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Los insensatos

Fuentes: traslacoladelarata.com

Los paramilitares dijeron a todo el que quiso escucharlos que no habían encontrado a quienes iban buscando, uno de ellos era Alejito. Que por qué no los esperó, le dejaron razón, que si era que le daba miedo. Con ellos iba un tal Mario, uno con quien Alejito tomaba trago los domingos y a veces […]

Los paramilitares dijeron a todo el que quiso escucharlos que no habían encontrado a quienes iban buscando, uno de ellos era Alejito. Que por qué no los esperó, le dejaron razón, que si era que le daba miedo. Con ellos iba un tal Mario, uno con quien Alejito tomaba trago los domingos y a veces hasta mataban una gallina juntos para el almuerzo, eran los mejores amigos, se supone. Ese lo había delatado, luego la gente contó que el bautizo de Mario en las Autodefensas fue una masacre en otra vereda. Aunque la esposa de Alejito regresó con los hijos y levantaron de nuevo el rancho, él no pudo volver a la finca ni aparecer más por el caserío porque varios de sus primos habían sido asesinados. Desde ese año de 1997 Alejito se remontó a la cordillera con los guerrilleros…

Con ellos iba un tal Mario, uno con quien Alejito tomaba trago los domingos y a veces hasta mataban una gallina juntos para el almuerzo, eran los mejores amigos, se supone. Ese lo había delatado, luego la gente contó que el bautizo de Mario en las Autodefensas fue una masacre en otra vereda.

Alejito vio los paramilitares por el camino. Eran las cinco de la tarde pasadas y apenas quedaba tiempo de gritar corra, corra que llegó esa gente. Corrieron, pero corrieron a tirarles. En la finca permanecían armados -todo hay decirlo- porque eran milicianos de la guerrilla. Alejito se trepó al monte con su señora y los hijos junto a los demás vecinos. Desde allá miraban como los paras recogían las 300 vacas de la finca para llevárselas y después le metían candela a la casa.

Cuando los paras fueron detrás hubo bala, heridos y quebrados de patas, porque ellos habían minado los senderos. Pero eso era como tocarle los testículos a un toro: eran muchísimos, más de cien, aunque a la montaña no se atrevieron a subir. Si la guerra fuera así, de macho a macho, dice Alejito. Ellos tienen la tecnología, tienen la aviación, pueden hacer desembarcos y largar gente allá y largar más allá y largar más allá. Eso sí, al monte no entran, de ahí no pasan. Alejito esperó el amanecer con la familia arriba del monte.

Los paramilitares dijeron a todo el que quiso escucharlos que no habían encontrado a quienes iban buscando, uno de ellos era Alejito. Que por qué no los esperó, le dejaron razón, que si era que le daba miedo. Con ellos iba un tal Mario, uno con quien Alejito tomaba trago los domingos y a veces hasta mataban una gallina juntos para el almuerzo, eran los mejores amigos, se supone. Ese lo había delatado, luego la gente contó que el bautizo de Mario en las Autodefensas fue una masacre en otra vereda. Aunque la esposa de Alejito regresó con los hijos y levantaron de nuevo el rancho, él no pudo volver a la finca ni aparecer más por el caserío porque varios de sus primos habían sido asesinados. Desde ese año de 1997 Alejito se remontó a la cordillera con los guerrilleros.

¿Pero cómo, en qué momento, cayó derecho a la guerra? Los amigos lo despreciaron, que la había embarrado, que cómo hacía eso, buscaban el lado malo para matarlo. Dos de sus hijos varones le siguieron los pasos cuando las Autodefensas de Conrado Pérez, Alberto Londoño, alias «Pelusa», y Javier Alonso Rojas, alias «Escalera»; se apoderaron de la región. Andaban en una camioneta blanca de trompa roja llamada «Caminito al cielo». Ninguno de los que montaron en esa camioneta regresó con vida.

