Tomado del libro de Koldo «El Diario de Itxaso»
Los juegos y los juguetes tienen, y no pretendo negarlo, un gran valor como instrumentos de maduración y crecimiento, facilitando la socialización del bebé, su creatividad, y ayudando al desarrollo de su vida afectiva.
Claro que, juegos y juguetes, en lo que tienen de herramientas, deberán su éxito o su fracaso al uso que de ellas hagan los adultos y, en este sentido, para los bebés, tanto podrán ser motivo de alegría como de desolación.
Distintos factores, como la edad, la clase social o el sexo, irán determinando las características de los juegos y de los juguetes. En cualquier caso, los juegos y los juguetes, además de la pretensión de distraernos, van a tener, casi siempre, segundas intenciones. En ocasiones, también aviesas.
Y es que, detrás del simple juego de entrechocar las palmas de las manos al compás de una intrascendente cancioncilla, uno de los primeros juegos y más comunes entre bebés y adultos, se esconden, muchas veces, mensajes no precisamente subliminales. Mensajes que tanto son de la madre, como del padre o del primero que se presta a hacer palmitas con el bebé.
Por ejemplo:
«Tortica, tortica, tortica de manteca,
mamá te da la teta,
tortica de cebada
papá no te da…¡Nada!»
Parecido juego y melodía, en manos y en boca de la abuela, sonaría de la siguiente forma:
«Tortica, tortica,
tortica de centeno,
tu madre es una loca,
tu padre es un jumento,
tortica de cebada
la abuela es la que gana»
En relación a este tipo de juego sería imperdonable no citar una de las más perversas cancioncillas que se hayan compuesto, toda una apología de la violencia de género, y que tía Mey ha rescatado del baúl de sus pesadillas: «Antón Carolina».
Se cantaba dando palmadas al mismo tiempo el bebé y el adulto que, al final de cada estrofa, entrechocaban sus manos.
Antón Carolina
Antón Carolina, na, na,
mató a su mujer, jer, jer,
la metió en un saco, co, co,
la mandó a moler, ler, ler.
El molinero dijo, jo, jo,
esto no es harina, na , na,
esta es la mujer, jer, jer,
de Antón Carolina, na, na.
La asociación del juego con la música es fundamental en los primeros meses de vida del bebé y, en relación a ello, les propongo a los padres interesados un ejercicio infalible para que el bebé alcance un sueño profundo y gratificante, en armonía con su entorno y sus progenitores.
Haga sonar una canción de cuna, aquella por la que su bebé tenga predilección. Si no lo sabe, no se le ocurra preguntarle. Su bebé podría interpretarlo como muestra de ignorancia y desinterés.
Tiéndase en el suelo, sobre sus espaldas, manteniendo flexionadas sus rodillas, tome a su bebé por la cintura y hágalo saltar de una rodilla a otra al compás de la música que suene y que es bueno que usted marque con sus pies, mientras le mordisquea las manitos de derecha a izquierda y le besa la frente en sentido contrario al de las manitos, al tiempo que va inventando las letras de la melodía que suene, que a los bebés les encanta que les hablen, y se da la vuelta después de cada giro, aumentando la intensidad en cada uno de los besos y mordiscos para volver, al mismo tiempo y de manera gradual, al ritmo con que iniciara la primera vuelta, cuando estaba de espaldas en el suelo y pensaba las letras de la siguiente canción sin dejar de mover los pies.
Cualquier persona adulta que consiga llegar al final del ejercicio…ilesa, queda homologada como educadora ejemplar y puede, entonces, repetir el ejercicio pero, ahora, invirtiendo el orden.
En ocasiones, los juegos son puro y simple «divertimento», fugaces encuentros con su propia infancia que tienen los adultos más afortunados, y que utilizan a los bebés como pretexto para dar rienda suelta a su pasado, casi siempre patético.
Por la misma razón, pocos años más tarde, llevar al niño o a la niña al cine, se convertirá en la mejor excusa para volver a ver todas las películas llamadas infantiles a las que los padres nunca se aventurarían solos.
Otras veces, sin embargo, el juego también sirve para que los padres vayan motivando y adiestrando a sus hijos en los múltiples juegos que, cuando sean adultos, van a tener a su disposición para adquirir esos bienes que se consideran derechos humanos, como el de la vivienda, y que si uno no tiene la precaución de acompañar de los mercuriales argumentos, sirven de muy poco.
En estos tiempos, y nada hace pensar en que mejoren, la única posibilidad que tiene una pareja de acceder a una modesta vivienda, así esté unida o no en santo matrimonio, es acertar la lotería Primitiva, la de Navidad, la Bonoloto, la Europea, las quinielas, o alguno de los sorteos o rifas que organizan bancos y cajas de ahorro, y por ello es importante que se estimule en los bebés la pasión por el juego, ya que habrá de ser el juego, que no el salario, lo que les permita en el futuro, si tienen suerte, satisfacer sus necesidades. Al fin y al cabo, en nuestra mentada declaración de derechos, los únicos dos que no aparecen son el derecho a la buena suerte y el derecho a un salario humano.
