En las últimas semanas una violenta campaña de propaganda contra el escritor alemán Günther Grass se ha desatado en el mundo. Han tomado como causa de esta inculpación la confesión realizada por el escritor alemán de su pertenencia a las Schutzstaffel o SS, la guardia pretoriana de élite de la represión nazi. Hace tiempo que […]
En las últimas semanas una violenta campaña de propaganda contra el escritor alemán Günther Grass se ha desatado en el mundo. Han tomado como causa de esta inculpación la confesión realizada por el escritor alemán de su pertenencia a las Schutzstaffel o SS, la guardia pretoriana de élite de la represión nazi.
Hace tiempo que Grass había confesado su preocupación con el problema y halló una respuesta adecuada cuando confesó: «Sentí que para mi generación y para los autores de la literatura alemana que renacía, los temas centrales ya estaban fijados: la guerra criminal desatada por Alemania; la capitulación total; los crímenes y su sombra trágica.» Él y su generación debían luchar, además, contra el intento de ocultar lo que para todos era evidente.
Dijo Grass que batallaron contra: «la imposición de la censura sobre el pasado. Algunos dirigentes políticos y hasta algunos intelectuales, construían leyendas. Hablaban de un pobre pueblo engañado, manipulado por los nazis». Él decidió hablar. Compartió un realismo escéptico que le parecía era la única posición honesta dentro de las circunstancias de la reconstrucción alemana. Era un escritor movido esencialmente por motivaciones éticas. Por eso Grass ha dicho: «Gran cantidad de avances republicanos y conquistas democráticas logradas en la larga lucha para civilizar al capitalismo salvaje, se pulverizan ahora repentinamente ante nuestros ojos…Sólo reclaman una cosa: más mercado.»
Grass ha sido un escritor liberal, de izquierda, que ha defendido las causas justas y no ha podido ser comprado. Me pregunto si toda esta campaña no tiene como fin destruir a un valor moral dentro de la intelectualidad contemporánea, que resulta incómodo para el neofascismo bushista.
Habría que preguntarse por qué otros escritores, manifiestamente nazis, no reciben igual escarnio. ¿Qué decir del filósofo Martin Heidegger quien al ingresar en el partido nazi en 1933 afirmaba en un discurso: «El propio Führer, y sólo él es la realidad alemana, presente y futura y su ley. ¡Heil Hitler!» Heidegger sigue siendo estudiado y ensalzado en las universidades alemanas. En Italia, Filippo Tommaso Marinetti, el fundador del futurismo, se convirtió en el poeta oficial de Mussolini. Louis Ferdinand Celine fue un antisemita radical. Durante la ocupación de Francia fue médico de los alemanes. Al finalizar la guerra huyó a Dinamarca. Fue encarcelado, condenado a muerte y absuelto. Pudo regresar a Francia tras su indulto y vivió miserablemente hasta morir en 1961. Knut Hansum, estuvo de acuerdo con la ocupación alemana de Noruega, su patria, en 1940, pues la consideraba un preámbulo para regresar a la grandeza de la época vikinga. Llegó hasta tal punto su vinculación que se reunió con Hitler; a Goebbels le regaló su medalla del premio Nobel de Literatura, obtenida en 1920.
Pierre Drieu La Rochelle publicó Socialismo fascista» y apoyó la ocupación nazi de Francia; llegó a ser director de la importante publicación Nouvelle Revue Française y se suicidó tras la liberación de París. Ezra Pound realizó transmisiones radiofónicas desde Italia destinadas a socavar la moral de las tropas aliadas. Tras la guerra no recibió pena de prisión por su inmenso prestigio, fue declarado demente y se le internó en un manicomio en Estados Unidos. Ernst Junger fue oficial de las fuerzas armadas alemanas tras un largo período escribiendo en publicaciones de ultraderecha que prepararon el ascenso del nazismo.
Al comenzar el progreso de los nazis hacia el poder Richard Strauss los vio con simpatía. Arturo Toscanini rehusó dirigir las obras de Wagner en el Festival de Bayreuth y Strauss lo sustituyó. Bruno Walter fue despedido como director de la Filarmónica de Berlín por ser judío y Strauss también lo relevó. En Noviembre de 1933 el nuevo régimen lo nombró Presidente de la Cámara de Música del Estado. Cuando comenzaron los preparativos para las Olimpiadas que Hitler presidiría en Berlín, en 1936, Richard Strauss recibió la encomienda de componer un himno dedicado al magno evento deportivo.
En 1939, al cumplir setenta y cinco años de edad se le efectuaron homenajes y ofrendas por su lealtad al régimen. Tras la derrota de Alemania permaneció recluido en su residencia de Garmisch y desoyó las convocatorias de los tribunales de desnazificación que querían examinar su pasado proceder. Se le prohibió viajar al extranjero. Vivió con grandes dificultades, insolvente y desamparado hasta su muerte ocurrida en 1949.
Willhelm Furtwangler dirigía la Filarmónica de Berlín en los conciertos que se ofrecían en los cumpleaños de Hitler. Grabó con su orquesta, unas semanas antes del suicidio de Hitler, la Novena Sinfonía de Antón Bruckner, con la que se anunció al mundo la desaparición física del Führer. Herbert Von Karajan fue miembro del partido nazi y obtuvo importantes posiciones en el mundo musical alemán gracias a ello. El poeta Robert Brasillach, ardiente colaborador nazi durante la ocupación, fue fusilado por las Fuerzas Francesas del Interior tras el rescate de París. Leni Rieffenstahl, revolucionó el mundo de la cinematografía con sus documentales y fue una cercana colaboradora de Hitler y el partido nazi, hasta el punto que llegaron a relacionarla sentimentalmente con él.
¿Y que decir de Jorge Luis Borges, visitando a Pinochet en septiembre de 1976, uno de los años más sangrientos de la dictadura militar? En Chile declaró: «Yo declaro preferir la espada, la clara espada, a la furtiva dinamita. Creo que merecemos salir de la ciénaga en que estuvimos. Ya estamos saliendo por obra de las espadas, precisamente». Tras ese elogio del ascenso de los atroces regímenes castrenses en el continente recibiría una medalla de manos del tirano más brutal que ha padecido América Latina. El miércoles 19 de mayo de 1976 Borges almorzó en el Palacio de Gobierno de Buenos Aires con el dictador Jorge Videla y declaró a los periodistas: «Le agradecí personalmente el golpe del 24 de marzo, que salvo al país de la ignominia, y le manifesté mi simpatía por haber enfrentado las responsabilidades del gobierno.» Decía esto mientras aumentaba criminalmente la legión de desaparecidos.
Creo que todos estos intelectuales han faltado a su elemental deber solidario con la humanidad en situaciones de crisis y por ello pagaron un precio de descrédito, aislamiento y algunos expiaron su culpa con su propia vida. Pero el caso de Grass es el de un escritor actualmente comprometido con las mejores causas del progreso social que ha borrado con una existencia esclarecida sus pecados de inmadurez, irresponsable juventud, inexperiencia y falta de conciencia política, lo cual ha sido ampliamente compensado con su actitud posterior. ¿Debemos abandonar la lectura de Nietzche porque concibió el Ubermensch, el superhombre que preparó toda la teoría de la raza aria superior que Hitler pretendía? ¿Por su antisemitismo radical debemos dejar de escuchar a Wagner? ¿Se trata de destruir a Grass por su actual comportamiento político de avanzada?