El alud de refugiados más importante de la guerra de 1936 fue la que atravesó los Pirineos desde Cataluña. El «Informe Valière», realizado a instancias del Gobierno francés, apuntaba en marzo de 1939 que 450.000 refugiados españoles se hallaban en Francia; 220.000 eran soldados y 210.000 civiles, a los que había que sumar 10.000 heridos. […]
El alud de refugiados más importante de la guerra de 1936 fue la que atravesó los Pirineos desde Cataluña. El «Informe Valière», realizado a instancias del Gobierno francés, apuntaba en marzo de 1939 que 450.000 refugiados españoles se hallaban en Francia; 220.000 eran soldados y 210.000 civiles, a los que había que sumar 10.000 heridos. Cerca de 50.000 exiliados republicanos habían retornado a España en febrero. «El miedo a las atrocidades franquistas determinó que muchas personas huyeran con destino incierto», afirma el historiador Josep Pimentel, autor de «Refugiados. Una historia del exilio de 1939» (Ed. Calumnia).
El libro recopila en 180 páginas las voces de 78 personas refugiadas, en un recorrido que incluye la represión en Barcelona, la travesía en la frontera pirenaica -por Coll d’Ares, Puigcerdà o La Jonquera- escapando de las bombardeos, y el paso por los campos de internamiento de Argelés, Saint Cyprien, Barcarés, Vernet d’Ariège, la prisión fortaleza de Cotlliure y Bram, en Francia. Josep Pimentel es autor de «Barricada. Una historia de la Barcelona revolucionaria» y «Voces críticas ilustradas», los dos publicados en 2016 por el Centre d’Estudis Llibertaris Federica Montseny de Badalona. El historiador también colabora en los periódicos Directa y Solidaridad Obrera.
-140 kilómetros de frontera con Francia, con cuatro pasos principales, por los que cerca de medio millón de personas -incluidos enfermos, heridos e inválidos- escaparon ante el avance de los soldados franquistas entre enero y febrero de 1939. En muchos casos no se trataba siquiera de militares o responsables políticos. ¿En qué condiciones se produjo el éxodo?
Las condiciones en las que se produjo La Retirada fueron deplorables. Muchas de las personas que huían de la represión franquista llevaban ya diversos meses en desbandada. La situación era muy frágil para muchas personas. Había muchas niñas y niños padeciendo situaciones límite, llevaban mucho tiempo padeciendo los rigores de la guerra. Las había que venían de Extremadura, de Madrid o de Andalucía huyendo, en muchos casos tras largas jornadas caminando. Otras salieron de sus hogares con lo puesto y un hatillo con algunas de sus pertinencias. El cansancio era extremo y el miedo a las atrocidades franquistas determinó que muchas personas huyeran de sus hogares con un destino incierto. El miedo a la represión por parte del enemigo determinó la marcha de muchas de estas personas.
-¿Hasta qué extremos llegó la barbarie fascista?
El profesor Miquel Izard define muy bien el porqué de este miedo. Si mal no recuerdo, viene a decir que las tropas fascistas recurrían a la violación, al asesinato, a la tortura o al saqueo con el objetivo de implantar un terror paralizante entre la población civil, con el objetivo de asegurar la sumisión total de una ingente mayoría. El reguero de personas que ocupaba la carretera de Francia era bombardeado y ametrallado por la aviación fascista. Los soldados y milicianos del Ejército Republicano hacían frente al avance de las tropas franquistas para que la población civil pudiera marchar hacia la frontera.
Cuando se inicia la ofensiva de las tropas sublevadas contra Catalunya, había más de veinte mil heridos ingresados en hospitales y balnearios. De estos unos cinco mil, según el historiador Eduard Pons Pradas, serán enviados a casa. Unos dos mil no podrán ser evacuados sin poner en riesgo sus vidas. El resto de los heridos que decidieron marchar fueron evacuados por todos los medios posibles. La mayoría de estas personas heridas llegaron a la frontera francesa transportadas en vehículos sanitarios y en otros tipos de vehículos que en muchos casos no cumplían las mínimas condiciones para poder transportar a personas heridas. Las hubo que hicieron el camino por su propio pie o con ayuda de compañeros o familiares.
-¿Qué testimonios resaltarías sobre la huida a Francia por el Pirineo catalán?