Tampoco está demostrado, aunque haya quien opine lo contrario que, necesariamente, un bebé que comience a jugar con un sonajero, por ejemplo, vaya a terminar de adulto frecuentando casinos y bingos, generando facturas millonarias por jugar con su teléfono móvil, o con sobrepeso y problemas circulatorios por pasarse 12 horas diarias entretenido con los videojuegos, por lo que ir interesando a los niños y niñas en el juego facilitará su integración social y no los va a arruinar más de lo que ya lo están..
El juego y los juguetes también se prestan a perfilar los papeles que, en función de su sexo, la sociedad les asigna a tan temprana hora.
Y lo digo a riesgo de que alguien objete que, en esta maravillosa Europa del progreso y el nuevo milenio, el machismo ya está superado y las mujeres podemos elegir.
Sobran los testimonios que desmientan tan dulce proclama. A estas horas, por ejemplo, para que mi padre pase a limpio estos apuntes sin que nada lo distraiga o lo importune, mi madre me saca a pasear. A estas horas, también está lloviendo pero ni siquiera el agua sustrae a mi padre de sus cavilaciones. Y sí, tal vez no sea éste el mejor ejemplo, dice mi padre, pero todos los ejemplos acaban conformando una actitud.
Primero se nos entrega a Pecas, la muñeca que hace pipí; a los pocos días nos traen a Fanny, la muñeca que llora; después nos compran a Rebeca, la que limpia; para los cinco años nos regalan a Lisa, la bebé que cocina, a la que sigue la cocina de Lisa, los utensilios de Lisa, el menú de Lisa…; más tarde se nos regala la inevitable Barby y su inacabable vestuario, novio incluido; y un día, cuando menos lo esperas, vienen tus padres y te piden que elijas, que decidas qué hacer en la vida, qué te atrae, a qué te gustaría dedicarte…
¿Y cómo vamos a elegir si no tenemos tiempo? Si nos pasamos el día cambiando los pañales de Pecas, consolando a Fanny, limpiando con Rebeca la cocina de Lisa y cambiándonos de ropa y maquillaje cada hora, cada estación, cada temporada. ¿Elegir qué? ¿Y es que hay otra vida?
Cierto que la hay, pero no es fácil descubrirla entre tantas muñecas y muñecos. Y que conste que, en el futuro, posiblemente, yo también quiera tener un hijo, pero como elección, no como destino. Como escribiera Koldo en uno de sus poemas «una mujer que ama las rosas pero, no por mujer, si no por rosas».
En el caso de los varones, los efectos combinados de juegos y juguetes suelen ser devastadores.
Koldo, en su columna de opinión Cronopiando, que se publica en El Nacional de Santo Domingo y en el periódico digital Rebelión, lo expresó hace 8 años, luego de que dos niños estadounidenses de 11 y 13 años dispararan contra sus compañeros de escuela matando a cuatro, además de una maestra. Otros 12 niños resultaron heridos.
«Condecórenlos»
Ha quedado confirmado que los dos niños blancos de 11 y 13 años que ayer dispararan contra sus compañeros de escuela y profesores matando a 4 alumnos y a una maestra, hacían vida hogareña en compañía de sus padres y habían sido educados, como la mayoría de los niños en Estados Unidos, con arreglo a los más sólidos valores patrios y familiares.
Se sabe que los padres, para protegerlos, les habían enseñado desde muy temprana edad a manejar armas y a disparar, siempre en defensa personal, para que ningún otro niño fuera a abusar de ellos. «No permitan que les peguen», les habían enseñado.
También habían sido instruidos por sus padres en su natural supremacía sobre las niñas para que no fueran a tolerarle a ninguna que los desconsiderase o rechazara. «No permitan que los dejen», les habían enseñado.
Y también habían aprendido, gracias a sus padres, a honrar su bandera y defenderse de cualquier peligro.»No permitan que los amenacen», les habían enseñado.
Probablemente, Santa Klaus les dejaba por navidades modernos rifles automáticos, uniformes de combate y pistolas de todos los calibres para que aprendieran a apuntar y disparar.
Probablemente, antes de que aprendieran a hablar ya habían visto por televisión toda clase de batallas, escaramuzas y combates cuerpo a cuerpo.
Probablemente, antes de que supieran andar ya se maquillaban con pinturas de camuflaje y tendían emboscadas a perros y gatos.
Probablemente, sus habitaciones estaban decoradas con carteles de Rambos de gélida mirada, exhibiendo bíceps y cartucheras, siempre dispuesto a entrar en acción.
Probablemente, eran habituales consumidores de comics, video-juegos y revistas en las que se venden armas, se contratan mercenarios, o se promueven guerras de baja intensidad.
Probablemente, ya sabían que los comunistas deben ser exterminados, que los árabes son terroristas, que los negros son una amenaza, que los latinos se están multiplicando…
No los detengan, ni los encierren, es más, ni siquiera los censuren…¡condecórenlos!
¡Son sus hijos!