La reciente y fugaz visita del Príncipe Carlos heredero de la Corona Británica conmocionó a la elite social de este rincón del mundo. No podía ser de otra manera, no en vano las clases altas han alimentado y acariciado el mito de ser los ingleses de América del Sur, no se trata, por cierto de […]
La reciente y fugaz visita del Príncipe Carlos heredero de la Corona Británica conmocionó a la elite social de este rincón del mundo. No podía ser de otra manera, no en vano las clases altas han alimentado y acariciado el mito de ser los ingleses de América del Sur, no se trata, por cierto de una mera afición al whisky. Esta amistad y admiración por la Casa Real Británica tiene ya una historia más que centenaria que se remonta a nuestra Independencia y que ha tenido momentos estelares como la Guerra del Pacífico durante el siglo XIX y la Guerra de las Malvinas, durante el siglo XX. En ambos episodios, como todos sabemos, los gobernantes chilenos han estado en una espuria complicidad con los británicos. God Save the Queen!.
La llegada de un personaje de sangre azul no podía sino desatar la excitación de nuestra plebeya clase política y militar. En una risible y extravagante ceremonia, se desplegó una raída alfombra roja para que el Príncipe y su consorte sintieran que, después de todo, estaban entre gente civilizada. Todos olvidaron por un par de días aquel bochornoso episodio en que Augusto Pinochet, un ex dictador chileno y senador en ejercicio fue detenido en Londres acusado de crímenes de lesa humanidad. Se impuso el protocolo de sonrisas y buenas maneras, después de todo se trataba de una visita de negocios.
Para satisfacción de los Almirantes, el ilustre personaje se sintió sorprendido por la cantidad de apellidos ingleses en la Armada de Chile. Nadie le explicó que en la Escuela Naval no entra cualquier chileno hijo de vecino y que se requiere ser católico e hijo de buena familia o pariente de algún alto oficial, preferible de apellido anglosajón, capaz de pagar los altos costos de su educación. Tampoco nadie le dijo que todavía hoy se luce con orgullo un buque con el nombre de Almirante José Toribio Merino, miembro de la Junta Militar y promotor del Golpe de Estado de 1973.
Entre copas y degustaciones, el Príncipe Carlos fue agasajado por estos ingleses sudamericanos que ensayaron algunas frases en la lengua de Shakespeare, imitando el acento británico. Y como nada es lo que parece, el gesto de la Casa Real de enviar al heredero al trono a este país del Cono Sur de América para visitar a las autoridades políticas y al Almirantazgo no tiene nada de casual. Chile ha sido un cliente importante de los astilleros británicos a lo largo de toda su historia y, por estos días, es uno de los países latinoamericanos que encabeza la lista de compras de material bélico y gastos militares. Este negocio no ha estado exento de escándalos, como el affaire Mirage que se ventila todavía en los Tribunales de Justicia. (¿Cómo se dirá «coima» en inglés británico?) En la actualidad, la crisis mundial azota con particular fiereza a la Gran Bretaña, cuyo modelo económico financiero al estilo norteamericano está al borde del abismo y ha llevado a la libra esterlina a una caída vertiginosa. Así las cosas, asegurar la venta de pertrechos militares a los países del Tercer Mundo es una cuestión estratégica.
Tras la partida del futuro Monarca de Gran Bretaña, todos se sienten satisfechos por haber participado en el evento más glamoroso del año que ocupará las páginas sociales de diarios y revistas. Allí han quedado registradas las imágenes sonrientes de civiles y militares, ellas con vestidos para la ocasión, ellos de impecable uniforme. Son los ingleses de Sudamérica, más mestizos de lo que quisieran y que siguen hablando el lenguaje de la corrupción y la pobreza, el español de América y las lenguas indígenas, igual que sus vecinos a los que pretenden ignorar.