Son diversos los testimonios que recoge el libro sobre La Retirada. Pero podemos destacar el de Catalina Valero. Cati tenía ocho años y medio. Ella y su familia vivían en Palafrugell (Baix Empordà). El camino a la frontera lo iniciaron en un carro tirado por caballos en el que llevaban colchones y diversas pertenencias de la familia. Una vez en Figueres tuvieron que deshacerse del carro y seguir el camino de la frontera. Cati y su familia cruzaron la frontera por Portbou. Estos últimos treinta y seis kilómetros los hicieron a pie. En un primer momento, su madre iba cargada con una maleta llena de ropa que tuvieron que dejar por el camino, no podían con el peso. De esa maleta conservó un juego de sábanas que le acompañaría en todo su periplo en el campo de concentración de Argelers. Llegaron exhaustos a la frontera, Cati recordaba ver en ese camino a diversas personas mutiladas que intentaban llegar como podían a la frontera, por sus propios medios. Muchos se quedaron por el camino.
-Valentín Montané…
Le entrevisté en Paris. Natural de Ginestar (Ribera d’Ebre), con nueve años partió junto a su madre y hermanos; decidieron marchar de la colectividad a principio de enero de 1939. De Ginestar fueron a Reus y de allí fueron a parar a la localidad de Fonteta, un pueblo a los pies del macizo de Les Gavarres, a unos sesenta kilómetros de la frontera. Valentín recordaba el hambre que pasaron, siempre bajo la protección de su madre, que se las ingeniaba como podía para poder conseguir comida para sus tres hijos, que la acompañaron en ese camino incierto hacia la frontera. Valentín me explicó una anécdota que recoge el libro: a su madre una señora del pueblo le negó unas coles para alimentar a sus hijos argumentando que eran para las vacas. No obstante, por la noche, su madre cogió del campo las coles que necesitaba para alimentar a su prole. La familia de Valentín se reagrupó con su padre y abuelo en Olot, y cruzaron la frontera por el paso de La Jonquera. Estos últimos kilómetros del camino a la frontera estaban llenos de maletas y pertrechos abandonados, era una imagen dantesca de un éxodo sin precedentes en la Europa contemporánea.
-Una de las referencias que tomas es la catedrática de Historia Contemporánea de la UNED, Alicia Alted Vigil, que en el libro «La voz de los vencidos: el exilio republicano de 1939» (Aguilar, 2005) llega a la siguiente conclusión: «Los republicanos no fueron acogidos en Francia como esperaban de un país que consideraba el ‘derecho de asilo’ como su bandera». ¿Estás de acuerdo con esta afirmación, qué decisiones tomó el Gobierno de Daladier?
Alicia Alted es una de las historiadoras que, desde mi punto de vista, mejor han tratado el estudio histórico del exilio republicano y además ha sido profesora mía en el Master de Métodos y Técnicas de Investigación de la UNED. No puedo estar más de acuerdo con la afirmación de Alted y no lo digo yo, lo dicen y lo explican aquellas personas que vivieron estas indignas condiciones. Son muchos los testimonios. Uno de ellos es Francisco Miranda, de padres campesinos, que describe así la llegada al campo de concentración de Argelers: «llegamos a un arenal rodeado de alambradas en el que no había nada preparado para acoger a personas. Aquello era verdaderamente doloroso, la gente allí recluida durmiendo y muriendo de frío».
-¿La realidad desbordó las previsiones?
A principios de 1938 el Gobierno francés ya se planteaba que pudieran venir refugiados y tenía prevista construir campos de internamiento para acogerlos. Las autoridades galas tenían previsto que llegaron unos quince mil refugiados y pensaba distribuirlos en campos con una capacidad para internar entre mil y cuatro mil personas cada uno. La realidad fue muy diferente. A finales del año 1938 y una vez retiradas las Brigadas Internacionales, decidieron cerrar la frontera. A principios de 1939 se produjo la avalancha de personas refugiadas que huían en dirección a la frontera pirenaica y no tenían nada preparado para atender a los cerca de medio millón de personas que esperaban cruzar la frontera a finales de enero de 1939. Fue un auténtico caos, no había nada planificado. La primera preocupación del gobierno francés fue encerrarlos y así lo hicieron en los diversos campos de concentración que se extendían por el territorio francés. Las autoridades francesas capitaneadas por el gobierno de Daladier fueron responsables del desastre organizativo y del maltrato dispensado a los refugiados españoles.
