He aquí tres noticias: «Un grupo religioso manda biblias audibles a los supervivientes de Haití»; «Se declaran dispuestos a torturar con tal de salir en la televisión»; y «Nuevo decreto del Gobierno Berlusconi: a los heridos y enfermos se les aplicará la Ley de Extranjería». Adivine cuál de las tres se ha inventado Santiago Alba […]
He aquí tres noticias: «Un grupo religioso manda biblias audibles a los supervivientes de Haití»; «Se declaran dispuestos a torturar con tal de salir en la televisión»; y «Nuevo decreto del Gobierno Berlusconi: a los heridos y enfermos se les aplicará la Ley de Extranjería». Adivine cuál de las tres se ha inventado Santiago Alba Rico (Madrid, 1960). En su nuevo libro, Noticias (Caballo de Troya), repasa en varios meses del año 2009 una realidad tan absurda que se queda corta frente a la real.
La primera parece obvia: ¿Puede la literatura cambiar la realidad?
La realidad está compuesta también de los gestos que la ignoran, la emborronan, la disfrazan, la engalanan o la exploran. Con las palabras se pueden hacer todas estas cosas: depende de quién, para quién, desde dónde, con qué materiales se escriba. Como estas condiciones se eligen sólo a medias, puede ocurrir que las obras de escritores reaccionarios -como Dostoievski, Conrad o Celine- contengan mejor literatura que las de otros más «progresistas»: es decir, mucha más concreción descriptiva. Toda buena descripción es ya transformadora. En todo caso, la literatura (la buena y la mala) poco pueden contra la televisión, que es en sí misma propagandística y conservadora.
¿Por qué creemos que la realidad es lo que pasa en los periódicos?
Por un mecanismo muy honorable: los humanos creemos espontáneamente en la libertad y en el espacio público y los discursos, por tanto, tienen a nuestros ojos tanta más credibilidad cuanto más libres y públicos son. Si entregamos toda la libertad de expresión y todos los medios de difusión -pongamos- a un mentiroso o a un ladrón o a un asesino (o a un mentiroso, ladrón y asesino), entonces creeremos a los mentirosos, a los ladrones y a los asesinos. El periodismo es una de las ideas más bonitas de la historia de la humanidad, pero hay que preguntarse en manos de quién están los periódicos para saber a quién creemos.
¿Sus noticias hablan más de lo conocido que de lo desconocido?
La poesía ha servido siempre para hacer visible lo que tenemos delante de los ojos y mis noticias -con su modesta vocación poética- tratan precisamente de hacer comparecer bajo una forma extraña, fuera de su sitio o a muchos mundos de distancia, la normalidad que se nos escapa o que aceptamos como natural y rutinaria. Un «yacimiento de sillas» es un crimen oculto; una «botella inmóvil» es un homenaje a la tranquilidad robada de los objetos cotidianos.
¿Hay alguna razón en 2009? ¿Otro año en el que tampoco hicimos la revolución aunque nos recortaron los derechos hasta dejarlos bajo mínimos?
La idea capitalista de progreso se revela cada vez más como un retroceso en términos de ética, racionalidad y derecho. Es urgente hacer comprender esto al mayor número de personas y no hay que desdeñar ningún registro: el cartel, el panfleto, el artículo, el ensayo, la novela, la poesía, el teatro, la música, el documental. Lo importante es entender que en estos momentos ningún cambio es posible sin conciencia y militancia. Y que la máxima claridad, como decía el filósofo Lessing, es siempre la máxima belleza.
¿Cree que este libro sólo lo podría haber escrito un ingenuo libre de cinismo y escepticismo?
Soy sin duda más cínico y escéptico que mi libro. Pero la ingenuidad puede ser un proyecto, una disciplina e incluso un abrelatas. De mayor quiero ser «ingenuo». En latín «ingenuo» es lo contrario de «esclavo»: el «nacido libre», sin cadenas ni ataduras. Y bien pensado, todos nuestros actos son en algún sentido «libres», incluso en las peores condiciones. Hace falta una gran ingenuidad para cambiar los pañales a un niño en un campo de refugiados o para cumplir una promesa banal en una ciudad bombardeada. Lo que sostiene al mundo es la ingenuidad.
Insisto con la ingenuidad: por supuesto no es inocente. Cada noticia está tratada desde la más tierna ingenuidad poética pero tiene un reverso helador, que congela la sonrisa. ¿Puede ser?
Por eso hablaba de la ingenuidad como de un abrelatas. En plena guerra civil Machado escribió un poema titulado «Primavera» que comienza con los versos «más fuerte que la guerra -espanto y grima». La primavera llega hasta el oído del poeta atravesando el estruendo de las bombas, pero los lectores oímos ese estruendo -«retumba el monte, el mar humea»- como irreductiblemente real y ello en la pugna precisamente con el «son del rabel florido». Machado no consigue huir de la guerra en su poema: la guerra estalla al mismo tiempo que las flores.
Por cierto, si hay investigadores que todavía buscan en qué lado del cerebro se encuentran las montañas, ¿sabemos algo de la ingenuidad?
Sabemos que los niños se dejan manipular, lavar, levantar y transportar con una sonrisa por gigantes que podrían destrozarlos entre sus manos. No pueden defenderse de sus padres y no tienen miedo. Es peligroso todo «contrato social» que no acepte la «ingenuidad» como fundamento originario de las relaciones ciudadanas. Los mercados no deben regularse solos; el amor sí. Y no puedo imaginar una sociedad más dictatorial que la que trata de «dirigir» el amor y «liberar» los mercados.
Sus noticias llevan frustración, deseo y carne. ¿A las noticias de los periódicos que les falta?
Déjeme ser ingenuo otra vez: les falta honestidad. Y esa falta de honestidad -corrupción mental- se va extendiendo como una marea negra. En una de las escenas más intensas de «Las Reglas del Juego» de Renoir, el alegre y derrotado Octave justifica con amargo cinismo la descomposición moral de la sociedad francesa en vísperas de la Segunda Guerra Mundial: «Mienten los prospectos farmacéuticos, los gobiernos, los políticos, los periódicos y la radio. ¿Cómo no vamos a mentir nosotros que somos sólo pequeños particulares?». Por ese camino vamos y la responsabilidad de los medios es muy grande.
¿Qué es más absurdo la realidad escrita en un diario o la que ha escrito usted en este libro?
He aquí tres noticias: «Un grupo religioso manda biblias audibles a los supervivientes de Haití», «Se declaran dispuestos a torturar con tal de salir en la televisión», «Nuevo decreto del gobierno Berlusconi: a los heridos y enfermos se les aplicará la ley de extranjería». Adivine cuál de las tres me he inventado yo.
¿La imaginación es el arma que nos librará de los dientes del capital? ¿Sabemos usarla, sabemos dónde encontrarla…?
Hay que distinguir entre «fantasía» e «imaginación». El capitalismo es muy fantasioso: sueña con descorchar las montañas, derretir los glaciares, explotar ilimitadamente una tierra finita, «flexibilizar» al ser humano hasta convertirlo en plastilina. La fantasía es abstracta y pasa por encima de los límites. La imaginación, al contrario, es muy concreta y consiste básicamente en la capacidad para representarnos el lugar donde están los otros, el lugar donde podría estar uno mismo y las consecuencias de los propios actos. La imaginación, así comprendida, tiene que ver con la compasión y la responsabilidad y es, junto a la razón y la memoria, una de las facultades más amenazadas por el capitalismo y de las que más depende nuestra resistencia frente a él.
Fuente: http://www.publico.es/313459/mercados/deben/regularse/solos/amor
rCR