¿Cómo, por Dios?, ¿en qué instante se jodió tanto la cosa? Si él era sólo un líder campesino de la Junta de Acción Comunal, nada más, nada menos, ¿por qué terminó aprendiendo que la estrategia de las guerrillas es así, inestable, inestable, inestable, de pura disciplina y movilidad y la norma es que no se puede estar quieto? Alejito ya sólo sabía de combates y emboscadas, de agacharse y que no le pegara la lluvia de ametralladora M60 con que tiraban y tiraban a la caleta donde dormía, mientras lograba arrastrarse para escapar por las cañadas del río Murrí, separado de los compañeros durante días. O los bombardeos, como ese tan aterrador que le tocó en el Chocó, donde sentía que los aviones Kfir se le echaban encima y las bombas cayendo, porque uno escucha los aviones es cuando ya explotó la primera, al segundo cae la otra y luego las demás. Ocho bombas. O esa vez que le quitaron unas vacas al alcalde de Frontino porque incumplió los acuerdos que tenía con ellos. O el cerco militar después que la guerrilla agarró en Urrao al gobernador de Antioquia, Guillermo Gaviria, y al exministro de defensa, Gilberto Echeverri, a los que mataron cuando vieron que el ejército llegaba con el operativo de rescate. O el último asalto al corregimiento de Nutibara, una noche de junio del año 2000, que ese sí le tocó con los tres días de pelea donde cayeron civiles y miembros de las Autodefensas que tenían instalada una base ahí. 14 cadáveres acostados en la carretera. Los paras les mataban familiares y amigos a ellos. Ellos mataban amigos y familiares a los paras. Así es la guerra. O la cuestión aquella con el paramilitar al que capturaron una vez y tenían que ajusticiar pero había como cien campesinos suplicando que no lo ejecutaran, que era un buen tipo, que había trabajado mucho por la comunidad, entonces él habló con sus jefes, cómo nos vamos a echar toda esta gente encima, les dijo, y le salvó el pellejo y por eso terminaron de amigos, luego se lo encontraba en los caseríos donde se ponían a tomar aguardiente mientras él otro le decía vea don Alejo lo que es la vida, yo prenderle una pistola a usted, sin conocerlo, sin hablarle una palabra, ni siquiera insultarlo o que usted me insultara, así es la guerra, le respondía él, pero donde nos encontremos antes nos hubiera tocado matarnos y no habíamos alcanzado ni a conocernos. Así es la guerra.

¿Virgen Santísima, en qué momento, en qué instante? Si él era uno de los últimos colonos en el caserío de La Blanquita, en los propios límites con el Chocó, lo poco que sabía de política era que trabajaba para los liberales del Mono Elejalde y sus compinches de Frontino, que no cumplían ni años y le mandaban una carta cada que había votaciones, pero cuando iba al pueblo como Presidente de la Junta de Acción Comunal apenas ofrecían un tinto con un sartal de mentiras. Qué tristeza que le llenen a uno la cabeza de mentiras, no da rabia sino tristeza. Fue por eso que ingresó al Partido Comunista en 1982.

Y no se olvida que un día bajó a la alcaldía con una comisión de campesinos de la vereda -Presidente, Fiscal y Tesorero- para solicitar ayudas en la construcción de la escuela. Unos materiales, unos bultos de cemento, entonces el alcalde les preguntó que quiénes se creyeron pues, ustedes son unos insensatos, todos unos insensatos (pero ellos no sabían qué significaba esa palabra, mire que no saber a veces es hasta bueno), venir acá a pedir, y usted, usted que es enemigo político mío, le decía el alcalde, usted que es un insensato, un insensato. Todos son unos insensatos.

Llegando a La Blanquita con los ochenta bultos de cemento en la volqueta, las monjas de la misión preguntaron que cómo les había ido. Pues muy bien, respondieron, vean, trajimos todos los materiales, pero nos dijeron insensatos y no sabemos eso que significa. Las monjas, en lugar de explicar, trajeron un diccionario. Tarado, leyó uno de ellos, torpe, necio, tonto, insensato.

Hombre, no haber sabido para echarle mano a ese hijueputa, exclamó el más viejo. Entonces todos se echaron a reír.

Blog del autor: https://www.traslacoladelarata.com/2017/07/07/los-insensatos/