-El Centre International de Documentation et d’études de la Retirada (CIDER) señala que, en la playa de aquello que en 1939 era un pueblo agrícola de 3.000 habitantes, Argelés-Sur-Mer (Rosellón, Francia), el Gobierno Francés construyó un campo de concentración para los refugiados españoles, que en pocos meses ya contaba con más de 80.000 internos. ¿Cómo era la vida cotidiana en el campo de Argelés?
Esos primeros meses en el campo de concentración de Argelers fueron especialmente duros. Eran unos dos kilómetros de playa situados en una zona abierta y desprotegida donde la humedad y el viento se hacían insoportables. El campo de los hombres estaba separado por cuatro hileras de alambradas del de las mujeres y los niños. La vida cotidiana era muy complicada. Al llegar al campo de concentración se veía arena, mantas y tiendas de campaña improvisadas a base de cañas y mantas que la Tramuntana iba tirando al suelo. Otras personas dormían sobre la arena, tapados con una triste y miserable manta. El seis de febrero de 1939 había en el campo un médico y seis enfermeras para atender a las cerca de ochenta mil personas que iban llegando al campo, totalmente insuficiente.
Entre los refugiados había personal sanitario que se incorporó al servicio médico del campo para atenderlos. El día a día durante estos primeros meses fue difícil. No había letrinas y las deposiciones se tenían que hacer sobre la arena. Esos primeros meses también se pasó mucha hambre en el campo. Los primeros suministros de pan se realizaron lanzando las hogazas sobre los refugiados como si se tratase de fieras. Las niñas y los niños corrían por el campo y algunos, los más débiles, iban muriendo de hambre y por enfermedades mal curadas.
Refugiada en la playa de Argelers, febrero de 1939. Fuente: International Instituut Voor Sociale Geschiedenis de Ámsterdam.
-Campos de internamiento de Argelés, Saint-Cyprien, Barcarés… «Por los campos del Rosellón pasaron más de 250.000 personas, primero españoles, pero más tarde, en la Segunda Guerra Mundial, judíos, gitanos y antifascistas italianos y alemanes», informa el CIDER. ¿Con qué dos testimonios -entre las personas entrevistadas- resumirías la realidad de estos campos?
Para poder resumir la experiencia en estos campos, recurriría a dos testimonios. El primero de ellos es el Enric Pujol, de cuyas memorias inéditas hemos tenido acceso gracias al Centre d’Estudis Llibertaris Federica Montseny. Enric Pujol, natural de Mora la Nova, estuvo los campos de concentración de Saint Cyprien (Sant Cebrià), en el de Barcarès y en el de Argelers. Llegó andando al arenal de Saint Cyprien (Sant Cebrià), el paisaje fue desolador, sin comida ni agua potable, esos primeros días no tenían donde cobijarse. Su compañera Vicenta Sabaté junto a su hijo Floreal estaban en la Bretaña y le llegaron noticias de que el pequeño estaba enfermo y pidió permiso para ir a verlo. Se lo negaron y escapó del campo. A unos dos kilómetros del campo lo detuvieron, lo devolvieron al campo y lo castigaron. Al poco tiempo le llegó la noticia que su hijo había fallecido por la tos ferina. No pudo despedirse de él.
También destacaría el testimonio Juan Narciso Betancort, de origen canario, que como muchos de los integrantes de la antigua Columna Durruti estuvo primero retenido en la fortaleza de Montlluís y después en el campo de concentración de Vernet. Este campo de concentración estaba situado en pleno pre-pirineo francés en el departamento de Ariège. Había pocos barracones que fueron utilizados para albergar a los heridos. Su experiencia en el campo de Vernet ha quedado recogida en una entrevista y en otras memorias inéditas a las que he tenido acceso. Betancort acabó trabajando en la reconstrucción de la Línea Maginot en plena II Guerra Mundial. Es una de las historias que más me ha impactado.
-«Anarquistas y comunistas (considerados como peligrosos) fueron internados en terribles campos diseñados para ellos, para vencer la posible resistencia a la búsqueda de libertad y dignidad», afirma la historiadora Dolors Marin en el prólogo. ¿Has constatado en las entrevistas un tratamiento represivo especial por la condición de prisioneros «políticos»?
