Con estas líneas me gustaría responder brevemente a un extenso artículo de José López, Los peligros de la #SpanishRevolution, con cuyos planteamientos no estoy de acuerdo y que se cierra con una apelación a los lectores, de los que dicho autor desea conocer su opinión. 1) Para empezar, la «revolución española» (decían por Latinoamérica que […]
Con estas líneas me gustaría responder brevemente a un extenso artículo de José López, Los peligros de la #SpanishRevolution, con cuyos planteamientos no estoy de acuerdo y que se cierra con una apelación a los lectores, de los que dicho autor desea conocer su opinión.
1) Para empezar, la «revolución española» (decían por Latinoamérica que harán la revolución en castellano, no en ruso… Mucho menos la haremos nosotros en inglés) ni existe, ni ha comenzado, ni puede comenzar dentro de los (auto)límites que se han impuesto las actuales movilizaciones. Además, las movilizaciones existentes no han cuajado por lo que sucediera en otras partes (incluyendo la «primavera árabe») o épocas (¿mayo del 68?), sino porque aquí y ahora se han dado las condiciones sociales, cimentadas en una crisis que manda a la ruina a sectores cada vez más amplios de la población.
2) El verdadero peligro para la movilización social es precisamente que se impongan los planteamientos que defiende José López, según los cuales hay que dejar a un lado toda temática socio-económica, para centrarnos en la lucha por determinadas reformas institucionalistas que no cambiarían nada (revocabilidad de cargos públicos, referendos frecuentes y vinculantes, modificación de la ley electoral, separación de poderes). Y es que, según López, tal enfoque parte de la necesidad de reivindicar «cosas concretas». Ahora bien, ¿qué es más concreto? ¿La separación de poderes? ¿O la derogación de la reforma laboral, la derogación de la reforma de las pensiones, la edad de jubilación a los 65 años, la eliminación de los contratos basura, las 35 horas semanales, el reparto de trabajo, las medidas conciliación de la vida laboral y doméstica (ampliar la baja por paternidad y maternidad, crear un sistema de guarderías públicas, etc.)? Es más, ¿qué tienen de abstracto todas estas reivindicaciones?
3) Según López, la «democracia directa» en las plazas le ha dado una lección a la falsa democracia que defiende el sistema. Yo creo que ya es hora de ser menos autocomplacientes, más autocríticos y más realistas. ¿Por qué va a ser más democrático, en sí mismo, el que 50 personas se reúnan y voten en una plaza que el que 18 millones de personas voten en las urnas de las municipales a PSOE, PP, UPyD y otros partidos del sistema? En todo caso, las asambleas barriales sirven como importante paradigma de modos de participación más cercanos a la gente llana, modelo que debe desarrollarse hasta, efectivamente, dar algún día una lección a la «falsa democracia». Estoy de acuerdo. Pero no idealicemos nuestros logros.
4) Dice su artículo que el poder desea que seamos violentos para poder reprimirnos. Esto supone un análisis escandalosamente poco riguroso del papel que desempeña la violencia en la defensa de (o ataque a) un orden social. Ya decía Marx en el Dieciocho Brumario que es la república democrática, y no la monarquía autoritaria, la forma más perfecta de dominación capitalista. El poder sólo recurre a la violencia, a la porra policial, al golpe pinochetista cuando está en riesgo su dominación. ¿Cómo va a desear el poder llegar a esa situación de riesgo? Si el 15 M se limita a organizar pacíficas manifestaciones de masas, eso le interesa al poder, ya que no le hace el menor daño (si bien las manifestaciones no deben subestimarse, en tanto que demostración de fuerza y símbolo de una quiebra de legitimidad). En ese sentido, es un error que la palabra «huelga» aparezca una sola sola vez, y de manera completamente subsidiaria, en este artículo (y ello a pesar de que el 15 M ha avanzado mucho en ese aspecto y tiene ya en su agenda la organización de una huelga de producción y consumo). En realidad, sólo cuando comencemos a organizar huelgas estaremos en disposición de lograr alguna de nuestras reivindicaciones. Y, en cuanto tomemos ese camino, como sabe cualquiera que haya participado alguna vez en un piquete, se acabó el camino del «pacifismo».
5) Adolecen las tesis de López de cierto fetichismo parlamentario, en consonancia con el ala derecha del 15 M (precisamente el que fomentan los medios de comunicación capitalistas) y obviando la existencia de planteamientos mucho más avanzados dentro del movimiento. Según López, primero hay que conquistar una ley electoral justa para, desde el parlamento, o haciendo uso de ILP’s, cambiar -en suma- el sistema desde dentro. ¿Cambiarían las cosas con una ley electoral que permitiera que las opciones anticapitalistas tuvieran unos cuantos diputados más? ¿Debemos recordar que la IU de Anguita tuvo 21 diputados? ¿Debemos recordar que el parlamento cuenta con 350 asientos? ¿Que el PSOE, el PP u otros partidos procapitalistas acaparan el 95% de los votos, algo que no puede esconder ninguna ley electoral? Si lo fundamental es generar contrahegemonía ideológica, ¿por qué deberíamos centrarnos en cosas como la ley electoral o la división de poderes? La gente no ha salido a la calle por el spam de DRY, ni por la convocatoria a través del Facebook, ni tras leer libros de Montesquieu. La gente ha salido a la calle porque hay crisis, paro, desahucios, recortes sociales y degradación (y, sólo entonces, ha empezando a comprender que «lo llaman democracia y no lo es»). Sólo eso, sus verdaderos problemas, puede motivarlos para luchar y cambiar las cosas. O, por usar las palabras de José López, sólo eso es concreto para ellos, y no abstracto.
6) En resumen, el verdadero peligro es, precisamente, el contrario del que López advierte: el peligro sería que el 15 M deje a un lado toda temática socio-económica y concreta, para centrarse en determinadas reivindicaciones institucionalistas y abstractas. Que deje a un lado toda táctica basada en el mundo del trabajo (empezando por la huelga general indefinida, que es lo único que asusta al poder), para centrarse en inofensivas manifestaciones pacíficas o asambleas que nunca serán tan masivas como los votos a partidos procapitalistas el próximo 20-N. Que se alíe a una izquierda política para la cual lo fundamental es el juego parlamentario, en lugar de la lucha en la calle y en los tajos, de la cual el parlamento sólo puede ser mero altavoz. Que sacralice el pacifismo en abstracto, obviando que la burguesía jamás cederá por las buenas sus privilegios y que en toda situación de huelga se produce un choque de fuerzas entre dos piquetes: el policial y el de los trabajadores. Que olvide que la lucha contra los recortes sociales es la única que puede permitir el avance de un proceso de acumulación de fuerzas que no ha hecho más que empezar, ya que, como hemos dicho, la gente no ha salido a la calle a causa del mensaje difundido por internet por unos universitarios bienintencionados o a causa de sesudas reflexiones teóricas sobre la forma institucional, sino a causa de su situación socio-económica, de la crisis, de los recortes.
Esperemos que los indignados, como nuevos Teseos, sepan escapar de la trampa colocada por el rey Minos en este nuevo Laberinto. Para ello, no les vendrá mal recordar la existencia de un hilo de Ariadna que les permitirá salir de la trampa: el análisis de clase de las sociedades legado por la teoría marxista. Un hilo rojo que determinados sectores del movimiento se empeñan en romper, para hacernos retroceder a aquella época en el que, al no existir teóricamente las clases y ser todos «ciudadanos», se nos hacía imposible entender por qué unos eran más ciudadanos que otros.
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