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Los megaeventos culturales de la Concertación (o el nuevo apagón)

Fuentes: Rebelión

En una fría y normal mañana, en un carro del metro lleno de gente, el diario PubliMetro literalmente cayó a mi cara, por lo que no pude evitar ver en uno de los destacados de la portada las declaraciones de José Weinstein, Ministro de Cultura, sobre las «positivas cuentas» emanadas de la conmemoración del Centenario […]

En una fría y normal mañana, en un carro del metro lleno de gente, el diario PubliMetro literalmente cayó a mi cara, por lo que no pude evitar ver en uno de los destacados de la portada las declaraciones de José Weinstein, Ministro de Cultura, sobre las «positivas cuentas» emanadas de la conmemoración del Centenario de Pablo Neruda, tan lucrativas habían sido que lo hacían pensar incluso «en la realización de nuevos eventos de este tipo, conmemorando a otros poetas como Pablo de Rockha, Nicanor Parra o Gabriela Mistral».

Dicha aseveración me llevó a pensar en la política cultural que ha caracterizado a la gestión Lagos, la que se puede resumir en la visión de la cultura como un mega evento, una producción de grandes magnitudes, altos costos y positivas ganancias económicas.

El gobierno de Ricardo Lagos se ha caracterizado por la utilización de la cultura en su programa. Ya desde su campaña presidencial pudimos ver ese cariz al tener una importante y tal vez decisiva participación en ella de algunos de los más destacados, conocidos y taquilleros actores nacionales.

Más adelante comenzarían las Fiestas de la Cultura Ciudadana, realizadas por tres años consecutivos en el Parque Forestal de Santiago. Presentaciones musicales, de teatro, literatura, plástica y cine, así como muestras de servicios públicos y una gran exhibición tecnológica fueron parte de ellas. Según el ministerio, tal como lo consigna en su página de internet, el objetivo de la actividad era: «generar un espacio de convivencia ciudadana, a fin de que la familia pueda disfrutar de una tarde cultural y recreativa. Unas 400 mil personas disfrutaron de esta iniciativa.»

De esta forma, nos vemos inmersos, como ciudadanos comunes y corrientes, en grandes eventos masivos de los que somos parte sólo como espectadores, sin posibilidad de cuestionar, opinar o aportar sobre el proceso o las formas de la cultura.

Así, esta se transforma en un producto más dentro del mercado local, alejada de la necesidad de la creación de espacios de producción cultural popular, discusión ciudadana sobre las políticas culturales o simplemente de la comprensión de las diversas aristas de la creación cultural.

Al instalarse estos grandes eventos la ciudadanía es cegada por las luces y los altoparlantes, por la posibilidad de acceder durante dos o tres días a las más destacadas obras del teatro nacional o de ver un concierto de grupos como Los Jaivas, La Ley y Los Bunkers, todo por el mismo precio: gratis.

Ahora el bloqueo cultural no va por la negación como en la Dictadura Militar, sino que por la sobre exposición. Entonces, nos vemos inundados de días de la danza, del libro, del Patrimonio Cultural, del cine y de fiestas de la «cultura» como la que es realizada todos los años en el mes de diciembre en Valparaíso.

En términos periodísticos, el bombardeo de información produce la incapacidad del individuo de digerir y analizar los datos que le están entregando, pero al mismo tiempo crea la sensación de estar informado sobre todos los aspectos de la noticia, sin reparar en que sólo se le da a conocer una superficialidad de ella, que sólo se le están dando a conocer datos e información y no se le está comunicado ni formando opinión.

Lo mismo sucede con estos grandes eventos culturales, en los que la ciudadanía se siente parte de la cultura al verse enfrentada a caudales de información cultural en unos pocos días y de forma gratuita, haciéndola parte entonces del mega evento pero no del proceso, entregándole muchas producciones al mismo tiempo pero negándole la posibilidad de reflexión y, por lo tanto, el sentido final de cualquier obra de arte: hacer pensar.

La idea no es que las obras permanezcan en el olvido, alejadas de la ciudadanía, ni tampoco es negarse a la posibilidad de asistir a producciones de alta calidad por ningún precio, sino que es ver que la cultura no debe ser comprendida como algo que se nos entrega sino que debemos ser parte de ella, siendo capaces de comprenderla, criticarla y reconocerla.