En la segunda quincena de marzo de 1939 las autoridades galas ponen en funcionamiento la fortaleza de Cotlliure, utilizada para castigar a los refugiados de la guerra civil, especialmente a los más politizados y a aquellos que osaban discutir y poner en cuestión las órdenes arbitrarias recibidas en los campos de concentración. El 20 de marzo de 1939 el prefecto de la Región de los Pirineos Orientales le envía una nota al Ministro de Interior francés, Albert Serrault, al que le hace saber que desde hace unos días que funcionaba el centro, estaba recibiendo refugiados con el apelativo de «peligros». Son diversos los testimonios que padecieron las técnicas de represión, que no tienen nada que envidiar a las que se utilizaron en los campos de exterminio nazis. Manuel Serra estuvo en la fortaleza de Cotlliure, durante los meses que permaneció en este penal fue sometido a un severo régimen de incomunicación; eran azotados por el mínimo pretexto y realizaron trabajos forzados. La alimentación era escasa. Cuando Manuel entró en la fortaleza pesaba cincuenta kilos y al salir de ella, treinta.
Enrique Alonso fue testigo de la terrible paliza que le propinaron al periodista barcelonés Àngel Estivill al llegar a la fortaleza. El día que llegó Estivill al penal hicieron formar a todos los presos para que pudieran comprobar, en palabras de Enrique, la paliza más terrible que pueda imaginarse. Los medios de comunicación franceses, especialmente conservadores, asociaban la palabra refugiado de la guerra civil con la de un elemento «rojo peligroso». Aunque también hubo excepciones y muestras de solidaridad, la desconfianza y el miedo a lo desconocido hacía mella entre una parte de la población de las localidades de acogida.
-¿Son conocidas las circunstancias y el final de los 9.000 españoles que estuvieron en los campos de concentración del nazismo? ¿Cómo fue la vida en los centros de exterminio?
Sobre la recuperación de la memoria de los españoles que estuvieron en los campos de concentración nazis, aún queda mucho de qué hablar. Yo no he estudiado este período de la historia pero me consta que otros colegas están trabajando y se está haciendo buena labor para poder explicar qué pasó con ellos. La vida en esos centros de exterminio fue terrible, desoladora y contó con la complicidad de una parte importante de la sociedad alemana que miraba hacia otro lado, o que no quería saber que estaba pasando a escasos kilómetros de sus cómodas vidas. Algunos de los testimonios que he recogido en el libro también pasaron por los campos de concentración nazis. Segundo Espallargas, natural de Albalate del Arzobispo, fue deportado a Mauthausen, donde estuvo con el fotógrafo Francesc Boix. José Marfil Peralta también estuvo deportado en Mauthausen y en Gusen con veinte años. Su padre, José, fue el primer deportado español muerto en Mauthausen. Manuel Alfonso Ortell, natural de Barcelona y miembro de la Columna Durruti, también sufrió una deportación a Mauthausen.
-Abordas además en un capítulo la represión interior, que toma como punto de partida las informaciones del periódico La Vanguardia Española sobre la ciudad de Barcelona: más de 108.000 presos políticos en los primeros meses de 1939, recluidos en lugares como la Model, la cárcel de mujeres de les Corts o el Castell de Montjuïc…
Durante estos primeros meses de ocupación franquista de la ciudad de Barcelona, las prisiones y centros habilitados al uso se llenaron de presos políticos a la espera de ser juzgados con consejos de guerra. Debido al abarrotamiento de presos que se concentraban en la Model, se utilizó incluso el correccional abandonado, adosado al edificio principal para colocar a las personas presas. También se habilitaron nuevos espacios como la prisión de Sant Elies, el Palacio de Misiones de la Exposición y hasta se utilizaron las naves de una gran fábrica de cáñamo situada en el barrio de Poble Nou para albergar reclusos.
-¿Qué le sucedió a Joaquim Bendicho?
