantener los instrumentos de represión, ni para sostener los órganos de la autoridad burguesa, ni para pagar los gastos de la iglesia.
Por último, Engels nos dice que todos los impuestos deben ser directos, acudiendo el ciudadano a pagar en efectivo y de su bolsillo cada impuesto que se le imponga, explicándosele cual será el bien o servicio público que recibirá por él. Todo lo contrario del sistema actual, en el que toda la recaudación se realiza de forma indirecta o mediante retenciones practicadas por terceros, para posteriormente mezclar todos los impuestos en el cajón de sastre del gasto público.
5.- Resumen.
La explotación capitalista se genera mediante la obtención de plusvalía. Esta cosiste en que el empleador no paga la totalidad del trabajo realizado al trabajador, sino que se queda con una parte, llamada plusvalía o beneficio empresarial. Parte de esta plusvalía se destina al consumo de los explotadores, pero la mayor parte de esta se invierte en forma de capital. De esta forma, el capital genera plusvalía y las plusvalías se reinvierten para conseguir más capital. El capital no es más que trabajo acumulado, principalmente mediante la obtención continua de plusvalías.
El mercado de capitales determina el tipo de interés del dinero. Si hay poco ahorro y mucha necesidad de capital, los tipos de interés estarán altos, y si es al revés, serán bajos.
El tipo de moneda que hay en una economía, tiene una enorme importancia en la configuración del tipo de interés en esa economía. Las monedas actuales, son un sistema de vales destinados al intercambio de bienes y servicios, que sólo está respaldado por la confianza de la población. Estas no están respaldadas por ningún objeto material concreto, como pudiera ser el oro o la plata.
El nivel de inflación o reducción de precios, se debe al aumento o disminución de la cantidad de moneda. Si la moneda aumenta, los precios parecen subir, pero si la cantidad de moneda disminuye, los precios parecen bajar. Lo que verdaderamente varía no son los precios, sino el valor de la moneda debido a su abundancia o escasez. El nivel de inflación o reducción de precios en una economía con una moneda fiduciaria, determina el tipo de interés mínimo del capital en esa economía. Si no se crea la suficiente cantidad de dinero, llegará un momento en que se romperá la libre competencia en el mercado de capitales, pues será más rentable acumular el capital en forma de dinero, que el invertirlo en actividades productivas. De esta manera, se determina de forma artificial el tipo de interés mínimo en el mercado de capitales y con él, el nivel mínimo de explotación.
Esta destrucción de la libre competencia en el mercado de capitales, haciendo que los tipos de interés estén por encima de su punto de equilibrio, provoca un exceso de capital, que a su vez provoca un exceso de producción y esta provoca un exceso de mano de obra. Al desequilibrarse la economía por falta de inflación, estallan las crisis económicas, desestructurándose todos los mercados.
Una forma chapucera de resolver este problema de falta de inflación, consiste en que el estado disminuya el capital cobrando impuestos y aumente el consumo mediante el gasto público. Esta política fiscal para que sea efectiva, tiene que confiscar los pequeños ahorros de los trabajadores, destinándolos al gasto público, pues cualquier carga fiscal sobre el capital o sus rentas, es contraproducente para la economía. Aunque la política fiscal acabara con todo el ahorro familiar, esto no sería suficiente para evitar las crisis, pues se seguiría creando constantemente capital, por lo que se recurre a la deuda pública. Por este procedimiento, el estado se endeuda tomando prestado parte del capital sobrante y lo destina al consumo, disminuyendo el exceso de mercancías en los mercados. No obstante, como los tipos de interés se mantienen por encima de su nivel de equilibrio, se sigue generando continuamente capital, por lo que estos mecanismos chapuceros consiguen aliviar las crisis, pero nunca evitarlas.
Los impuestos son una forma de plusvalía, pues son una forma de trabajo no retribuido que se destina a cubrir las necesidades de los explotadores. Las organizaciones obreras de clase, deben oponerse a los impuestos como sistema de redistribución de la riqueza, pues para que estos sean efectivos, deben recaer sobres las rentas del trabajo. Cualquier impuesto que recaiga sobre las rentas del capital, es contraproducente para una economía capitalista avanzada con estabilidad de precios y una moneda fiduciaria. Las organizaciones obreras no deben desgastarse propugnando un sistema de redistribución de la riqueza mediante impuestos, pues este es imposible en el sistema económico actual; mientras que los partidos de derechas les tientan a los trabajadores con promesas de reducción de impuestos. La mejor forma de redistribuir la riqueza en la sociedad actual, es mediante la inflación. Esta hace que los tipos de interés sean negativos, que se vacíen los mercados y que se llegue al pleno empleo, sin ninguna posibilidad de evasión o defraudación.
Las organizaciones obreras no deben procurar el aumento de los impuestos aunque sean progresivos, de la deuda pública o del gasto público, sino el aumento de la inflación hasta un nivel tal, que el guardar el capital en forma de dinero, dé un beneficio inferior al invertirlo en actividades productivas, lo que llevará al fin del paro y de las crisis económicas.
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