Si los musulmanes tuvieran tan desarrollado como los europeos el sentido del humor, nada hubiera pasado en estos días en que la caricatura de Mahoma en un periódico danés ha provocado la ira musulmana de un lado y, de otro, la reproducción del polémico dibujo en algunos medios europeos por aquello de defender la «libertad […]
Si los musulmanes tuvieran tan desarrollado como los europeos el sentido del humor, nada hubiera pasado en estos días en que la caricatura de Mahoma en un periódico danés ha provocado la ira musulmana de un lado y, de otro, la reproducción del polémico dibujo en algunos medios europeos por aquello de defender la «libertad de expresión», pero los musulmanes viven demasiado ocupados en violentas querellas como para disfrutar el regocijo de una buena humorada.
Tal vez no tan buena como la que le costó la vida al cacique americano Atahualpa luego de que el sacerdote español Vicente de Valverde le conminara a acatar la Biblia y a aceptar a Dios como único y verdadero porque así lo decían las sagradas escrituras. Atahualpa, luego de agitar inútilmente la Biblia, se la llevó a la oreja y tras esperar oír durante unos segundos la palabra de Dios, acabó arrojando la Biblia al suelo porque no le decía nada. Pizarro, que tampoco tenía un gran sentido del humor, se ocupó de vengar la gracia del indio.
Y quizás, tampoco tan aguda la humorada que hoy festeja Europa como la que al cacique Nicaragua le supuso la gloria antes de tiempo cuando, después de aceptar el bautismo, se puso el hombre a formular preguntas nada oportunas como, por ejemplo, quién elegía al rey de Castilla o cómo era posible que Jesús fuera al mismo tiempo, hombre y Dios, y María, virgen y madre.
Otro jefe indio, Hatuey, también fue víctima de su buen humor cuando, exigido por los cristianos a que se bautizara para alcanzar el cielo, preguntó a sus torturadores si también los cristianos estarían en el cielo prometido, y ante la confirmación de la compañía Hatuey optó por irse directamente al infierno.
Y es que, el problema, a veces, con el humor, depende de su procedencia. Bastaría que hiciéramos memoria de lo costoso que el humor le ha salido a los pueblos del mundo cuando han tenido que confrontar los humores ingleses en la India, por ejemplo, o en Las Malvinas; los humores españoles en el Caribe o Filipinas; los humores portugueses en Mozambique o en Brasil, para sólo citar algunos casos; los humores holandeses en Sudáfrica; y las muchas humoradas dispersas por la historia, sea durante el «apartheid» o la inquisición o durante cualquiera de las muchas guerras mundiales y locales, para entender hasta qué punto son maestros los europeos en un humor que, por culpa de los musulmanes, parece condenado a convertirse en una especie en vías de extinción y eso que, el humor, como asegurase Galileo, no gira alrededor de los seres humanos mas, sin embargo, se mueve.
Pero nada habría pasado si los musulmanes, en lugar de airear su protesta, se hubieran limitado a mostrar en sus periódicos a la familia real danesa con sus nórdicas nalgas al aire, o al príncipe de Edimburgo disfrazado de nazi y ensayando el paso de la oca, o al rey de España atravesando puertas de cristal sin necesidad de abrirlas o al príncipe alemán, creo que de Hansburgo, meándose en el pabellón turco, urinaria humorada, por cierto, que le costó algunos meses de rehabilitación alcohólica. Hubiera sido suficiente poner en entredicho algunas reales descendencias, o mostrar al Santo Padre en ciertos afanes no precisamente santos, para confirmar hasta qué punto el humor es relativo, tanto como la manida «libertad de expresión» que, en ocasiones, también en Europa sabe dar paso a otros conceptos no tan virtuosos como «el debido respeto», el «oportuno tacto», la «necesaria discreción» o el acápite legal que condena por injurias lo que casi siempre son… inofensivas humoradas.