Pasó por tres de estos centros de detención habilitados como prisión en Barcelona. Joaquim, que vivía en Sabadell, fue detenido en Castellar del Vallès, localidad situada a treinta kilómetros de Barcelona, cuando intentaba contener junto a otros soldados y milicianos a las tropas franquistas para que la población civil pudiera huir hacia Francia. Una vez preso, lo llevaron al Castell de Montjuïc, que estaba habilitado como prisión. En un traslado de presos, aprovechó una distracción de los guardias que lo custodiaban para fugarse. Se instaló clandestinamente en Sabadell. Unos meses más tarde fue detenido nuevamente y trasladado a la prisión provincial de Barcelona, situada en el barrio de Poble Nou. Una vez consumado el Consejo de Guerra al que fue sometido, se le trasladó a la Model para cumplir condena.
-El libro dedica varias páginas a la «depuración» de los docentes («Más escuelas, mejores maestros», según resume la historiadora Carmen Agulló, fue el objetivo de la II República, que trazó un plan para la puesta en marcha de 25.000 nuevas escuelas en cinco años). ¿Qué ocurrió en el Alt Penedés (Barcelona)?
La depuración de docentes que habían trabajado en colegios mixtos durante la II República y en escuelas racionalistas no tardó en implantarse en toda la geografía peninsular. Esta tarea fue encomendada a los tribunales designados por la Comisión Superior Dictaminadora de Expedientes de Depuración. Se abrieron causas por doquier. A muchos de estos profesores se les apartó definitivamente del servicio, a otros se les condenó a años de prisión y a no pocos se les asesinó. El Alt Penedès es una comarca semirural cuya capital está a unos cincuenta kilómetros de Barcelona. A más de una cuarta parte de los docentes de esta comarca se les abrió expediente sancionador. Los motivos por los que se les abría el expediente era estar afiliados a sindicatos, a partidos políticos de izquierdas, por manifestar ideas contrarias a la religión o por colaborar con los comités revolucionarios. De los cincuenta y seis expedientes de depuración de la comarca, la mitad fueron separados definitivamente del servicio.
-¿Has podido contactar con maestras exiliadas?
No, pero a través de documentación obtenida del Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares y de otros archivos he podido hacer el seguimiento de alguno de estos expedientes. Uno de estos casos es el de una profesora de un pequeño pueblo del Alt Penedés, a quien se le abrió un expediente de depuración por haber estado afiliada a un sindicato.
-¿Qué episodios de fraternidad entre refugiados/prisioneros te han llamado especialmente la atención, de cuantos ocurrieron en las coyunturas más adversas?
María Luisa Sánchez, que estuvo en el campo de concentración de Argelers, recuerda que compartían la poca comida de que disponían entre compañeros y que si alguno de ellos estaba necesitado, hacían lo que podían para intentar cubrir sus necesidades. Antonio Herrero vendió en el mercado negro un reloj para poder comprar una botella de alcohol para poder ayudar a un compañero que tenía las piernas anquilosadas; así podría aliviar el dolor con friegas. Muchos de ellos dormían acurrucados compartiendo las mantas que disponían cada uno para pasar en mejores condiciones las noches al raso.
-Por último, ¿se organizaba la resistencia en función de ideologías, militancia en partidos políticos o sindicatos?
Los campos de concentración también estaban organizados en función de la militancia de los recluidos. La CNT y el PSUC eran unas de las muchas organizaciones que agrupaban a sus militantes para poder resistir las duras condiciones en los campos de concentración franceses y para relacionarse con las autoridades del campo. En el campo de Vernet, la CNT instauró una estructura basada en la organización federal con comités de barraca y Josep Peirats fue elegido el primer secretario de la comisión del campo. Al estar organizados, les era más fácil poder responder a los castigos arbitrarios que les infringían los guardias del campo.
En el campo de concentración de Vernet, cuando llegó el verano, los refugiados empezaron a cortarse los pantalones. Las autoridades del campo les amenazaron que si se los cortaban irían al calabozo. Se reunieron los refugiados y decidieron dar una respuesta. La mañana siguiente aparecieron cerca de tres mil reclusos desnudos frente a la alambrada. Ese mismo día, las autoridades del campo les permitieron que llevaran los pantalones cortados. Antonio Nacenta coincidió en marzo de 1939 en el campo de concentración de Vernet con Francisco Ponzán, y empezaron a organizarse para planificar la primera red de evasión del campo de Vernet. Se empezó a forjar el grupo Ponzán, una de las redes pirenaicas de evasión más importantes durante la II Guerra Mundial.
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